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Galas

Agathe Colette D'Tatou - Damoiselle de Guerre

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 𝔄𝔤𝔞𝔱𝔥𝔢 ℭ𝔬𝔩𝔢𝔱𝔱𝔢 𝔇'𝔗𝔞𝔱𝔬𝔲 

 

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  • 𝔑𝔬𝔪𝔟𝔯𝔢: Agathe Colette D'Tatou
  • ℜ𝔞𝔷𝔞: Arathi
  • 𝔖𝔢𝔵𝔬: Solo con su amor verdadero.
  • 𝔈𝔡𝔞𝔡: 18 años.
  • 𝔄𝔩𝔱𝔲𝔯𝔞: 1,71m
  • 𝔓𝔢𝔰𝔬: 61 Kg
  • 𝔏𝔲𝔤𝔞𝔯 𝔡𝔢 𝔫𝔞𝔠𝔦𝔪𝔦𝔢𝔫𝔱𝔬: Yvoire, norte de Arathi.
  • 𝔒𝔠𝔲𝔭𝔞𝔠𝔦ó𝔫:  Aspirante de la Liga de Arathor.

 

  • Í𝔫𝔡𝔦𝔠𝔢
    • 𝔈𝔳𝔢𝔫𝔱𝔬𝔰 𝔐𝔞𝔰𝔱𝔢𝔞𝔡𝔬𝔰
    • 𝔈𝔳𝔢𝔫𝔱𝔬𝔰 𝔄𝔰𝔦𝔰𝔱𝔦𝔡𝔬𝔰

 

  • 𝔐í𝔰𝔦𝔳𝔞𝔰

 

 

 

 

𝔇𝔢𝔰𝔠𝔯𝔦𝔭𝔠𝔦ó𝔫 𝔣í𝔰𝔦𝔠𝔞

Si algo destaca de Colette es su mirada. Una mirada llena de vida, de juventud, de esperanza y sueños, pero una mirada distraida, visionaria para unos, para otros es sin embargo una mirada vacía, perdida, de aquella que ve dragones, hadas y duendes en vez de los problemas reales.

Esta visión se oculta tras unos irises de fuerte color verde, fresco como una pradera, y vibrante. Su piel es pálida, neutra, y libre de mácula de vejez, herida o dolor. Inmaculada e inocente, inexperta e ignorante. 
Se alza alta, pero destaca más en una delgadez bien nutrida, que le da un porte estirado, dado forma por los ropajes holgados, de corte masculino que suele portar. Su rostro es almendrado, redondeado, y cerrado alrededor por cabello corto y de un intenso color negro, cortado a cuchilla, de manera torpe y autodidacta, pragmático al punto de lo feo, destacando sobre sus intensos ojos, dos espesas cejas, gruesas como orugas, suaves y de un tono azabache.

 

 

ℭ𝔞𝔰𝔞 𝔇'𝔗𝔞𝔱𝔬𝔲

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"𝕷𝖔𝖞𝖆𝖚𝖙𝖊 𝖉𝖆𝖓𝖘 𝖑𝖊 𝖘𝖆𝖓𝖌 𝖊𝖒𝖕𝖔𝖎𝖘𝖔𝖓𝖓𝖊 !"

Uno de los linajes más antiguos del Imperio de Arathor, la casa D'Tatou es una larga linea milenaria de campeones, guerreros, caballeros y gestores feudales que se remonta a los orígenes de los reinos humanos, a la sangre legendaria de uno de los quinientos compañeros del mismísimo Thoradin el Unificador, primer rey y emperador humano.

El fundador de este linaje no era otro menos que el legendario Viduquindo, un torreón de hombre, descrito por muchos como El Pino del Norte por su altura que no era acompañada sin embargo de una corpulencia notable. Viduquindo llegó al servicio de Thoradin el Unificador en un relato que es más leyenda pasada durante siglos de boca a boca, de descendiente a descendiente.

Decía la historia que encontrándose dormido bajo un árbol el Gran Thoradin, que por aquel entonces era gran caudillo más aún no rey, una vil serpiente enviada por un pérfido trol cuya tribu había sido justamente acuchillada por los guerreros de los Arathi hacia varias semanas, le mordió en su descanso. Thoradin, despertándose al momento, decapitó a la sierpe con un rápido movimiento de su mano, pero no lo suficiente para evitar que esta introdujese tres gotas de veneno en su pierna.

Quería la fortuna que pasase cerca suya un gran guerrero de los Sejónidas, una tribu rival de los Arathi que hacia poco había hecho las paces con Thoradin el Grande. Y sin embargo, no llegó ofreciendo paz , si no que al verlo alerta, retó a duelo al lider de los Arathi, que tan prometedor futuro había demostrado. ¡Si era digno de acabar con él, sería Viduquindo, y no Thoradin, el que llevaría a la gloria a los humanos! 

Dicese que su duelo duró varias horas, y Viduquindo, por grande que fuese, no logró romper las defensas de aquel que uniría a todos los humanos. Pero algo pasó, y el Unificador se vio genuflexo y débil. Deteniendo su ofensiva, pues Viduquindo no acabaría con enemigo debilitado, ni siquiera en duelo como este, salió a la luz el veneno de la serpiente. 

Ofendido, porque la vil arte de los trols amenazase con acabar con la vida de un gran guerrero de los hombres, Viduquindo se arrodilló junto a Thoradin. ¡Si tres gotas eran suficientes para acabar con el Unificador, Vudiquindo demostraría que aguantaba más! Sorbiendo la herida, extrajo dos de las tres gotas de veneno, compartiendo el mal del Gran Unificador.

Dividido, el veneno trol debilitó a ambos hombres, pero no mataría a ninguno de los dos. Thoradin, honrado por el gesto del gran guerrero sejónida, le ofreció luchar a su servicio. Viduquindo acepto, unido ahora al gran Thoradin por una deuda de sangre y veneno.

Desde entonces, la casa D'Tatou, un nombre que adquiriría varios siglos más tarde, se enorgullecería siempre de su bravura , de su falta de temor ante grandes enemigos, pero de su respeto y lealtad hacia aquellos que se demuestran dignos. 

El cáliz sería su símbolo, representando la sangre envenenada compartida por Unificador y Guerrero, y la tradición marcaría que todo Lord de la casa, al momento de ascender, habría de beber de la milenaria copa familiar, de cobre y latón enjoyado, donde el vino se vería mezclado con dos gotas de fuerte veneno trol. 

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La joven muchacha levantaba la mirada para observar el reflejo de un sol en cielo despejado. Le dolía algo la espalda, pero era habitual, el frío calaba pese a las capas de ropa y abrigo, y la leña estaba prácticamente congelada, lo que dificultaba la tarea de cortar los tocones para llevarlos al interior. 

Era una vida humilde y dura, pero no sin sus pequeños momentos gratificantes. Cargando los trozos de troncos recién cortados en su cesta, se la echó a la espalda, y empezó a recorrer el sendero de tierra, ahora semi oculta por la nieve, que llevaba hasta la hacienda de su familia. 

La villa de Yvoire era un pequeño feudo norteño de las amplias tierras de Arathi. Bajo la autoridad de un barón cercano, era famosa por su gran lago, el Morganne, que había sido durante siglos el núcleo principal de la actividad económica de la población. Humildes pescadores de agua dulce, así eran los villanos de Yvoire, que también acudían a los bosquecillos cercanos a por caza menor, recolectar frutos del bosque, o cortar leña bajo permiso y diezmo señorial. 

Por suerte para ellos, estos bosques eran relativamente pequeños, motivo por el cual , salvo alguna ocasional banda de trols jóvenes , jamás habían tenido que hacer frente a la letal presencia cercana de una gran tribu. Pero ya no eran tiempos pasados, y ya no solo de trols se tenían que preocupar los humanos.

Oliendo el pan recién horneado, Colette sonrió a la hija del panadero al pasar frente a su negocio, uno de los pocos que aun quedaban en la villa. En las últimas décadas, esta había visto su población reducida a algo menos de la mitad, pues todo el mundo sabía que esa región de altas colinas frondosas se había visto infestada por ogros, bestias aun más viles y temibles que los trols, si es que tal cosa podía existir. Ella no. Colette se había quedado, aunque no lo había hecho sola.

Ascendiendo la escalada, llegó a la pequeña hacienda de su familia. Rodeada por un murito de madera, era una de las casas más viejas del lugar. Antaño habría guardias en las puertas, y algún que otro mozo en los establos, cuidando de los sementales de la familia, pero ahora ya viejos y medio derruidos, no eran si no un recuerdo de tiempos mejores.

Ella nunca había visto esos tiempos, pero sí leído sobre ellos, o escuchado frente al fuego las historias de su abuelo, aquel con quién vivía, Sir Lyonne D'Tatou. Aunque era su abuelo, el viejo caballero, alto como una torre, pero enjuto como un chorizo reseco, la había criado como a su propia hija. 

Ella solo tenía cinco años, cuando sus padres regresaron a la hacienda familiar, pero no embutidos en sus armaduras de acero y hierro, si no envueltos en mortajas y paños, descuartizados por trols en una escaramuza sin demasiada relevancia. Llevó el luto con dolor, pero se sobrepuso con sorprendente velocidad. 

Había algo en Agathe que la había separado siempre de otros muchachos jóvenes, incluso de aquellos con un linaje de sangre noble como el suyo, por exigua que se encontrase actualmente. Un brillo especial, que ardía tras sus ojos con luz propia. Una fortaleza de espíritu y voluntad, que la había hecho prosperar, o como mínimo sobrevivir, donde otros muchos habrían sucumbido.

Su ánimo jamás se ensombrecía. De las épocas más oscuras, ella era capaz de encher los corazones de sus hermanos y hermanas de luz y esperanza. 

De niña, el sacerdote de la villa le había recomendado la senda del sacerdocio, tal vez incluso marchar a la capital y aspirar a unirse a la Mano de Plata, pues en ella ardía el fuego en el que se forjaban, con años, templanza y entrenamiento, a los heroes de los humanos. Y aunque Colette siempre sintió que la Luz estaba detrás de ella, susurrándole fortaleza y ánimo (Cosa que jamás había compartido salvo con su abuelo, pues era consciente de que tal idea era extremadamente prepotente, casi blasfema), sabía que ese no era su destino.

Lo supo desde que vio asomar la mano de su madre por bajo las mantas ensangrentadas que cubrían su cuerpo de niña.

Era su futuro su legado. Su historia, la pasión. La caballería. Blandiría los emblemas de su casa, y con acero y hierro, no permitiría que de nuevo, las fuerzas de la oscuridad azotasen a los reinos humanos.

Ninguna niña lloraría más en soledad, al ver a sus padres llegar muertos, por mano de bestia oscura. No era venganza. Si no justicia. 

Se despidió de su abuelo, no sin dolor , pero sí sin lágrimas, pues la convicción, y la insistencia de este la empujaban a marchar. Como todos los que la habían predecido, era el destino de los D'Tatou el servir y ganarse su rango de caballero del reino de Stromgarde, el más viejo y glorioso de todos. Y una vez lo consiguiese, traería la gloria a su casa, restauraría su legado, y la risa volvería a su hacienda.

Y ningún niño de Yvoire desaparecería más en la noche, por mano oscura de ogro, trol u monstruo.

 

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