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Ace Of Spades

Tassiahra Sinnore

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  • Nombre del Personaje
    Tassihara Sinnore
  • Raza
    Alto Elfo
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    125
  • Altura
    1,73 mts
  • Peso
    60 kl
  • Lugar de Nacimiento
    Quel'Lithien
  • Ocupación
    Adepto de la cruzada escarlata.

     
  • Descripción Física

    Takhiara.pngCabello largo, lacio,  de color rubio perlado, suele  llevarlo suelto hacia atrás peinado como cascada cuando cumple con sus labores cotidianas, lo  sujeta  en una coleta o una trenza cuando marcha al campo de batalla o al entrenamiento.

    Su cuerpo es atlético, con musculatura marcada y firme como muestra de que ha sido entrenada durante varios años, no solo por la cruzada escarlata, aparentemente su entrenamiento va desde mucho mas atrás de que perdiera su memoria y posteriormente la recuperara, es también delgada como se espera de su raza y puede que en el promedio regular de altura, lleva marcas de cicatrices en la espalda, brazo izquierdo, costado del abdomen y una mas en la cabeza que oculta con el abundante cabello. Suele vestir ropas de tela mientras está en el monasterio, o llevar cuero reforzado y malla cuando se encuentra en entrenamiento.

    Su rostro es fino y púlido como lo es en el resto de su raza, la sonrisa que solía ser habitual en ella ha sido reemplazada por un rostro serio, dramaticamente mas hostil que la dulzura con la que se le conocía antes de recuperar la memoria, de piel muy blanca, ojos azules con un brillo muy claro.


     

  • Descripción Psíquica

    Desde que ha recuperado la memoria, hace unos 3 años ha vuelto a ser psicologicamente esa aguerrida militar del ejercito Quel'dorei en tiempo de guerra, de porte serio y disciplinado, de lógica frialdad y decisiones bien pensadas, ha dejado de ser aquella chica ingenua, dulce en exceso y amable por convicción que fue durante la época de amnesia, no ha olvidado las sensaciones que su condición de amnesica le dio, ni las deudas de gratitud que contrajo durante tan caoticos años, pero entiende bien que ya no es esa persona que se enorgullecía de portar un nombre humano como si de una mascota se tratase y pese al asco que le causó sentirse una herramienta de las malas o buenas intenciones humanas, entiende bien que permanecer en la cruzada es un sacrificio y un deber, las personas en el sur, aquellos pocos que quedan de su gente están en linea directa de una plaga de no muertos desatada, la cruzada es posiblemente la última barrera entre los muertos y gente en Quel`danil, su esfuerzo puede contribuir a mantenerlos a salvo, no les guarda amor ni gratitud alguna a la cruzada, pero si deber, para con su pueblo y su honor así lo demanda, por eso se mantiene en el frente de guerra, allí donde la guerra es mas cruel y encarnizada, empoderada por su propio código y alentada por mantener a su pueblo a salvo.

     

  • Historia

    Mis recuerdos son escasos y parecen difuminarse cada vez mas en lugar de regresar, mis ancestros, mi familia, mi hogar, lo que se supone que debe ser perdurable, lo importante e irremplazable ha sido todo relegado a un recoveco insondable de mi memoria, a veces, menos veces de las que me gustaría admitir logro darle un poco de claridad a mis recuerdos, mi propio nombre que parecía perdido, ha llegado a mi cuando menos lo esperaba, habían sido varios años, muchos ciclos  y demasiados días desde que comenzara a vivir en tierras humanas y hasta este momento siento que recién comienzo a adaptarme al acelerado modo de vida de la raza humana, pero sabía que yo no era como ellos, mi apariencia, mi naturaleza, incluso el modo en el que me trataban, todo en mi era similar pero muy distinto a la vez, era una elfa del norte, de Quel’Thalas, Raegard me lo explicó todo, de cuando me encontró herida y casi muerta en un costado del lago del bosque negro, cuando todavía la naturaleza estaba viva y verde.

     

    El viejo paladín me cuenta que cuando me encontró estaba apenas viva, solo llevaba una cota de malla rota y un escudo ajustado al brazo, se acercó a buscar algo que pudiera usar para comer o para protegerse, no vio esperanza en mi y pretendió usar el escudo para protegerse y no puedo culparlo, la situación era desesperada, aun así, algo lo hizo detenerse, pese a mi lamentable estado tenía que tener una esperanza, la bondad de la luz lo espetaba a intentarlo, a salvarme la vida con todo lo que tuviera y así lo hizo, el azote arrasó con mi pueblo, se llevó toda mi vida, incluso mi memoria para recordar la tierra que nunca recuperaré, pero la luz me dio una nueva vida.

     

    Raegard usó la luz para cerrar las peores heridas y trató como pudo las mas pequeñas, cociendo algunos cortes con hilillos finos hechos de intestinos de oveja y desinfectándolas luego con whiskey viejo de Andorhal, al principio pensó que no lo lograría, me confesó que en muchas ocasiones dudo de si debía darse por vencido, le agradezco que no lo hiciera, me transportó hacia las montañas para resguardarme, al final encontró una torre aparentemente abandonada por la alianza pero había algo de comida y provisiones aun en buen estado,  sangre por doquiera pero ningún cadáver, nos refugiamos allí, mas bien él me refugió en la torre, yo recién recuperé por completo el conocimiento un día mas tarde tras ser capaz de beber algo y comer.

     

    Aún recuerdo mi sensación aquel día, sentía dolor, pero era un extraño dolor, ignoraba el miedo que pudiera sentir, de hecho, ignoraba todo, el viejo paladín me hablaba pero yo no le entendía, no entendía nada, ni las formas, ni los colores, ni siquiera reconocía el propio dolor que me acongojaba como si estuviese en un cuerpo ajeno al mío, es una sensación difícil de explicar, basta decir que a veces las personas damos por sentado las cosas hasta que dejamos de verlas, como la punta de tu nariz, subconscientemente la ignoras pero cuando reparas en ella, te das cuenta de que está allí, de que siempre estuvo allí frente a tus ojos, es la misma forma en que yo misma me sentí, me dolían lugares que ni siquiera estaba consciente de que tuviera dentro de mi, podía ver mis manos, mi nariz, mover mis pies y aun así sentía que no me pertenecían, completamente ajenos a mí. Mejoré poco a poco, mas lento de lo deseado, mucho mejor de lo esperado, el solo hecho de que estuviera viva parecía casi un milagro, las palabras dejaron de sonar extrañas con los días, podía entenderlas, pero había olvidado como pronunciarlas, como si hubiese pasado una vida sin pronunciar ninguna, el idioma ajeno al materno hacía todavía más difícil asimilarlo.

     

    Agotamos la mayoría de los suministros que teníamos y yo misma podía caminar con mis propias fuerzas por lo que Raegard decidió que era momento de aventurarnos al sur, tratar de huir de la plaga que el príncipe maldito había desatado en todo Lordaeron, en ese momento no lo sabía pero marchaba en dirección completamente contraria a la nación que probablemente llamé hogar alguna vez, el golpe en mi cabeza había hecho mella en mis palabras y recuerdos pero por alguna razón sentía nostalgia, ardía en mi pecho como un mal presentimiento, pese a todo, continúe, aferrándome al viejo paladín como si de un padre se tratara y de alguna manera, incluso hoy en día, es la única figura paternal que tengo, me han dicho que probablemente tenga muchos mas años que los que Raegard pueda tener y lo he notado con los años, en su sonrisa cansada, en sus pasos suavizados, en aquellas pequeñas acciones que se han tornado torpes y que antes hacía sin siquiera ver, también lo he visto en la blancura nívea que se ha ido extendiendo por sus cabellos y me doy cuenta de que lo perderé en algún momento, ya sea por la espada o la lenta acción del tiempo, aquel hombre que me trataba como si fuese una mas de los suyos, mas que eso, solo nos teníamos el uno al otro como un padre y una hija.
     

    Luego de unas semanas de sobrevivir a las infestadas tierras que en otra época fuera Lordaeron, nos unimos a un grupo de sobrevivientes y emprendimos una nueva ruta hasta el reino de Stromgarden, todos estaban afligidos y apesadumbrados pero solo yo sentía el punzante dolor en mi pecho y aquella intensa sed que amenazaba con enloquecerme en cada momento, encontrando solo amparo en la luz, que me cubría con su bondad y tranquilizaba mis sentidos; solo hasta años mas tarde me enteré de que la razón de aquel dolor era la fuente del sol, corrompida por el azote, allí tan en el norte del continente como se podía ir, la fuente brindaba energía a toda mi raza y tras corromperla es como si nos cortaran una parte vital en nuestras vidas.


    En la ciudad portuaria de Strom nos quedamos en la casa de uno de los familiares de Raegard, una mujer llamada Magda que era también su hermana, algo mas gruñona y seria que el propio Raegard, con mirada áspera que indicaba visiblemente que yo no era de agrado para ella, pese a ello, al final me deja quedarme en su casa, quizás por las virtudes de la luz o por interferencia de paladín, suficiente para recuperar algunas de mis memorias, mis recuerdos sobre los idiomas, algunos sobre mi vida, como mi propio nombre, Thassiara, pues hasta ese momento, Raegard me había llamado como a su abuela, Ann’Marie.


    Casi un año mas tarde nos unimos a la cruzada escarlata, Raegard al haber sido un veterano de la mano de plata es nombrado paladín de la cruzada y enviado a mano de Tyr para ponerse en labores, yo por mi parte, fui enviada a la iglesia para instruir mi espíritu en los caminos de la sagrada luz y mi cuerpo con la disciplina de la orden, para hacerme fuerte en combate y útil a la causa de mi querido paladín y de nuestras razas, curiosamente, comprobé que si bien mi memoria estaba fragmentada, mi cuerpo parecía recordar, mostrando una gran facilidad para aprender las artes del combate que se me enseñaban y una resistencia física por encima de lo normal lo cual me hace preguntarme que clase de persona fui en aquellos años que me fueron robados, pero tengo la esperanza de recuperarlos algún día, quizás, cuando pueda finalmente volver a las tierras que me fueron arrebatadas, a mi verdadero hogar.

    Los últimos cuatro años.

    La guerra de Scholomance fue cruel, tanto como lo puede ser cualquier guerra, pero aún peor, los muertos nunca han tenido piedad, en el mejor de los casos nos ven como alimento y es probablemente el único sentimiento que podríamos despertar en aquellos monstruos, en ese momento me desbordaba la sensación de incertidumbre, de pesar, de desdicha; muchas buenas almas se habían perdido batalla tras batalla y mi frágil psique en ese momento se desplomaba como un castillo de naipes, incluso dudé de que mi lugar fuera allí, no estaba preparada para ello, necesitaba un respiro, recordar quien fui, mis hermanos en Quel'danil me pidieron marchar al poblado, alejarme de las guerras humanas y descansar en compañía de los míos, tan perdida estaba en aquella época que dudaba de que alguien en el mundo fuera realmente de los míos, no era elfa, ni era humana, no sabía lo que era, pero sabía perfectamente lo que no era, no era una persona completa, no sólo me faltaba mi memoria, me hacia falta mi voluntad de seguir viviendo.

     

    Quel'danil era un lugar tranquilo, pacifico como ningún otro al que recordara haber ido, de verdes parajes y cristalinos lagos como espejos, de gente amable, de personas que me trataban como... gente, era una extraña sensación a la que no estaba acostumbrada, desconcertante, pero no por ello desagradable, aquella sensación cálida me llenaba de emoción, entre los caminos empedrados, los campos de jardines y los cielos al fin azules comencé a redescubrir los recuerdos mas ocultos de mi cabeza, a reencontrarme, pero sólo fue hasta que viaje a Quel'danas para hacer mi peregrinaje que pude aprender a recordar, allí me conocían también, claro, el prometido que tuve en otra vida, la familia que dejé atrás tras que se me diera por muerta durante la tercera guerra, ellos habían seguido su camino y sus ojos esmeralda sólo eran el primer indicio de nuestras diferencias, me invitaron a regresar a la tierra del sol, de belore, pero no había luz allí, habían vendido ya sus destinos a figuras oscuras, a cristales demoniacos y a ejércitos fantasmales renegados, La Tassihara que ellos habían conocido había muerto durante la tercera guerra, lo entendí en ese momento.

    Cuando regresé a Quel'danil  me invadió un terrible sentimiento de vacío, había pisado mi tierra, la tierra de mis padres y de mis ancestros por última vez y lloré, lloré desconsolada como nunca lo había hecho siendo yo misma, tan frágil como Ann'Marie pero tan yo como Tassihara, me prometí aquellas serían las últimas lagrimas, ya como Ann había llorado demasiado. Con los días terminé por recordar todos mis recuerdos, quien fui, pero también quien soy ahora estaban al fin en consonancia, tras evaluar mis posibilidades llegué al fin a la conclusión mas lógica, la mas terrible, pero la única que podría tomar sin sentirme una traidora de mis propios principios, lo que la gente en Quel'danil, ni en Quel'thalas entendían era que la cruzada, el alba y la mano de plata era lo único que mantenía al margen a aquellos monstruos, sin un líder de facto quizás, pero igualmente mortales, si fallábamos en nuestra lucha, toda la vida en Azeroth peligraría tarde o temprano, no era un escenario esperanzador, pero  tampoco era irreal, lo sé bien, lo sabe cualquiera que haya estado tanto tiempo en las tierras malditas como yo.


    Retorné al norte para formar parte de la cruzada nuevamente, esta vez completa, por elección propia y con una misión en la cabeza, por amor a mi gente, lo cierto es quizás, en las tierras malditas encontraré mi muerte, pero lucharé sin dudarlo aunque así sea.

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