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Ilfsig y Boki - Clériga de Tyr

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ILFƧIG DΛMGΛΛЯD PIKӨƬӨЯMΣПƬΛ

 

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  • Nombre: Ilfsig Damgaard del Clan PicoTormenta
  • Raza: Enana de las Montañas
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 47 años
  • Altura: 1,40 M
  • Peso: 76 Kg
  • Lugar de nacimiento: Dun Baldar , Montañas de Alterac
  • Ocupación: Iniciada del Alba Argenta y Clériga de Tyr

 

  • Índice
    • Eventos Masteados
    • Eventos Asistidos
  • Mísivas

 

Descripción física

Ilfsig es una enana de musculatura ancha, que oculta bajo pesadas pieles, capas, armaduras, y ropas de viaje. Su rostro es maduro, mostrando una joven adultez enánica que rodea unos ojos que danzan entre el verde y el marrón, según reflecte la Luz del Sol. Su pelo, es una larga melena de un intenso color rubio, normalmente recogido o trenzado, sedoso y suave, que cierra una apariencia que puede recordar a una playa o campo de trigo listo para ser cosechado.

Su piel presenta un saludable color tostado, no demasiado habitual entre los enanos, nisiquiera entre los Pico Tormenta de las montañas nevadas de Alterac, y sus labios, gruesos, le dan una apariencia amable, de fácil sonrisa que acompaña unos hombros anchos de manos de fuertes dedos, acostumbrados al trabajo.

 

Descripción psicológica

Firme, leal, fiera. Como toda enana, Ilfsig tiene ciertas características que hacen de si un ejemplar estándar de su raza. No esperes de ella que se salga del marco de lo que uno puede esperar de un enano. Y sin embargo, un brillo especial luce tras sus pupilas, y no precisamente por las artes que maneja.

Desde joven, esta enana se ha mostrado especialmente devota, algo que entre los suyos no abunda demasiado, tan preocupados por el honor familiar y la prosperidad del clan. No es que a la joven rubia no sienta la conexión con su pueblo, pero desde jóven es que ha sentido un llamado superior. Una necesidad de algo más. Una conexión espiritual notable.

Por ello siguió la senda de la Luz, y después, la de los Titanes. Y en los caminos, encontró su propósito.

 

 

BӨKI

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  • Nombre: Boki ("Minero" en enánico)
  • Raza: Oso Negro
  • Sexo: Macho
  • Edad: Aproximadamente un mes
  • Altura: Chiquito
  • Peso: Panzón
  • Lugar de nacimiento: Montañas de Alterac
  • Ocupación: Neófito Honorifico del Alba Argenta

 

Descripción física

Unos grandes ojos negros acompañan un hocico de pelaje claro y una mirada curiosa. Sus orejas, desproporcionadamente grandes se mueven siempre atentas y curiosas de todo lo que les rodea. 

Sus zarpas son enormes, lo que augura el tamaño que alcanzará este cachorro de adulto, y su cola, pequeña, redondea y mullida, se agita de manera enérgica siempre que huele algo que le llama la atención. Y todo le llama la atención a este pequeño cachorro de oso.

Pero qué puede hacer, si el mundo le hizo así.

 

Descripción psicológica

Valiente. Laborioso. Boki nunca se cansa ni se rinde, lo que enorgullece sin límite a su madre. Rara vez se amedrenta ante nada, ni contra los ratones de los almacenes de la orden, ni frente a un gorrión atrevido que intenta picotear su comida. Eso sí, a veces cuando llueve y caen truenos, corre a cubrirse bajo los mantos de su compañera y amiga enana. Pero no es porque tenga miedo, si no porque busca protegerla a ella.

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Historia

 

Las pesadas botas de la joven enana crujían sobre la nieve. ¡Otro camino cerrado! ¿Cuantos llevaban ya esta semana? ¿Cinco? Los pasos montañosos eran indispensables para el clan. Conectaban los puestos avanzados, las aldeas de montaña, tanto enanas como las humanas. Muchos eran secretos, encontrados por los montaraces del Dun, y otros eran más amplios, abiertos con pico, trabajo y sudor enano, para que las grandes caravanas con carromatos de gruesa madera, llenos de suministros, comida y minerales de los complejos mineros, llegasen a la ciudad.

Los Pico Tormenta eran poderosos sí, y orgullosos también, y en su orgullo no veían muchas veces los problemas que tenían delante. ¡Como iban los Pico Tormenta a admitir que los bandidos trols eran poco más que una mera molestia! ¿Los Ogros? Pf. Salvajes y cavernicolas acambados en las fronteras. 

Solo los Orcos se merecían la verdadera atención del Clan, y por causa de fuerza mayor: Los Lobo Gélido eran enemigos terribles, y habían derrotado a los estoicos Jinetes de Osos de Alterac en numerosas ocasiones. Los grandes osos negros y grises que montaban los enanos encontraron un digno rival en los lobos huargo de los Lobo Gélido, que llegaban a crecer hasta ser incluso más grandes, más fieros, e igual de leales para con sus dueños si no incluso más.

 

Pero todas esas políticas importaban poco a Ilfsig. Ella nisiquiera estaba cerca de las tierras de su clan. No, estaba lejos, ayudando a unos humanos a reconquistar un reino perdido. Ciertamente, esos motivos le daban un poco igual, pero como Iniciada del Alba Argenta, su Templario confiaba en ella, como nativa del lugar, para explorar pasos montañosos que pudiesen ayudar a su misión y empresa en el lugar. La joven rubia nunca había sido montaraz, y tampoco era experta en guiarse en la superficie, pero algo sabia, más que la mayoría de sus compañeros. 

Ese día el sol brillaba alto y por ello la nieve estaba especialmente dura y resbaladiza, entremezclada con la tierra, hacía una superficie traicionera. En otras ocasiones, estaría más cómoda, pero le había parecido ver huellas de trol en la nieve, y no lo suficientemente viejas como para estar tranquila con que no fuese a ser emboscada.

Era una enana, no tenía miedo a los Trol, y menos mientras tuviese la bendición de la Luz de su lado. Pero tampoco era una veterana guererra, y por estoica que fuese, los trols de las nieves alzaban casi el doble que un humano, y podían lanzar a un enano volando de una patada. Si tenían una oportunidad era por su equipo superior, y sus tácticas de batalla coordinadas.

Y ella ahí, sola en la montaña, no contaba ni con lo uno ni con lo otro, solo su vieja y fiel hacha, regalada por su abuela cuando declaró su deseo de marchar a recorrer el mundo y exponerse a los desafíos del exterior. Esto había sido promulgado por una crisis de fé. O más bien, de redescubrimiento. 

Los Pico Tormenta habían sido fieles seguidores de la Luz Sagrada desde su conversión, pero en las últimas décadas, el conocido como Culto Titánico, o de los Titanes, había ganado tanta fuerza que hasta se rumoreaba la propia familia del Thane ya lo seguía. Fuese eso cierto o no, lo cierto es que los Damgaard si lo habían hecho. La mayoría lo aceptaron sin problema alguno: La idea de una creación de origen divino, de estos entes superiores ordenadores del cosmos, incluso aunque lo que se supiese de ellos no fuese más que la superficie de algo mucho mayor, daba a los enanos lo que siempre habían buscado: Una conexión con un pasado que desconocían.

Aunque ninguno lo dijese, para muchos enanos su falta de historia era una vergüenza que llevaban en silencio. Donde los humanos tenían leyendas y miles de años tras ellos, y hasta los elfos, que aunque rara vez lo compartiesen, conocían su historia al pasado durante miles y miles de años, los enanos simplemente... aparecieron. Se adaptaron al mundo como si siempre lo hubiesen caminado, pero no era así. 

Parecían vetustos, pero en realidad, eran la raza más joven de los Reinos del Este, al menos, de entre sus aliados.

Ilfsig había tardado años en encontrar la paz entre sus creencias en la Luz Sagrada y en los Titanes. Cierto es que las virtudes de la Luz habían sido asimiladas por el Culto... pero no era fácil pasar de creer en la Omnipresencia de algo para... aceptar que era parte de algo más. Que tu origen no era el que siempre habías creído. Aunque los Titanes eran supuestamente seres divinos, y blandían la Luz con maestría, así como la magia. 

¡Bah! Ese tren de pensamientos no le llevaría a ningún lado. Un giro en la cornisa y... ¿Qué era eso? Una sombra acechante. La enana se cubrió, el corazón en la garganta y la mano al hacha de su espalda. No la grande de hoja doble no. A la de mano, que blandió con los nudillos pálidos por la tensión.

Se aproximo antes de saltar contra su rival. ¡BAH! Pero... lo que encontró no fue lo que se esperaba. Grande, y muerta, cubierta por la nieve, una osa negra. En su lomo aun varias lanzas rotas. Y a su lado, desangrado sobre el suelo, un trol corpulento, aunque no tanto como el oso, que le triplicaba en peso. 

Una caza con horrible final. ¿Pero quién cazó a quién? Aunque parecía inerte, Ilfsig comprobó con cuidado el pulso del trol. Lo sabía. Incluso con las tripas medio fuera, y acurrucado entre la nieve, el trol seguía con vida. Bueno, ese problema tenía fácil solución.

Limpiando su hacha en un trozo de taparrabos, que tiró con disgusto a un lado, se aproximó a la cueva, que olía y se veía indudablemente como madriguera de oso. El olor rancio a hueso húmedo no fue suficiente para espantarla. Pero justo cuando se iba a ir, pues no vio nada interesante, empezó a escuchar un ruido. Un ruido de rascar, de excarvar. 

Hacha en mano, la enana se adentró en la pequeña brecha de la montaña para encontrarse a aquel que parecía intentar agrandar y profundizar el túnel cual minero enano. En el fondo lo encontró. Un pequeño cachorro , pelaje negro , tan intenso como su madre en la entrada, que rascaba con sus pequeñas patas la tierra y roca intentando meter el hocico con cobardía. Cuando la enana se aproximo a él, la observó y le gruñó. Como no. ¡Era un fiero animal salvaje!

Podría haberlo dejado ahí, y dejar que la naturaleza siguiese su curso. Pero algo se enterneció en el corazón de la enana. Descendía de un linaje de criadores y jinetes de oso, y sabía reconocer a una criatura de espíritu noble, por joven y aterrada que estuviese. 

No podía simplemente cogerlo y llevarselo. Así que hizo lo que sabía. Poniendo algo de carne de viaje entre ambos, y sentándose apartada, espero en la cueva a que le oso se sintiese cómodo como para acercársele. Hacha en el regazo, sonrió a la bola de pelo negro que se acurrucaba al fondo.

-"No te preocupes, pequeño. Si alguien se acerca, yo me ocuparé de él."

Pasarían dos días antes de que la enana descendiese al campamento base. Pero no lo hizo sola. Para alegría de su superior, que ya estaba a punto de mandar a un grupo de búsqueda y rescate, o recuperación del cuerpo.

No era muy ortodoxo, pero no puso pegas ante el nuevo compañero animal de la joven enana, que pasaría en las semanas venideras, a volverse inseparable con ella.

Cuando su oficial al mando la envió lejos, no se sorprendió, casi se alegró. No era un castigo, su relación con el Templario McKellar era buena. Pero justamente, si se había unido al Alba Argenta era para explorar, y para conocer, no para seguir en las montañas donde había pasado toda su vida.

Petate a la espalda, y con el fiel Boki a su vera, que así lo había llamado, Minero en enánico, por su afán por excarvar, la enana partió con poco más que sus indumentarias de viaje de Iniciado Argenta, lista para exponerse a lo que las sendas, la Luz, y los Titanes le lanzasen.

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