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ElCapitan

Gonhirrim Barbapétrea

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  • Nombre: Gonhirrim Barbapétrea
  • Raza: Enano
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 120
  • Fecha de Nacimiento: Septiembre. Año -91 APO. Forjaz - Dun Morogh.
  • Ocupación: Cazador de bestias

 

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Tuerto de un ojo. De rasgos duros y maltratados por los años. Tiene una incipiente calva repleta de quemaduras y tatuajes rúnicos. De sus gruesas y peludas orejas penden unos aros de acero que no se quita nunca. Tiene una nariz ancha y prominente, fracturada desde hace años. Los surcos en su frente y las bolsas bajo los ojos demuestran que es un enano de más de una centuria.

Posee una larga y ensortijada barba que le llega hasta la cintura, normalmente recogida en trenzas y adornada con argollas de plata. De anchas espaldas y brazos como troncos. Y una barriga cervecera muy a tener en cuenta. Bajo todo ese amasijo de metales que acostumbra a llevar como armadura, su piel es un tapiz de cicatrices que se ha ido agenciando aquí y allá. Adherido al cinto lleva su cuerno de guerra y su aljaba de virotes.Una rudimentaria ballesta a la espalda, y un martillo siempre a mano.

 

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Su semblante adusto y arrugado dejan muy poco espacio a las bromas fáciles. Pese a ser un enano amigo de sus tradiciones y los buenos festines, cuando va sobrio le gustan las cosas claras. Es testarudo, y muy poco dado a mostrar síntomas de debilidad o cobardía. De hecho, aborrece a los trepas y a los pusilánimes. Pero admira y respeta a todos aquellos que sepan demostrar sus habilidades.

No es sencillo ganarse su plena confianza, pero cataloga la amistad como uno de los pilares fundamentales en la vida. Por lo que no dudaría en sacrificar su propia vida por sus amigos.

Puede ofenderse con nimiedades; desde el rechazo de una cerveza, hasta un sutil comentario sobre su calva. Pero sin lugar a dudas, lo que más le duele son las traiciones y las deslealtades.

Más allá de eso, es un enano de corazón noble. Dispuesto a ofrecer ayuda al débil.

 

 

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Octubre. Año 22 DPO. Campamento del Marjal - Marjal Revolcafango

 
 

- ¡Seis meses! - Vociferó el enano. Con un anca de rana humeante en la mano. - ¡Seis meses en este pantano y todavía no hemos encontrado nada!

 

- Parece mentira, Hygdur - Contestó un segundo. - ¿No has leído nunca sobre los raptores del Marjal? Son tímidos.

 

- Mis cojones sí que son tímidos. - Hygdur le dió un soberano bocado al muslo. Estaba ardiendo, pero le daba igual. Había comido muy poco los últimos cuatro días. - Lo único que hemos visto hasta ahora son cocotriliscos y mosquitos ¡Muchos mosquitos!

 

Era cierto. Hacía seis meses que habían aceptado ese contrato. Un reconocido comerciante de las ciudades del este había recurrido a los cazadores para esta misión. Había oído hablar de ellos. Ni siquiera sabía si eran buenos en su trabajo, pero muy pocos dedicaban sus vidas a la caza de esa clase de criaturas.

En total eran siete; Hygdur, Hrüin, Kastor, Ofulg, Gonhirrim y los gemelos Gunter y Bunter. Aunque cuando formaron el grupo llegaron a ser hasta diez. Los otros tres habían perecido por el camino. En diferentes lugares y circunstancias.

 

En los seis meses que llevaban en esa ciénaga habían comido mal y dormido peor. Estaban acostumbrados a esa vida, pero las tripas de un enano al final añoran los grandes banquetes de sus salones. Seis meses en una tierra hostil, repleta de innumerables criaturas y exóticas plantas. El único que se había empapado de toda la información de la zona era Hygdur, y era el más vago.

Nunca se quedaban en una zona. Cuando el sol estaba bajo empezaban a desplegar el campamento improvisado en zona segura, y cuando despuntaba el alba recogían los bártulos y hacían otra jornada a pie. Los carneros los dejaron en Theramore. Habrían durado muy poco entre tanta humedad, a decir verdad.

Los cocodriliscos eran el mayor de los problemas. Por las noches era muy difícil distinguirlos, y era cuando más solían atacar. Por suerte hacían guardias de tres en tres, y hasta ahora habían conseguido salvar el pellejo sin más problemas que simples arañazos y cortes. Los mosquitos también eran un problema. Del primero al último, todos tenían la piel irritada e hinchada. Más que de costumbre. Trataban de persuadir a los insectos con barro, pero ninguno se arriesgó a usar plantas medicinales. Probablemente habría sido peor el remedio que la enfermedad. Más allá de eso, no habían tenido ningún problema. Gunter aseguraba todas las noches que un espíritu maligno les seguía los pasos desde que salieron de Theramore, pero todos conocían a Gunter y a sus tonterías, y no le hacían demasiado caso.

Su objetivo era el raptor del Marjal. Una criatura que sólo habitaba en esas tierras. El comerciante quería sus escamas para la Luz sabe qué. Probablemente para comerciar con ellas. Los enanos se habían enfrentado a esas criaturas más de una vez. Guardaban recuerdos muy duros, pero era a lo que se dedicaban.Y les gustaba su trabajo.

Sabían que acostumbraban a ir en grupos de seis o siete. Nunca iban solos. Que tenían buen olfato, y que eran mucho más rápidos que los carneros de Kharanos.

 

Realmente creían que la búsqueda no se iba a hacer tan tediosa. Hasta ahora, lo único que habían conseguido era un vago rastro emborronado por los temporales. Si no encontraban rápido a los raptores, no tendrían más remedio que volver con las manos vacías. Y con otra gloriosa batalla menos que contar.

 

Estaban terminando de comer. Se habían permitido el lujo de encender una hoguera y cocinar las ranas que con tanto esfuerzo habían conseguido cazar. Estaban hartos de comer cecina seca y pan duro. Además, se estaban quedando sin provisiones.

Esa mañana se habían retrasado más de lo habitual. El campamento seguía igual que la noche anterior. Los gemelos estaban roncando y babeando todavía, pero el resto se entretenía maldiciendo el viaje y degustando las ranas.

 

- Esto es una bazofia. - Gonhirrim tenía que hacer peripecias para no morderse sus propios dedos. Las ancas eran minúsculas, y sus dedos eran como morcillas. - Con esto no aguantaremos muchas más jornadas de viaje. Yo no, al menos.

 

- No hay otra cosas, Gon. - Hrüin escupió unos huesecillos por ahí. - Tampoco está tan mal.

 

- No sé cómo demonios coméis en Northeron. - Respondió Gonhirrim. - Pero desde luego esto no es comida para un enano. Estoy harto de estas miserias.

 

La discusión entre enanos no hizo más que crecerse. Y estuvieron a punto de resolver las diferencias a nudillo desnudo. Pero un macabro silencio se adueñó del campamento en mitad del fragor, cuando un agudo gruñido destrozó los tímpanos del grupo. Los gemelos se levantaron de súbito. Todos reconocieron ese peculiar sonido. Lo dejaron todo, y se apresuraron a coger todo lo que tenían a mano; hachas, martillos, ballestas… Y cerraron un círculo con la mirada puesta en las fangosas cortezas de aquel cenagal. Fue la primera vez en todo el viaje que los zumbidos de los mosquitos no molestaban a nadie. Más allá podían escuchar el chapoteo de algo acercándose muy poco a poco. Los enanos estrujaron tanto sus armas que las llagas que tenían en los dedos les ardían. Pero en ese momento no sentían ningún dolor. Pocos segundos después, cuatro esbeltas figuras emergieron de la espesura. Acechantes y precavidas. Sus escamas reflejaban sutilmente los tímidos rayos de sol que se colaban entre las copas. Los ojos eran afilados y desafiantes. Y los dientes estaban pigmentados de un amarillo mustio muy desagradable. Desde luego tenían pinta de hacer mucho daño. Igual que sus garras.

Los raptores no cesaron su marcha. Poco a poco, los enanos estaban siendo acorralados por sus cazadores, hasta que por fin Hygdur disparó la primera saeta. Que silbó el viento y acertó en una de sus patas. La criatura emitió otro sonido agudo de dolor, pero no dudó en atacar a los enanos junto al resto de raptores. Los enanos se envalentonaron y cargaron también. No había otra.

Los filos partieron extremidades, los martillos destrozaron huesos, y los virotes atravesaron cuencas. Fueron quince minutos que se hicieron eternos, pero los enanos consiguieron alzarse con la victoria. No salieron bien parados, eso sí. Hrüin había recibido una dentellada en el antebrazo bastante severa. A Hygdur le hundieron las fauces en el hombro, y a Gonhirrim habían conseguido atinarle en la cabeza. Tan cerca del ojo que perdió la vista.

 
 

Octubre. Año 29 DPO. Kharanos - Dun Morogh

 

El ambiente olía a cebada y carne asada a la miel. Era hora punta en la Cebatruenos, y estaba a reventar. El jolgorio y las risas estaban aseguradas. Igual que las historias y los chistes malos. Las jornadas más heladas estaban asomando la cabeza, y allá en el norte ya empezaba a refrescar más de lo habitual. Por lo que la mayoría de enanos buscaba el calor y la comida de la mejor posada del lugar. Allí era donde la mayor parte de soldados, cazadores y herreros se dejaban los cuartos tras la larga jornada de trabajo. Y no era para menos. Cuando los barriles se vaciaban, los enanos tenían que hacer peripecias para cruzar el umbral de lo gordos que salían.

 

Junto a la lumbre siempre ponían la mesa más grande. Y para variar, estaba llena. La componía un variopinto grupo de enanos, que desde hacía años se habían agenciado esa mesa como suya. Entre todo ellos estaba Gonhirrim. Un enano tuerto cuya fiereza se olía desde un par de millas. En la diestra sujetaba una jarra bastante grande a la que le quedaba muy poco para terminarse. Tenía el culo bien pegado a la silla. Bueno, él y todos.

Estaban contando historias. Algunas más reales que otras, pero historias al fin y al cabo.

Esa noche, Gonhirrim había preferido escuchar, y había abierto la boca muy pocas veces. Había conseguido pasar desapercibido. O todo lo desapercibido que puede llegar a ser un enano beodo. Tenía planeado marcharse cuando su sexta cerveza se acabase, pero como suele decirse, los planes nunca salen bien. Notó el silencio. Y después todas esas miradas. Algunas las conocía. Otras no tanto.

 

- ¿Vas a contarnos de una vez cómo perdiste el ojo, Gon? - Preguntó el enano que tenía enfrente. Tenía la mirada ida. Estaba más borracho que él. - ¡Venga, anímate!

 

- Esa historia ya la conocemos. - Espetó otro enano. Al otro lado de la mesa. - Y también sabemos cuál era tu oficio. Y la historia de cómo conociste a tus compañeros, y la de esa enana que se te resistió, y la de…

 

- ¿Y antes? - Interrumpió otro enano. El que parecía menos borracho. Aunque lo estaba. - ¿Que hiciste antes de todo aquello, Gon? No creo que te dedicases a cazar bestias cuando todavía no tenías barba.

 

- A mi me parieron con barba, pazguato. - Gonhirrim dió el último trago a su cerveza, y posó la jarra sobre la mesa. - Si queréis que os cuente mi vida, tendréis que hacer un bote para pagarme otra cerveza.

 
 

Quizá les interesó, o tal vez estaban tan borrachos que finalmente decidieron pagarle otra cerveza al enano. Y de paso pidieron otra ronda para todos. Cuando terminaron de acomodarse y el enano dio el primer sorbo a su jarra, empezó a relatar;

 
 

Todo se remonta a una centuria. O algo más, no sé. He perdido la cuenta. Nací en la más humilde de las condiciones. Tan humildes que las comadronas tuvieron que pensárselo para no confundirme con una cría de carnero. Sí, mi padre dedicó toda su vida a la crianza de esas criaturas. Y las suyas eran las mejores, de eso no tengo ninguna duda.

Mi madre, en cambio, siempre fue una mujer de casa. No solo ayudaba a mi venerado señor padre a la cría de carneros. También era la que extraía toda la leche de las hembras, junto a mis cinco hermanas. Luego las vendía en la ciudad, pero eso es otra historia.

No fui el único varón. Antes de mí llegaron tres. Y después de mi llegaron otros cuatro. En total éramos doce. Y digo éramos porque algunos han muerto.

 

Desde que era una rapaz mi padre intentó enseñarme todo lo que un buen enano debía saber. Era criador de carneros, pero manejaba el martillo como un soldado.

Empecé a ordeñar cabras a los ocho. Creo. Y cuando se me hincharon los brazos pocos años después tanto mi padre como mis hermanos mayores se encargaron de hacer de mí un enano de provecho. Me sometieron a un duro entrenamiento diario. Como a todos vosotros, imagino. Y en los ratos libres leía. Aunque nunca me gustó. Ni creo que me guste jamás.

Realmente estaba convencido de que mi única meta en la vida era la de seguir la estela de mi padre. Que ojo, no estoy diciendo que no fuese digna. Mi señor padre seguro que también vivió una época más ajetreada, pero terminó criando cabras. Yo en cambio me di cuenta siendo muy joven que lo que quería era ver mundo y tener historias que contar. Historias de verdad. No como las que contáis algunos de vosotros.

 

Así que cierto día, unos viejos conocidos y yo hicimos el petate y nos fuimos hasta donde los pies nos llevasen. Idiotas, inexpertos y bastante ingenuos. Los primeros años fueron duros. Todavía estábamos saliendo del cascarón, pero salíamos adelante con lo que teníamos. Que era más bien poco. Empezamos haciendo encargos fáciles para ganar dinero. Sobre todo para comerciantes y coleccionistas. Hubo un tiempo en el que fuimos realmente famosos, pero esos años ya pasaron. Yo tengo más canas, y la mayoría de mis camaradas están bajo tierra.

El caso es que poco a poco nos dimos cuenta de que aquella vida era la que realmente nos llenaba. Tuve la inmensa suerte de visitar lugares que de haberme quedado en casa no habría conocido jamás. Y con una compañía extraordinaria. Todos los enanos que partimos de aquí siempre tendrán un sitio en mi corazón. Algún día me reuniré con ellos, pero de momento no tengo ninguna prisa.

 

Fueron unos años que hasta que no esté senil no olvidaré jamás. Pero como suele decirse, todo principio tiene un final. Y nuestro final llegó ese día en el que Hygdur nos dejó definitivamente. Partimos de aquí siendo diez, pero cuando Hygdur murió quedamos solo cinco. Decidimos que nuestro tiempo había llegado, y cada uno escogió un camino distinto.

Yo regresé a la tierra que me vió nacer. Y empecé a ganarme la vida como escolta. Como todos sabéis. A día de hoy puedo presumir de haber tenido una vida llena de peligros y haber sobrevivido. Y mentiría si dijera que no añoro esos tiempos. Desgraciadamente jamás volverán. - Gonhirrim alargó una pausa. Y miró su jarra, que a lo largo de toda la historia había ido vaciando.

 

- Todavía eres joven. - Dijo uno de los enanos de la mesa. - Quizá puedas continuar con ello.

 

- No soy tan joven. -Respondió Gonhirrim. - Y me he estado oxidando en los últimos siete años. Además, jamás encontraré un grupo como aquel. A veces es mejor no forzar al destino, camarada.

 

Las horas pasaron. Aunque la taberna seguía llena, Gonhirrim se despidió de sus camaradas y salió fuera para que le diera el aire.

La cerveza y el calor de la lumbre había enrojecido sus mejillas y su nariz. La gélida brisa de Kharanos le atizó en la cara como cien cuchillos, pero ya estaba acostumbrado. Pese a tener los dedos medio entumecidos, tuvo la suficiente habilidad para prepararse la última pipa del día. Y cuando la encendió, observó las montañas entre la neblina. La melancolía se apoderó de él, cuando de pronto escuchó una voz extrañamente conocida;

 

- Sabía que te encontraría aquí. - Dijo la voz. Con una voz rasgada y grave.

 

 Gonhirrim giró la cabeza. Y pese a los años que habían pasado, reconoció a aquella sabandija. - ¿Hrüin?

 

- ¿Cómo has engordado tanto en los últimos años? - Hrüin dibujó una sonrisa bajo el bigote. Y abrió los brazos. - Ven aquí, mangurrián.

 

 

Los dos enanos se fundieron en un basto abrazo. Habían pasado siete años desde la última vez, pero Hrüin seguía llevando esas extrañas pieles y esos extraños collares llenos de plumas.

 

- Por las barbas del creador. - Dijo Gonhirrim, palmeándole el hombro y con una sonrisa tan ancha como su espalda. - ¿Qué diantres haces aquí?

 

- Invítame a una cerveza y a un buen asado y te lo contaré todo.

 

Ambos enanos volvieron dentro, entre carcajadas. Solo con verlo, a Gonhirrim se le había encendido una chispa de esperanza. Quizá sus amigos tuvieran razón. Quizá sus días como cazador de bestias no habían llegado a su fin.

 

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