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Helades

Erik Drummond

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Nombre: Erik Drummond

Raza: Humano

Sexo: Hombre

Edad: 29

Altura: 1,84 m

Peso: 78 kg

 

Lugar de nacimiento: Valle de Alterac

Padre: Wilhelm Drummond

Madre: Karla Drummond

 

Ocupación: Mercenario
 

 

 

 

DESCRIPCIÓN FÍSICA

Erik es un hombre alto y robusto. Tiene el pelo largo recogido en múltiples trenzas y moños, de color negro obsidiana y con trazos tintados de blanco. Posee también una barba con tramos blancos como el pelo. Sus ojos son azules y en ellos se refleja cierta chispa de determinación y optimismo. Finalmente, posee de manera visible dos cicatrices en el rostro, una cruzando sus labios y pasando por su mejilla izquierda, y la otra cruzando su nariz.

 

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Erik es un hombre acostumbrado a las circunstancias difíciles, pero todo lo toma con una pizca de humor negro y algo de optimismo, que acaba tornando en una férrea determinación forjada a base de vivencias. No es un hombre que se eche para atrás fácilmente, pero cuando decide recular suele tener más de una razón de peso para ello. Algunos dicen que Erik tiene un carisma que le vuelve alguien de fiar y con el que se puede tomar una jarra más sin cansarse de hablar con él.

 

HISTORIA

Cita

Erik se crió en las montañas de Alterac bajo el cuidado de sus padres, una maga de Dalaran que se fugó lejos de su familia y un cazador que sobrevivía como podía en una muy pequeña comunidad escondida en las montañas de Alterac. La fuga de una dio lugar lugar al encuentro de ambos, y de ahí surgió Erik, hijo de Karla y Wilhelm Drummond. Alterac es un entorno duro donde criarse y donde pronto uno aprende qué es ganarse la vida con sudor y sangre, ya sea buscando bayas, cortando leña ante el embate de las no pocas ventiscas de la zona o moviéndose con sigilo para evitar llamar la atención de los muchos peligros circundantes.. Entre la resiliencia y la constancia de su padre Wilhelm, y el saber y la diligencia de su madre Karla, fue forjada una persona luchadora y humilde con ansias de grandeza, por irónico que suene. En el hogar no faltaba cariño ni desafíos, mas Erik se preguntaba que más había ahí fuera, y esos sueños acabarían por ser respondidos bastante rápido.

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A esa aldea, alejada de la mano de cualquier noble con algo de cabeza, acudía al menos una vez al año un viejo enano llamado Gefruc que buscaba cobijo en la zona mientras que andaba de caza por Alterac. El veterano enano trabajaba, según él, como cazador, y si bien estaba en lo cierto, el negocio comprendía cualquier tipo de pieza viva o muerta, ya sean bestias, orcos u otras personas. Las historias de cómo combatía codo con codo con otros cazarrecompensas o mercenarios, las canciones de los bardos en las tabernas y las descripciones de lugares inimaginables acabaron por embelesar el joven Erik, que cuando cumplió los 16 años decidió marchar junto al enano con el beneplácito de sus padres. Y es que fue con Gefruc con quien aprendió el oficio de cazarrecompensas. Fueron viajes y viajes en los que pasaron los años y Erik, más o menos, le pilló el truco. Por suerte, la poca magia que logro aprender con su madre resultó ser perfecta para venderse como un espadachín más resultón. Tras unos pocos años, Gefruc indicó a Erik que era su momento de marcharse y, sin más, se marchó tras regalar una espada nueva al humano, un arma que hoy en día todavía atesora. Antes de que siguieran caminos diferentes, el enano prometió que volverían a encontrarse. sobre todo si Erik volvía a su hogar durante el verano. Tras la partida del maese enano, Erik se unió a un grupo de mercenarios y trabajó con ellos por uno tiempo. Luego les dejaba tras darles suerte y se unía a otro para hacer otro trabajo. Y otro, y otro… Y así pasaban los años, obteniendo experiencia, ganándose más amigos que enemigos y conociendo mundo. Mas durante un último trabajo junto a la última banda de mercenarios que se unió, algo trágico aconteció.

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Se suponía que era un trabajo fácil, entrar en un monasterio abandonado en el que solamente habitaban bestias comunes, conseguir una gema mágica y salir. No parecía gran cosa, aunque la suma de dinero adelantada y la que luego cobrarían les levantaron sospechas. Resulta que no es oro todo lo que reluce, y si bien habían bestias comunes como arañas de un tamaño considerable, también había gente… y las aberraciones en las que se habían convertido algunos de ellos. Mal día en el que la compañía había accedido a esa, que se convertiría en su tumba. Algunos de ellos fueron capturados, otros asesinados en el acto. Parecía que querían a algunos de ellos con vida para algún tipo de ritual. Ese fue el error que cometieron los viles bellacos. Erik junto con sus compañeros presos forzaron sus jaulas y cargaron en una gesta desesperada por escapar. Durante la huida, Erik vio la gema y todavía recuerda a día de hoy el resplandor rosado que emitía. La gema se encontraba incrustada en la cabeza de uno de los cultistas. Ese individuo, con solo un gesto de su mano partió por la mitad a la mitad de sus camaradas. No pasó ni un instante hasta que los mercenarios se dieron cuenta de que no podían lidiar con esto y salieron corriendo como alma que lleva un diablillo del abisal. Erik corrió, gimiendo, sudando y temblando… hasta que quedó inconsciente por la fatiga.

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Erik despertó siendo agitado por uno de sus compañeros, Markus, que se encontraba al lado de una camarada de armas llamada Julia que también había tenido la suerte de sobrevivir. Los tres retornaron al lugar donde les dieron el encargo, más nunca encontraron al individuo que se lo dio. Enfadados y a su vez asustados, asumieron que pudo haber sido un cultista quien les dio el encargo, por lo que decidieron viajar cada uno por su lado por si les seguían el rastro. Muchas jornadas de viaje hizo Erik ahogando la experiencia en bebida y compañía hasta que decidió retomar su trabajo. No volvió a encontrarse con Julia ni Markus y, sobre todo, a día de hoy nunca ha olvidado al hombre de la gema en la frente. Nunca.

 

 

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