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Psique

Gabrielle O'connor, virtud de los Antiguos Reyes

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  • Nombre del Personaje
    Gabrielle O'connor
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    45
  • Altura
    1.87
  • Peso
    75
  • Lugar de Nacimiento
    Lordaeron
  • Ocupación
    Cruzada Escarlata
  • Descripción

    De adusta mirada y trato reverente, Gabrielle es una mujer severa portadora de rectitud y justicia. Una figura difuminada, olvidada en el clamor de la batalla, pues virtud suya nunca fue el renombre. De cabellos de oro como los ángeles de la imagineria eclesiastica, ojos azules de tempestuoso océano. Una mácula mancha su rostro, en su mejilla diestra donde un profundo corte le dejó hendidura y cicatriz.

  • Ficha Rápida
    No (600 palabras mínimo)

 

 

 

 

Editado por Psique
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Historia

 

Spoiler

La corrupción se extiende a través de la tierra, volviendo infértiles los campos y cobrándose las vidas de quienes permanecen para defenderlos. No hay restos, ni cadáveres que añorar. Todo se vuelve cenizas en las4xecmAj.pngmanos. Las cuentas del rosario repicaban entre sus dedos con inquietud, pues resultaba ardua la tarea de rezar entre la marea de ruido de un ejército a punto de partir hacia la batalla. Aun entonces, su corazón latía con miedo y sus manos flaqueaban de debilidad ante el peso de una espada. Y aún así, su fervor no le permitía otra cosa que armarse con todo el valor que podía encontrar en su ser, e intentarlo. Ella no era una guerrera, ni tampoco un sacerdote. Era una niña arrancada de los brazos de su hogar para pelear en una guerra injusta y desesperada. Una guerra atroz contra lo que no tenía cabida en este mundo. Y aun sin tratarse de la típica imagen de caballero justiciero, ella luchó por su mundo. Porque, aun que no quisiera, aun que se rindiera, ya no había hogar al que volver. Los rostros de su familia, claros como una mañana despejada habían ido mermando y cediendo con cada atrocidad que veía. A veces, cuando pensaba en su hermano jugando en el jardín trasero de su hacienda, su rostro se derretía y cedía ante el peso de la podredumbre.

Aquellos meses fueron duros e inmisericordes con ella pero la idea de sentirse desdichada era algo inconcebible. Estaba segura de que si estaba allí, si así debía ser su vida, que así fuera, pues no había más que virtud en la determinación de sentirse a prueba por designio divino. En cada herida, en cada batalla, ella la sentía refulgir en su interior. Y obró en consecuencia. Su cuerpo se hizo fuerte, y su fe creció más allá del límite que marcaba su cuerpo. Se encontró abanderando una causa, una poderosa llama por la que estaría dispuesta a dar la vida.

 

Cuando todo había terminado y no quedó más que la quietud de las ruinas de lo que antes fue un glorioso reino, volvió a su hogar sintiendo un enorme sentimiento de realización. Pero al volver a ver aquellos rostros sonrientes incluso ante la peor de las situaciones, entendió que no había vuelto a su hogar, si no a su pasado. Un pasado donde no quería volver, cXxSpVR.pngpues no era su camino. Y entonces tiró de las riendas, volteando su caballo, alejándose ante las miradas desconcertadas de sus más allegados. Estaba segura de que el mundo no había sido salvado todavía, de que aún el hedor de lo retorcido y lo herético seguía suspendido en el aire. No podía volver a ser quien era, pues al igual que el mundo, ella se había transformado, y aquello era ahora su vida.

Las altas murallas y majestuosas torres del santuario de Tyr le daban la bienvenida. Las banderas de la Llama Carmesí se mecían suavemente en el aire infesto, y aún así, a pesar de todo, el hogar irradiaba un aura sacra que aplacaba el temor en todos los corazones. Afianzó su carga en la espalda y ascendió por la cuesta, sintiendo la brisa marina a sus espaldas.

Allí fue donde se preparó a conciencia. Tomó su espada y aprendí a blandirla con precisión y contundencia, hasta que sus manos pudieron sostenerla con fuerza con la seguridad de no volver a fallar un sólo golpe.

También entrenó su fe con tantos otros novicios que deseaban dedicar su vida a los designios de la Luz. Hubo quienes cedieron en su empeño, y hubo quienes destacaron. Ella adoptó rápidamente sus costumbres y rutinas hasta cometerlas con perfección y puntualidad.

Hasta que llegó la hora de partir.

La expedición hacia el interior prometía ser extenuante. Alertados por la presencia de una horda perdida de no-muertos entre los bosques, se adentraron como patrulla de reconocimiento. Ella y cinco más, un grupo pequeño que avanzaba con cautela entre los tocones pustulantes y la tierra putrefacta con el fin de advertir el número, la posición y, de ser posible, su procedencia. Alzó la mirada encarando el norte, donde las nubes se arremolinaban. Stratholme yace ahí, pensó al ver muy desde lejos las altas torres de la ciudad masacrada acuchillando las densas nubes. Despertó de su ensimismamiento cuando se encontraban delante de un camino entre dos altas lomas a cada lado. Alertada, miró al líder de la comitiva confusa. Aquel lugar era perfecto para sufrir una emboscada, sumada a la densa niebla que se arremolinaba resultaban una presa fácil. Quiso inquirir sobre ello, pero entonces ya fue tarde y todo ocurrió muy deprisa. Los estaban esperando.

Las espadas danzaban sajando la débil carne de las aberraciones que arremetían contra ellos. Ninguno dudó en desenfundar las armas, algunos ya con experiencia en batalla contra esos seres, otros, no tanto. Y por fácil que resultase derrotar a un enemigo, su número era significativamente inferior. Uno por uno fueron cayendo hasta que sólo quedó ella en pie. No todos estaban muertos, algunos peleaban por volver a alzarse y luchar. Quería ayudarles, protegerles. Alzó su espada apoyando el pesado filo en su antebrazo, contemplando como poco a poco, las distancias se estrechaban. No quedaban muchos de aquella horda, y no fue ella quien les dio muerte a todos como una heroína. Tan solo fue el verdugo que dio el último golpe a la mayoría.

lyUAF5a.pngSus rodillas que hincaron en el suelo, herida y presa del agotamiento. Todo había terminado, ¿pero a qué precio? se preguntó mirando los cadáveres de sus compañeros, ¿y por quién? guiados por un líder recién ascendido y potencialmente incompetente. Sus piernas comenzaron a fallar en cuanto la adrenalina empezó a huir de sus venas. Un brutal tajo le había perforado la pierna y no tardaría en infectarse. La estiró y alargó la mano hacia ella, y una suave luz comenzó a sanar la herida como zarcillos divinos. Estaba a salvo.

-¿H-a... terminado?-La voz temblorosa la alertó, y no era otra que la de quien los había mandado a una innecesaria y estúpida muerte. Gabrielle cogió fuerzas de donde pudo y volvió a alzarse, caminando pesadamente hacia él. El hombre le tendió la mano para que le ayudase a levantarse. Y ella no deseó otra cosa que dejarle ahí abandonado. Aquello había sido culpa suya, no quiso escuchar y su soberbia le cegó. Merecía morir.

Los dedos se cerraron entorno a la decrépita mano y le ayudó a levantarse.

-Que la Luz te perdone por tus actos. Serás juzgado por ellos.

Los ojos del cruzado se abrieron de par en par escuchando la fría voz que emergía de debajo del casco. No dijo nada al respecto, sólo bajó la mirada y dejó que le ayudase a subirse al caballo, en dirección a Mano de Tyr.

Le dolía terriblemente el costado. Dos costillas le dijeron, y cerca estuvo de morir por un mal movimiento, pero aquel día no solo había feroces guerreros, también ilustres sanadores que velaron por ella para que viera un día más. Fácil es que uno olvide que el cuerpo envejece cuando las heridas cierran más velozmente de lo que lo harían de manera natural. La Luz no es sufrimiento, la Luz es vida y prosperidad.

Vigilia se veía revitalizada también, con las gentes festejando la victoria, celebrando por los caidos que no vieron el final pero lo favorecieron. Jamás vio a tantos mensajeros ir y venir en unas pocas horas. Cientos de almas que querian contar su historia al mundo, a sus más queridos, o llevarles honra a sus maestros. Pero Gabrielle no era eso lo que derramó en aquella carta, y aun así, necesitaba una respuesta. Tampoco tenía a nadie más a quien brindarle el mejor de sus deseos, y contarle que pese a todo, seguía viva.

Todos ellos, por suerte, estaban allí con ella.

Una posibilidad que se tornó certeza al final. Su guerra no se había librado con acero, ni siquiera con Luz. Alzó la vista a la Atalaya que había sido testigo de sus dos victorias, incluso cuando ya no le quedaba más que la vida, el corazón sangrante y en la mano, siguió peleando. Qué duro se hace el último trayecto, cuando puedes ver el final. Se reconfortaba al pensar que tal vez, su papel sí había sido importante, pero lejos de vitorearse por ello, pues su historia no sería contada en las trovas como él bien le dijo, se sentía inmensamente feliz. Una felicidad que no se comparte, sino que se vive, y no por ello es menos real.

Volvió a mirar a la tumba, donde reposaba el recuerdo del novicio de la Mano, mientras cobijaba el casco contra su vientre una última vez.

El amor de Thomas la había cubierto de acero.

Mientras deshacía el camino del cementerio, alzó la vista a la Atalaya. La de ambos, la de todos. La suya.

Y una flor blanca, se posó en el transcurso de su mirada.

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El tiempo pasó con un apacible recuerdo, una dulce promesa de prosperidad, abundancia, que le bendijo con un esperada hija. No era el mejor lugar para criar a un niño, pero Vigilia de la Luz era mucho más que una avanzada de resistencia. Con el tiempo, se había convertido en mucho más.

Cinco bondadosos años fueron los que la Luz le regaló en reposo y gozo, con su marido y su hija, Audrey.

Pero bajo el próspero árbol de flores blancas, una carta lacada fue entregada.

Un compromiso debía cobrarse a cambio de un antiguo favor pedido en tiempos de necesidad, firmado con una llama incandescente.

El deber pedía por ella. Una vez más.

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