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Psique

Atikah, lo que nadie más quiso

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96d36ea3045c7486d4968b1c0d0426f4.jpgNombre del Personaje

Atikah

  • Raza
    Trol Zandalari
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    16
  • Altura
    1.90
  • Peso
    65
  • Lugar de Nacimiento
    Zuldazar, la Ciudad Dorada
  • Ocupación
    Ratera, Druida de Jani
  • Descripción Física
    Delgada y raquítica, con una altura inferior a la media, es una troll enfermiza que arrastra consigo años de miseria y mala vida. La desnutrición ha hecho que su cuerpo se resienta incluso más, dejando de lado lo fibroso para dar lugar a huesos que apuñalan su piel desde debajo y unas facciones hundidas y apuntadas. Viste humildemente, con adornos de piedra en lugar de oro.
  • Descripción Psíquica
    Atikah es impulsiva, pero eso no la hace menos inteligente. Astuta como un ratón y escurridiza como uno, es una troll que siempre sabe como salir de una mala situación. Luchadora y peleona por naturaleza, es difícil que se de por vencida incluso en los peores momentos. Indisciplinada, iletrada e ignorante, pero lista y espabilada.
Editado por Psique
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Historia

Se arrastró hasta que sus rodillas sangraron.

Trepó por el suelo como quien se arrastra por un árbol.

La oquedad en la roca daba paso a una caverna sostenida con adornados pilares ya desgastados por el tiempo y el poco cuidado. Llevaba mucho tiempo perdido y abandonado en las entrañas de la ciudad, donde practicamente nadie se habia dado cuenta de su existencia. Salvo unos pocos.

Atikah sangraba por numerosas partes, y sus piernas parecían no responderle. Habia sido una dura paliza, todo por un pedazo de pan de maíz que había robado. Se lo habían quitado de todas formas. La paliza había sido sólo por ensañamiento.

La zandalari se arrastró por el callejón hasta encontrar aquella oquedad en el muro tallado que relataba la ascensión de Rastakan, alli, donde la piramide coronaba la ciudad, donde nada malo le pasaba a nadie. Pero a sus pies, en la enorme y apuntada sombra que proyectaba, los había vulnerables y desprotegidos. Atikah lo fue y sería toda su vida. Abandonada desde muy pequeña, tuvo suerte de aprender a sobrevivir en la calle, cometiendo pequeños hurtos para salir adelante. Nadie se ocupó de ella, y nadie se preocupaba por ella.

Atikah cubrió su boca con el puño y tosió. Aún recordaba como aquel viejo la detuvo en el mercado, la cogió de la cabeza y la miró a los ojos. Sus ojos lechosos reflejaron temor, y después le dijo “estás marcada, chiquilla, Bowzandí te reclamará pronto”. Y de hecho no era sorpresa para nadie, pues siempre estuvo enferma. Una enfermedad debilitante que le hacía coger mil resfriados y pelear contra las fiebres, de cuerpo endeble, esbelto y delgaducho. A estas alturas, casi parecía más un cadáver que una niña.

Los Loa no velaban por ella, nadie parecía poder acabar con su sufrimiento.

Siguió arrastrándose hasta que sus rodillas, muñecas y brazos sangraron.

En aquella oquedad habia un ambiente muy particular que le hacía sentir a salvo. Nadie más conocía la existencia de ese lugar, o al menos, no lo parecía. Se sentía como estar en la casa que no tenia, con alguien que la amaba y cuidaba. La joven zandalari lloraba con lágrimas secas, pues mucho habia llorado ya en su vida y poco quedaba por derramar. Era más una dura impotencia que un sentimiento real de pérdida, pues nunca tuvo nada a lo que llamar suyo.

Se percató entonces de una silueta grabada en la roca, con mucho menos detalle y sin incrustaciones de oro, no como los grabados reales de los muros del resto de la Ciudad Dorada. En ellos, se relataba la senda de los carroñeros, los perdidos y los olvidados, que seguían la estela de un gran saurio. Sin saberlo, había encontrado el santuario de Jani.

Alzando los brazos con desesperación, pidió al Loa por su protección, y fue entonces que por primera vez en su vida, los Loa miraron por ella.

A su alrededor las sombras empezaron a moverse, y los susurros se escucharon.

Las presencias que rondaban el santuario no tardaron en evidenciarse, apareciendo asi una pequeña manada de saurios que se acercaron a ella como si se tratase de carroña. Pero en lugar de repelar sus huesos y acabar con su vida, estos cambiaron. Ya no eran un grupo de pequeños raptores carroñeros, sino como ella, desdichados, repudiados y marginados entre los cuales encontró un hogar, una bendición.

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