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Psique

Ishnu, la Bruja de Hueso

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  • Nombre del Personaje
    Ishnu
  • Raza
    Tauren Totem Siniestro
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    32
  • Altura
    2.23
  • Peso
    90 kg
  • Lugar de Nacimiento
    Campamento Shu'num, Feralas
  • Ocupación
    Bruja, curandera
  • Descripción Física

    Es albina. Su piel y cabello son de un tono amarillo y blanco pálidos que le confiere una apariencia casi enfermiza para un tauren totem siniestro, usualmente azabache. Tiene cataratas y no ve demasiado bien, siendo bastante torpe en aquello que requiere de su vista. Viste con adornos de huesos de animales y cuero azulón.

  • Descripción Psíquica

    No tiene mal fondo. Incluso se puede apelar a él si se sabe cómo.

    De oscuras y frías tradiciones, su humor no es precisamente el más acogedor, ni el más comprensivo. Usualmente de un humor tirante, es difícil de tratar incluso a buenas, pecando a veces de cascarrabias. Pero es, generalmente, inofensiva. Prefiere a la gente sincera.

  • Ficha Rápida
    Si (300 palabras mínimo)
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Historia

Era como meter la mano en una canasta llena de víboras.

Mi maestra era experta en hacerlas bailar, o eso pensaba. Las hacia danzar con su lengua de oro y estas, sinuosas, enseñaban su lengua guardando los colmillos.

Pero llegó el día en que la mordieron.

Era una noche silenciosa, rodeada de las sombras de los grandes árboles de feralas. Las lunas no alumbraban el manto del bosque, pues su resplandor era para aquellos que volaban por encima de sus copas.

No fue una muerte violenta.

La venerabilísima tomó entre sus manos el tazón de agua, deteniéndose un momento. Acostumbraba a dar un trago antes de dormir, decía que activaba el intestino y los riñones. Como una niña, desde siempre, procuré imitarla en todo cuanto hacía esperando, deseando que algo de ella se me pegase, así que podía decir que conocía cada uno de sus rituales de memoria, tanto los que desarrolaba como bruja como los que hacía como mujer. Quería ser como ella, siempre lo quise.

En ese momento ya sabía de su destino, pero aun así, lo aceptó.

Tras beber copiosamente del cuenco envenenado, nos miró a las tres y dijo:

- Id lejos de aquí, donde los espíritus quieran llevaros. Creced fuertes, hijas mias, y... reclamar lo que otrora fuera a ser mio

Fue una muerte dulce, indolora. Pero la mataron.

Esa misma noche antes de que el poblado se levantase, nos marchamos de Feralas. Cada una tomó el rumbo que los espíritus le dictaron en sueños aquella noche: Anuka fue al Norte, a las tierras sagradas de nuestra raza, Nuhm fue al Oeste, para desaparecer en los atardeceres de las Mil Agujas, y yo partí al este, hacia las viejas tierras de los orcos.

Tenía que ganarme la vida, así que no dudé en recurrir a todo lo que había aprendido de ella. Monté una tienducha con cuatro palos y dos pieles cerca del Cruce y me dediqué a vender maldiciones, ungüentos e incluso contactos con los fallecidos. Pronto me hice una pequeña fama, y raro era el totem siniestro que emigrase al Cruce que no se dejase caer por mi tienda. Entre esas cuatro paredes, te sorprendería saber cuantos honorables orcos, tauren y trolls compraban la enfermedad, la miseria y el desprestigio de sus rivales. Pero eso son secretos de profesión que no le concederé a nadie, pues no estaría donde estoy si no fuera por mi excelente trato con mis clientes.

Fue de esa forma que pude construir una tienda más íntegra y rodearla de un fructífero jardín, alimentado por el agua de un pequeño lago que no andaba lejos. Lamentablemente para mantenerlo debia pagarle el impuesto de empleo de aguas libres a los goblins que lo tenian bajo su control, pero el trabajo me era abundante y no tenía problema en extender esas monedas a esos pequeños y endemoniados seres.
 

Hubo una noche en que los espíritus vomitaron de la nocturnidad de la sabana a un individuo malherido mientras recogía agua de la ya mencionada charca para mis plantas. Al verlo, decidí someterlo a un mayor tormento solo por diversión, pues viendo su deplorable estado estaría dispuesto a todo con tal de que le ayudase.
 

Puse el palo con los los cubos a cada lado sobre su espalda y le dije
 

- Demuestra que tu espíritu es más fuerte que los muros de carne que te contienen y ven conmigo, sin derramar gota alguna.
 

Los orcos estaban acostumbrados a estos sortilegios, pues supersticiosos y espirituales lo son la mayoria. El orco, me obedeció. Eché a camianr sin esperarle, aceptando que moriría antes de poner un pie en mi finca, pero no fue así.
 

Sentí algo en él. Una fuerza por vivir nada desdeñable, su espíritu se removia, haciendo avanzar su cuerpo a pesar de todo. La herida de su costado que al parecer le habia hecho un jabaespín escupía sangre generosamente. Debia de doler.
 

Pasó cuatro días con sus tres noches conmigo en mi tienda. Alli, los espíritus danzaron, discutieron pero al final, lo dejaron ir.

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