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Tercio

Harlon Radolf

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  • Nombre del Personaje
    Harlon Radolf
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    34
  • Altura
    1.77m
  • Peso
    75 kg
  • Lugar de Nacimiento
    Boralus
  • Ocupación
    Marinero
  • Descripción Física

    Descripción

    Harlon es un hombre de campo, un jornalero cualquiera que ha pasado su vida arando los campos cerca de Boralus. Como cualquier kulthiriense que se precie ha tratado con la mar, por lo que su piel está algo gastada por las inclemencias del Sol, haciéndole parecer con una carga de años superior a la que tiene. De ojos verdes, tiene un cuerpo acostumbrado a la carga de trabajo, nada fuera de lo común. Acompaña su cara con una barba frondosa que le cubre en gran parte y el pelo recogido.

     

     

     

  • Descripción Psíquica

    Es una persona de carácter fuerte, centrado en aquello que se propone hacer, quizás sin mucho escrúpulo. Comprende dentro de una sabiduría pueblerina que el bien no se acerca tanto a lo que pone en los libros morales. Matar a un perro enfermo puede salvar a la camada. De naturaleza curiosa, su pasado como un cualquier le ha impedido tener una educación clara, es por ello que siempre está atento a aprender algo nuevo y aplicarlo en su vida cotidiana. Aquellos que lo observen pueden ver a una persona metódica y cuidada, que se guarda bien de mantener sus prendas en perfecto estado, aunque vista harapos

     

     

  • Ficha Rápida
    No (1000 palabras mínimo)
  • Historia

    Historia

    Harlon Radolf encendió la pipa mirando a lo lejos sobre un acantilado las idas y venidas de los barcos que iban a parar a Boralus. El humo le nubló un poco el atardecer que se estaba produciendo, levantando una leve brisa que le acariciaba las barbas desde el mar. Tenía al lado su viejo mosquete de caza, cargado, y un sable envainado, que conforme el cielo iba ensangrentando la mar se colgó al cinto. La oscuridad se cernió al dar el Sol su último estertor y la noche abrió camino. Era luna nueva, por lo que la negrura envolvió toda la zona. A él no le importaba, conocía bien este monte. Golpeó la pipa contra la piedra, esparciendo las cenizas, recogió el fusil y fue descendiendo la cuesta del acantilado, hacia la costa. Conforme avanzaba por el camino, angosto en algún tramo, pequeñas luces rompían el manto que había impuesto el ocaso. Era un pueblo, uno de tantos pequeños pueblos costeros que abastecían a la capital con su pesca y el sudor de su agricultura. Harlon esperó, aún se veía a las madres encerrar a los ojos disponiendo la cena en la mesa, aguardando la llegada del padre que de mañana había partido a la mar. Harlon lo sabía pues había pasado mucho tiempo en aquella zona, compartiendo la mesa con estas personas, a las que ahora observaba de lejos. Tapó las partes metálicas del fusil con algo de barro y se sentó al amparo de la vegetación, comiendo algo de cecina. Al pasar de las horas las luces se fueron apagando, dejando tan solo el rastro de los remanentes de los fuegos, en forma del humo blanco que salía por la chimenea.

    Pasó de largo del pueblo, sus conocidos no tenían que ver con esto, encaminó hacia las afueras, una casa a lo lejos de un forastero venido de tierras lejanas. Nunca había cruzado una palabra con él, tampoco lo iba a hacer en lo que le quedase de vida. Llegó a la casa conteniendo la respiración, apretando con fuerza su arma, sintiendo la madera. Se escuchaban unos ronquidos, por la ventana de la casa se veía a una persona tirada en la cama con la cobija a medio calzar. No se había molestado ni en cerrarla, por lo que Harlon se coló fácilmente por ella y se puso a los pies de la cama. Observó al hombre. Tenía más menos su edad, quizás, menos gastado y menos trabajado. Dormía plácidamente, inconsciente de lo que le venía encima, inocente. Harlon no se lo pensó en exceso, amartilló su arma con la suficiente paciencia para que no se escuchara y puso el cañón directamente en su cara, y disparó.
    Un sonido seco salió de la boca del arma acompañado de una leve humareda. Harlon no se quedó al ver el resultado, un simple vistazo le bastó. Salió por donde había venido y se echó el rifle al hombro mientras cargaba la pipa de tabaco.

    ¿Lo conocía? No ¿Merecía la pena matarlo? Desde luego. Eran razones que llevaba dentro en su pensamiento mientras llegaba al puerto de Boralus. Tenía las horas justas antes de conocer su ausencia.

    El ajetreo del puerto lo mezcló entre la muchedumbre que descargaba los grandes portazgos de las naves mancas que llegaban. Los gritos, el olor a especias y la mar se juntaban para dar la sensación de una gran colonia de hormigas. Harlon bajaba el puerto, tenía su mirada puesta en el fondo, donde se anclaban los barcos de mar y guerra. Allí estaban los soldados, algunos apostando a las cartas, otros con la mirada puesta en gastar la paga después de meses encerrado en un barco metiéndose en algún burdel para no ver la luz en tres días.

    Él se quedó puesto frente a una mesa. En la silla regentaba un hombre de aspecto fiero. Fiero en el comer por una panza que sobresalía a una camisa blanca, de la marina, donde los botones dorados no alcanzaban a esconder la buena vida de su dueño. Acompañaban a este hombre una pluma, tintero y papeles, junto a un cartel que ponía “Stromgarde”.

    - Aquí veo un hombre dispuesto a coger la vida por donde se debe y alcanzar la…- Escanciaba una jarra con furia sin acabar la frase – Bueno ya sabes como va el discurso. La paga es hasta la llegada a Stromgarde, allí ya te apeas o sigues, a tu gusto. Necesitamos marinos que hagan el trabajo sucio ¿no te importará no? La paga es lo que es, pero te damos de comer todos los días- Harlon paseaba sus ojos por la embarcación, un galeón de guerra, a tres veas. Bien dispuesto. Alguna marca de los numerosos viajes que habría realizado, alguna abolladura en la madera de alguna carga gileana. Sabía lo que le esperaba allí ¿estaba dispuesto a jugárselo todo?, volvió de nuevo la mirada hacia su interlocutor expectante – Me vale - Sin mediar más palabra estampó su firma en el documento “Harlon Radolf” y subió el tablón que separaba Boralus de la guerra. Un buen ataúd flotante, pensó apretando los dientes. Los marineros al verlo llegar se apresuraron a presentarse con efusividad. Unos cuantos nombres que intentó recordar para los próximos meses. Le enseñaron las dependencias del barco, paseándolo entre las cañoneras. Allí es donde se colocaban los camastros para la tropa en 3 turnos diarios. Nunca había cogido costumbre de dormir con el arrullo de las olas, más bien un mareo. De todas formas respiraba tranquilo al pensarse ya fuera de allí. Bajó hasta el tercer piso, las bodegas, donde se transportaba en grandes fardos de paja toda la munición que habían podido cargar. Por lo que les habían dicho la guerra seguí igual de cruda por el frente. Los marineros mostraban ya desagrado, algunos habían hecho el viaje en 5 ocasiones.

    A la mañana siguiente todo parecía en orden en la partida. Los cañones habían sido enfundados y la cubierta estaba limpia. Alguna muchedumbre se aglomeraba para ver salir a los barcos. Llantos y vítores por los jóvenes valientes que partían llegaban hasta las cubiertas, donde los oficiales ordenaban a la tropa. Harlon se mantenía en su puesto con la mirada clavada en su contramaestre, que hacía revista mientras se izaban las velas y se ponía rumbo al este, con la salida del Sol. Boralus se fue empequeñeciendo en el horizonte mientras Harlon, subido ya a las jarcias, pensaba con qué se encontraría.

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