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Galas

Hoggart Bergmann - En busca de la Buena Vida

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 Hoggart Bergmann

 

  • QWkQ5kD.jpgNombre: Hoggart Bergmann
  • Raza: Humano
  • Edad: 35 años
  • Altura: 1,82m
  • Peso: 90 Kg
  • Lugar de Nacimiento: Sttutgart, Sur de Lordaeron
  • Ocupación: Ex-caravanero, Mercenario

 

 

Descripción física:

Hoggart es un hombre alto, corpulento más no masivo, de complexión ancha y sólida, acostumbrado a una vida en los caminos, cargando cajas y con un esfuerzo y desgaste físico constante, que no le han otorgado un físico apto para la guerra como caballero entrenado, si no una fisionomía curtida, de músculos más densos que hinchados. 

Su rostro es de complexión dura, con una mandíbula prominente y un mentón marcado, anguloso y firme. Un rostro para recibir puñetazos, y lo más importante, aguantarlos. Sus ojos, de un color pistacho, son verdes, normalmente marcados por las arrugas de la vida y el esfuerzo, en una expresión tranquila y afable. De cabello rubio pajizo, suele llevarlo corto, en pequeños bucles, con una barba, notable, pero no demasiado larga. En general, transmite una apariencia afable, de hombre simple y humilde. 

Su piel, de por si neutra, tiene un color más oscuro, tostado, por una vida entera pasada bajo el sol, trabajando en los caminos. 

 

 

 

Descripción Psicológica:

Bergmann es un hombre humilde, terrenal, que disfruta de las cosas de la buena vida: Una jarra de cerveza negra bajo el sol de la mañana, mirar a las buenas mozas ir al mercado, y charlar con sus compañeros. Algo hastiado de la vida donde el sudor es lo único que abunda, un resignado seguidor de la Luz y sus preceptos pero doblegado por la realidad de la dura vida de aquel que nace sin privilegio alguno y ha de ganarse su pan por sus propios medios. Desde niño fue educado en que el trabajo es lo más importante, y sea el que sea, uno ha de esforzarse por hacerlo lo mejor posible.

A su vez, también le educaron para no dejarse avasallar ni pisar, y mucho menos mendigar o suplicar. Puede que lo que tenga sea poco, pero será lo que se haya ganado con el sudor de su frente. No es de rápido enfadar, y aunque cuasi iletrado (Pues conoce lo mínimo de la escritura y lectura, necesario en su vida de conductor de carromatos y transportista), suele gustar de usar  las vias diplomáticas. Hablando se entiende la gente, y derramar sangre inútilmente es un desperdicio de todas las partes implicadas. Esto no significa, sin embargo, que no tenga una frialdad profesional cuando las cosas se tuerce y uno ha de hacer lo que ha de hacer. No lo disfruta, pero tampoco le carcome la consciencia. 

La vida es dura, y aquellos que buscan la vía fácil suelen hacerlo a base de poner piedras en el camino de los demás, humildes trabajadores y seguidores de la Sagrada, una de las pocas cosas que puede llegar a enervar a Bergmann. Siente un especial desprecio por ladrones y bandidos, simple y llanamente por sus experiencias como trabajador de carromatos. 

A estas alturas de su vida, ha visto que décadas de trabajo honrado le han dejado con una mano delante y otra detrás, aceptando y renegando de que su futuro sea ser oveja de la que los lobos se aprovechan. Ya habiendo pasado sus mejores años, comienza a plantearse su época de retiro, y el ganar dinero ha pasado a cobrar un papel mucho más prioritario en su vida. 

Editado por Galas

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Historia:

¡Joder! - Fue lo último que Flintch llegó a decir. Un virote , grueso y corto acababa de chocar con un ruido sonoro y seco entre sus piernas, justo debajo del asiendo del carro que manejaba, seguido al instante de otro que resonó con el gorgoteo de la sangre y la vida consumida, antes de desplomarse del carro con el cuello perforado.

Todo empezó como un día cualquiera. Al salir el sol los hombres se prepararon, se levantaron, recogieron el campamento, colocaron las retrancas a los caballos de tiro y los sujetaron a las barras. No era una gran comitiva, apenas once hombres, cuatro carros, y cinco corceles. Viajaban desde Costasur hasta una villa al este, a apenas cuatro días de viaje, a medio camino entre la última gran ciudad libre de Lordaeron (O así les gustaba llamarse, ignorando a los bastiones escarlatas del norte) y el inmenso muro de Thoradin, ahora semi abandonado por un reino que carecía de los medios para protegerlo en toda su extensión.

Como muchas otras veces, Hoggart había realizado su ritual mañanero: Tomar una gran jarra de cerveza negra de desayuno, marchar detrás de un árbol a vaciar las tripas, y vestirse empezando por los pies, como cualquier buen hombre hace.
Esta vez no le tocaba conducir uno de los carromatos, pues había perdido la partida de dados que realizaban antes de partir con cada envío. Ser conductor era una bendición y maldición. Bendición, puesto que viajaban sentados y cómodos durante el largo trayecto, y puesto que en caso de emboscada, monstruos o bandidos, estaban en la mejor posición para azotar los pencos y huir en los carromatos. 
Pero también tenía un riesgo notable, y es que cualquier bandido que tuviese idea de su oficio y no se metiese el pulgar en el ano para desayunar, los mataría de los primeros.

Por tanto, como mozo de caminata, encargado tanto de actuar de fuerza disuasoria aparente (Puesto que realmente la mayoría lucían ropas de viaje. No eran soldados ni guardias, y el dueño del envío no había considerado necesario contratar seguridad,  o como muchas otras veces, simplemente había sido una rata traicionera y ávara) , como de ayudar en caso de que el carro se atascase, una rueda se quebrase, etc... marchaba con las botas de cuero, altas y desgastadas, detrás del segundo carro, hablando con Von William, un hombre bastante más mayor que él, que peinaria canas de no estar jodidamente calvo. 

Las charlas en el camino variaban en su naturaleza. Todos los hombres allí reunidos, realizando un trabajo honesto pero desagradecido, vulnerable, tenían sus propias ideas, pensamientos y aspiraciones, que vivían enterrados bajo la dura losa de la monotonía y la mediocridad. 

Von William estaba hablando de su nieta, que al parecer vivía en un pueblo a una jornada al norte de la ciudad de Strom, y que tras este encargo marcharía con lo ahorrado a hacerles una visita y llevarles un par de regalos. Hoggart no era un hombre de familia, má y pá habían muerto en la tercera guerra cuando su aldea fue arrasada por los no-muertos, y por aquel entonces su retoño, ya más que adulto, se encontraba trabajando en Stromgarde. Tal vez otra clase de persona hubiese acudido, corriendo, al hogar familiar, buscando pruebas desesperadas del destino de sus progenitores, con una vana esperanza ténue de que estos siguiesen vivos.

Pero ese no es nuestro Bergmann. En el momento que escuchó las noticias (Pues durante semanas llevaba escuchando rumores, cada uno más exagerado que el anterior), con las hordas de refugiados que comenzaron a llegar al reino más antiguo de la humanidad, simplemente asumió la realidad de lo que le había pasado a sus padres. 

No se podría decir que Hoggart lloró, más esa noche, unas lágrimas de frustración discurrieron por sus ajadas y curtidas mejillas. Más cuando el sol salio al alba, procedió a vestirse como siempre había hecho desde zagal. Primero una bota, y luego otra. La vida eran dos días, y solo los que no tenían que trabajar para vivir podían permitirse el lujo de quedarse apabullados por la desgracia.

Recordaba perfectamente de lo que hablaba Von William, porque había sido hacia apenas una semana. 

Su conversación se cortó tras el primer virote, y cuando el segundo derribó a Flintch, no quedó margen para charlar. Entre gritos, una docena de bandidos luciendo bandas ocres de suciedad atadas a brazos algunos, piernas otros, saltaron de entre detrás de unos vallados altos que ocultaban tras ellos amplios campos abandonados de altas hierbas verdosas. Y los que habría, armados con arcos y ballestas, aun escondidos. 

A la mitad de los hombres que trabajaban en la caravana los masacraron en los primeros veinte segundos. Los otros seis, entre los que se incluía Hoggart, no tardaron en intentar huir. Hoggart y Von William se montaron en el carro más adelantado justo cuando su compañero John tiraba de las riendas, cagando prisas y sin ansias de esperar a nadie. 

Von William sin embargo, puso una cara arrugada, como cuando comes un limón pasado, antes de desplomarse en el camino, soltando la mano con la que Hoggart le estaba ayudando a subir al carromato en marcha, con un virote de ballesta clavado en plena espalda.
Maldición entre los cortados labios, Bergmann intentó cubrirse entre los barriles y sacos del carromato, más no sirvió de demasiado, pues como todo el mundo sabe los buenos bandidos no se juegan todo a una carta, y estos sabían lo que se traían, y unos treinta metros más adelante, otro par de tiradores asomaron de entre los campos, dejando al pobre John más clavado a su asiento que un enano a una jarra de cerveza dorada.

Con el corazón latiendo con violencia en su pecho, Hoggart se agazapó entre las cajas como podía, rezando a la santísima que los bandidos no le hubiesen visto, mientras estos, charlando entre ellos se aproximaban, totalmente henchidos del cargamento que acababan de robar. Mira que lo sabía, en los últimos años transportar caravanas en Trabalomas se había vuelto un riesgo demasiado alto. Revivientes, bandidos, wendigos de las montañas... ¡Y lo peor, es que estabas tú que pagaban más! Pero claro, uno es hombre de costumbres. 

Y por las costumbres que le iban a meter sendo virote por el culo. Me cago en la puta. 

No. Ese no sería su destino, y esperó, espero segundos que para él parecieron milenios, cada parpadeo era largo como edad en el mundo de los hombres. 

En cuanto dos de los bandidos asomaron tras el carromato, actuó. Les tiró una de las cajas encima, saltando tras ella antes de darles tiempo a reaccionar, pateandoa uno y empujando al otro, antes de correr hacia el vallado que bordeaba el camino. Varios virotes volaron por encima de su cabeza, o chocaron contra la valla de madera, antes de perderse en el amplio campo de altas hierbas en las cuales los propios bandidos se habían ocultado.

Estos no le siguieron, para qué. ¿A quién iba a avisar? ¿Quién iba a ir tras ellos? No merecía el esfuerzo, eran bandidos, no asesinos que buscasen ocultar su identidad. Su trabajo ya estaba hecho.

Pero no el de Hoggart, que corrió como descosido hasta que no pudo más, y cuando no pudo más, siguió corriendo, aunque tras tomarse unos minutos para intentar ubicarse. Sudoroso y agotado, no tardó en encaminarse hacia el este, pues más cerca le quedaba el reino de Strom, que intentar regresar a Costasur.

 

El viaje de ida fue desesperante, agotado, sin nada más encima que su morral con un par de trozos de cecina y apenas unos cobres, su apariencia de hombre hecho y derecho fue degenerando según tuvo que ir vendiendo, o cambiando en trueque, todo lo que él era para poder pagarse alojamiento aunque fuese en un establo, comida o refugio. 

Cuando los altos muros,antiguamente majestuosos, nostálgicos ahora, de la ciudad de Strom se aparecieron ante él en la lejanía, no pudo si no gemir de alivio. No era nada ya. Ni hombre era. Sus botas, vendidas y cambiadas por unos zapatos de arpillera desgastada, su peto de cuero, hasta su maza y su ballesta, todo ello dejado atrás para vivir un día más. Con un camisón de lino sucio y grasiento, y un grueso palo en la cuerda que ahora usaba de cinto, para por lo menos aparentar fiereza frente a matones y lobos salvajes que buscasen deleitarse con su carne en los bosques, caminó hacia la ciudad, pues aun varias horas de caminata le quedaba para llegar hasta ella. 

Hoggart Bergmann había tocado fondo, pero si algo le había inculcado bien su padre, es que lo único definitivo es la muerte. ¿Todo lo demás? Baches a superar. 

Pero para ello uno ha de tener la voluntad de seguir hacia adelante.

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