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Feyre

"Betty" E. Putnam

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  • Nombre del Personaje
    Elizabeth "Betty" E. Putnam
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    27
  • Altura
    1'59 m
  • Peso
    56 kg
  • Lugar de Nacimiento
    Casa de los Putnam
  • Ocupación
    Mercenaria
  • Descripción Física

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    Su baja estatura suele confundir con su madurez, quien a veces puede hacerse pasar por una joven bastante desarrollada para su edad. Lo cierto es que está hecha ya toda una mujer y su cuerpo definido. Nació albina y sus mejillas, como otras partes de su piel, están decoradas de pequeñas pecas que se ven a simple vista con bastante facilidad. No sólo es blanco como la nieve su cabello, sino además su piel es bastante pálida y, con ello, delicada al sol directo. Tiene un cuerpo delgado, tiene sus curvas pero más concentradas en su parte inferior. Sus dedos son largos y delgados, como los de un pianista.

    Entrando en detalles, sus labios son ligeramente carnosos y sus ojos son grises claros, con pequeños toques celestes. Tiene una larga cicatriz en su ojo izquierdo que recorre verticalmente su mejilla y parte de su frente, una cicatriz que parece constantemente inflamada pero que no deja de ser una cicatriz que sanó con dificultad. Además, su ojo izquierdo dejó de ser visualmente como un ojo normal, quedando a la vista la poca visión que tiene por él tras la quemadura.

    Su voz es bastante madura, la de una mujer curtida. Más cálida que dulce, un tono no tan agudo pero igualmente es suave. Sus ropas suelen ser variadas y lleva siempre consigo un collar que le recuerda a sus familiares perdidos.

  • Descripción Psíquica

    La personalidad actual no es más que el desarrollo de una niña que ha ido siendo machacada constantemente por las durezas de la vida. Obligada a madurar antes de tiempo, encontró refugio en la seriedad y el sarcasmo dañino la solución a sus problemas. No tiene problemas para ser amable pero tiende a ponerse muchas veces a la defensiva porque tiende a pensar que las personas van a juzgarla o buscar algo a cambio. Hace bastante tiempo que perdió todo tipo de inocencia, de todo tipo, y eso también ha hecho a que vea la vida desde un punto de vista mucho más cruel, la misma crueldad que está ella prestada a entregar si es necesario. Sabe que las personas pueden llegar a ser bastante sucias, asquerosas y horribles, que las pesadillas en la realidad existen, y ante eso busca refugiarse de la única manera que ve capaz que es con su forma de enfrentarse a ello. 

    Bajo toda esas capas, como si se tratase de una cebolla, se encuentra una mujer cariñosa y con mucho cariño por entregar, el cual normalmente suele verse principalmente con su hermano, aunque si ve que alguien merece la pena puede dejarle entrar en su zona segura. Resulta una persona que tiene facilidad a la hora de desconfiar, pero también es cierto que no deja de ilusionarse ante la idea de por fin llevar una vida normal. Conoce que se cierra mucho al mundo, y como lo conoce y quiere cambiarlo, a veces puedes ser posible que quiera intentar salir de "su zona de confort" para abrirse un poco a un nuevo futuro. 

    Su personalidad se adaptará tanto como ella misma necesite para conseguir aquello que anhela. 

  • Historia
    Spoiler

     

    Lejos del núcleo cívico de Villadorada, camino a las tierras de Crestragrana, se encontraba en el bosque una humilde casa de una familia que se sustentaba de la leña, la caza y pesca. Tenían su pequeño huerto, algún que otro corral con animales. Todo muy humilde y con lo suficiente para vivir una pareja de aldeanos que tomaron la decisión de vivir allí juntos, hacer su propia vida lejos de su familia. Formar su propia familia desde cero, junto al apellido Putnam. Un apellido que acabaría por heredarlo aquellos hijos que trajeran a las tierras de Elwyn.

    La primera en llegar a la familia fue la pequeña “Betty” E. Putnam, la inicial provenía de Eris, pero la familia optaba más por su primer nombre. La forma más fácil de llamarle era por Betty, una tierna abreviatura a la que se la pequeña se acostumbraría. La primera en la descendencia que tenía la pareja y que traería un atisbo de esperanza de poder entregar su amor y afecto. Al principio fue complicado adaptarse a la llegada de una pequeña criatura, lo que obligó al padre tomar más seriedad con su trabajo de leñador y su madre el arreglar más trabajos como costurera, antes podían vivir para dos, pero eran tres ya y, con el paso del tiempo, cuatro.

    Aprendió de su padre el utilizar ciertas armas, de pequeña no podía blandirlas, pero su padre se las enseñaba. La mujer siempre le regañaba, porque no eran cosas para que una niña estuviera jugando con ellas, y su primera espada fue una de madera pequeña. Luego llegaría el pequeño Putnam y las cosas se volvería más complejas, su madre cogería una gripe y su padre tuvo que encargarse de dos críos, uno de menos de un año. Aun así, salieron de aquello, pero sin duda marcaría a la pareja de preocupación.

    Al pasar los años, el padre sufriría un ataque de lobos cuando fue a leñar, haciendo que sus clases de armas fueran más insistentes en la hija mayor por si algún día debía proteger a la familia. La mayor no sólo tenía esa sensación de obligación como hermana mayor de aprender a manejar la espada, tenía a penas seis años y creía que su cometido era proteger a su familia cuando su padre no estaba. Al principio fueron nada más que fantasías, pero un día el padre no volvería. La pequeña fue al bosque a buscarlo y, junto al río, yacía el cuerpo sin vida de su padre con una mordedura de oso y sus zarpas.

    Volvería a casa y daría la noticia, tenía ocho años y tuvo que encargarse por primera vez de los asuntos reales de la vida: cazar para su familia y traer comida a casa como hacía su padre, traer dinero también. Eran tareas sin importancia, cosas que podía hacer una niña como ella: llevar mercancía de un comercio a su lugar de destino: cosas sencillas pero suficiente para traer algo a la mesa. Estaba convencida que tenía que ayudar tanto a su madre como a su hermano, quien a demás tenía de por sí sus propias dificultades en un mundo como en el que viven.

    Pasarían los años y las tareas pudieron ser algo más complejas para la pequeña y la madre ya trabajaba más horas cosiendo, arreglando armaduras, todo lo que hiciera falta. Esto no sería más que la sentencia de la vida de la mujer, quien caería enferma de otra gripe por pasar deslumbrada toda la noche trabajando, o eso creía la mayor de los Putnam. Esto acabaría por llevar a la mujer hacia su muerte y con ello: un encargo sin cumplir.

         No me importa que tu madre haya muerto, ¿te enteras niña? Ya puedes terminar el trabajo tú o tomaremos lo que es nuestro.

    La pequeña no sabía que hacer, ella nunca se le había dado bien y ahora debía proteger a su hermano como si fuera su madre. Muy pequeña para algo tan grande como aquello. Dando como resultado del asalto de su casa y retirada de los niños de dentro, quedando ambos fuera de hogar. Aquellos matones no les importaba nada aquellos dos, tan sólo querían el dinero que habían invertido en la costurera y que fuera devuelto. Y así fue, a costa de tener que vivir ahora los pequeños Putnam en la calle.

    Acabarían en los barrios bajos de las ciudades y aldeas, Betty dejó atrás su nombre para empezar a llamarse por su segundo nombre, creyendo que así podía empezar de cero en su vida. Se tuvo que adaptar rápido por pura supervivencia haciendo trabajos sucios. Al principio eran pequeños robos en tiendas, luego encargos de personas para que robase o llevase algo poco legal. Cualquier cosa parecía ser suficiente con tal de dar a su hermano algo que llevarse a la boca. Luego a los pocos años, desde temprana edad, se comenzó a dedicar a la prostitución y a otros encargos donde debía mancharse las manos de sangre.

    Eso le hizo perder la moral poco a poco, dejando de lado la niña que intentaba mantener en sí y convirtiéndose en toda una mujer, la sangre al principio procedía de animales, como solía acostumbrarse, pero con los años su cuerpo se desarrollaría y acabarían siendo otro tipo de animales a los que debería matar. Convirtiéndose en la mujer que su cliente necesitase, todo por unas míseras monedas. Todo valía. Todo.

    Un día uno de sus clientes, un señor de una banda de delincuentes, volvió a por los servicios de compañía de Eris, quien ya tenía sus veintiséis años. Todo parecía ser como era siempre: verse, consumar y pagar. Sin embargo, aquella noche algo había cambiado y era: que él se creía su dueño. Tal fue así que ella intentó zafarse de sus brazos, utilizando su chuchillo que tenía junto así para cortarle y coger sus cosas, corriendo de allí. Tomó a su hermano y espero huir de aquel hombre, quien juró que se las pagaría.

    Al cabo de unos meses, el hombre daría con la joven y se la llevaría a una granja junto a sus matones.

         ¿Quién te crees tú? ¿Ves esta cicatriz? Claro que sí. Pues pienso dejarte a ti una peor, para que recuerdes a que me pertenecías.

    Tras aquellas palabras, el hombre recibiría en su mano un palo de hierro incandescente, de esos con los que se marcaban a los animales, y se lo acercó a la cara para quemar su rostro lo suficiente como para dejarle una buena cicatriz.

         Lárgate, no te quiero ver más. Ya no me sirves así de fea, rata.

    Desorientada, volvería junto a su hermano y tomaría la decisión de que aquella era la última vez que alguien le iba a tratar así, decidiendo que debían cambiar de vida. Esa decisión le llevaría a buscar una banda en la que sentirse protegida y en la que proteger a su hermano, no podía dejarle solo.

     

     

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