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Imperator

Beric Blackwood

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A la Luz y la gloria del Imperio eterno. 
 

Mi nombre es William Blackwood, un mercader de la ciudad de Stromgarde, comerciante de sedas. Escribo esta carta con intenciones sinceras y palabras llenas de esperanza para un hijo descarriado. Mi tercer hijo, Beric, a la edad de 23 años permanece perdido en este mundo sin saber que hacer, renegado por la honorable Mano de Plata, intentó ganarse la vida como un músico cualquiera, más aquí, en mi familia, tal cosa no puede ser tolerada. 

Envío esta carta con la esperanza de que el ejército lo curta, haga un hombre de el y pueda traer gloria a mi apellido, y por supuesto, al Imperio al que sirvo. 

Sé que en las tierras verdes de Elwynn puede encontrar su servicio, allí donde se reclutan a los jóvenes inexpertos. También quiero mantenerlo lejos de aquí, por si se le ocurriera renunciar y volver. 

Espero que pueda encontrar un hogar en las filas del ejército. Sed duros y que aprenda lo que es ganarse el pan y si muere, que sea combatiendo. 

 

Atentamente, William Blackwood

 

Beric arrugó el papel de nuevo, conteniendo las lágrimas mientras viajaba en un barco comercial de sedas. Había roto el sello desde que embarcó aquél día. Los mercenarios que protegían el barco lo ignoraban, pero al menos en su presencia se sentía más seguro en aguas tan peligrosas como aquellas. 

La carta iba dirigida a algún oficial imperial que quisiera tratar con el de primeras, pero por más que la leía una y otra vez, sentía que seguía siendo un instrumento más al que usar para poder ganar prestigio en una carrera en la que no era participe en ningún momento. No sentía el calor del amor fraternal en ningún instante de la carta, siquiera había dignado a despedirlo el día que se marchó de su hogar.

Al menos le habían permitido quedarse la lira y de vez en cuando bajaba a los camarotes inferiores y tocaba algo para los soldados que no estaban de guardia durante la cena. Algunos aplaudían, e incluso le pedían canciones picantes, más Beric tenía una educación estricta y el solo hecho de que le pidieran cosas de ese tipo lo ruborizaba. 

Normalmente, cuando estaba solo en la parte superior, con el aire frío del mar que rodeaba los Reinos del Este, recordaba aquellas canciones de amor y juventud, aquellas que lo habían hecho despertar de la decepción y la oscuridad a la que se vio sumido. Todavía recordaba los días en la Mano de Plata, allí en la capital de su reino, todavía recordaba el rostro pecoso de aquella mujer que se mantuvo en su corazón, aquella mujer por la que dio todo y luego desapareció. 

Aquella noche las lunas brillaban con intensidad, sin dejar permiso a las estrellas. Aquello supuso en Beric una oportunidad de componer algo en aquella noche tranquila y por unas horas, el recuerdo de la carta se disipó, dando paso a la música en aquél barco donde reinaba el silencio. 

Todavía no había salido el sol, más los dedos le dolían allí donde las heridas de la practica no habían cerrado. No le importaba tocar durante horas, olvidando todos aquellos problemas que lo atormentaban...¿Qué sería de el en la guerra, en el ejército? Es sabido que el día que empezamos a preocuparnos por nuestro futuro, es el día que dejamos atrás nuestra infancia, y aquél día, llegó demasiado pronto para Beric. 

A veces recordaba Stromgarde, más la mayoría de recuerdos eran amargos. Los soldados de su padre, que eran mercenarios que protegían su casa,  rara vez lo trataban bien si no era en presencia de este, los sirvientes lo miraban con preocupación. Es duro que te acusen injustamente, pero aún es peor cuando los que te miran con desprecio son unos zoquetes que jamás han leído un libro ni han ido a ningún sitio que esté a más de treinta kilómetros de su pueblo natal.

Pero la verdad era el dolor que lo consumía cada día y noche, cada canción compuesta por su aroma, cada promesa incumplida en aquél campanario abandonado y cada beso perdido en sus labios. Recordaba su pelo rojizo y liso, cayendo hasta sus hombros, así como sus ojos verdes y su piel pálida, que la proporcionaba una imagen delicada...Esa era la mayor espina que estaba clavada, más ya no importaba. 

Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades. La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta. La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que "el tiempo todo lo cura" es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta. La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad. La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.

 

Y entonces, el barco de sedas llegó al puerto de Ventormenta...Y allí empezó la historia de Beric. Quizás no sería larga, quizás no sería emocionante...Lo único que se podía saber, era que aquel muchacho rubio llegó solo con su lira y con el corazón roto como acompañantes. 

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