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SwordsMaster

[Historia] Hanns Meier

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Nombre del Personaje: Hanns Meierbf2856fe45d82f13f591ef42adba726b.jpg

Raza: Humano

Sexo: Hombre

Edad: 22

Altura: 1'75 m

Peso: 65 kg

Lugar de Nacimiento: Pueblo de Lúsedorf, Reino de Stromgarde

Ocupación: Refugiado


Descripción Física: Un hombre joven de cabello marrón oscuro y grasiento, acompañado de una barba no mucho mejor cuidada a los alrededores de su boca y un par de ojos grises como el acero. Su piel, clara de nacimiento, fue ligeramente oscurecida por los años como aprendiz de la forja. De complexión y estaturas promedio y un buen estado de salud, no destaca realmente en nada. 

Descripción Psíquica: Calmado y templado, ni suficientemente valiente para enfrentarse a un dragón, ni suficientemente cobarde como para correr al avistar una abeja.
Habiendo visto los horrores de la batalla y el enfrentamiento directo, especialmente a manos de los sanguinarios trols, la destrucción y la sangre ya no le impactan como la primera vez... Hay una cierta mirada, en aquellos que han visto la muerte antes, o eso dicen. Eso, sin embargo, no le vuelve inmune a que su moral se rompa como la de cualquier otro hombre mortal.
Leal y sensato, Hanns es siempre el primero en línea cuando alguien a quien ha aprendido a valorar se lo ordena, pero tiene la cabeza en su sitio como para negarse a cumplir una orden suicida. A fin de cuentas tiene planeado vivir muchos inviernos, si la Luz fuese tan generosa.


 

 

 

Historia:

 

Los pasos de Hanns le habían llevado a Stromgarde, el corazón del reino del águila roja. Colgando del cinto de su pantalón rasgado y remendado colgaba únicamente un pequeño saco de cuero en el que apenas se oía un sutil sonido metálico al andar... Probablemente había conocido tiempos en los que habría sonado bastante con cada paso, con todas las monedas de un duro día de trabajo... La mente de Hanns se desplazó durante un segundo a esos tiempos... Dulces tiempos...



-Listo, eso es todo por hoy- Comentó un hombre barbudo con un grueso delantal igual al que llevaba el joven Hanns, de no más de 18 inviernos. El corpulento hombre, en el corazón de su herrería, caracterizada por un ambiente caldeado y caluroso, le acababa de tender las monedas que se había ganado ayudando en la forja ese día, las cuales sin dudarlo guardó en su saco de cuero y se lo colgó al cinto. Entonces se dirigió fuera del lugar con pasos apresurados, cada uno con su propio sonoro ruido metálico proveniente del dinero del muchacho.
Así, con el saquito de monedas descuidadamente a la vista, fue que salió de la herrería, aprendiendo el camino a la taberna de Lúsedorf. Tomaría el atajo por el callejón que siempre tomaba, se ahorraría unos minutos y entonces...
... Entonces se encontraba rodeado por dos encapuchados con cuchillos en un callejón mientras el sol acababa de descender. Por puro instinto alzó las manos, y fue entonces cuando uno de los matones tomó el dinero... Y luego, una paliza. Una lección, pues uno jamás ha de llevar el dinero tintineante y tentador dando brincos en la cintura a no ser que no tenga más opción...



Hanns suspiró. Los harapos que tenía ahora no le dejaban otra opción, pero al menos podía evitar los callejones de la gran ciudad, la cual seguramente sería incluso más despiadada que el antiguo y calmado pueblo de Lúsendorf, en donde todos conocían a todos. Lo cual le recordaba al modo en el que había llegado a la herrería, pues resultaba que el viejo Rudolf, corpulento herrero del pueblo, era el hermano del mejor amigo de su tío, quien se había encargado que Hanns pudiese abandonar a sus 16 años la dura vida de la cosecha de uvas, miseramente recompensados por el pequeño terrateniente del viñedo, para intentar abrirse paso en una profesión mejor, en el cercano pueblo de Lúsedorf, el cual acabaría convirtiéndose en su nuevo hogar bajo la tutela del viejo Rudolf...
Pero daba igual. Todo eso había acabado hace un año, cuando aquellas condenadas bestias...



Hanns se encontraba concentrado en el trabajo, junto a su maestro. Desde hacía un par de días se corrían rumores sobre un posible ataque de los trols, lo cual eran rumores normales siendo un pueblo fronterizo de Arathi con los trols... Pero esta vez, el propio Señor de aquellas tierras parecía preocupado. Había llegado una orden a todo herrero de preparar armamento para las levas, reparar equipo viejo... Y varias tareas más, de las cuales Rudolf y Hanns habían evitado hablar en demasiado detalle, pues los días venideros se auguraban grises para el herrero y su aprendiz dada la petición del Señor. Ambos sabían lo que significaba.
El último de los pedidos había sido entregado ese día, y cuando la voz llegó diciendo que todo hombre en edad y capaz de levantar una espada debería alzarse en armas por orden del Señor... A Hanns y a Rudolf no les sorprendió.

Los primeros días habían sido los peores. Los trols tenían claras intenciones de ampliar su territorio en Arathi, y el Señor claras intenciones de no permitírselos... Muchos trols habían caído, pero incluso más levas, en lo que se contaba como una auténtica masacre para lo considerado normal en Lúsedorf, un pueblo de la frontera que hasta entonces había logrado mantenerse en relativa paz... Y él estaba atrapado en medio junto a su maestro, ligado por juramentos a un Señor que se aferraba a su poder, dispuesto a sacrificarlos a todos por el cometido.

Los meses pasaron, las levas utilizando toda clase de guerrilla y armas improvisadas con las que se podía hacer para intentar poner las cosas a su favor, retrasando el avance de los trols, pero jamás deteniéndolos por completo y las bajas de amigos, hermanos, padres, hijos... Y Maestros, se convirtieron en el pan de cada día en las tierras circundantes a su pueblo. Llegado el invierno ya ni siquiera recordaba con exactitud como Rudolf había caído, más allá de recuerdos borrosos en una batalla en la que de milagro había sobrevivido tras recibir un golpe en la cabeza de una porra trol. Les habían emboscado y luego... Tenía recuerdos escasos y borrosos, pero cuando había despertado en una tienda de campaña vendado, tenía la certeza de que no volvería a ver a Rudolf jamás. Ahora hacía frío, pero los trols no descansaban. Querían expulsar de allí al Señor, al maldito Señor... ¿Por qué no llamaba a la retirada? ¿No veía acaso que su pueblo se moría, aquel al que su deber sagrado con la Luz le ligaba a proteger?
Durante varios días Hanns permaneció en uno de los campamentos de las levas, reparando el equipo y las armas, pero sin apenas materiales a mano habían milagros que simplemente no se podían realizar. A muchos jóvenes que seguían llegando desde Lúsedorf les había logrado equipar con poco más que hondas, piedras y un trozo de cuero sobre la cabeza. Y eventualmente, le volvieron a llamar al campo de batalla ante la falta de hombres. Y aquel fue el día de inflexión, el día que todo cambió... El día que decidió que si su señor no tocaba la retirada, él lo haría.
Durante uno de los enfrentamientos contra los trols observó a uno de los encargados de organizar la milicia, dando órdenes, forzándolos a permanecer ante lo que como siempre sería una masacre... Fue entonces cuando, a sus espaldas, colocó una piedra con la palabra "Cretino" en una honda improvisada...

Cuando el cuerpo cayó de forma seca al suelo tras recibir una brutal pedrada en la nuca, Hanns no se paró siquiera a pensar si estaría vivo o muerto. Cuando sus compañeros se giraron hacia él... Gritó por la retirada. Y nadie le cuestionó.




El estómago le gruñó, mientras tirado en una de las calles principales de Stromgarde intentaba mendigar por la buena voluntad de la gente en la capital, que vivían cómodas y felices sin preocuparse jamás por los trols, pues estaban lejos... Igual que aquellos pueblos fronterizos que sufrían. Su papel pasó a ser poco más que el de un refugiado...

-Pobre diablo. ¿Esa es tu historia, entonces?- Un hombre, quizás un panadero bien vestido y de éxito en la capital, le observaba de pie frente al muchacho, antiguo aprendiz de herrero y actual refugiado. Hanns asintió, habiéndole contado todo y con la verdad. El hombre, sin hacer muchas más preguntas, dejó caer media moneda de plata sobre las manos de Hanns, que incrédulo se quedó mirándola. -No creo ni la mitad de tu historia, pero vete a conseguir algo de comer- Y ciertamente, el hombre no tuvo que repetirlo dos veces, pues colocándose de pies corrió hacia la taberna, dispuesto a pagarse una cena decente en mucho tiempo...

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