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Imperator

Alester

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  • Nombre del Personaje
    Alester
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    26
  • Altura
    1,84
  • Peso
    75
  • Lugar de Nacimiento
    Villaoscura
  • Ocupación
    Ex-soldado de la Guardia Nocturna
  • Descripción Física

    Alester es un hombre que pese a su edad, está bastante machacado por la vida que ha llevado. De piel pálida por la carencia de sol, nada destaca de el. Sus ojos oscuros no son nada llamativos, así como su pelo largo y grasiento muestra una dejadez bastante grande. Su barba desaliñada acompaña a su estilo que casi llega a la mendicidad. 

  • Descripción Psíquica

    Alester es un hombre callado, de pocas palabras. No demasiado inteligente para ser alguien destacable en su vida, más ser común no lo hace idiota. Resentido ante un Imperio que abandonó su hogar, muestra su rechazo hacia este con frecuencia, ganando enemistades en aquellos supervivientes que recuerdan cual es su lealtad. 

    Alester no es codicioso, no busca poder y ni siquiera espera llegar a una edad avanzada, tan solo lo motiva una cosa. Una venganza que puede que no llegue nunca. 

  • Ficha Rápida
    Si (300 palabras mínimo)
  • Historia

     Observaba la oscuridad del bosque. La primavera estaba en su pleno apogeo, más en aquel lugar el frío siempre helaba los huesos, así como las nieblas densas eran bastantes comunes. El menor de los problemas era la lluvia, pues muchas veces la densidad de los árboles permitía una cobertura natural hacia esta. 

    Antaño me gustaba hacer sus guardias con una vieja pipa y algo de tabaco malo, pues era de lo poco que traía el comerciante local, más desde hace tiempo tal cosa era algo privilegiado, algo que no estaba al alcance de mí mano. Me conformaba masticar hierba, en mis solitarias guardias. Los superviventes de la masacre se habían escondido en muchos núcleos, pequeños y muy dispersos en su mayoría. Aquellos que no pudieron alcanzar la frontera o la seguridad de Pico Plateado residían en las zonas montañosas, escondidos en viejas cuevas abandonadas. 

    Con el tiempo, la sargento que lideraba el pequeño grupo me había distanciado de las misiones, así como de los asuntos internos del lugar. Mis comentarios hacia el Imperio resentían, llenos de una verdad que nadie parecía querer aceptar. Nadie me dirigía una simple mirada, ni un buenos días. Evitaban que saliera de patrulla para buscar suministros e intentar mantener la comunicación y seguramente, en cuanto pudieran encontrar el contacto con Pico Plateado y los paladínes, me entregarían por sospechas de lealtad. 

    Fingían que no, algunos incluso forzaban de vez en cuando alguna conversación conmigo, pero jamás he sido idiota. Había pensado en insistir y poder salir en el siguiente grupo de exploración, allí debíamos coger la ruta norte, rodeando las ruinas de Villaoscura y buscar algo en las zonas del norte, a algunos días de esta. 

    Tomé mi vieja ballesta, me ajusté el cinto de la espada y me dispuse a hablar con la Sargento. Se encontraba en el interior de la cueva, sola y revisando algunos mapas desfasados. Llamé su atención con un carraspeo, y la mujer me dedicó una mirada que mostraba una desconfianza  poco disimulada. La sargento era una mujer entrada en los cuarenta. De rostro arrugado y marcado por la guerra que se ha librado durante tanto tiempo. Su ojo izquierdo estaba ciego, pero aun así era de las mejores exploradoras que quedaban. 

     

    -¿Alester? ¿Qué quieres? Deberías estar haciendo guardia en la entrada. Hoy hay niebla, si algo se acerca no lo veríamos.

    *Solté una bufido, arqueando una ceja* Siempre hay niebla. Y si se acerca una cábala ya estaríamos muertos. He venido para hablar con usted, Sargento. 

    - Eso me he imaginado...¿Qué quieres, soldado? Estoy ocupada intentando que no nos maten. 

    Sonreí de medio lado y me senté cerca de ella, tomando aire. 

    - Quiero salir en la próxima ruta. Sé lo que dicen de mí, Sargento, no intente negarlo. Quiero mostrar que soy útil a la causa, que soy de fiar. Deme una última oportunidad, Sargento. 

    La mujer torció el gesto, no demasiado convencida. Tardó unos segundos en siquiera cambiar el gesto, otros más en romper el completo silencio que se había apoderado de la sala. 

    - Es tu última oportunidad, Alester. Si vuelves a hacer ese tipo de comentarios o hacer dudar a los demás, yo misma te mataré. Todos hemos sufrido, pero no es excusa, nunca lo es. 

 

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Editado por Imperator
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Día doce en la Torre de los Mendigos

Ha pasado ya algo más de una semana desde que estoy aquí. Mi función todavía no está clara, así que lo único que hago es dar vueltas por la torre, fingiendo que soy útil mientras charlo con aquellos que no me escupen al verme. He pedido algo de papel y tinta al Maestro, el de las togas violetas y me lo ha cedido sin poner demasiadas objeciones. 

El Maestro Jasón no es un mal hombre. La verdad, desde la otra perspectiva era fácil encasillarlo en el papel de malvado y culpable, más después de hablar en algunas ocasiones contadas, creo que coincidimos en algunos aspectos generales. Quizás es más cruel y sádico de lo que me gustaría, pero tampoco se diferencia mucho de la justicia común, además, si me intentaran asesinar...Quizás haría lo mismo.

Luego está Dieter, el que lleva la máscara de calavera. Es diferente a Jasón en ciertos aspectos. El principal es que su aspecto irradia más temor que esas togas de colores que lleva, y personalmente, creo que es más sádico todavía que el anterior citado, sin embargo, hay algo en él que me gusta. Parece que sus ideas son todavía más claras, así como su meta. Coincide conmigo en muchos aspectos y cuando estuvimos hablando, me sentí cómodo en su presencia. 

De los demás no puedo hablar demasiado, tampoco es que me presten demasiada atención si no es para insultarme con alguna puya escondida en un tono sarcástico o directamente me insultan y se van. Intento no hacer demasiado caso, estoy acostumbrado a ese tipo de tratos y además, los entiendo. Aquí cualquier fallo y estás condenado, por lo que es buen vigilar tu espalda siempre que puedas. 

Intento pasar tiempo con la muchacha fea, la que tiene nombre de enfermedad de perro. No es amable, tampoco da mucha conversación y la mayoría de veces está drogada, pero es la única que me escucha y con la que puedo hablar sin que me insulte en tiempos cortos. Por ahora, creo que prefiero seguir aquí que en la horca y quizás, con el paso del tiempo me den una función útil aquí. 

Ahora, voy a ir al salón. María ha preparado gachas otra vez, y si piensas que no están tan mal, el sabor a óxido se diluye e incluso llegas y disfrutas de la comida. Guardaré esto en algún cajón y seguiré escribiendo si me apetece e intentaré que nadie lo vea, para evitar malentendidos. 

 

Alester. 

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