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Lady Soup

[Historia] Moira Mitchell

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Moira Mitchell

 

DATOS BÁSICOS

Nombre del Personaje: Moira Mitchell
Raza: Humano
Sexo: Mujer
Edad: 26 años
Altura: 1'80 m
Peso: 59 kg
Lugar de Nacimiento: Gilneas
Ocupación: Estudiante de Medicina Magia


DESCRIPCIÓN FÍSICA

Moira es una chica pelirroja alta. Con una figura delgada y estirada, sin curvas, músculo y grasa, con de piel bastante pálida. Quizás podríamos decir que debería comer más, pues una bocanada de viento pien podría llevársela de un soplido.
 
De todas los atributos que podríamos asignarle, quizás el que resalte más sean sus facciones afiladas, casi siempre terminando en una suave punta, o una heterocromía en los ojos. Uno azul y otro rojo.
 
No es alguien especialmente fea, no cuenta con deformidad alguna que resalte a plena vista. Tan solo esa sensación de que es un palillo, la cual exagera en sus dedos, alargados y flexibles como su cuerpo. Da grima ver como los mueve.

 

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Se trata de alguien con un humor bastante ácido. Seca, en ocasiones, y fulminante en otras. Su actitud podría decirse que es bastante pragmática y calmada. De observar primero y actuar después, con la calma de la perspectiva.
 
Su mente, quizás, sea su atributo más relevante y bien más preciado. Es simplemente única, en todos los aspectos. Brillante, veloz y genuinamente irremplazable. Podríamos decir, casi, que se encuentra entre las más grandes mentes de la época, alguien que aprendió a hablar antes de caminar y ya escribía cuando aún llevaba pañales.

 

HISTORIA

Moira nació en la tierra de Gilneas tiempo antes de que el muro fuera alzado.

Sus padres, unos comerciantes, eran conocidos por moverse por los reinos del este, de arriba a abajo, para vender sus productos.

Gracias a eso Moira tuvo una buena y diversa vida en la que no le faltaron oportunidades para conocer el mundo —o bueno, al menos gran parte de él—. Eso le dio una cierta visión más abierta a las gentes y experiencias que el humano promedio, habiendo tratado con elfos, enanos y —recientemente— draenei, durante la mayor parte de su vida.

Siendo una joven culta, curiosa, perceptiva e inteligente, no es extraño que esa variedad en el mundo llamara su atención. Sus padres, por supuesto, se encargaron de darle una buena educación desde su infancia. Asignándole numerosos tutores en sus viajes comerciales que, tal y como estipulaba en sus contratos, procuraron que la joven estuviera bien nutrida en artes, ciencias y demás conocimientos.

Eventualmente —y por asuntos de su educación— se vio en la muy pesada obligación de separarse de su familia. Perseguir la carrera de medicina no era algo que pudiese hacerse —dando igual los medios a su disposición— bajo el amparo de profesores ambulantes o tutores a distancia.

Por ende, y dejada a cargo de la finca familiar de Ventormenta, reside sola —en la actualidad— en aquel caserón que sus padres compraron hará ya unos años. El hogar en el que pasó su adolescencia.

Con todo bajo el manto de las sábanas, las cortinas usualmente cerradas y un servicio mínimo de jardinería, cocina y limpieza… Bueno: Digamos que busca un modo de matar el tiempo entre clase y clase, como si deseara un modo en que esa pasión y emoción del pasado regresara para sacarla de esa rutina en la que lleva cinco años ya enclaustrada.

 

Diario de Moira Mitchell, decimocuarto día del mes de marzo del trigesimosegundo años tras la apertura del portal oscuro.

Bueno, hoy ha sido un día interesante.

Como cada mañana, nada más oír el canto del gallo tras la ventana, abrí los ojos.

El techo estaba como siempre. Decorado en los trazos de algún artista que mis padres pagaron hace casi dos décadas. La luz entraba tenuemente a través de la ventana, la brisa de una mañana calurosa acompañaba el aroma de pan recién hecho que repartía el panadero.

Todo fue ordinario, tranquilo y calmado. Como era usual, de esperar y sin novedades. Repasé unos apuntes, escribí una o dos anotaciones y perfeccioné los dibujos de la última disección, ya sabes, la que realicé de una mano humana en la clase del profesor Papadopoulos.

Tenía cierta… Belleza, sí, pero carecía de un trazo más perfecto. Mi pulso me tembló al cargar demasiada tinta en la pluma y… Quedó algo sucio. Eso ha sido lo corregido.

Con la llegada de las nueve de la tarde, indicada por el paso del afilador por la calle, ya estaba lista para partir hacia la universidad. Mi vestido, púrpura como ya era habitual había sido previamente tratado por la lavandera desde el incidente de la semana pasada —las lluvias de las que ya te hablé—. Me dio algo de asco tener que cruzar el puente con él, apestaba a pescado y, evidentemente, algo de tufo se me iba a quedar, pero bueno. Es uno de los gajes de vivir en el distrito este.

Vi una chica ya llegando a la universidad. Rubia, de cabello y piernas largas. Me llamó la atención, tenía la sensación de que me observaba pero… Lo mismo eran imaginaciones mías. La verdad es que era muy guapa.

Clase, como cabría esperar, fue sin problemas ni interrupciones. Llegué un poco tarde, lo cual hay que destacar, y hacia el último trecho del pasillo tuve que ponerme a correr para mantener algo mi dignidad de alumna modelo. No lo hice, apenas llegué con aliento en mi boca —lo sé, lamentable— y tuve que contenerme la necesidad de respirar por la boca para no llamar especialmente la atención.

Todo muy lamentable, sí.

Pero bueno, nada que no me haya pasado ya —y en situaciones más vergonzosas—. Seguí adelante, atendí a las lecciones y, tras el paso de cuatro horas, gocé de unos minutos para comer algo y beber agua. Me entretuve, tras eso —y durante el descanso—, estuve realizando unos dibujos del paisaje.

Ahí estaba de nuevo esa chica. No me miraba a mí esta vez, claro está, si no a un edificio de la facultad, la biblioteca en concreto. Me pregunté por qué pero… No me acerqué. Le resté importancia y esas cosas. No parecía ni tenía la compostura de una alumna, eso estaba claro, y desde luego era demasiado joven para tratarse de una profesora —sin contar el hecho de que llevaba una capa rosa estampada—, así que la tomé por una visitante y no le dí más vueltas.

La siguiente ronda de clases fue una lección práctica. Siguiendo con la anatomía humana, pude observar desde un par de asientos atrás como el profesor mostraba a la clase los entresijos del cráneo humano. El cuerpo —según nos explicó— era de un convicto terminal que había decidido donarse a la medicina tras la ejecución. Nada inusual y fuera de lo habitual, así que realicé mis dibujos y apuntes —esta vez mejor pulso— y acabamos la clase sin incidentes.

De nuevo, esa mujer rubia, de cabello y piernas largas. Con una capa rosa estampada. Tenía… Algo.

Esta vez, ya con carbón y papel en mano, aproveché para hacerme a un lado y realizar un retrato. Por esos momentos, a decir verdad, no tenía ninguna intención con ello, simplemente lo hice y ya. Como que me apeteció.

Tengo entendido —según pregunté—, que había estado pululando por la zona todo el día. Investigando la biblioteca y esas cosas. La verdad, sentí la tentación de acercarme a preguntar una vez recogí el material, ya anochecía.

¿Lo hice? Eventualmente sí, aunque —no voy a engañar— la duda me carcomió por unos minutos.

Y lo que pasó después es lo interesante.

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