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Thala

Ludwig Volans

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  • Nombre del Personaje
    Ludwig Volans
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    34
  • Altura
    1.84
  • Peso
    74
  • Lugar de Nacimiento
    Sotavento (Bosque del Ocaso)
  • Ocupación
    Aprendiz y protector
  • Descripción Física

    Ludwig es un hombre entrado en años, de pelo oscuro y rasgos duros. Lleva una barba descuidada, aunque rara vez la deja crecer más de un par de dos de espesor, sus pomulos marcan con fuerza el contorno de su cara, y bajo sus ojos siempre parece tener unas ojeras que no se van nunca. Viste una gruesa capa, ya vieja y ajada, que le ha servido para guarnecerse y dormir seco y mas o menos caliente inmunerables veces, bajo ella, lleva una vieja y deslustrada armadura de mallas, que lleva con el tanto tiempo como su capa, su mangual, y su escudo.

  • Descripción Psíquica

    De carácter añejo, Ludwig no es dado a conversaciones innecesarias, suele preferir callar y simplemente escuchar, no suele ser alguien proactivo, más proclive a escuchar y obedecer que a dar ordenes, sin embargo valora su palabra casi por encima de todo, y cuando hace un juramento, lo cumplirá, o morirá en el intento.

  • Ficha Rápida
    No (1000 palabras mínimo)
  • Historia

     

     

    Ludwig se encontraba sentado sobre un banco de piedra, mirando distraído una parte del techo que solo la Luz sabe hace cuanto tiempo se vino abajo, la lluvia del exterior de la casa se colaba por el boquete, y el pequeño charco de agua que empezaba a formarse en el suelo ya se estaba mezclando con la sangre que cubría el piso. Dejó escapar un suspiró, cansado y meditabundo. A sus pies yacía el cadáver de alguien, ni siquiera sabía quién era, ni su nombre, ni su historia, su cabeza estaba abierta en dos, y los pinchos de su mangual habían dejado los ojos colgando de sus cuencas, más Ludwig no lo sentía, aquel malnacido no le había dejado opción, No es que disfrutaste de matar a alguien si no era necesario, pero ese hombre no quería cooperar, y solo le dejó dos alternativas, salir y buscar otra casa que pareciera resistente en el bosque para cobijarse de la lluvia, o matarlo. Ni si quiera lo había visto cuando entró en la casa, tal vez fueran los años pasados, o ese golpe en la cabeza que recibió hace tiempo, pero sus sentidos ya no eran lo que un dia fueron, solo la coraza que portaba bajo la gruesa capa le había salvado de la puñalada por la espalda. Negó para sí mismo mientras limpiaba el acero de su mangual.

     

    Recordó la primera vez que vio un cadáver y cuánto le impresionó, apenas tenía 8 años cuando encontró en la orilla del río el cuerpo de algún pescador, o quizá era un comerciante? No podía recordarlo, lo que sí recordaba con una claridad cristalina era lo hinchado que estaba el cuerpo, el aspecto correoso y húmedo de su piel, la miríada de insectos devorando, saliendo por todos los orificios de su cuerpo, los naturales y los que ellos mismos se habían encargado de fabricar, y sobre todo el olor, ese olor nauseabundo que le hizo vomitar y temblar durante el resto de dia. Escupió al suelo al recordar ese niño endeble y asustadizo que un dia fue.

     

    Se levantó y se dirigió al almacén de la pequeña casa de piedra con techo de madera, al menos ahí no entraba el agua, no era más que un agujero pequeño, oscuro y que olía a heces de quien sabe que animal, cerró la puerta y se sentó, recostando la espalda contra la dura piedra, se tapó con la capa y trató de cerrar los ojos para descansar un rato. Le dolían todos y cada uno de sus huesos, hacía varios días que no encontraba un sitio donde se sintiera lo suficientemente seguro como para quitarse la armadura mientras dormía, y prefería ser un hombre dolorido y cansado a uno muerto.

     

    “La muerte nos llega a todos”, ese amargo pensamiento brotó de nuevo por si mismo en su mente, y es que el tiempo solo le había enseñado que lo único totalmente cierto en este mundo, es que tarde o temprano, todos mueren, sin importar cuánto lo intentes evitar, que tipo de magia uses o cuanto te escondas o corras, es fútil huir de un destino que debió ser marcado cuando el mundo nació.

     

    Su antiguo maestro se creía dueño de la muerte, su arrogancia no conocía limites, y desde luego sabía bien lo que hacía, y era inteligente, tal vez demasiado. Trás muchos años trabajando con el, apenas si quiera le había enseñado lo básico, lo quería como su guardaespaldas más que como su pupilo, y eso Ludwig lo sabía perfectamente, pero no le importaba, había jurado servirle, y eso hizo.  Ludwig sospechaba que tal vez su maestro desconfiaba de él, pues con los años se había vuelto más uraño, menos dado a la conversaciones innecesarias, y por eso decidió viajar solo. Lo ultimo que supo de el es que iba a reunirse con otros como el, más jamás le dijo con qué motivo o intención, sin embargo, trás esperar más de una semana, fue a buscarlo, preocupado por el destino de su maestro, solo para encontrar su bastón junto al cadaver de dos de esas bestias lupinas, se creía dueño de la muerte, más la muerte siempre toma lo que le pertenece, y todas las vidas son suyas.

     

    No recuerda en que momento se había dormido, abrió los ojos, y por las rendijas de la puerta se colaba la tenue luz del sol junto al sonido de gruñidos al otro lado. Se levantó no sin esfuerzo, las rodillas y la espalda le crujieron, notaba el entumecimiento en cada uno de sus musculos, más debía continuar, se colocó bien la capa, blandió el mangual, se colocó el escudo en su zurda y abrió la puerta. Ante el, dos lobos estaban devorando el cadaver del hombre de la noche anterior, y en cuanto le divisaron, erizaron su pelo y le gruñieron, dejando la carroña y encarando a la nueva amenaza, comenzaron a rodearlo, sin embargo todo terminó rapido, evitó la dentallada del primer lobo con el escudo, empujandolo con fuerza mientras su mangual se undía con fuerza en la cabeza de su compañero, el craneo del animal se partió en varios pedazos, y es que la mayoria de craneos suenan igual al romperse, el lobo restante no tardó en marcharse, no sin llevarse un brazo del muerto como recompensa primero. Una vez volvió a estar solo, no perdió el tiempo, y comenzó a arrancarle la piel al lobo muerto, al menos hoy iba a comer carne.

     

    Un par de horas después, con el estomago lleno y algo de carne guardada en la capa del hombre muerto, retomó su camino, en busca de otro lugar donde asentarse, en busca de alguien a quien servir de nuevo, en busca de un nuevo maestro.

 

(Ya la pondré bonita, que me da pereza ahora mismo)

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