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Helades

Alathas Ventopresto

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Nombre: Alathas Ventopresto

Raza: Quel'dorei

Sexo: Hombre

Edad: 317 años (30 humanos)

Altura: 1,82 m

Peso: 68 kg

Lugar de nacimiento: Lunargenta, Bosque Canción Eterna

Ocupación: Bibliotecario, escolar y artista errante.

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DESCRIPCIÓN

Físico y vestimenta

            Alathas es un quel'dorei de constitución delgada y esbelta desde su nacimiento, aunque sus rutinas le han hecho que esto se enfatice más. Tiene el pelo largo blanquecino con una trenza cuya mitad del pelo está tintada de azul y tiene aros de bronce. Sus ojos son celestes y su piel clara, denotando el tiempo que ha dedicado en interiores leyendo y realizando otros menesteres. Posee un par de tatuajes en sus mejillas de color blanco que hacen referencia a unas ramas de lo que parecen ser árboles. Posee una ligera barba de unos pocos días. Sus orejas tienen un par de pendientes de bronce cada una.

            Usualmente viste unos ropajes de viaje azul oscuros decorados con unos detalles hechos con hilo blanquecino en los bordes. Porta la mayoría del tiempo una mochila en un lateral de su cadera con diversos utensilios de dibujo y escritura, además de otros enseres útiles para sus viajes. Además de esto, suele llevar colgadas varias faltriqueras para llevar otros utensilios.

Personalidad y psicología

            Alathas es curioso y perspicaz. Le encanta comprender las cosas y por ello a veces puede ser algo entrometido, pero sabe como compensar esta intromisiones con su gran palabrería y su verborrea. No es una persona que busque el mal de nadie, es más, busca siempre que toda persona conozca algo más del mundo, a modo de pequeños refranes o consejos. Es altruista y amable, ofreciendo a aquellos que no tienen nada algo de ayuda, al menos mientras que pueda proporcionarla.

            Alathas trata de evitar hablar demasiado de sus padres o su pasado en los Reinos del Este, aunque no tiene problemas en hacerlo mientras que no se ahonde demasiado en ciertos aspectos muy personales. Todavía no ha logrado recuperarse del todo de la muerte de sus padres, pero siempre trata de evitarlo con una ligera sonrisa y centrándose más en el presente.

            Le encanta buscar respuestas complejas a cosas simples y respuestas simples a cosas complejas. Comprender lo incomprensible y discernir lo oculto es su lema. El conocer otras lenguas, conocer otras razas, comprender su entorno, la cartografía y la historia son algunas de las cosas que le encantan.

            A veces, para calmarse o para pasar el rato Alathas toca la flauta que antaño perteneció a su madre, pues recuerda alguna de sus melodías favoritas e incluso busca nuevas partituras o se hace alguna propias.

 

HISTORIA

Lo que los libros no nos cuentan

            Cuando te pasas todos los días leyendo en una biblioteca te das cuenta de que hay muchas cosas que no se cuentan. La historia es interesante, pero faltan detalles. Los grandes mapas muestran muchas zonas, pero hay lugares sin explorar. Los conocimientos de herboristería y hechicería son fascinantes, pero se quedan en la base. Y entonces, es cuando te das cuenta de que alguien tiene que tomar la iniciativa para expandir ese conocimiento. Para encontrarlo. Y ese alguien soy yo.

            Sin embargo, esa no es la historia que nos incumbe ahora, pues la historia que debe ser contada ahora es la de mi pasado. Y pese a que me gustaría dejarla atrás, mantener en el olvido el dolor que ocasionó en mi corazón la Plaga y todo el sufrimiento que tuve que soportar desde entonces… se que para avanzar en un libro… hay que leerlo entero.

            Nací hace 317 años en la mismísima Lunargenta, en aquella época dorada de nuestro pueblo. Me crié en el seno de una familia acomodada, siendo el único hijo. Mi madre se llamada Shalia y era una forestal, mientras que mi padre Thalas era un bibliotecario en la capital. Desde pequeño, el espíritu aventurero lo desarrollé fijándome en mi madre, mientras que mi curiosidad y mis ansias por aprender las heredé de mi padre.

            A medida que fui creciendo comencé a ayudar en la casa y a mi padre cuidando de la biblioteca, aprovechando para leer algunos manuscritos y libros que encontraba de interés. Por las noches, cuando mi madre volvía a casa, me quedaba escuchando absorto como ella relataba sus vivencias diarias junto con su escuadra de forestales. Los días que ella tenía libres, los gastábamos ella y yo en caminar por el bosque y las colinas, escuchando los consejos de mi madre y sabiendo moverme por el bosque, mi hogar lejos de nuestra casa. Por las noches, mi padre traía usualmente un libro de la biblioteca y me contaba historia y relatos de lugares perdidos y héroes antiguos, villanos pérfidos y leyendas increíbles que elevaban mi mente por encima de la nubes y me mostraban mundos más allá de la vista. Mi infancia fue feliz, pudiendo gastar el tiempo con mi familia de manera plena, centrándome en leer, caminar y observar, comiendo lo justo y necesario para volver a salir y explorar, aprender. Eso acabaría por desarrollar tanto mi mente como mis sentidos y pese a que sabía como moverme por el bosque, esta carencia alimenticia no me permitía viajar tanto como me gustaría. Lamentablemente, esta costumbre la mantengo hoy en día conmigo.

            Sin embargo, la vida siguió. Y crecí con estas rutinas feliz. Dediqué mi adolescencia a preservar la biblioteca y a ver que lo que los libros me contaban del mundo era real en el mundo de fuera de estos. Y era cierto. Peligroso y majestuoso, grande y plural. Pasó mucho tiempo, pero al final acabaríamos por sufrir el destino más tenebroso que había guardado el mundo para nosotros… la Plaga nos atacaba.

            Mi madre se vio obligada a prestar servicio para proteger Quel'thalas. Yo y mi padre, sin embargo, no éramos guerreros ni hechiceros. Huimos por las callejuelas mientras que el enemigo avanzaba. En el otro lado de la ciudad, mi madre trataba de contener a los no-muertos, pero allí acabaría mi saber sobre ella. Nunca la volví a ver. Mi último recuerdo de ella fue una mirada plagada de determinación y tristeza que nos pedía tanto a mi padre como a mi que corriéramos. Lo hicimos… y por ello me arrepentiré toda mi vida de no saber qué pasó con mi madre.

            Mi padre y yo logramos huir de la masacre y viajamos sin parar, no sin antes pasar por nuestra casa y la biblioteca, tomando todo lo posible. Dejamos atrás Lunargenta y viajamos al sur, evadiendo a la Plaga y buscando auxilio en Lordaeron. Tras alcanzar el reino humano, residimos en él durante un tiempo, al menos hasta que nos dimos cuenta de que un barco viajaba a Kalimdor para fundar una colonia en dicho continente. Nuestros corazones todavía estaban apesadumbrados, el de mi padre el que más, pero sabíamos el dolor que nos causaría abandonar no solo nuestro hogar, si no los Reinos del Este. Sin embargo… también sabíamos que teníamos que empezar de nuevo. Y lo hicimos, tomamos ese barco y viajamos hasta llegar al lugar indicado… la actual Theramore.

            Tratamos de volver a forjar de nuevo nuestras vidas en este nuevo lugar. Mi padre volvió a abrir una biblioteca, pero la mayoría de libros que antaño poseía los habíamos perdido. Su trabajo, en su mayoría destruido. Su mujer desaparecida, probablemente muerta. Su mente y su corazón nunca volverían a recomponerse. Esas heridas nunca volverían a cicatrizar. Yo lo sabía. Él lo sabía. Y al final, sabíamos que ese dolor… acabaría por matarle, de una manera u otra. Mi padre acabó por enfermar gravemente. Nunca se pudo encontrar una cura. Nunca se supo el origen de la enfermedad. Pasaron apenas unas semanas antes de fallecer, pero en su último aliento, una última frase me dijo:

            - "Vive por mí Alathas… vive por tu madre… tan solo… vive… sin que el dolor te devore… como a mí".

            Su aliento se desvaneció con el viento, y cuando murió supe una cosa. Un conocimiento que me hubiera gustado nunca conocer. El mundo es, además de peligroso, cruel.

            En ese momento todo mi mundo se fue a pique. Había perdido a aquellos que amaba. Había perdido mi antiguo hogar. Había presenciado el terror que guardaba el mundo para los inocentes y para aquellos que querían ser felices. Pero entonces… ¿por qué debía seguir viviendo? Por una promesa… esa promesa que me pidió mi padre. ¿Y qué sentido tenía que la cumpliera si estaba muerto en vida al faltarme todo cuanto amaba? No… había algo… algo que todavía preservaba.

            Caminé hasta la pequeña biblioteca y observé las estanterías, en su mayoría vacías, pero sonreí. Sabía que todavía podía hacer algo para que su recuerdo no se desvaneciese. Para que en mi memoria siguieran conmigo. Para que se sintieran orgullosos de mi donde quiera que estén. Haría que esa biblioteca tuviera el mismo esplendor que la antigua. Y por ello solo hay algo que yo podía hacer. Viajar y explorar gracias al espíritu de mi madre y recopilar conocimiento y escribir gracias al de mi padre.

            El viaje de los Ventopresto todavía no acabaría ni ha acabado. Tan solo he tomado un sendero más y he pasado página. Ahora me toca escribir el libro de mi vida. Así que… toca fundar un nuevo acto.

 

 El caminar del viajero del viento

          Continuará...

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