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Mirela

Henri Lodge

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  • Nombre del Personaje
    Henri Lodge
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    23
  • Altura
    1,85m
  • Peso
    80kg
  • Lugar de Nacimiento
    Gilneas
  • Ocupación
    Sin trabajo
  • Descripción Física

    Forma humana

    Es un hombre robusto. En su cuerpo contiene varias cicatrices debido a su última pelea. La barba está ligeramente  recortada. Su cabello es largo y desalineado. Lo mantiene atado para que no le bloqueé la vista. 

    Forma huargen

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  • Sus ojos son de color ámbar. Y su pelaje es gris oscuro que se asemeja como la noche. En la parte de su cuello el color del pelo es más claro. Algunas partes, se puede notar las cicatrices carente de pelaje pero para eso se debe de estar muy cerca de él.

  • Descripción Psíquica

    Es una persona algo fría. No confía en extraños, a menos que estos se ganen su confianza. Lo que más odia de la gente es que abusen de los demás solo por tener una posición  más privilegiada. Renegando de la familia de su verdadero padre, él adoptó el apellido de su madre, Lodge.

  • Ficha Rápida
    No (1000 palabras mínimo)

 

Historia


El hombre se encontraba sentado en las penumbras de la sala mientas observaba fijamente la puerta que daba al exterior. Su mano posaba sobre su rifle de caza, preparada para ser usada.  La lámpara que lo iluminaba ahora se había consumido por completo. Era noche pero el claro de la luna entraba por debajo cuya luz tenue lograba iluminar parcialmente el cuarto. Él se mantenía en aquel lugar, esperando…


***


Hace muchos años él era solo joven cazador. Vivía con su madre en una casa en las afueras de los terrenos de Huge, el señor a quien servía. Con respecto a su padre, él nunca llegó a conocerlo. Su madre le comentó que él había fallecido algunos meses después de su nacimiento. Los días de Henri eran muy monótonas. Habían muchos sirvientes, aunque todos estaban separados dependiendo de su trabajo. A diferencia de los guardaespaldas de la familia Van Bemont, él pertenecía al grupo más bajo de la servidumbre. Solía pasar su tiempo en las afueras, en un grupo de cazadores para mantener las tierras de su señor limpio de cualquier intruso. Los días que más odiaba era cuando el hijo de su amo quería salir a cazar zorros por el bosque con otros jóvenes mimados por sus padres. En aquellos momentos, ellos trabajaban como transporte de carga para los animales muertos que cazaban. 
Un día, su madre cayó enferma por una causa que él desconocía. En el estado en que ella estaba tuvo la obligación de confesarle sobre la verdad de su padre. Le fue difícil decirle que en realidad era el mismo dueño de esas tierras. Huge logró silenciarla con la promesa de que estarían bajo su protección y les daría un techo donde vivir. Henri, en su desesperación, trató de hablar con su padre. Sin embargo, el señor de la casa le dio la espalda. 


-¿Y tú quién te crees que eres? ¡Fuera de aquí!- fue lo que le dijo antes de expulsarlo de la mansión y de sus tierras inclusive. Los guardias más leales de la casa se encargaron de eso. Lo echaron como si fuera un intruso más y entre carcajadas le gritaron “¡Aprende tu lugar, rata bastarda!”. A pesar de que ya no pertenecía alli, algunos de sus antiguos compañeros se comprometieron a ayudar. Exploraron los montes en busca de ayuda. Los esfuerzos fueron en vano debido a que la enfermedad de la mujer taberna muy avanzada. Pasaron tres días para que ella diera el último suspiro. Entendió que todos los que estaban por debajo de ellos eran tratados como trapo de piso y no como seres humanos. No importaba que podría pasarles a ellos. Para los nobles, la servidumbre eran muebles baratos y viejos podrían ser reemplazados. Eso fue lo que sobrepasó su límite. Él se unió a los rebeldes y alzó sus armas contra la gente que tanto sirvió. Lo siguieron también sus compañeros, cuyos motivos eran similares a las de Henri. Las calles eran más violentas por la rebelión. Tomaban precauciones para no ser atrapados porque ya sabían el destino que le deparaba. Pero nadie supuso que una amenaza mayor crecía entre los bosques. Eran monstruos parecidos a los lobos pero más letales, cuyas garras eran como dagas afiliadas y sus temibles dientes intimidaban a los humanos. La gente estaba espantada por el hecho de que entre las sombras se ocultaban esas criaturas esperando a su próxima víctima. Cada enfrentamiento, cada abrir y cerrar de ojos era una colega que perdía. Frente a la tumba de ellos, renegó del motivo por la cual vivía. Siendo que todo iba a un declive. Henri volvió a su casa y bloqueó las ventanas con tablas de madera. Se encerró allí y encendió su lámpara de aceite.


Cargo su rifle, llevó una silla justo enfrente de la puerta y se sentó.


***


Los grillos que se escuchaban a las afueras pronto fueron superadas por los aullidos de las criaturas de la noche. Los ruidos de sus pisadas estaban por alrededor de la casa, acercándose. Él se mantenía en silencio, inmóvil en su silla. Cuando él comenzó a oír las piezas en el techo, Henri se levantó, encendió nuevamente la lámpara en la silla y tiró la mesa de costado con la finalidad de usarlo como defensa. Su dedo se deslizó al gatillo de su arma ya cargada. De pronto hubo un largo silencio hasta que los golpes y arañazos se empezaron a sentir detrás la vieja puerta y las ventanas bloqueadas. La puerta no tardó tanto en ceder y los invasores comenzaron a entrar.


-¡Esta es mi casa, malditos salvajes!- gritó el hombre. Empezó a disparar contra aquellas criaturas de la noche. Aunque eso no sería a suficiente para detenerlos, él estaba dispuesto a todo. Lanzó la lámpara a los pies de las bestias. El fuego se propagó muy rápido y las bestias huyeron al sentir el peligro. El hombre salió de la casa persiguiendo sus pasos. Estaba demasiado lastimado y la sangre no paraba de brotar de sus heridas. Debido a esto, sus piernas dejaron de responder pero se arrastró por la tierra hasta llegar a un sendero.
El joven buscaba a la muerte de todas las maneras. A ella le toca a todos por igual. No tiene preferencias, no discrimina. Pero no importaba los caminos que tomara, él siempre de alguna manera era salvado. Pero cuando la llamas, ella nunca viene. ¿Qué ironía, no? 


Esa vez no fue una excepción, un carruaje con provisiones iba en camino al refugio. En la parte de adelante iba un hombre manejando a los caballos junto con su hijo. El pequeño advirtió al padre que se detuviera al ver al hombre tirando en el medio del camino. Del transporte bajaron dos sujetos que custodiaban a la mercancía. Ellos pensaban que era un cadáver hasta que lo revisaron. El señor se bajó y se percató de las heridas. Los arañazos y mordidas eran evidente de que eran de los huargens.
-Subidlo al carruaje. Lo llevaremos a la ciudad- ordenó el hombre. Los dos guardias levantaron al herido con cuidado y lo subieron. El viejo rasco su mentón y se dio cuenta de que el agonizante pasajero abrió apenas sus ojos. Él se agachó a la altura de su mirada. -Vamos a ayudarte, muchacho.- le dijo antes de que se quedara inconsciente.

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