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CATRIONA

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Banda sonora

 

 

FICHA DEL PERSONAJE

Nombre: Catriona
Raza: Humana gilneana
Sexo: Mujer
Edad: Treinta inviernos
Altura: Apenas supera el metro sesenta de altura
Peso: 56 kilos
Lugar de nacimiento: Aird Asaig, al norte del Reino de Gilneas
Ocupación: Bruja de la cosecha


APARIENCIA

Spoiler

Una joven más bien menuda y quizá un pelín regordeta, con una cabeza más redonda que alargada y cubierta con una melena castaña clara. Esta última suele estar enmarañada y la mujer acostumbra a aderezarla con algún que otro adorno rudimentario. De facciones no particularmente notables pero tampoco afeada, quizá el rasgo más reseñable sean sus mejillas, rollizas y sonrosadas la mayor parte del tiempo. Fruto de una alimentación con la que muchos campesinos y habitantes de la espesura podrían tan solo soñar.
Viste ropas sencillas, normalmente pieles o togas viejas, que le permiten moverse con comodidad por el bosque y la reparan del frío de la noche gilneana. La parte anterior de sus brazos ha sido parcialmente cubierta por una serie de marcas, de las cuales algunas se asemejan a cicatrices y otras a dibujos grabados en la piel de la muchacha. Se trata de motivos enrevesados y naturales, como si unas ramas inexistentes se enroscasen alrededor de su carne.

Al cinto suele llevar una hachuela vieja y otros utensilios que la ayudan en su día a día, así como un puñal desgastado escondido entre las ropas, aunque a veces usa un bastón de madera de castaño para ayudarse a caminar. Casi siempre se la podrá ver cargando un cesto que ha sido tejido con cuidado y cariño al hombro, cuyo peso ha sorprendido a más de uno. Dentro lleva todo lo esperable para alguien de su condición: hierbas con multitudes de usos, algunas secas y otras no tanto, botes y recipientes con mejunjes, cataplasmas y brebajes de todo tipo...

 

PERSONALIDAD

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Se trata de una mujer de convicciones y costumbres férreas, de las cuales le sería difícil o incluso imposible desprenderse. Ha crecido rodeada de los mitos y leyendas de los bosques, y ha pasado toda su vida adulta entre estos mismos, descubriendo cuáles de ellos eran ciertos y cuáles no. Es por ello que sabe cómo apelar al corazón de los hombres y las mujeres en sus formas más primitivas, mediante el miedo o mediante la compasión, para ayudar a defender la tierra que la vio nacer.

Si bien la vida de las brujas es de una naturaleza retraída y esquiva, Cat comprendió desde una temprana edad que sus habilidades y conocimientos pueden llegar a ser de inestimable ayuda para los más desamparados. Su mentora le enseñó que prestar socorro a quien lo necesita por compasión y empatía es imprescindible, pero de todo se puede tener demasiado, y juró vez sí y otra también que si la joven Catriona hiciese de su vida poco más que una colección de actos bondadosos y desinteresados los campesinos acabarían mordiendo la mano que les daba de comer. Es por esto que la mujer no ve su lugar en el mundo como el de alguna clase de caballera errante o una sacerdotisa que vierte su vida en la ayuda del prójimo, por lo que a veces puede parecer injusta en su decisión sobre a quién ayudar y a quién no. Incluso, en ocasiones muchas veces indescifrables por los pueblerinos, pide algo a cambio. Suelen tratarse de cosas aparentemente inútiles o fuera de lugar, para las cuales solo las profundidades del bosque conocen sus usos.

No es, evidentemente, una mujer de guerra o de carnicería, pero la vida en la espesura gilneana es dura y no todos honran a los ancestros del modo en el que deberían. Su hachuela desgastada y una daga que esconde entre las prendas le han salvado el pellejo más de una vez, cuando bandidos o individuos demasiado ignorantes de lo que los árbolees esconden han estimado conveniente irrumpir en los lugares más sagrados. También cuenta con un conocimiento y manejo básico de las energías naturales que le pueden ayudar en su día a día e incluso en combate, si la situación se diese.

 

HISTORIA

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Los bosques gilneanos habían sabido desde tiempos inmemoriales cómo dar con una mano y recibir con la otra. Sostuvieron y abasteciron durante siglos a numerosas aldeas en sus necesidades más esenciales. Favorecieron la caza, dieron refugio a quien lo necesitase en tiempos de guerra o persecución, e incluso permitieron que los primeros hombres que los pisaron talasen su leña para construir y mantener los hogares que darían cobijo a sus hijos. En contrapartida, la espesura se había llevado más vidas de las que se pudieran contar, sin hacer distinción de estamento, sexo o moral. Gilneas estaba plagada de historias y leyendas oscuras sobre los peligros y terrores que los árboles guardaban. Y con ellas crecieron los infantes de incontables generaciones, atemorizados y agradecidos por igual del bosque, sus espíritus y sus criaturas.

No fue la cosa diferente para una cría menuda y de cabellos como la avellana, con nombre y apellido ordinarios y venida al mundo poco después de la apertura del Portal Oscuro en una de las aldeas situadas en la linde de los bosques al norte de la Península, arraigada en las costumbres y tradiciones más arcaicas. Hija de campesinos especialmente pobres en un pedazo de tierra especialmente estéril, su primera década de vida estuvo marcada por el hambre y la penuria en los inviernos y el trabajo duro y apenas fructífero en las primaveras.
A pesar de las adversidades, la familia vivía observando las usanzas del pasado tan meticulosamente como el resto, pero un error es más que suficiente para cambiarlo todo. El único hermano de la muchacha, ya bien entrado en la pubertad, se escapó una tarde despejada con la hija del propietario del molino y la llevó al bosque en busca de un claro en el que consumar los deseos de ambos y hacer bajo la escrupulosa mirada de los árboles y los dioses lo que no era admisible hacer de vuelta en el villorrio.
Debía ser que dichos dioses no estaban de buenas aquel aciago día, pues la pareja acabó por dar con un magnífico espacio que abría el follaje en dos como una herida, pero que guardaba un secreto que no les era íntimo a ninguno de los dos.

Es común que las gentes del pueblo, sobre todo aquellos más ancianos y fijados en las costumbres, recojan hierbas para brebajes y cataplasmas y presenten sus respetos a sus espíritus y deidades en claros como aquel. Estropear la tierra de un lugar así o cometer un acto carnal sobre un césped como ese sería considerado de mal gusto en cualquier lado, y un crimen extraordinario en algunos de los villorrios más anticuados. Fue así que, cuando los jovencitos tuvieron la desdicha de ser sorprendidos por uno de los villanos que venía a recordar a sus antepasados, los problemas comenzaron a apilarse.

Los más viejos y sabios del pueblo se reunieron para decidir qué hacer al respecto. Cada uno tenía una versión de lo que la tradición exigía en casos de afrentas como esta, a cada cual más macabro e injusto. Sin embargo, la voz cantante la tuvo aquel que descubrió el acto, y su propuesta, si bien no tan brutal como las otras, era cruel y grave quizá en mayor medida.
La asamblea decidió que la familia del joven no solo había quedado deshonrada, y por lo tanto el muchacho debería ser exiliado y buscar seguir su vida como fuese alejado del poblado, si no que además la comunidad entera había quedado desacreditada a los ojos de la arboleda y un precio debería ser pagado. La semilla más joven de la familia caída en desgracia, concluyeron los aldeanos, debía ser entregada de vuelta a la tierra y a su merced, de modo que los espíritus y las criaturas del bosque hiciesen con ella lo que considerasen preciso para saldar la deuda contraída.

Fue así como nuestra pequeña, aun apenas una mocosa y en gran parte ajena a la verdadera situación, fue arrancada de los brazos de sus padres y guiada hasta lo más frondoso del bosque, a una loma donde unas piedras con inscripciones más antiguas que el mundo mismo se erigían imponentes. Tras unas palabras con las que el varón que la cargó con ella informó a quien quiera que escuchase el objetivo de la ofrenda, este se perdió en la espesura para no volver a ser visto jamás por la cría.
Fría, hambrienta y sin idea alguna de lo que había ocurrido, la chiquilla pasó dos días y dos noches a merced de los elementos, aterrorizada y al borde de la hipotermia. No fue hasta la tercera mañana cuando una mano arrugada se posó sobre su cuerpo esquelético, moviéndola de lado a lado. La pequeña apenas tuvo tiempo para ver la imagen borrosa de una mujer algo encorvada y con el rostro ocultado bajo una capucha, que la alzaba y la llevaba de vuelta a los bosques de los que había venido, antes de perder el conocimiento otra vez.

Despertó sumida en el fuerte aroma del incienso y las entrañas, en una gruta que estaría completamente engullida por la oscuridad si no fuese por la lumbre que dibujaba sombras extrañas y aterradoras en las paredes. Luego, vio aquello de lo que muchas de las historias y leyendas con las que había crecido hablaban. Una mujer, más anciana de lo que uno podría imaginar, molía unas hierbas en un cuenco, cheposa y arrugada como una pasa. Sus ojos eran blancos y su mirada inexistente, pero le indicó a la joven que se acercase en cuanto esta se despertó.
A diferencia de lo que los aldeanos seguramente auguraban, los elementos no le habían arrancado la vida del cuerpo, ni las bestias salvajes habían hecho de ella su almuerzo, si no que había caído en las manos de una de las figuras que en épocas modernas eran ya casi mitológicas por sus reducidos números. Una de las brujas de la cosecha había encontrado por fin a quien podría reemplazarla cuando lo inevitable ocurriese.

Los años siguientes transcurrieron no de forma menos dura que su vida en el campo. La ciega centenaria la llevó de vuelta a su cabaña, al otro lado de las montañas y, de acuerdo con la usanza, le dio un nombre nuevo por la fecha en el que se le fue otorgado pero viejo en sus orígenes: Catriona. Catriona no tuvo ni la posibilidad ni la capacidad de decidir lo que el futuro le había deparado, pero aun así siguió con religiosidad y aptitud las enseñanzas de la curandera. Además de aprender sobre los rituales, leyendas oscuras e incluso encantamientos de los que las brujas se valían en su día a día, llevaba a cabo los recados que la anciana ya no podía —o, como descubrió más adelante, no quería— hacer. Bajaba a los pueblos más cercanos a por ingredientes que no podían encontrarse en la espesura y atendía a aquellos que habían fermentado unas fiebres o que no podían fermentar a un retoño en sus vientres.

No fue hasta la guerra civil y adviento de la plaga que Catriona comenzó a abandonar a su mentora para dedicarse a ocasionalmente recorrer los bosques y aldeas en busca de a quién ayudar, sintiendo que no podía quedarse encerrada en aquella choza mientras la nación entera se veía sumida en el caos. Aun así y a pesar de sus buenas intenciones, la maldición huargen fue uno de los últimos clavos en el ataúd de Gilneas y su tradición, y vagar por esas tierras predicando tales tradiciones y métodos paganos se convirtió en una tarea casi imposible. Aunque no una que la orgullosa mujer pensaba abandonar con tanta facilidad.

Editado por Gauss
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PERTENENCIAS

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Tomos varios

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Valor: medio-alto

Una colección de volúmenes, compendios y vademécums que heredó de la ciega. La mayoría son más viejos que el hambre y sus portadas se han borrado por completo a causa del tiempo y la humedad, pero los contenidos permanecen por la mayor parte intactos. Estos tratan de la herbología y la botánica, la auguración mediante las entrañas de las bestias y el movimiento de las estrellas, e incluso sobre hechizos, encantamientos y rituales tan antiguos que solo pueden ser invocados en una lengua ya olvidada. Como sea, Cat sospecha que si cayesen en las manos equivocadas podría acabar linchada o en una pira, sobre todo en unos tiempos como los actuales.

 

Adornos y ornamentos

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Valor: bajo

Se trata de una miríada de colgantes, pendientes, trenzas y demás confeccionados a base de los materiales más dispares: plumas, dientes y otras partes de bestias, pedruscos -algunos de ellos grabados con runas y escritos incomprensibles-... Hay incluso algún que otro cordel adornado con partes que parecerían ser humanas, para asustar a quien merezca ser asustado. Quién sabe cómo lo habrá conseguido.

 

Cesto sin fondo

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Valor: medio

Una cesta de artesanía sorprendemente elaborada, en la que guarda de todo y más cuando tiene que desplazarse. Debe pesar más que una mula en brazos, pero la suele llevar al hombro como si nada. Tiene que haber una marca bastante fea en la clavícula e la mujer a causa de esto.

 

Armas

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Valor: bajo-medio

La bruja conoce los peligros que los bosques esconden, así que rara vez se aventura fuera de su morada sin su preciada hachuela, un puñal bastante tosco y preparada para conjurar algún que otro hechizo si fuese necesario.

 

Utensilios

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Valor: bajo

Varias herramientas útiles para la vida del hermitaño. Hoz, guadaña, escoba... Todo lo necesario para no morir de hambre en el bosque y poder mantener un nivel de vida medio decente.

Editado por Gauss

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