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Thala

Yu're Winterfall

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  • Nombre del Personaje
    Yu're Winterfall
  • Raza
    Quel'dorei
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    96
  • Altura
    1,71
  • Peso
    54
  • Lugar de Nacimiento
    Quel'thalas
  • Ocupación
    Estudiante de magia
  • Descripción Física

    Media melena peliroja, rasgos algo mas marcados de lo habitual para los elfos, mirada inquieta y curiosa, de cuerpo a medio camino de ser atletico pero sin conseguirlo por la falta de constancia en el dia a dia.

  • Descripción Psíquica

    Uraña y reservada a primera vista, extrovertida, curiosa y un poco metomentodo cuando se ganan su confianza. Solía despreciar a los humanos, pero hoy en dia los considera una fuente de diversión sin limites, pues nunca sabe por donde pueden salir con sus contestaciones, siendo uno de sus entretenimientos apostar sobre como reaccionaran consigo misma

  • Ficha Rápida
    No (1000 palabras mínimo)
  • Historia

    Para quien no está habituado a esos lugares, un puerto comercial puede resultar un sitio terriblemente desagradable, por doquier hay actividades que pueden ser un incordio para cualquiera, el olor del mar es fuerte, más la Luz sería dichosa si un puerto oliese solo a mar, el olor del pescado fresco se entremezcla en el aire con el que dejó de estar fresco unos días atrás, de los barcos pesqueros bajan pescadores que huelen a veces peor que la mercancía que traen, por no hablar de los barcos comerciales, sobre todo los más humildes, es obvio que un barco no cuenta con todas las comodidades que una pudiera desear, y que mantener una higiene personal puede resultar algo desafiante en esas condiciones, pero desde luego algo a lo que nadie, en opinión de Yu’re, puede acostumbrarse nunca, es al hedor cuando vacían las letrinas de los barcos que tienen la “suerte”, si es que se puede considerar fortuna a viajar con semejante olor en algún lugar de tu nave.

     

    Yu’re disfruta del puerto, aunque no de sus incomodidades, la brisa del mar resulta agradable, sobretodo cuando el Sol está alto y el viento tranquilo, el horizonte sin final que se puede vislumbrar a lo lejos en el horizonte es un océano de oportunidades prometidas a aquellos que son suficientemente valientes como para aventurarse en él, y puede que ese sea uno de sus pasatiempos más absurdos y preferidos, ver a la gente que viene, a la gente que va, la sonrisa encantadora del marino que por fin echa el ancla en lo que es su hogar y como sus hijos van a buscar su encuentro en el puerto, la típica tez fruncida del mercader que ha tenido algún problema con el viaje y alguna de sus mercancías ha salido dañada y la cara de pocos amigos cuando es el turno de pagar a los transportistas para que lleven sus mercancías en carreta hacia el mercado o algún almacén que tenga contratado, la cara de tristeza, decepción y autolamentación de los soldados Imperiales que heridos, o indispuestos, son enviados de vuelta a sus hogares, con heridas, algunos hasta amputaciones, tanto en sus cuerpos como en sus almas, este último caso le resultaba curioso hasta a ella misma, pues cuando llegó a Theramor no era capaz de sentir lastima alguna por estos humanos. “Es su culpa” “Han fallado” “ No eran suficientemente buenos”, eran los pensamientos que le recorrían la mente en esas situaciones, y es que no le gustaba tener que haberse ido del Alto Reino, por aquel entonces odiaba la falta total de educación de los humanos, su olor, su forma de hablar, y hasta sus caras grasientas y sus barbas frondosas,el olor de sus ciudades, y sobre todo, el maldito olor del puerto, pensaba que era imposible que nadie pudiera llegar a sentirse agusto en un antro como aquel, rodeados de pestilencia, con un ajetreo constante de personas que suben y bajan, que vienen y van, que se comunican a gritos desde una punta de la calle a la otra, con barriles que se caen, cajas que se rompen y los vendedores ambulantes de todo tipo de objetos o servicios, muchos de los cuales Yu’re dudaba que tuvieran ningún tipo de calidad, o uso si quiera, hasta estuvo apunto de empezar a odiar a su padre por haberla obligado a ir allí con el. No fue fácil, no fue rápido, y no sería la primera vez que su padre tuvo que interceder para librarse de pasar la noche en un calabozo por su insolencia, más al final el fuego de su corazón fue calmandose.

     

    Y ahora, ahí estaba ella, con una sonrisa tristona pensando en el pasado mientras veía a un hombre cojear hacia una carreta que le estaba esperando para llevarle, junto a otros heridos, hacia el centro de la ciudad, recordando con una mezcla de rencor y cariño el rostro de su madre, pues no deja de ser curioso cómo actúan los recuerdos, y como nos acordamos únicamente de lo que nos interesa.. pues no podía pensar en su madre en una manera que no fueran polos opuestos, estaba su madre, la mujer que la había hecho nacer, la que le había cuidado, mimado y querido, la que le había enseñado a ser una mujer, esa elfa culta, inteligente y exigente. Sin embargo también estaba esa elfa que por poco no mata a su padre, esa elfa que le había obligado a elegir entre ella o su padre, esa elfa que le había dicho a voz en grito y con todo el rencor que su corazón era capaz de reunir, que a partir de ese dia no era más su hija. Un suspiro era más que suficiente como respuesta, no se arrepentía de su decisión, y sabía que su padre tampoco, pero eso no evitaba que a veces dejase volar su imaginación, viéndose a ella misma volviendo a su hogar, o mejor dicho su antiguo hogar, con sus padres juntos de nuevo, y todo sería como si no hubiera pasado nada, pero ella sabía que no eran más que ensoñaciones infantiles, pero soñar es gratis aun, verdad?

     

    Volvió una vez más en sí, pues había llegado uno de esos barcos que a ella le encantaban, uno de esos barcos que traen gente que jamás ha estado en ese puerto, en esa tierra, en ese continente, ese grupo de hombres y mujeres, y las mezclas de sus rostros.. preocupación, esperanza, alegría, tristeza, un nuevo hogar.. un nuevo comienzo para muchos de ellos, siempre le parecía que esos grupos eran los mejores, por que nunca uno era igual al siguiente, y de algún modo encontraba divertido intentar adivinar en que proporción de alegría y entusiasmo contra tristeza y preocupación se componía el grupo que bajaba en esos momentos. Y en esos momentos la campana del campanarió tañó las 5 de la tarde, y sin haberse dado cuenta de las horas que llevaba sentada en el puerto observando a la gente, se alzó a toda prisa y salió corriendo, casi derribando a un pobre xaval en su carrera, llegaba tarde a la clase de aberración, y esa era un clase que no le gustaba perderse nunca.

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