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Imperator

Andissiel Bosquesombrío

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Nombre: Andissiel Bosquesombrío
Lugar de Nacimiento: Cuna del Invierno.
Edad: Entre los 1.000-1.300
Sexo: Masculino
Raza: Kaldorei
Clase: Druida.

Descripción física.
De altura media de entre los suyos, Andissiel no destaca en especial por tener un gran físico atleta ni musculos definidos, sin embargo, mantiene un buen fondo debido a sus largos viajes por las tierras elficas. Su enorme trenza recorre casi toda su espalda hasta la cintura, con ese color tan poco destacado que es el negro azulado. 
Sus orejas están decoradas por pendientes, y su rostro tapado por una ligera barba, que no llega a ser frondosa. Su rostro está marcado pese a ello, por una cicatriz el cual la mayoría desconocen su origen o significado.

Descripción psíquica.
Andissiel siempre se mantiene neutro, en un tono que jamás muestra enfado, alegría o cualquier otro estado. Perdido en sus pensamientos, su mirada se encuentra mayormente clavada en cualquier lugar menos en el que se debería, pese a ello, sus otros sentidos siempre están atentos.
Es una persona solitaria , pese que siempre acepte la custodia o compañía de cualquiera que se le ofrezca. Como cualquier druida que se precie, respeta el equilibrio y lo defiende, a su manera, por lo que no se considera que es una persona clemente ni tampoco injusta, simplemente hace lo que debe hacerse.

Historia completa.
El mundo es una rueda constante que no deja de girar pese a quien abandone esta. La rueda debe ser limpiada en cada ciclo, retirando todo aquello que no deba permanecer a esta. Sin embargo, la rueda también debe ser reparada a medida que se limpia, siendo repoblada por energías vivientes jóvenes. Este ciclo no debe ser alterado, de serlo, sería el fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos.

 

Malegor Cuernosalvaje.

Toda historia tiene un comienzo, sin embargo, ¿cuándo comienza una historia? ¿Cuándo se nace o cuando se comienza a escribir con actos que quedan para la posteridad para aquellos a los que les importas? Para mí, una historia comienza cuando debe hacerlo, ni antes ni después. 
Durante toda mi corta vida o larga para muchos, he escuchado cada palabra que me han dicho, ya sea esa carente de razón o el consejo de alguien sabio. De todo aprendemos, dijo alguien del cual hemos olvidado su nombre. 


Mi madre me enseñó la tradición, el valor cultural de nuestro pueblo. El porque debemos defender con nuestras vidas sin importar que dar a cambio, pues es la historia lo que perdura más allá de nuestras vidas longevas. Sus enseñanzas fueron sabias, pero sus palabras estaban llenas de resentimiento y belicismo, algo que para una mente tan joven, era incomprensible. 


¿Por qué odiar o despreciar cuando puedes intentar comprender su meta? ¿A caso verdaderamente nuestros enemigos son malvados por su oscura forma o simplemente tienen otra forma de pensar? 
Son pensamientos de una mente inmadura, pese a ello, algunas cosas pueden ser rescatadas y usarse en determinadas situaciones. No es hasta que ves con tus propios ojos la destrucción, la muerte, el fin...cuando te das cuenta de que algunos seres simplemente existen para destruir todo orden establecido.


Sin embargo, por la figura paterna, aprendí otras lecciones. Pese a que el respeto por las criaturas y aquello de que nos rodea, la visión de mi padre iba mucho más allá. Muchos de los hombres dedican sus vidas enteras a la protección de lo que nos rodea, a la peservación del equilibrio y en ello, una visión más amplia de lo que otros podrán tener por muchos milenos que los acompañen. 
Vi atracción en aquella misión más que en cualquier otra vida que tenían los míos. Comprendí en aquellos instantes el camino que debía escoger. El camino de la naturaleza y su protección, un guardián del equilibrio. 


Durante siglos, fui instruido en aquello que juré querer defender y conocer. Muchos de los nuestros yacían en los túmulos, protegidos por las grandes centinelas y se encargaban de que el pacto se mantuviese. 

Otros sin embargo, se mantuvieron despiertos para guiar a los más jóvenes durante el largo camino del druidismo. Llegado el momento en el que consideraron apropiado, me adentré en aquellos túmulos, pues el largo sueño me esperaba.
En aquel lugar, no existía civilización alguna. La naturaleza había reclamado todo para si misma,

era la gobernante de aquel plano. No hay palabras para describir siquiera ni por un instante los grandes bosques frondosos o las extensas praderas kilométricas de las cuales no se podía ver el final.
Durante mi estancia en aquel lugar, muchos se unían en comunión con sus totems, sin embargo, no encontraba aquel que debía guiarme y unirme en comunión con la naturaleza. Sin embargo, el camino requiere paciencia, pues si te desvías de este, no encontrarás jamás su salida. 


Llegado el momento, dejé de buscar, simplemente y me senté cerca de un gran arroyo de agua cristalina, un agua que no había sido contaminada en ningún instante por alguna otra raza o ente maligno. Me quedé observando detenidamente durante horas, quizás más tiempo, en un eterno silencio. 


Llegado el momento, un enorme oso, de pelaje negro se acercó cerca mía. Ni me dio importancia, sabía que estaba ahí, sabía que no le iba a hacer daño y el no sentía la necesidad de darme caza, por lo que simplemente se acercó al arroyo y comenzó a beber.
Su pelaje de ébano era casi digno de admiración, pese que algunas zonas se encontraban rosadas y blancas por cicatrices de lo que alguna vez fue una pelea con otro depredador. Sentí aquellas ganas de extender la mano y acariciar ese hermoso pelaje, pero sabía en el fondo de mi mente, que tal cosa era temeraria.


Casi como si me leyera la mente, giro su enorme cabeza, me olfateó con aquel hocico húmedo y con un resoplo, movió aquellos pelos rebeldes que mi trenza no había conseguido sujetar. Se sentó a mi lado y simplemente se puso a descansar, al aire libre. 
En aquel momento, me quedé en un estado de confusión, sin embargo, en un futuro lo comprendí casi al instante, con media sonrisa, me acomode encima de aquel oso y descanse junto a el, con el sonido de los pájaros de fondo. 


No tenía que buscar más, ya había conseguido mi totém. 


No todo es paz en la vida de cualquier raza con razocínio, la guerra es aquel espíritu que nos acompaña en lo más oscuro de nuestras almas, sin embargo, a veces no se puede evitar y debe realizarse. Las consecuencias de ello, supondrían un antes y un después para el destino de todos, en especial, mi pueblo.
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Las centinelas nos despertaron, el eterno enemigo había vuelto para reclamar este mundo y destruir el equilibrio para imponer su reino de caos y fuego. Los druidas debían despertar, la era de la Larga Vigilia había terminado, la gran guerra había comenzado para nuestro pueblo. 
Los druidas, en su mayoría los más veteranos estaban confusos y muchos habían sucumbido en sus inicios a la bestia interior. Con el tiempo, tal problema fue resuelto, sin embargo, el enemigo avanzaba y no había tiempo que perder.


Por primera vez en el mundo físico, en el plano real para nosotros, sentí la forma animal. Sentí la respiración de los que estaban cerca y no tan cerca, mis oídos, se volvieron más agudos de que ya eran y mi olfato se vio aumentado exponencialmente. Podía sentir todo a mi alrededor, un don para muchos, una maldición para otros.


Eramos uno, sentí a la bestia luchar junto a mi, sentí su dolor, su miedo y sentí su visión. La bestia también sintió todos mis temores, fuimos uno, y sin embargo, nunca seremos un único ser. La bestia lo sabía, en el fondo deseaba controlarme por completo, pero, mi mente era más rápida, su fuerza no era suficiente.


Las cosas habían cambiado contra ele enemigo, este, en su mayoría eran tropas alzadas por una magia oscura, una magia que alteraba el equilibrio de la vida y la muerte por completo y perturbaba el descanso de los caídos. Su número era mayor que el de cualquier ejército y sus bestias no se detenían ante nada ni nadie. 


No podíamos tolerar tales seres con vida, y en el intento de destruirlos por completo, perdimos todo aquello que más nos importaba.
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Había pasado tiempo ya desde la última guerra que asoló nuestro hogar, tiempo en que los grandes druidas decidieron reconstruir el mundo y los más jóvenes como yo, decidimos aprender y ayudar en tal labor. 
Pero para ayudar, debía comprender el mundo, debía ver como era, como habían sido afectadas las demás especies. Somos los protectores de la naturaleza, y sus vidas, en cierto modo, también requerían de nuestra protección.


No todos estaban de acuerdo con mis palabras, sin embargo, poco importó eso. Decidí aventurarme más allá de las fronteras, donde los grandes y sabios tauren viven en las enormes agujas del gran desierto del sur.Observé durante meses en silencio, observaba como se comportaban, como sobrevivían y como se enfrentaban a los belicistas centauros de la región, que asolaban todos los desiertos y tierras de la zona. 
Sin embargo, uno de ellos conocía mi presencia. Sin yo poder detectarlo a tiempo, apareció tras de mí. Lejos de mostrarse hostil o en tensión, se sentó junto a mí, encendió su pipa de madera tras unos minutos y a mi lado, en silencio, comenzó a fumar y observar la tierra de las agujas.


- Extraña belleza comparte esta tierra -Añadió el tauren sin demasiado entusiasmo en sus palabras, con una fría calma.
- No te he oído venir, ni siquiera te he visto. ¿Cómo es posible tal cosa?- Pregunté con inquietud que claramente acompañaba mi voz.
- ¡Oh, amigo de las tierras sombrías! Hay muchas formas de acercarse, el viento se acerca a ti, a veces casi sin detectarlo, como un leve susurro que acaricia nuestro rostro, sin embargo, muchos se fijarían en un enorme tauren viejo como yo, pero claro, quizás no sea un tauren, quizás sea parte de esta tierra, un espíritu o es posible que solo esté bromeando.


El tauren comenzó a reír, sin despegarse de su amada pipa. Su tono había cambiado a uno mucho más alegre y su semblante, viejo en los de su especie, mostraba arrugas de expresión al sonreír. 


- Hablas con enigmas, tauren, sin dar respuesta alguna y evadiendo preguntas que fácil respuesta tienen. ¿Qué quieres de mí? Tan solo observo la tierra de forma tranquila, sin alterar el orden en tu pueblo.


El tauren mantuvo su sonrisa pese a la hostilidad de mis palabras e intentó calmar el ambiente con otra risotada. Me ofreció su pipa, la cual rechacé con una simple mirada. Este se encogió de hombros y mantuvo su feliz semblante. 


- Deberías probar, ayuda a la hora de meditar. Pero no te obligaré, claro. Tan solo quiero compañía al observar estas tierras, no quiero molestarte, pero mi duda es...¿Tu pueblo haría lo mismo si me viera a mí en solitario observar durante meses sus ciudades o bosques ?


Suspiré ante la respuesta del tauren y su pregunta, aunque algo en mí no pudo evitar mostrarle la sonrisa ante lo citado. El tauren rió levemente, me ofreció la pipa de nuevo y durante largo tiempo hablamos, quietos en el mismo lugar.
Desde aquel momento, encontré un amigo y también un maestro.

 

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