Silencio

[Thorch 360]

 

 

• Nombre: Silencio
• Raza: Renegado
• Sexo: Hombre
• Edad: 50
• Altura: 1.78
• Peso: 76
• Lugar de Nacimiento: Bosque del Ocaso
• Ocupación: Justiciero
• Historia completa

 

Descripción física:

Nadie ha logrado ver su cara tras la muerte, esto dado que suele cubrir su cuerpo y rostro escrupulosamente. Ya sea con telas y máscara, u armadura completa. Resultando su fisonomía un misterio. No suele hablar, pero algunos dicen que su tono de voz resulta tan aterrador como antinatural. A simple vista solo se vislumbra un porte de mediana estatura, y unos ojos sanguíneos acuosos que destilan sufrimiento.

 

 

Descripción psíquica:

Es un ser sufriente y atormentado, que busca ocultar su condición de muerto viviente no por temor, sino para evitarles pasar un mal momento a las gentes de bien. Su afán justiciero es equiparable a la búsqueda del conocimiento y poder. Se muestra interesado en las artes como la pintura o la música, las cuales aprendió a disfrutar en sustitución de los placeres más corporales como, el sexo u el gusto. Evita el contacto con otros seres, exceptuando sus colegas de hermandad, o aquellos que busca destruir. A su manera es muy leal, por lo que sabe custodiar tesoros y secretos ocultos llegado el caso. Prefiere vivir en lugares oscuros alejados de la civilización, siendo Bosque del Ocaso el lugar donde suele esconderse habitualmente.

 

 

 

Historia

 

Entre las criptas derruidas del tan descuidado como olvidado camposanto, se ocultaban las laberínticas cámaras que la hermandad, solía usar como escondite cuando la sede no resultaba segura. Tras un pasillo ciego y oscuro de putrefactos aromas, se podían contemplar unas escaleras de piedras vetustas que se adentraban en las profundidades, perdiéndose en la más absoluta oscuridad. Solo tras descender largamente lo que parecería una eternidad entre huesos y féretros, por fin se lograba llegar al fondo, para terminar hallando una pequeña sala cuadrada. La oscuridad era casi completa en la cripta. Solo las titilantes llamas de unas pocas velas, iluminaban las paredes de piedra mohosa, y el suelo teñido por sombras de aspecto amorfo. Un insondable silencio reinaba en el frío lugar, sólo roto por el ahogado y anónimo jadeo de alguno de los presentes. Distante el viento se asemejaba a un susurro, que resonaba entre los muros de piedra, con rítmica precisión. Un grupo de figuras oscuras, formaban un círculo defensivo armas en mano, hombro contra hombro, sabiendo que ya era demasiado tarde para ellos. Sin embargo el líder y fundador de la hermandad, Erick Farrow y su mejor amigo cuyo nombre no queremos mencionar, opinaban diferente. Eran conscientes de que se habían mentido con las bestias equivocadas, aquél aquelarre era demasiado poderoso, y ahora pagaban las consecuencias en nombre de toda la hermandad. Los brujos les habían seguido hasta aquí y no les permitirían escapar, era hora de cobrar venganza para ellos.

En uno de los pasajes cerrados, un lejano rumor se hacía más intenso poco a poco hasta convertirse en un estruendo. El ambiente se percibía más frío y seco, como si la temperatura hubiese bajado bruscamente. El vaho de aquellos confusos condenados se elevaba entre el gélido ambiente. Unas demacradas figuras avanzaban a torpes pasos rodeando al reducido grupo de asesinos. Se trataban de varios esqueletos de hombres y mujeres, o al menos antes lo habían sido, ya que en ese momento solo se percibían cadáveres envueltos en harapos, y restos de armaduras destrozadas. Portaban armas diversas en su mayoría oxidadas, sin embargo en lugar de atacar, decidieron detenerse a escasos metros del grupo, y contemplar a los cazadores expectantes, mientras dejaban escapar espectrales suspiros. Un repentino chorro de luz de luna iluminaba una testa encapuchada, que destacaba entre los muertos. Su rostro lucía mortalmente pálido bajo la extraña luz azulada, contrastando con unos ojos de párpados rojos. Los dedos largos y cubiertos de anillos, se doblaban sobre las mangas de su toga, levantando una nube de polvo en el aire húmedo y mohoso. El enorme hombre de siniestro aspecto, contemplaba la exigua estancia y sus sirvientes, antes de posar la mirada satisfecha sobre el minúsculo circulo de hombres a la defensiva. La lenta sonrisa, lánguida y triunfal a la vez del nigromante, sería lo último que verían aquellos desafortunados en vida.

Así fue como Silencio se levantó de entre los muertos y caminó, gracias al nigromante que les había arrancado la vida, no solo a él y sus hermanos de la orden, sino a su viejo amigo Erick. Subyugado no podía más que servir a quien le había otorgado la no muerte, ninguna otra opción era válida de momento. Entre las profundidades de Ocaso fueron muchas las aberraciones que él, le obligó a cometer. Los recuerdos de lo que había sido en vida resultaban poco más, que fugases e intermitentes momentos de dolor y sufrimiento. Sin embargo a medida que transcurría el tiempo, entre la locura y el profano reguero de sangre, el dominio de aquel ser oscuro vampírico, siempre ávido de esencia vital, parecía ceder. En principio fueron sutiles momentos en los que el control de su decrepito cuerpo se podía percibir, luego fueron ideas, ilusiones, proyecciones y sentimientos. No tengo nombre, me agrada pensar en mí como el silencio en paz, alejado de los aullidos, el grito de ahogado sufrimiento, y la perversa estridencia. Sin embargo logré romper las cadenas, arrancar de mí la ignorancia a la que me sometía el nigromante, no por mi fuerza ni voluntad sino por la virtud de la paciencia. Marchaba perdido y dolido, producto de mi propia debilidad. Asesinar bestias y campesinos, no constituía en si ningún beneficio ni poder. Los días de destrucción y tortura resultaban monótonos, pues ignoraba la existencia de mis iguales. El maestro demostró la posibilidad de alterar la vida y la muerte, el manejo de los cuerpos, y alimentarse de la esencia vital presente en todos los seres, ya sean hombres o bestias. El sentimiento de dolor que ya había olvidado hacía incontables lunas, fue la señal que esperaba. Divisé a quien había sido todo este tiempo mi carcelero, sangrante y malherido estirando su mano hacía mi. A pesar de que yo también me sentía débil y agobiado, el odio resultó ser mas fuerte. Decidí vengar a la hermandad y sus caídos, primero desgarrando las entrañas del titiritero, la prueba final en la que podría comprobar a ciencia cierta si definitivamente me encontraba libre de su control. Luego profanando sus conocimientos, hurgando en sus libros y artefactos. Exprimiendo la base misma de sus saberes y poder.

Mi existencia adquirió un nuevo significado, no volveré jamás a estar solo y desorientado. Permitir que el mal se apodere de mí, o lo que queda de aquel que fui. En silencio buscaré hacer justicia, si debo impartir muerte, sangre y dolor, que sea hacia aquellos que hacen el mal, que destruyen lo bueno de este mundo. Pero para lograrlo no debo sucumbir ante la locura, he re nacido de entre las sombras, admitirlo es el inicio, y buscar el equilibrio la meta. Todo llegará en su momento, hasta entonces seré sutil, no sucumbiré a la desesperación. Retomaré la causa por la que Erick luchó y juré lealtad, quizás el resto de hermanos asesinos puedan ser contactados. Aunque eso no es demasiado importante, quien sabe cómo reaccionarían al verme en esta condición. Atado a este cuerpo decadente, mientras los gusanos consumen poco a poco las pútridas carnes, y los girones de piel se transforman en negras costras que caen al andar. Cuando ya no logro sentir siquiera el dolor, o percibir el seguramente asqueroso olor que yo mismo desprendo. Perdiendo todo aquello que me hacía humano y por lo que luché. No volveré a disfrutar de un buen vino, el perfume matinal de las flores, la brisa tibia en primavera, o la cálida humedad que yace entre los muslos de una mujer… Solo me queda un consuelo, podré seguir cumpliendo con mi juramento, destruiré monstruos aunque yo mismo sea uno de ellos.

Editado December 2, 2017 por Thorch