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Belial

Nythras Faucerroble

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Nythras Faucerroble

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Información general

Nombre: Nythras FAucerroble

Edad: 1200 años

Ocupación: Druida

 

Descripción física

      Nythras es un elfo de complexión atlética y robusta. Su estatura y peso están ligeramente por encima de la media kaldorei, mostrándose un elfo musculado y acostumbrado a ejercicio físico. Sus dedos son largos y finos, así como su piel es de un tono morado brillante. Sus facciones son finas y sus largas orejas picudas están decoradas por dos colmillos de oso. Sus cabellos, largos y con algunas trenzas sueltas, son de un tono que vacila entre el verde y el azul.

     Su cuerpo está decorado por varias cicatrices, recuerdo de su batalla en el Monte Hyjal. Sin embargo, aquella con un aspecto más grotesco es la que le cruza el pecho.

     Porta ropajes sencillos, por lo general con el torso al descubierto y siempre descalzo.

 

Descripción psicológica

     Nythras posee un carácter algo sombrío y frío. No es arisco, así como tampoco desprecia la compañía de nadie. Sin embargo, tanto tiempo de soledad hicieron mella en él y en su forma de relacionarse con el resto de individuos. Es protector y por lo general no es muy dado a las bromas, salvo que exista una conexión y confianza que facilite las cosas. Posee un sentimiento fuerte y casi que “paterno” con las criaturas del bosque, aunque esto no signifique que no cace para subsistir. Al fin y al cabo, la muerte es parte del equilibrio.

      Valiente y, en alguna ocasión, tajante. No le temblará el pulso en tomar decisiones difíciles o sacrificadas y siempre pondrá el bien mayor por delante de cualquier motivación o inclinación personal.

     Dispone de un gran autocontrol por norma general, lo cual le hace sentirse avergonzado de no ser capaz de dominarse en forma de oso.

     Es respetuoso para el resto de razas, aunque sigue viendo con malos ojos a los orcos y goblins.

 

Historia

     Si bien los años han pasado, los recuerdos han calado y guardado su forma en mi mente. Como piedra, arañados y desgastados, pero haciendo acto de perpetua presencia. Pudiera ser que estas tablillas no fueran más que un intento adelantado y previsor de guardar mi memoria ante la incertidumbre del futuro. Pus si bien he gozado casi siempre de buena cabeza, no sé hasta qué punto esta facultad se extenderá en el tiempo. Más sabiendo lo que nuestra raza ha padecido y cuánto han cambiado las cosas para nosotros. El futuro está envuelto en una niebla demasiado densa para saber qué ocurrirá.

     Mi nacimiento, al igual que el de cualquier bebé en una raza como la nuestra, fue recibido con gracia y esperanza. Sin embargo, para una raza acostumbrada a no temer al paso del tiempo, la preocupación ante la leve natalidad era casi invisible. Mis padres, gente sencilla que vivía en los bosques, cuidó de mí mientras era un cachorro. Mi madre, igual que todas las madres, me ayudó cuando aún era torpe y desvalido para cuidarme por mí mismo. Siglos me separan ya de ese sentimiento cálido que aún recuerdo. La caza fue y siempre hubo sido el motor de vida de nuestra familia, tomando lo que el bosque nos daba y nos ofrecía para nuestra subsistencia. Ese tenue equilibrio, que con facilidad se desbalanceaba, era una lección de vida que había quedado impresa en la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Yo tampoco fui una excepción.

     Aunque la memoria es poderosa, ocurre algo con aquellos que vivimos largo tiempo: se tiende a despreciar los años. Igual que para razas más precarias y perecederas los segundos carecen de importancia y su existencia rápidamente pasa al olvido, a otras más longevas se les escapan franjas más amplias. Si bien este paso es notorio, los meses palidecen y se desprecian bajo el paso de las décadas y los siglos. Simplificando: a la larga, si bien recuerdo todo lo importante, se me es difícil trazar las líneas que separan meses y años.

     Ya una vez alcanzada una madurez apropiada, por mi cuenta hube de vivir. Como ocurre con todas las especies de la naturaleza conocidas, mi vida se vio ligada a la de otro ser. Una amistad y proximidad que compartimos durante largos años, optó por tornarse al final en interés. Y de este interés acabó por florecer el amor. Un amor profundo y eterno que acabé por sacrificar.

     Nunca supe qué esperaba de mí el Shan’do Arroyonegro, pero siempre me aferré a la idea de que vio algo en mí que ni siquiera yo sabía que estaba. También la idea de que la eterna soledad a la que se había enfrentado estaba comenzando a quebrar su entereza de alguna forma que no se atrevía a reconocer rondó mi mente. La inmensa mayoría de los druidas habían migrado su esencia al Sueño Esmeralda, salvo algunos que optaron (o se vieron obligados) a mantener un estado de vigilia que ya se extendía por milenios. En el caso del Shan’do Arroyonegro, se le había encomendado la tarea exasperante y tortuosamente aburrida de cuidar y mantener el túmulo donde sus hermanos de la Zarpa hibernaban. Hibernación que ya había superado con creces la extensión temporal de una natural.

     ¿Qué me impulsó a tomar semejante decisión? Aun no lo sé. A ojos de razas más jóvenes, los siglos deberían arrojar muchas respuestas a cuestiones de la vida. Y sí, lo hacen. Pero las respuestas no son nada comparadas a las preguntas que acarrean consigo y que ni siquiera se pueden plantear frente a alguien que no estará ya aquí el siglo que viene. Diría que fue porque sabía que había algo en mí que me llamaba y me empujaba a seguir las palabras de Shan’do Arroyonegro. Lo diría y mentiría con cada una de las palabras que salieran de mis labios. La realidad es que puede que fuera un intento de encontrar un lugar en donde emplear los milenios que me aguardarían. Quizás una forma de sembrar las semillas del orgullo en el corazón de Yhara, mi amor eterno. Pero la realidad es que, tal y como dije, no lo sé. Y ni siquiera sé si algún día lo sabré.

     Casi tres siglos de tormentosa espera me cambiaron. La figura del Shan’do Arroyonegro fue importante, me instruyó en lo básico del druidismo y para cuando mi mentalidad y mi formación se amoldaron a lo que se esperaba de un druida: comenzaron las enseñanzas sobre la transformación. No siempre estuvo presente. Esos trescientos años aproximados estuvieron plagados de ausencias, esperas y soledad. Parecía que ahora con un pupilo bajo su cargo, Shan’do Arroyonegro podía permitirse el lujo de inundarse de calma en el Sueño Esmeralda durante algunas décadas. Mientras tanto, yo, en soledad, debía mantener los túmulos y realizar las labores de vigilia que el maestro me había relegado. Por mi cuenta, tuve que encontrar un camino para llegar a las metas que me proponía el Shan’do Arroyonegro. Tuve que buscar y encontrar una respuesta para todas las cuestiones abiertas que me había dejado. Quizás sea eso lo que da forma a un druida.

     El final de la soledad no llegó de la forma que esperaba o me hubiera gustado. Los druidas en los túmulos comenzaban a retornar del Sueño Esmeralda, con la intención de hacer frente a una marea de caos, dolor y muerte a manos de la Legión Ardiente. Al igual que muchos de ellos, me sumé a la guerra y luché para defender los bosques, la vida y el fino equilibrio. Entre aquella sinfonía sin sentido de gritos y dolor, desoyendo las guías del Shan’do Arroyonegro, obtuve la transformación por primera vez. Los aguerridos druidas de la Zarpa luchaban de forma feroz, hundiendo sus enormes colmillos en los cuerpos descompuestos. Seccionaban con sus enormes zarpas la dura carne de los no muertos, arrancándole los miembros y mutilándolos sin piedad: no la merecían. Tampoco la pedían.

     Adoptar una forma así por primera vez es ya una proeza de fuerza. Supone una barrera rota, un océano de sensaciones completamente diferentes a lo que es ver el mundo a través de los ojos de un kaldorei. Aparece así una sensación pulsante y primigenia. Algo natural, potente y bruto llamado instinto. Si todo este cúmulo que se aturulla de golpe en una mente que no está acostumbrada es ya de por sí un cambio peligroso, tan solo imaginad lo que suponía en una situación caótica y cargada como era aquella batalla. El control rápidamente se desvaneció y mi mente quedó casi apartada, reducida a un reducto moribundo a merced del instinto descontrolado para el que no estaba preparado aún. Zarpas, arañazo, corte en mi costado, giro a mi diestra, sobre las dos patas y las garras se adentraban en la piel. Sangre por todos lados. Imágenes borrosas. Giro y fauces al cuello. Los huesos se quebraban. Giro y sobre dos patas. Dolor. Dolor fuerte en el pecho. Dolor penetrante y abrasador. Imágenes borrosas y sangre. Mi sangre.

     Desperté casi cuatro días después entre una marea agitada de sueños y pesadillas. No sabía ya lo que era verdad y lo que era fruto de la fiebre y los delirios. Mis manos ya no me recordaban a zarpas peludas y afiladas. Tenían dedos alargados y finos. El pecho me dolía, no solo por la herida que recién comenzaba a cicatrizar, sino por un dolor corrupto y vil que se enraizaba en mí. Había recibido el corte de un hacha, energizada por esa magia pútrida, hedionda y ponzoñosa, en el pecho. Tenía un tajo profundo que iba desde el pectoral izquierdo hasta casi la ingle derecha. Dolía. Dolía demasiado. Si no fuera por mis hermanos y las hermanas de Elune, esa herida me hubiera llevado con la Diosa. Y aun con su ayuda, estuvo cerca de hacerlo. Tardé años en sobreponerme por completo a esa herida, y aun así la noto palpitar con fuerza de vez en cuando. Es un dolor agudo, cortante y ardiente.

     La enorme cicatriz de mi pecho no fue la única secuela que me dejó aquella batalla. No soy el mismo, y dudo que alguna vez pudiera volver a serlo. Ni siquiera soy capaz de transformarme como hice aquella vez. Las palabras del Shan’do Arroyonegro siguen siendo las mismas:

“Luchar contra el instinto no sirve de nada”

 “No debe ser el instinto del oso, sino el tuyo”

“Sobreponerte al instinto es nadar a contracorriente”

“No se puede dominar a un animal siendo el animal”

“Esto no es como aprender a tirar con un arco: no hay ejercicios repetitivos a dominar. Esto se trata de momentos y de múltiples caminos entrelazados. Yo no puedo caminarlos por ti”

     Pero… ¿Y qué debo hacer? ¿Rendirme al animal? ¿Dejarme ir y que me devore? Hubiera muerto si no fuera por el cuerpo del oso, pero hubiera vivido mi vida como un animal si no me hubieran devuelto con esfuerzo mis hermanos. Si mi conciencia se hubiera terminado de diluir, ya no sería yo mismo. Supongo que aún me quedan dificultades por superar.

 

Eventos

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Editado por Belial
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