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Lykos

Elhynna Dawnbringer

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-Perfil del personaje-

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Nombre y apellido: Elhynna Dawnbringer

Edad: 96 años

Altura: 1’77m

Peso: 73kg

Raza: Sin’dorei

Clase: Guerrera

Voz: Eva Green

-Bso del personaje-

Aspecto

Spoiler

 

Elhynna es una elfa que poco destaca de entre sus iguales. Posee la piel clara, casi llegando a lo pálido, largo cabello que rebasa sus caderas por mucho y el cual suele mantener recogido en moños la mayor parte del tiempo, de un tono azabache intenso y que contrasta con su profunda mirada peridoto que brilla con intensidad en sus ojos afilados.

Su rostro presentas rasgos suaves y delicados, propios de su raza, siendo la única excepción sus labios los cuales son un poco más carnosos y suele pintar de carmín para así resaltarlos más aún.

Su cuerpo si bien presenta rasgos de una fémina se muestra ligeramente musculado más sin llegar al exceso, esto debido a los entrenamientos que se autoimpone diariamente y por haberse habituado al peso de una armadura.

Sus prendas normalmente suelen ser su armadura, pues no disfruta en sobremanera el uso de vestidos ya que los encuentra molestos, aun así en sus momentos de descanso los viste siendo estos hechos de seda y con colas un poco largas, las cuales ondean con el viento mientras camina. Además suele adornarse con joyas muy sencillas de aspecto, siendo los aretes y collares sus accesorios predilectos, todas estas prendas son tesoros de días pasados, mucho más prósperos y felices y se deja ver pues, que a pesar de estar muy bien conservadas sus diseños son bastante anticuados.

Más al usar la armadura su aspecto suele ser muy diferente, puesto que las joyas y los labios carmesí desaparecen, teniendo un aspecto mucho más natural en ese momento.

 

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-El crepúsculo de una era-

Spoiler

 

La luna se alzaba serena en el firmamento, acompañada con las incontables estrellas que aquella noche habían asomado para contemplar el espectáculo que a sus pies acontecía. El bosque, oscuro y silente era todo cuanto le rodeaba. Cesó sus pasos agitados y miró a su alrededor en busca de una salida, en medio de la oscuridad. Sólo el brillo de sus ojos celestes iluminaba el camino, rivalizando por poco con la luz de la propia luna.

Jadeaba con desespero al detenerse, el bosque por primera vez en su vida le parecía un lugar desconocido, aterrador, desagradable incluso. Se encontraba de nuevo en una encrucijada, como había sido hasta ahora pues cada posible ruta de escape terminaba en un callejón sin salida.

Esta vez había dado de frente contra un acantilado que conectaba con el mar, miró a su alrededor en busca de una salida, o un posible escondite.

-Maldición…-Musitó entre dientes.

El sudor corría por su sucio rostro, sus manos temblaban un poco y casi le resultaba imposible seguir cargando con su espada. Era un soldado, había visto incontables enemigos a la cara y con valentía se había enfrentado a ellos, pero ahora toda pizca de esta se había esfumado, miedo era una palabra que quedaba corta para expresar lo que en ese momento sentía. Estaba aterrada.

-Cálmate, Elhynna… Cálmate-Se decía así misma en voz muy baja mientras miraba a su alrededor en busca de un escondite.

Ligeramente movió sus orejas al escuchar algo acercarse, sabía lo que era y que el tiempo se le acababa, debía encontrar un escondite ahora, pues, de no hacerlo también sabía lo que le ocurriría.

..:O:..

La criatura se tambaleaba de un lado a otro mientras miraba a su alrededor en medio de pequeños gruñidos, su presa estaba ahí, lo sabía, su aroma en el aire se lo confirmaba. Sus gruñidos aumentaban de volumen al no poder verle y su búsqueda comenzaba a tornarse más agresiva.

Desde la oscuridad de su escondrijo Elhynna observaba cómo la bestia se movía de un lugar a otro, gruñendo desesperado mientras arrancaba con fuerza las hojas de los arbustos. Su repugnante olor se podía sentir a varios metros de distancia, contaminando el aire y haciendo que incluso el respirar fuese un suplicio. Aun así inspiró profundo y retuvo el aire en sus pulmones lo más que podía, apretó la empuñadura de su espada y con paso cauteloso comenzó a emerger de su escondite y acercarse a su cazador el cual se hallaba de espaldas a ella en su búsqueda por aquel bocado que se le había escapado de las manos tan sólo unos minutos atrás. Alzó la espada ya lista para darle el golpe de gracia y sin pensarlo dos veces…

De a gotas su sangre iba bañando la hierba bajo sus pies, la oscuridad aun le rodeaba pero se mantenía moviéndose, apoyándose con una mano de los troncos de los árboles y con la otra apretando fuerte la herida sangrante de su costado, mientras atrás dejaba los gritos de desespero, el furor de la batalla y la gran pira ardiente en lo que se había convertido la gloriosa ciudad de Lunargenta. Pronto su cuerpo, ya bastante fatigado no tardó en comenzar a ceder, sus pasos eran más cortos, su respiración se debilitaba cada vez más y la oscuridad frente a ella no hacía más que crecer. Al principio se oponía a ceder a ello, con todas sus fuerzas intentaba seguir avanzando lo más que pudiera pero al final. Tan sólo cerró sus ojos y suspiró con pesadez, si así debía de terminar pues que así fuese. Había luchado cuánto pudo y, para ella, era todo lo que importaba.

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-Pero que ojos más grandes tiene…- Dijo la niña mientras miraba a la recién nacida dormir plácidamente, luego, desvió la mirada hacía su madre, buscando en ella el por qué.

La elfa le sonrió débilmente mientras le miraba, la ingenuidad e inocencia de su hija siempre habían sido cualidades que disfrutaba, luego volvió la mirada a su recién nacida mientras le sostenía entre sus brazos, meciéndola suavemente.

-Tú tenías los ojos parecidos, Kassia…- Respondió dulce, devolviéndole la mirada luego a su primogénita.

Cassia observó a su madre, sonriendo un tanto amplío ante la idea de tener los ojos tan grandes como su hermana menor, se imaginó a sí misma de esa forma a pesar de no tener la menor idea de cómo lucía al nacer.

“Otra niña…” dijo en su mente la madre, la decepción n haber sido capaz de dar un varón a su dinastía estaba presente, pero su orgullo era mucho mayor. Sólo ella sabía cuánto había padecido por concebir a sus dos hijas, cuánto sufrió para que cada uno de ellas fuese capaz de conocer la luz de este mundo. Frente a ella tenía una niña, sí, pero era igualmente su hija, estaba sana, fuerte y con los marcados rasgos del linaje que representaba, y ello, sin importar qué, era el más grande orgullo.

Ocho años después

-¡Arriba ese escudo!- Gritó el elfo

El golpe sonó seco contra la armadura de cuero, seguido de este el fuerte quejido de la niña y luego su caer al suelo.

El elfo le observó desde su altivez mientras de a poco bajaba la guardia, su mirada se notaba severa, poco empática hacía la niña. Se tomó su tiempo para hablar, mientras a su hija ponerse de pie con la mano en la zona donde recibió el golpe y lágrimas en los ojos, luchando por contenerlas.

-Está todo mal…- Dijo con voz gruesa y severa mientras le miraba fijamente.

La única respuesta que su hija le dio fue una inclinación de cabeza, escondiéndole la mirada.

El elfo frunció el ceño, la niña sabía muy bien lo que tal gesto significaba para su padre. Tomo aire por la nariz y con prepotencia exclamó;

-¡Mírame!

De inmediato la niña obedeció, dejando ahora sí que las lágrimas le escapasen de los ojos, pero igualmente haciendo su mejor esfuerzo por no llorar como quisiera hacerlo. Llevó sus manos tras su espalda y adoptó una postura marcial.

Amenazante su padre se acercó a ella, a paso lento hasta quedar frente a frente, le observó desde lo alto y enarcó una ceja, tomando de esta forma un aspecto mucho más intimidante.

-¿Qué eres… Elhynna?- Preguntó con tensa calma.

Elhynna alzó sus cejas e inspiró profundo al mismo tiempo con profundidad.

-U-una…- Se interrumpió ante un gemido por unos segundos, luego retomó. Esta vez con una voz un poco más fuerte, y con aparente decisión- Una Danwbringer…

-Una Dawnbringer… Eso eres…- Asintió ligero con la cabeza- Y un Dawnbringer no llora. Ni fracasa… ¡Ahora sécate las lágrimas e intenta de nuevo!

Desde el balcón que daba hacía el campo de entrenamiento, Eiloria observaba como su pequeña hija se enfrentaba al coloso que era su esposo. A diferencia de ella, Aethenor no poseía piedad alguna, era un hombre disciplinado, recto y fiero en el campo de batalla. La rendición para él no tenía cabida en su vida, sólo la victoria o la muerte.

¿Podía culpársele por tan despiadada personalidad? Por supuesto que no, él era un Dawnbringer, al igual que su padre y el padre de este. Todos habían sido guerreros valerosos, orgullosos de su sangre y su raza, para ellos no había honor más grande que sangrar por su patria y mayor aún: que sus hijos siguiesen sus pasos.

Es en una familia militar como esta en dónde las emociones y sentimientos se dejan a un lado, se cubren con un grueso caparazón y se priva de esta a todos quienes le rodean. Solo la obediencia y el honor tienen lugar en la vida de un soldado, sin duda muy difícil de entender para una madre tan amante de sus hijas como Eiloria, pero ¿qué podía saber ella al fin y al cabo?

“Puede que hayas nacido niña, pero tu deber es y será traer gloria a nuestra casa”

Estas palabras siempre resonaban en la mente de la pequeña Elhynna, era el perpetuo eco de su padre el que le recordaba su misión en este mundo, por lo que debía vivir y morir…

Años después

Así pasó su infancia, sumida en la estricta formación militar de su padre, aunque de vez en cuando podía permitirse ser una niña de nuevo en los brazos de su madre, o en juegos con su hermana mayor. Eran tiempos que si bien eran difíciles también fueron felices, de un modo particular. Para cuándo su infancia había terminado Elhynna se había convertido en una joven fuerte, con gran convicción pero sobre todo gran orgullo por su dinastía y su reino.

Al tener la edad suficiente se enlistó en el ejército del reino y por primera vez en su vida sintió que estaba siguiendo el camino correcto y que finalmente su insaciable padre estaba satisfecho.

Con el tiempo descubrió que la vida militar era lo suyo, que la satisfacción de traer paz y seguridad a su reino valía más que una montaña de oro, que el poner en alto su apellido era más valioso que el reconocimiento de otros por su actos, pues ello acabaría por reconocerse por sí solo.

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Podía sentir como el sudor corría calmo por su rostro, podía saborear la sangre en sus labios. Su respiración estaba acelerada y su corazón retumbaba en su pecho como si en algún momento fuese a salírsele del pecho, por primera vez en muchos años se sentía viva, la fragilidad de la mortalidad era por fin palpable para ella; el “vencer o morir” nunca había tenido tanto significado hasta ese momento… Tan sólo debía hacer un movimiento final.

-¡Ahooraaa!

Resonó el eco por los bosques cercanos, inmediatamente Elhynna se lanzó contra el elfo oponente, y este hizo lo propio. El chocar de las espadas de madera resonó con fuerza, siendo un golpe tras otro, rápidos giros sin cese que asemejaban más a una danza en perfecta armonía, ninguno de los combatientes parecía dispuesto a dar tregua a pesar de las heridas que cada uno de ellos presentaba, ambos buscaban la gloria que trae consigo la victoria. Incluso, si se trataba de un mero entrenamiento de rutina.

Un golpe sonó fuerte por encima de los demás, y luego, silencio…

-¿Estás bien, cachorro?- Preguntó el elfo que hacía las de juez, mientras se inclinaba a ver el rostro de su compañero. De a poco comenzó pues a retirarle el yelmo y permitirle un poco de aire.

-Pensé que darías más oposición, Darrowsun…- Dijo Elhynna en medio de una ligera risa -mezcla de burla y orgullo- luego de haber dejado caer la espada al suelo y comenzar a retirarse el yelmo al tiempo en que avanzaba hacía su oponente.

Darrowsun no respondió, estaba lo bastante ocupado quejándose del fuerte golpe que se había llevado en el abdomen como para darle importancia a las burlas de ambos compañeros, había luchado bien y para él era lo único que contaba.

-Que no se te suba el orgullo a la cabeza, Dawnbringer… Porque yo seré quién ponga fin a tu racha-Dijo el otro elfo con una sonrisa de orgullo, antes de tomar la espada de madera y lanzarse al combate contra la elfa.

Si bien había mejorado bastante en sus habilidades de combate, el paso de los años también le concedió una belleza que, aunque no la poseía al nacer, comenzó a florecer con el tiempo. Su cuerpo dejó atrás la fragilidad en comparación al de una dama y se asemejaba más al estilizado porte de un soldado, su agilidad era innegable, su fuerza cada vez mayor, su inventiva para la resolución le permitía probar las técnicas más osadas, tontas –incluso- y fieras cuándo se trataba de asestar un golpe entre las defensas del adversario. Esto le llevó a ser alguien descuidada, pocas veces carente de raciocinio ante las consecuencias de sus actos, era joven a fin de cuentas ¿y qué joven no peca de orgulloso e insensato?

Hasta entonces la vida había sido generosa con ella, con su familia, con su reino. La prosperidad estaba en todas partes, la despreocupación era parte de ella. El sol siempre brillaba y el ocaso era tan sólo una amenaza más que distante.

Años después

-¡Fueego!

Las flechas surcaban raudas los cielos, en manada caían hondonadas unas tras otras sobre las huestes invasoras mientras los soldados corrían de un lado a otro. Unos traían municiones, otros cubrían los puestos defensivos que se encontraban vacíos. Las órdenes cruzaban con velocidad por el muro que defendía la entrada al reino interior.

Hasta ahora había sido una batalla cruenta, las bajas eran desconocidas pero suficientes para mermar la moral de los ejércitos defensores. Pocos conocían a su atacante, un príncipe, un traidor, era lo único que sabían de él, mucho menos conocían a su ejército: Hordas de muertos vivientes cuyos aullidos y gruñidos rasgaban el viento y presagiaban miedo, la pestilencia que emanaban eran tan capaces de hacer que tanto el mayor veterano como el más reciente recluta entre las tropas del alto reino frunciesen fuerte el ceño y dibujasen una mueca de disgusto en sus rostros.

Y allí permanecía Elhynna, al pie de la última muralla en alto. A la espera de que el cuerno de la victoria se dejase oír o en el peor de los casos: que esa puerta frente a ella caiga a pedazos y tras esto observar a la muerte a la cara.

Siempre había sido una mujer religiosa, por lo que si alguna vez hubo un momento perfecto para rezar a su preciada luz, era ese. Mientras lo hacía paseaba la mirada por los ostros de los soldados a sus lados, la expresión en los rostros de estos eran la misma: filas de miedo, un miedo que sólo acrecentaba más ante cada aullido, gruñido y grito de dolor al otro lado de la muralla. Al final su miedo se hizo realidad, las puertas de la muralla cayeron derrotadas al suelo, y luego fuego, sangre y muerte…

 

 

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-Un nuevo amanecer-

Spoiler

 

Negro era lo único que veía frente a ella, la muerte y destrucción de la que había sido testigo había quedado atrás, los gritos de dolor y los aullidos de aquellas bestias se habían desvanecido en el viento. Sólo silencio y oscuridad.

-¿Crees que sobreviva?

-¿Yo qué sé?... Espero que sí ¡Déjale dormir!

-¿Te parece que está respirando? A mí no me lo parece.

-Déjale…

-¿Puedes escucharme…?

Repentinamente abrió sus ojos, frente a ella se encontraba aquel elfo, de aspecto joven, mirándole con atención. Ambos alzaron las cejas y un grito de temor de parte de cada uno de ellos no se hizo esperar.

El compañero de este se reincorporó rápidamente, desenfundando su espada. Elhynna yacía tendida en el suelo, como pudo se reincorporó de igual forma pero ella no llevaba arma alguna, sólo su armadura con algunas piezas faltantes. Inmediatamente luego de levantarse sintió el dolor en el costado, punzante y continúo al cabo de unos segundos.

-Oh, Belore…- Dijo el elfo más cercano a ella mientras extendía las manos al frente, tratando de dejar ver que no tenía armas ni intención de dañarle- Por favor no te levantes de esa forma, romperás las suturas.

-¿Quiénes son ustedes?- Dijo amenazante Elhynna mientras alternaba la mirada entre ambos.

El más joven y cercano a ella parecía ser el más aterrado, a diferencia de su compañero. De aspecto mucho más mayor y mirada un tanto tranquila, a pesar de la situación. Al ver la actitud de la elfa no tardó en fruncir el ceño con cierta fuerza, tomó aire por la nariz y raudo comenzó a soltar las palabras tan secas por las que ya era bien conocido entre los suyos;

-Somos los que te salvaron la vida…

La severidad del rostro de Elhynna se disipó al momento, alternó la mirada entre ambos y luego se dispuso a observar el paisaje que le rodeaba. Podía reconocer el bosque canción eterna, una imagen ajena a la destrucción que recordaba en las zonas cercanas a la gran capital. Por unos momentos incluso pensó que todo aquello se trataba de una terrible pesadilla.

-Descuida, no queremos hacerte daño…-Dijo el elfo más joven mientras se acercaba cauto hacía ella- Aún debemos movernos si queremos llegar a un lugar seguro. Soy Norh’aeeon y él es Draeron...- Dijo mientras se señalaba con una mano y con la otra señalaba a su compañero. Siempre manteniendo un tono bajo y amigable.

La elfa procedió entonces a devolverles la mirada, en silencio se dispuso a examinarles hasta llegar a una muy escueta, pero obvia conclusión; Eran soldados.

-¿A dónde se dirigen?-Preguntó Elhynna, esta vez con un tono más calmo y menos amenazante.

-Las montañas siguen siendo seguras de momento…-Intervino Draeron mucho antes de que su joven compañero se decidiese a hablar- Esa es la meta. Aunque aún debemos atravesar  un buen trecho de bosque y esas “cosas” están por doquier.

En aquel momento la elfa desvió nuevamente la mirada, esta vez hacía las montañas que circundaban los límites del reino. Sabía que el viaje tomaría su tiempo y que los peligros ahora eran incalculables, irónico, pensó. Pues estaba en un lugar tan conocido para ella pero ahora era una completa e impredecible incógnita.

Así pues inició su travesía de días a través de los bosques de Quel’Thalas, a cada paso le seguía una amenaza nueva y con el paso de los días comenzó a conocer de a poco a los nuevos moradores de los bosques; “no muertos” les llamaban, erguidos como hombres pero con acciones propias de bestias, insaciables al alimentarse, impredecibles al actuar pero fácilmente rastreables pues viciaban el aire y podían descubrirse a varios metros de distancia.

Durante el viaje el grupo de elfos atravesaron varias aldeas, o lo que quedaban de ellas, puesto que lo que alguna vez fueron edificios ya no eran más que cenizas y en el mejor de los casos, ruinas. Sombras de lo que alguna vez fueron. Lo que alguna vez fueron orgullosos hijos del alto reino ahora eran seres espectrales vueltos de la muerte, o en el mejor de los casos, restos con los que las bestias se alimentaban. Todo había cambiado de una forma tan radical y tan rápido que ella aún se aferraba a la esperanza de que se tratase de una pesadilla tan vívida que pueda ser la única respuesta a temor que experimentó.

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Días después

Sus ojos se hallaban abiertos como platos, su mirada yacía perdida en el cuenco que sostenía entre sus manos, el agua en él no paraba de moverse, imitando el bravío oleaje del mar en una cruenta tormenta. No podía darse cuenta de que sus manos no paraban de temblar, no podía sentir las gotas de sudor que muy lentamente se deslizaban por su rostro pálido, añorando caer al suelo. El desespero era terrible, incontrolable y desconocido para ella, pero llevaba días allí, no los suficientes como para contenerlo o acostumbrarse, pero sí para haberle llevado a acabar con las vidas de sus compañeros.

Desvió la mirada un tanto hacía la izquierda, al pie de un árbol yacía Draeon. Su cuello estaba rajado de lado a lado, el dolor había quedado plasmado completamente en su rostro y su mirada perdida en la nada transmitía el frío que controlaba su cadáver. Luego, miró a la derecha… Al tronco de otro árbol yacía el cadáver de Norh’aeeon, su propia espada le había atravesado el pecho y le mantenía de pie contra el tronco, sus albinos mechones de cabello cubrían su rostro caído y sus manos permanecían inmóviles en el aire.

Devolvió la mirada hacía el cuenco tembloroso con agua, ¿qué había ocurrido? No lo recordaba, no le importaba siquiera. Tomó de un solo trago el agua, desesperada, esperó unos segundos con la mirada fija al frente esperando sentir alivio a su sed pero no ocurrió, seguía presente. Había perdido la cuenta de cuántos cuencos de agua había tomado, ninguno funcionó. Podía sentir esa sed incontrolable en su ser, apretando su pecho tan fuerte que dificultaba bastante el paso de aire hacía sus pulmones.

Dejó caer el cuenco al suelo y miró a su alrededor con prisa, muy cerca de ella yacía la tripa de la cual había estado bebiendo compulsivamente agua, la tomó y se la llevó a los labios para darse con la sorpresa de que estaba vacía, no tardó en dibujar un gesto de ira en su rostro y luego lanzarla tan lejos como su brazo se lo permitiese. Se levantó y comenzó a registrar el destrozado campamento. No había agua, los cadáveres de sus otrora compañeros no llevaban más que sus armaduras. Le era difícil recordar incluso que ya se había bebido el agua de las tres tripas que llevaba el grupo, una tras otra las vacío y cuándo no tenían más las lanzó hacía el bosque, tal cual acababa de hacer. No recordaba que la sangre que bañaba el suelo y las tiendas del lugar se derramó porque cada uno de ellos luchó por hacerse con el agua y así, saciar esa sed que les torturaba insistentemente.

Se llevó las manos a la cabeza, era lo único que podía hacer ahora, trató de pensar pero su condición la mantenía muy alejada del raciocinio, apretó los dientes con fuerza ante su frustración y lanzó luego un furibundo grito al aire, haciendo eco por el oscuro bosque hasta perderse en el infinito. Allí cayó luego, exhausta, su visión se tornó negra otra vez y su noción del tiempo y espacio pereció.

..:O:..

-Ahora exhala…- Dijo el elfo mientras le observaba con atención a los ojos. Luego sonrió suave al ver que ella seguía sus indicaciones- ¡Bien, lo has logrado!

Elhynna abrió suavemente sus ojos, le fue imposible no dibujar un atisbo de orgullo en su pequeña sonrisa. Suspiró y dirigió su mirada hacía el ocaso en el horizonte.

-Has mejorado enormemente Elhynna, tomando en cuenta el tiempo que llevas acá- Dijo nuevamente su maestro- Y el estado en el que te encontré en el bosque… Estoy orgulloso, sin duda alguna.- Terminó por ampliar su sonrisa.

-Gracias, Baesh- Respondió Elhynna sin dirigirle la mirada.

El mundo se veía tan pequeño desde aquella montaña, el sol tan cercano que casi parecía que podía tocarlo con su mano, no recordaba exactamente cuánto tiempo llevaba allí, en la seguridad del campamento de supervivientes, pero el tiempo mismo había dejado de ser algo irrelevante para ella. Llevaba una vida tranquila, incluso en el mundo tan convulsionado y peligroso como en el que ahora vivía. La caza no faltaba, y la compañía de muchos de los suyos, tampoco.

Poco le tomó olvidar a sus compañeros de viaje, poco recordaba de su final. Eran sólo escenas borrosas y fragmentadas en su mente, incluso la sed tan desesperante que experimentó lo era. Sólo sabía que debía mantenerse meditando cada vez que le sintiese acercarse y así, poco a poco, comenzó a desarrollar un carácter más sereno y un autocontrol que de a poco fueron creciendo.

¿Cuántas semanas habían pasado? Era algo difícil de decir para ella al momento en que uno de los cazadores del campamento comentó el regreso del príncipe Kael’thas. Por primera vez en quien sabe cuánto la mirada de la elfa brilló con intensidad, poco tiempo le tomó a su mente hacerle espacio a la idea de que debía salir de allí, volver a lo que quedase de su ciudad y ponerse a las órdenes de su príncipe.

Muchos de los elfos en el lugar lo consideraron por un momento, algunos, como ella, se encontraban ansiosos por atravesar el extenso bosque hacía Lunargenta, otros, consideraban los peligros que el viaje traía y decidieron quedarse en su apacible campamento en las montañas… Y otros, sugirieron viajar al sur y dejar tanta destrucción y muerte detrás. No tenía miedo, sus heridas ya sanadas estaban, no quería conocer los cielos del sur, quería seguir contemplando los del reino, luchar por su gente y morir en el lugar que le vio nacer al igual que a sus ancestros. No escaparía, estaba más que claro.

“Este es mi regalo para ustedes, hijos del sol. Desde ahora seremos conocidos como “Sin’dorei”… ¡Este es el fin del suplicio de la sed mágica!”

Cada vello de su cuerpo se erizaba al sentir como la vida volvía a este, podía sentir su sangre correar rauda en sus venas, junto a esta la magia que aquellos cristales le habían proporcionado. Se sentía vigorizada, su corazón latía fuerte y sentía que tenía la fuerza de diez hombres juntos. Habían pasado meses para volver a sentirse de esa manera, viva. Su amado príncipe le había traído la salvación y dado un nuevo propósito a su vida, su ciudad recuperaba de a poco la gloria de antaño y si bien las heridas aún eran visibles, su carácter se había forjado hacía uno mucho más fuerte, su disciplina, determinación y lealtad para con el alto reino permanecía intacto, podría decirse que aumentó, incluso. Una mera ilusión, el sol tan sólo había asomado un poco para dejarle contemplar algunos rayos de luz en medio de la oscuridad a la que se había sumido al tomar el nombre de “hija de la sangre”

Tiempo después tal placebo desaparecería, parte de los suyos les habían traicionado, eran ratas sin honor, sin orgullo…No eran sin’dorei. Fue entonces cuando cayó en cuenta da que los enemigos no habían desaparecido, seguían allí, sólo que ahora portaban máscaras y aguardaban el momento para dejarlas caer y alzar el puñal. No permitiría que asestasen otro golpe al corazón del alto reino, no esta vez.

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Volvió a despertar, barrió con su mirada por la habitación la cual iluminaba la luz del sol que atravesaba la ventana. Esta vez el sueño había sido más vívido que nunca, pero la pesadilla seguía siendo la misma.

Se levantó y se acercó al armario, tomó algunas prendas y comenzó a prepararse para el día. “Es un día importante” se dijo a sí misma. Por fin había reunido lo suficiente para aquella armadura que había deseado desde hace quién sabe cuántos meses. Su vieja espada yacía junto a la puerta de la habitación, la observó y dibujó una sonrisa al rememorar cuantas batallas había vivido junto a ella, cuántas faltaban… Poco pensaba en lo que el futuro traería, contrario a las cargas que traía consigo. Pero una cosa sí le era segura: Luego de haber atravesado el infierno y vivir para contarlo, cualquier peligro era mínimo.

 

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