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SwordsMaster

Tiagus Rollers - El verdadero Héroe resurge

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  • Nombre: Tiagus Rollers
  • Raza: No-muerto renegado
  • Sexo: Hombre
  • Edad de Fallecimiento: 20
  • Años muerto: 10
  • Altura: 1'75
  • Peso: 65
  • Lugar de Nacimiento: Villadorada, Bosques de Elwynn

 

Descripción Física: Mutilado muchas y repetidas veces en vida, se trata de un individuo con muchas partes que fueron reemplazadas en su resurrección al no poseer las originales. Su brazo izquierdo al completo ni siquiera es su brazo original, y parecen no haberse molestado en volver a colocarle su oreja izquierda faltante. Su cabello era negro en vida y se mantiene negro en su muerte. Estancado en la edad de su muerte, a pesar del desgaste del tiempo sobre su cadáver se puede deducir que recién había alcanzado los 20 años antes de su muerte.

Descripción Psicológica: Ni la mismísima muerte pudo lidiar con su falta de sentido común e idiotez nata. En vida siempre yendo de un sitio al otro, enfrentándose en contra de las posibilidades y fallando muchas veces con consecuencias espantosas, y algunas pocas gestas heroicas cuando todo salía bien, lo cual no solía suceder. Engreído y confiado en sí mismo y en sus habilidades hasta en la más desventajosa de las situaciones es una cualidad que ha mantenido en la muerte.
Ruidoso hasta luego de que su vida haya acabado y fiel amante de los gritos, tanto dentro como fuera de las batallas.
En vida un pro-humano con leves destellos de racismo, considerando elfos, enanos o gnomos más débiles que los humanos. No malos, pero sí más débiles.

 



Historia

 

 

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Han desafiado al Mejor Espadachín del Reino de Ventormenta…
Sus posibilidades de supervivencia…
Bajan a cada segundo

 


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Prólogo: El Espadachín aparece

 

El viento soplaba con fuerza. Su manto gris era sacudido por los feroces vientos del norte. Había llegado a Lordaeron, la mayor joya de la humanidad. El resto de sus compañeros, que no superaban los diez, montaban un campamento. La casa a la que servía estaba bastante arruinada a nivel económico, por lo cual costearse un viaje seguro en caravanas escapaba del presupuesto. Afortunadamente, tan pronto habían llegado a los bosques se encontraron con un grupo de exploradores humanos auto-denominados montaraces que les habían dado algunas indicaciones para montar su campamento.
El camino había sido largo, desembarcados en Costasur su misión era llevar de manera segura al señor al que habían jurado lealtad hasta la ciudad de Lordaeron para reunirse con un noble en la zona por razones diplomáticas y comerciales mutuamente beneficiosas. Por supuesto, eso escapa de la simple comprensión del joven espadachín, pero desde luego sabía cómo aferrar su espada para cumplir con su cometido. Probablemente era solo por habilidad que había llegado a liderar aquella pequeña fuerza de defensa personal de sus señores, y no tanto por su capacidad como estratega, la cual dejaba qué desear. Por suerte, de eso último siempre se encargarían los señores por encima suyo.

Aún faltaba un largo trayecto, aunque ya habían entrado a los Bosques de Tirisfal. Los largos pinos se alzaban a los lados del camino, constantemente recordándoles que aquellos no eran sus bosques, no eran su tierra.
La noche amenazaba con ser particularmente fría. Para cuando todo estuvo montado, descansaron, prontos para continuar su camino a la primera luz del alba.

 

Capítulo I: Cuando los muertos se alcen

 

El amanecer aquel día había sido violento y sangriento. Habían perdido a dos durante un fugaz ataque a manos de extrañas criaturas, invencibles ante golpes convencionales: Era la cabeza, o nada. De los supervivientes varios habían caído heridos. Para el amanecer, el campamento situado en los límites de Tirisfal se había convertido en un refugio de paso para algunas caravanas con refugiados que se largaban de Lordaeron. El señor que los lideraba había caído herido ante el ataque, que ahora era tratado por algunos refugiados de pasos. Pero ellos no durarían allí más que unas horas.
Con su señor inconsciente, el manto del liderazgo había caído directamente sobre el impulsivo y joven espadachín. Pronto, con sus reducidos conocimientos sobre liderazgo trazó algunas patrullas de exploración para adentrarse en los bosques infestados. Afortunadamente aquello había funcionado en parte, y habían logrado rescatar a algunas personas heridas de entre los bosques. Pero pronto quedó claro que mandar grupos reducidos a trazar rutas en las inmediaciones no era factible con la cantidad de muertos que se habían alzado de la noche a la mañana, y en cuestión de un par de días los defensores del campamento se habían reducido a la mitad… Mientras que su señor había perecido ante las heridas, tras una agónica espera. Eran muertes que el joven tendría que cargar a espaldas con pesar.

El joven espadachín debía tomar una decisión, y lo hizo. Quietos serían cazados por los muertos hasta su extinción, y eran demasiado pocos. Sabía que pronto llegarían refuerzos desde el sur ante una catástrofe de tal magnitud, pero hasta entonces debían atacar.
Como era de esperar, los pocos que quedaban vivos allí vacilaban ante la decisión, pero obedecieron. Armados con espadas y corazas de cuero se adentraron a avanzar por los caminos de Lordaeron. Con cada hora que avanzaban entre las fauces del enemigo los ataques se volvían más frecuentes y cruentos. Uno a uno sus compañeros cayeron, hasta que solo quedaban él y uno de los jóvenes más fieles al inepto espadachín; Jericho. Una oreja había perdido donde sus compañeros habían perdido la vida, un recordatorio de que no era un líder. Pero al menos, tenía que ser un héroe…

Rápidamente se retiró con Jericho, retrocediendo. Esperarían refuerzos en un sitio más seguro…

 

Capítulo II: El dúo original

 

Heridos y agotados vagaron por la frontera de Tirisfal. Siendo solo dos podían evadir a los muertos más fácilmente, pero no sobrevivirían mucho. El joven necesitaba encontrar a otros supervivientes, y solo había conocido a un grupo de norteños desde su llegada.

Le había costado varios días, aunque para su fortuna Jericho tenía algunos conocimientos para tratar las heridas. Pero no resistirían con eso. Afortunadamente logró dar con lo que quería, los escurridizos montaraces. Su única esperanza.
Cautelosos al comienzo, pero no dieron la espalda a dos viajeros heridos. Pasaría un tiempo con los montaraces, recuperándose de sus heridas y el desgaste físico y mental, pues había perdido a todos sus compañeros, sus amigos, su familia en cuestión de unos días.
Lo que no sabía, es que aquel montaraz que trataría sus heridas se convertiría en su mayor apoyo durante las batallas venideras. Su amigo, su familia, su hermano… Elegost Friederich Faler.

La mayoría de montaraces trataban con recelo al espadachín, lo cual era normal cuando tan pronto se recuperó quedó en manifiesto su actitud bravucona y problemática. Afortunadamente, el joven montaraz con quien había trabado amistad siempre estaba para interceder y salvarle de ser despellejado por el resto de montaraces. Además, era una espada más y quería ayudar, y en las actuales condiciones no podían negar su ayuda.
Las batallas esperando refuerzos eran duras. Los montaraces luchaban por medio de guerrillas y desgaste contra la mismísima muerte, algo que claramente no probaba ser muy efectivo, pero al menos eran difíciles de rastrear. Allí aprendería algunas cosas básicas para su supervivencia junto al montaraz, y en las batallas consiguientes perdería su mano izquierda por salvar a un par de montaraces. Pero el espadachín seguiría dando guerra aún un largo tiempo más…

 

Capítulo III: La Gran Guerra del Norte

 

Los bosques ardían a lo lejos. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Le faltaba su brazo izquierdo entero, con un muñón como único recordatorio de su pérdida. Los refuerzos desde el sur habían llegado, pero la batalla no estaba saliendo a su favor. Se había alistado como voluntario de las fuerzas del sur cuando estas llegaron, pero ahora su historia inicial en aquellos bosques se repetía a mayor escala. El rey de sus tierras, de su reino, Varian Wrynn había caído en batalla. La moral estaba especialmente baja. Con la reciente pérdida de su brazo ya no podía apoyar a los tiradores ocasionalmente con la ballesta y se veía forzado a mantener luchas cercanas, aunque no le molestaba demasiado. El joven montaraz rubio le había hecho compañía durante toda la campaña. Habían reído, llorado, viajado y sufrido juntos. Esta era la última batalla que compartirían juntos, pues pronto los montaraces se retirarían para tratar de escoltar refugiados y llegar al sur. La batalla estaba pérdida.

Aquella última batalla contra los renegados había sido especialmente sangrienta y cruda. Muchos caían y parecía que ninguno saldría con vida de allí, era una batalla desesperada para hacer tiempo a quienes ya se retiraban. Todo era ruido, confusión, espadas chocando y sangre. Las memorias confusas solo recordaban a su mayor amigo siendo herido y a nada de ser superado por una abominación no-muerta. No iba a permitirlo, no podía… Sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió para apartar a Elegost bruscamente de la trayectoria de un golpe letal que con furia destrozó las piernas del espadachín.

Tirado en el suelo y sudando, la abominación lanzó su último golpe. No había matado al espadachín, pero se había cobrado su otro brazo justo antes de ser abatida por lanceros y ballesteros.
El montaraz observaba a su hermano, su compañero de armas… Su bro. El espadachín jadeaba en el suelo. No podría volver a empuñar un arma jamás… La batalla estaba siendo una masacre, y el capitán de los montaraces, Konrad, ordenaba la retirada de los suyos en el caos, a lo lejos. El montaraz se arrodilló, colocando una mano en el pecho del joven espadachín…
-Perdóname, Elegost… Te he fallado… He fallado a todos…-
El dolor recorría el rostro del espadachín, mientras sus miradas se encontraban correspondientes de pena.
-No, amigo mío. Has luchado con valentía. -
-Es el fin. El mundo de los hombres… Se deshace. Sucumbirá a la oscuridad…-
-No sé cuanta fuerza me quede… Pero te prometo, mi Campeón, que no permitiré que la humanidad caiga. No tu pueblo. No mi pueblo. Nuestro pueblo-
-Nuestro pueblo…-

La mirada del Campeón se humedecía, su vista despegándose de Elegost y observando el cielo, lejos y ajeno a todo. Los ruidos de espada y batalla a su alrededor eran amortiguados mientras su sangre le abandonaba y sus sentidos fallaban.
-Nuestro…- La mirada del joven se desvió a un lado, observando su fiel espada, inalcanzable en ese momento. El montaraz tomó la espada con cuidado y la depositó sobre su pecho, como última voluntad de su compañero, que le miró a los ojos una última vez…
-Te habría seguido, mi amigo… Mi hermano… El verdadero… Campeón…-
La última palabra salió de la débil boca del espadachín, mientras un par de montaraces se acercaban para llevarse a Elegost fuera del campo de batalla tras la llamada de retirada del capitán de los montaraces. El joven mutilado observó una última vez el cielo. La noche una vez más amenazaba con ser especialmente fría esa noche… Un frío que comenzó a abrazar su cuerpo cuando las huestes de los no-muertos siguieron avanzando y le atravesaron el pecho con sus lanzas y espadas a su paso. La oscuridad se abrió ante sí, el frío… La fría noche…

 

Epílogo: El Espadachín reaparece

 

El espadachín no-muerto había recogido ya todo lo que había logrado recolectar, rescatar y saquear en todos aquellos años, incluidas dos viejas espadas y una ballesta sin virotes. Era quizás el año 28, ¿O 29? Quizás incluso 30, no estaba seguro. Había pasado años exiliado, pensando y enloqueciendo.
Sus pasos ligeros se movían por el bosque, dispuesto a volver a la civilización de los renegados.

Había dado con su misión, y no pensaba fallar.

No volvería a fallar
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 // he's back

Editado por SwordsMaster
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