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Murdoch

[Trama] Bajo la sombra de la montaña.

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ÍNDICE

PRÓLOGO. El saqueo de Valdecuervo.

[...]

 PERSONAJES (ST's)

[...]

NOTAS OFFROL

Spoiler

 

Dejo constancia de la trama que está comenzando a gestarse en Crestagrana con los Bolster y compañía. Por supuesto, pese a que acabamos de comenzar, está abierta para todos los interesados. Ya sabéis, solo tenéis que darme un toque, y buscaremos el pretexto adecuado para introducir a más participantes en cuanto sea posible. 

Como ya dije en alguna otra ocasión, estos roles van para largo, y van con calma. Puede que incluso nos vayamos alternando entre varios en el masteo de las cosas.

Por último, y como es de rigor, vuelvo a avisar por aquí de que existe riesgo de muerte y mutilación de los personajes. En todo caso, y que esto quede claro, nunca por un mal dado en un momento determinado, pero sí por las acciones o decisiones que puedan tomarse a lo largo de la trama, porque al fin y al cabo, las consecuencias de cada rol van a depender de ellas.

Un saludo, peña, y nos estamos viendo.

 

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PRÓLOGO.

El saqueo de Valdecuervo. 

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Waldo osciló la espada una vez más, y la hoja hendió las tripas y desgarró el vientre del desgraciado pillastre que tenía frente a si, dejando que los intestinos afloraran por la herida. De un tirón arrancó el acero de la carne de su adversario, y recuperó la guardia.

En apenas un instante la muerte se había cernido sobre la aldea. Oía una docena de gritos elevándose en la noche como una sinfonía díscola y abominable. Los había de cólera, bañados en el fragor de la liza; viscerales y secos como una verdad amarga. Pero también de miedo, de incomprensión, de súplica y de dolor. Unos y otros se mezclaban al filo de la madrugada entre el barro, la sangre, y la miríada de siluetas que a la luz de sus antorchas se afanaban por huir, por matar, por violar, o simple y llanamente por entonar aquellos alaridos desgarradores y lastimosos.

Vio a una joven con su retoño en brazos caer asaeteada en mitad de la calle. A un anciano mutilado arrastrándose por el lodo en sus últimos estertores de vida. Su corazón se encogió como una fruta madura. Quienes morían a su alrededor no eran rostros ajenos ni extraños, sino sus propios vecinos, sus parientes y amigos, con los que había compartido tantas y tantas noches al calor de las brasas; tantas chanzas, risas y canciones. Había pasado media vida tratando de proteger a esa gente, y en aquel instante se sintió viejo, cansado y derrotado.

Hinchó los pulmones, y pegó un alarido, que tronó en mitad de la calle.

¡Bharbo!—bramó, tratando de encontrarlo con la mirada entre el caos reinante—. ¡Llevad a la gente a la Cierva! ¡Aquí en medio estamos expuestos!

El otro asintió, y entre golpes de espada, hacha y lanza, retrocedió hacia la posada del pueblo. Waldo lanzó otro tajo, y abrió el gaznate de un infeliz más. Sacudió la cabeza para apartar la melena grisácea del rostro, y entonces atisbó a vislumbrar cómo una hilera de ballesteros formaba al final de la calle. Buscó a los hombres de su milicia en un rápido vistazo alrededor.

¡Escudos!—vociferó, al tiempo que descolgaba el suyo de la espalda— ¡Conmigo hermanos! ¡Muro de escudos!

Cuando la primera salva cruzó la única calle de la aldea tan solo un puñado habían tenido tiempo de formar junto a su capitán con los escudos en ristre. Otros tantos cayeron atravesados. Pocos podían presumir de contar con uno entre sus pertenencias, y menos aún habían podido pertrecharse adecuadamente antes de aprestarse a la defensa de sus hogares.

Waldo notó cómo un par de virotes se incrustaban en su pavés, tras duro impacto. La punta de uno llegó a atravesar una pizca hacia el otro lado. Cuando bajó un poquito el escudo vio a varios salteadores cernirse sobre ellos. Volvió a interponerlo y la hachuela se estrelló contra la madera. Un golpe, otro, y otro. Intercambió algún empellón, y cruzó aceros. Llegó a cercenar el brazo de uno de sus oponentes a la altura del codo. Pero justo en aquel momento una saeta certera le atravesó el cuello.

Era un hombre recio nacido y criado en esas ásperas laderas, y acostumbrado a soportar mil penurias a lo largo de su ya medio siglo de vida. Esta sería la última de todas ellas.

Se desplomó allí mismo, con el regusto de la sangre pegado al paladar. Pronto esta le atragantó la boca, manando a bruscos borbotones. Tenía frío. Todo comenzó a oscurecerse mientras luchaba en vano contra espasmos y sacudidas.

El cielo por fin había escampado y las estrellas titilaban en lo alto.

***

Tomad algo de agua, querida. Os ayudará a recuperar el aliento.

Mavis acercó un vasito roñoso a la joven, que apenas logró dar un par de traguitos antes de que las lágrimas asomaran en sus ojos. Tenía el pelo revuelto y enmarañado; estaba sucia, sudada y mojada, como un perro tras una larga jornada de cacería. Cuando separó el vaso de los labios, y a buen seguro por causa del tembleque, este se escurrió de sus dedos, y se estrelló contra el suelo derramando el contenido y yendo a rodar por las cocinas.

No os preocupéis. Os serviré otro.—pronunció el gordinflón, sin aguardar a la disculpa.

Lo que contáis es terrible.—dijo Edric, después de recoger el vasito caído y volver a plantarlo sobre la mesa. Mirando a la muchacha.

Oh, lo es. Sin duda. Lo es. —aseveró Mavis, mirándola también a los ojos un instante.

Edric carraspeó, y escanció él mismo otro chorro de agua desde la jarra. Luego lo deslizó por la mesa hasta acercárselo.

Conozco el lugar. Mi padre solía decir que Valdecuervo tenía el mejor venado de estas montañas. No está lejos del Risco. Así que debéis haber caminado más de un día hasta llegar aquí.—espiró algo de aire por la nariz, y posó su mano sobre el hombro de la joven, que tan solo pudo corresponder el gesto con un sollozo hondo—. Con razón estáis exhausta.

Con razón, querida.—volvió a apuntillar el orondo mercader.

Edric lo miró, esbozando una mueca seria. Antes de levantar la mano del hombro de la muchacha, y pasearse por la cocina con gesto meditabundo. Ya era de noche, y ahí dentro no había más luz que la que concedían un par de velitas. Se veía el polvo flotar a trasluz.

Esos riscos llevan décadas acogiendo a forajidos de toda ralea. Pero me sorprende que hayan sido capaces de hacer algo semejante. —se volvió, para mirarla—. Hacen falta muchos hombres para saquear una aldea entera, y los creía demasiado ocupados matándose entre sí.

Oh.—Mavis chasqueó la lengua, alternando la mirada entre ambos—. Estoy convencido de que nuestra joven amiga ha tenido suficientes conjeturas por hoy, Edric. No osemos atormentarla más.

Edric asintió, con un cabeceo seco. Y se dejó caer sobre la silla más cercana. Inquieto.

Os llevaré a vuestra alcoba Rachel.—dijo Mavis, tomándola con delicadeza del brazo—. Quedaréis bajo mi cuidado hasta que todo este desaguisado termine por resolverse. Hay hueco para vos en esta casa, y podréis ayudarnos con la limpieza y la cocina.

Ambos se perdieron en silencio, dejándose engullir por la oscuridad de la casona. Edric se quedó allí, a solas. Descansó las manos en el alféizar de la ventana, y dejó que su mirada se perdiera en la lejanía. Allá, tras las colinas, las luces de Villa del Lago alumbraban la noche, y la Dama Blanca danzaba sobre las aguas del Sempiterno.

 

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