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Psique

Lil'thidel (Del) Thridel

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Comenzó a recogerse el pelo, mirándose al espejo, con las suaves telas que cubrían su cuerpo teñidas de rojo por el inminente ocaso. Pocas muestras de devoción llegaban tan lejos como la adoración que sentía hacia si misma. Porque sabía lo que provocaba en los demás, sobretodo en aquellos que se dejaban engatusar por una cara bonita y una voz melosa. Una sombra se movió en el reflejo y una mano se dejó iluminar una vez alcanzó el escueto hombro de Lilthidel. Los anillos resplandecían bañados por la suave luz del atardecer, pero no más de lo que brillaban los ojos de su portador, como dos esmeraldas. Le hizo voltear con suavidad, como si su cuerpo fuera porcelana y temiera romperla y acarició su rostro con absoluta adoración fraternal.

No era su padre, ni su hermano. Cada vez que lo veía debía hacer un esfuerzo por acordarse de su nombre.

Tomó su mano alejándola de su rostro con una sonrisa afable tiró de él para encaminarlo hacia uno de los ostentosos asientos de terciopelo. Describió un suave movimiento de su mano, y la tetera comenzó a servir sola el té.

 

-Siempre me he preguntado... Si no tienes ningún interés perverso en mi, ni tampoco en mis artes escénicas, ¿por qué pagas por un servicio que no necesitas? No serás de esos que pretenden ocultar sus... gustos más dispares, ¿verdad?-Le sonrió cómplice, con la dulzura de una cortesana.

-Valoro tu mente, tus conversaciones. Me resulta más estimulante que cualquier otra cosa que puedas ofrecerme.

-Qué adulador.-Dijo con una sonrisa, tendiéndole la taza de te.-En tal caso ambos obtenemos un beneficio.

 

Los ojos del elfo emitieron un chisporroteo. Tomó un largo sorbo a la taza y repasó unos papeles que había sobre la mesa. Loudrel era su nombre, y sí tenía intenciones perversas, o las tuvo hace años antes de que sus ojos brillasen con la malicia del estigma, fue un aventurado evocador que indagó más allá de la curiosidad, rasgando esa fina línea y traspasándola, alcanzando la temeridad más pérfida. Pero aquello eran otros tiempos. A día de hoy, se había retirado y sus competencias eran en todos los aspectos los de un arquitecto.

 

-Nunca me has hablado de ti. Creo que tu misticismo empieza a estar fuera de lugar entre dos buenos amigos.-Sus ojos se volvieron hacia ella enmarcados por una sonrisa, pero sin contagiarse de ella con la misma frialdad del invierno. Entonces dirigió su mano hacia las de ella y las tomó, revelando unas viejas quemaduras que afeaban sus manos, motivo por el cual en sus actuaciones siempre portaba guantes.-Estas no son las quemaduras de una cocinera.

 

Lilthidel dejó que las contemplase, apartando la idea de retirarlas con brusquedad al sentirse tan expuesta.

 

-No os equivocáis. Son sólo las heridas que dejan las labores de aprendizaje de una aprendiz demasiado torpe en su juventud.

 

Satisfecho, no se molestó en mostrar más interés. No preguntó por su familia, ni por sus amigos, todos habían perdido algo en época pasada y con el tiempo, preguntarle sobre ello, sin importar quien fuera, se volvía cansado y repetitivo. La actitud de aquel hombre variaba con cada cambio de brilla, como si cómo pretendía mostrarse ante ella y lo que era realmente se encontrasen en eterna disputa, muy mal disimulada. Volvió la vista a esos papeles, encontrando lo que buscaba.

 

-¿Sabríais leer esto?-Lilthidel tomó el pergamino, encontrando en él el lenguaje que le daba de comer de manera rutinaria. Compartir su tiempo con un único individuo no era algo más que un recurso desesperado cuando necesitaba liquidez, y había dado con la gallina de huevos de oro con aquel hombre, que no requería más roce que el de su lengua golpeando el paladar mientras hablaba sin resultar más invasivo que una o dos veces al mes.

-Por supuesto. ¿Puedo?

-Os lo ruego.-Dijo, enarbolando una sonrisa cómplice, como si encontrase algún tipo de placer admirándola como si fuera una musa. Tal vez era parte del rol que adoptaba cuando disfrutaba de su compañía y por eso la requería tanto. Tal vez había algo horrible bajo su piel, de lo cual necesitaba huir desesperadamente, vestir otra y contar con alguien que hiciera la parte de diosa terrenal. No le importaba.

 

Las notas comenzaron a nacer como melodía entre sus labios, como un susurro lejano traído hasta la bahía por las olas de un mar plácido. Captó la atención de su mirada, deleitándose mientras la escuchaba con un ya cansado parpadeo, disperso y desordenado. Antes de que la melodía concluyera, los ojos del elfo se había cerrado y cuerpo había cedido ante el peso del sueño, derramando el contenido adulterado de la taza del te que Lilthidel había preparado para él. Mantuvo la canción durante un par de compases y se detuvo, borrando esa expresión aniñada para dibujar una sonrisa pícara y ladeada, mientras se ponía en pie.

 

-Lo siento. De otro modo no me lo hubierais permitido, sir.-Dijo el título con tono sarcástico mientras miraba salivante las vastas estanterías repletas de libros y anotaciones. La curiosidad remanente salió a flote, sin tener claro por dónde empezar, enemiga del tiempo.

 

Dirigió una mirada de soslayo hacia el escritorio de aquel elfo, tan invadido por escritos y libros que apenas podía verse una pizca de la superficie. Se encaminó hacia él casi con lascivia y comenzó a examinarlo todo. Planos de arquitectura, libros de historia de ámbito general, incluso algún tomo mágico de magia avanzada que no dudó en tomar prestado entre sus manazas de arpía. Los dejó apilados a un lado y un pequeño pergamino se deslizó hasta caer al suelo. Lo tomó y comenzó a leerlo. Se dirigía hacia aquel magister que dormía abultado contra el asiento de terciopelo. En el tono de la carta casi podía percibir la persistencia y un poco de apuro. El Relicario se había puesto en contacto con él varias veces, intentando afiliarle a sus intereses. Aquella carta databa de esa mañana, y pudo encontrar varias más con distintas fechas. Al parecer, era un erudito de la historia y un intrínseco conocedor del funcionamiento de los mecanismo mágicos de las culturas draenei y sin’dorei.

Dejó de mirar las nortas, perdiendo su vista en la nada, imaginándose en el pellejo que él no quería como suyo.

Se imaginó perpetrando más allás de las tierras sindorei, llevando a cabo cualquier tipo de acción requerida para la obtención de conocimiento. Un conocimiento que podría saciar su inconmensurable curiosidad. Ella quería sentirse libre, pero aquellos dominios ya empezaban a oprimirle como si fueran una jaula. Y además, cobraría por sus descubrimientos.

Se inclinó sobre el elfo en letargo, de expresión relajada y plácida y le besó la comisura de los labios con énfasis, dejando el carmín impreso en su piel. Se sentó en la silla que antes ocupaba, con una sonrisa de oreja a oreja, mirándole mientras ponía los pies sobre la mesa, dispuesta con un libro en el regazo que haría la vez de apoyo, papel y pluma.

 

-Gracias por la idea, cielo… Y por tus libros.

 

Comenzó a escribir la carta a la misma dirección de donde venía las que iban dirigidas a Loudrel: a la sede del Relicario. Firmó al concluir y se marchó, no sin antes tomar la deuda por su tiempo y compañía y un poco más por las molestias.

Editado por Psique
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