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Beretta

Elodía

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  • Nombre: Elodía
  • Raza: Humano
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 25
  • Altura: 1,67
  • Peso: 57
  • Lugar de Nacimiento: Una granja cercana a Puerto Quilla, Gilneas
  • Ocupación: Naturalista, Mercenaria
  • Historia completa

 

Descripción física:

De estatura media, esbelta y de figura sinuosa. Su, piel tiznada por el sol , suficiente para no considerarla tostada. Su tez, redondeada y suave, con unos hoyuelos enmarcando permanentemente su sonrisa y rematada por unos ojos de  color miel, redondeados y un tanto almendrados. Sus formas son suaves, mas no delicadas y su porte es el de una mujer cuya vida ha sido dedicada a la aventura.

Su larga melena , caoba con destellos rojizos normalmente permanece cuidadosamente apartada de su cara, enmarcando sus facciones. Su voz, melosa y suave revelan una educación por encima de la media, casi señorial. También así sus modos, y quizás alguien podría confundirlo con cierta altanería. De porte tranquilo y mirada un tanto juguetona, siempre un tanto de diversión en sus ojos. Suele vestir de forma elegante pero funcional, sobretodo con ropa de cuero y telas cómodas.

 

 

Descripción psíquica:

De sonrisa estudiadamente tímida y la diversión reflejada en sus ojos, se mantiene siempre un tanto reservada con sus asuntos, mas no así con la mundanidad que la rodea. Amigable y de conversa fácil, no duda en ofrecer palabras en conversas mundanas o en índoles un tanto más elevadas, si bien suele tratar de tantear el terreno y no dar nunca una visión tajante. Reservada con su pasado y aún consciente del remanente de su acento materno en sus palabras no duda en usar ese toque exótico a su favor cuando hace falta. Pragmática y tranquila, sabiéndose con suerte para salir de los entuertos que la vida le ha planteado. No suele inmiscuirse en asuntos que no sean de su incumbencia, a menos que la necesidad apremie. [en construcción! terminaré de perfilarla con los primeros roles!]

 

 

 

 

Historia

 

Nacida en una familia humilde de granjeros, su llegada fue celebrada y vitoreada como lo que era, el nacimiento de una nueva vida y el milagro de una madre - y una hija - que habían conseguido sobrevivir al parto. Abrazados bajo el manto protector de la gigantesca Gilneas, y cercanos a Puerto Quilla, creció entre el olor de la granja, del pescado al sol y la sal en las mejillas. Su más tierna infancia no fue difícil, plagada de travesuras y correrías entre las callejuelas del pueblo, siempre con la mano larga entre las apetecibles frutas de los mercados.

 

Ya con cuatro hermanos mayores que propiciaban suficiente gasto y dificultades a sus padres, y apenas capaces de mantenerse a sí mismos, pronto los muchachos empezaron a convertirse en una carga. Incapaces de sostener semejante cuadrilla y con otro par más en camino, sus padres no dudaron un instante en cuanto se les sugirió que la muchacha sería bien acogida como criada en una de las familias que había decidido abandonar el Reino, impulsados  por la desgracia que el muro traería a sus negocios.

 

Plantada ante ellos con apenas un par de cobres y lo que llevaba puesto como petate,  fue entregada a la familia a cambio de un puñado de monedas, abandonando aquellas tierras poco antes de que la puerta de la recién construida muralla se cerrara permanentemente. Consideraron que criar y educar a la muchacha era pago suficiente, y ella jamás llegó a ver un centavo entre aquellas paredes.

 

Las tierras de Arathi se descubrieron ante ella como un mundo nuevo, lleno de posibilidades y colores que jamás había visto antes. Cuando apenas contaba con trece años ya descubrió en los hombres la lujuria en la mirada, el incontrolable frenesí que los impulsaba hacia sus carnes. Con un benefactor entre las paredes de su nuevo hogar, encaprichado por las delicias de la carne, pudo empezar a pasar más tiempo alejada de las cocinas y las tareas del hogar, descubriendo el placer de la lectura y la música callejera, en los cuentos y las tradiciones del hogar que habían abandonado por el bien del  negocio de una familia ajena a ella, pero que ahora era todo cuanto tenía.

 

Apenas pasaron un par de años cuando la guerra estalló de nuevo y la familia, próspera en el comercio de pieles y telas no tardó en hacer las maletas hacia las tierras sureñas, dejando atrás todo aquel que no fuera capaz de pagar su propio pasaje.

 

Abandonada a su suerte, sus pasos la condujeron entre las gentes que huían allí, empuñando las armas por primera vez. El asalto en los caminos de aquellos que huían con más de lo que podían cargar no tardó en convertirse en un lucrativo negocio que era, a todas luces, mucho mejor que morir de hambre en las cunetas como otros tantos desgraciados, agonizantes por la hambruna, el cansancio y las enfermedades.

 

Descubrió entre ellos a Ralen, un hombre que la fascinó en todas su facetas. Galeno, alquimista, naturalista y sobretodo, vividor. Le descubrió el mundo de las entrañas, la fascinación por las plantas y los animales y como todo el mundo se movía a su alrededor, ajeno al paso de los hombres. La idea de un mundo de que no dependía de ellos, de una naturaleza ajena pero delicada y afectada por construcciones, ríos y climas  la atrajo desde el primer instante, y empezó a formarse en las ciencias naturales, en el conocimiento del mundo más terrenal. Pero también inculcó en ella el placer por las artes más mundanas, por la música, la danza y los bailes entre las sábanas.

 

Su despedida fue breve y amarga, entre disparos y chasquidos en una noche fría de otoño. Golpes de espada, el sonido de los proyectiles y la agonía de los heridos. Todo se tornó confuso allí, en aquella carrera entre los árboles para huir de los soldados que habían dado con ellos. Lo encontró inerte frente a un arroyo, abrazado a uno de sus libros, con la mirada perdida entre las hierbas y una expresión de tranquilidad en el rostro.

 

Huyó con lo que quedaba de la comitiva hacia el sur, repartiendo el botín que quedaba entre ellos antes de despedirse con parcas palabras. Su parte dio suficiente para el pasaje hacia Ventormenta, donde se encontró con un reino glorioso, totalmente ajeno a la decadencia de Arathi y alejado de la elegancia de Gilneas. Más funcional y entregado a la maquinaria bélica a sus ojos. Los arrabales de la ciudad la acogieron como una más, y sus habilidades no tardaron en garantizarle pequeños ingresos para ir manteniéndose a flote. Pero por supuesto, aspiraba a mas.

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Un libro de tapas duras, que acompaña a Elodía allá donde va...

Hay varias páginas pintarrajeadas, con anotaciones y cálculos en los laterales pero lo que abundan son escenas cotidianas, retratos de gentes en varios puertos y anotaciones sobre flora y fauna. Algunas páginas contienen incluso desnudos, tanto de hombres como mujeres, y escenas que podrían haber salido de las novelas más tórridas. La cara de un hombre se repite en esas páginas durante el primer tercio con cierta obsesión, hasta desaparecer abruptamente de sus páginas. 

 

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