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Psique

Rael Asthros, la Espada Juramentada

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HISTORIA

La oscuridad devoraba la habitación cuando despertó, y sólo podía escuchar un constante y pausado goteo haciendo eco en la sala. Luego vino el dolor, y los recuerdos de la noche anterior le golpearon con tanta fuerza como quien le había provocado el desmayo. Se trataba de uno de esos momentos en los que la ironía te golpea tan fuerte que hasta duele. Pero dolía de verdad.

-Arg...-Se llevó la mano a la cara y casi pudo escuchar un crujido procedente de ella. Armó una mueca de dolor y después apoyó de nuevo la cabeza contra el frío muro. La resaca era la peor parte acompañada por el frío que calaba hasta los huesos. En aquella mazmorra no llegaba más luz que la que escapaba de debajo del portón de madera, de una pequeña ventana con barrotes y de las lúgubres lámparas distribuidas escasamente a lo largo de la escalera de subida. Trató de ponerse en pie y se aproximó a la puerta de la celda.-¡Eh! ¿Hay alguien ahí?

-No va a venir nadie.

 

Miró hacia la celda anexa a la suya donde reposaba un figura cubierta de una ligera pero holgada túnica que impedía que pudiera verle bien.

 

-Tienen que hacerlo. Esto es un maldito error.-Se llevó la mano a la frente, mareado al intentar forzar la vista intentando verle.

-Eso es lo que dicen todos los que llegan aquí.-Inclinó la cabeza mirando a Rael, que intentaba ordenar su cabeza.-¿Dolor que cabeza?

-No. Es solo que... ¿Quién narices eres tú?

 

Volvió a clamar por la atención de los guardias, de nuevo sin respuesta.

Su acompañante tuvo la gentileza de intentar hacerle conversar, seguramente porque llevaba varios días ahí encerrado, pero Rael lo único que quería era silencio. Silencio que al parecer no conseguiría con facilidad.

Comenzó a escucharse un intenso barullo fuera, y pronto, los estoques y los espadazos empezaron a marcar el ritmo de lo que parecía una pelea. Al reconocerlo, se puso en pie rápidamente, pegando la cara a los barrotes.

 

-¡Eh! ¡¿Qué ocurre?! ¡Soltadme!

 

Su acompañante guardó silencio y se arrebujó en una esquina, temblando.

De repente un rotundo golpe quebró la madera de la salida, y un soldado cayó rodando escaleras abajo con todo el peso de su armadura de placas. Ambos contemplaron la escena incrédulos cuando un ser de apariencia torpe y amplia envergadura descendió por ellas de un salto, cayendo sobre el cuerpo que empezó a desgarrar a dentellada pura y a frenéticos zarpazos. El mastigar de las mandíbulas removieron las entrañas del cautivo encapuchado, que empezó a vomitar sin mayor opción ante la grotesca escena. Rael no lo dudó un instante, y trató de alcanzar el arma que había resbalado por el suelo hasta quedar a unos escasos palmos de los barrotes de su celda. No estaba dispuesto a morir cual rata. Pero fue entonces cuando el no-muerto se fijó en él, alzándose con la carne y la sangre aún caliente resbalando por su cuerpo y se abalanzó contra los barrotes. Rael se lanzó hacia atrás para evitarle, pero éste ignoraba por completo que mientras les separasen aquellos barrotes de acero, no podría probar bocado.

Rael no había visto algo así jamás. No era un troll amani contra los que ya se había enfrentado en el pasado, ni tampoco una bestia que pudieran poblar los bosques. Parecía más muerto que el soldado que había encontrado su fin escaleras abajo, y desprendía un hedor infinitamente peor.

 

-¡Eeeeh! ¡Aquí abajo! ¡Soltadme! ¡Se pelear, puedo luchar!

 

Pero sus gritos sólo obtuvieron como respuesta una mayor insistencia por parte del no-muerto, que empejó a lanzar zarpazos al hierro intentando abrir la jaula, en vano. Su corazón, desbocado parecía que fuera a reventar. Estaban en una ratonera, y tal vez salir de ella podría resultar incluso peor.

La batalla cesó pocos minutos después. El escueto número de efectivos apostados en el pequeño cuartel de Brisapura no podía hacer frente a la horda de no-muertos que se había abalanzado violentamente contra la aldea, a plena luz del día y sin respuesta posible. Los gritos inundaron el aire hasta concluir. Y después, quedó el silencio y un intenso hedor a sangre y madera quemada.

 

-Es el fin...-Balbuceó el otro prisionero entre temblores nerviosos y la voz rota.

 

Lo único que le daba certeza de que las horas seguían pasando era que la luz que procedía del exterior por el hueco de la puerta o de la escueta ventana iba mermando poco a poco, hasta que cayó la noche y quedaron en silencio salvo por los sonidos quejicosos de aquel ser, que parecía no cesar en su intento de alcanzar a los desdichados prisioneros. Sin embargo su presencia se había vuelto más tolerable, y se había vuelto únicamente ruidosa.

 

-Se han ido todos...-Dijo el otro prisionero, que parecía haber recuperado algo de cordura.

-...No creo que haya sobrevivido nadie.-Dijo Rael con la cabeza colgando entre los hombros, postrado contra la pared. ¿Así es como acaba todo? ¿Sin si quiera saber qué ha pasado ahí fuera? ¿Pudriéndome en esta repugnante mazmorra?

-Esto no está pasando... No puede... No... No quiero morir aquí. No puedo morir aquí. No... No así...

 

Rael le miró de reojo, afligido por la situación, intentando mantener la entereza por poco esperanzadora que fuera. Apoyó de nuevo la cabeza contra la pared y miró hacia la ventana, ignorando totalmente a aquel ser que no paraba de moverse, lanzar zarpazos y emitir gritos guturales.

 

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La luz de la ventana vino y se fue un total de nueve veces. Racionar el agua y la escasa comida que recibe un prisionero al día e intentar estirarlo tanto tiempo era algo que empezaba a ser imposible. La debilidad derivada de ello les estaba consumiendo hasta tal punto que, en algún momento de inconsciencia por parte de Rael, su acompañante decidió acabar con aquella tortura mordiéndose la lengua, dejándolo a solas.

No se había movido en días, sentía todo su cuerpo entumecido pero no encontraba motivos por los que moverse. Aquella bestia impedía que pudiera intentar dar alcance a la lanza para acabar con ella e intentar forzar la puerta a modo de palanca. Por cada momento, cada instante que pasaba, veía más próximo su final.

Y luego estaba el olor... Ese incisivo hedor a podredumbre.

Entonces alzó la mirada, con aquel azul cyan a pocos días de extinguirse y miró al ser a los ojos en un arrebato de temeraria valentía.

 

-¡¿Qué quieres de mi?! ¡¿A qué has venido?! ¿Quieres esto, eh?-dijo arremangándose el brazo y mostrándolo al ser, al alcance de una dentellada-¡¿Lo quieres?! ¡Cógelo!-Cuando el no-muerto quiso alcanzar al fin su bocado, Rael se agazapó con prestreza y por fin pudo tomar la lanza a los pies del monstruo, con el tiempo justo de volver a resguardarse en la jaula, pero no a cambio de nada. El cansancio le pasó factura, y el monstruo llegó a morderle el brazo, sin llegar a atenazarlo. Rael cayó despaldas, agarrándose la herida abierta con espanto. Tuvo que intentarlo, podía conseguirlo, pero falló.

 

Y después, una escena que le acompañaría de por vida en su mente.

El elfo asesinado comenzó a moverse entre espasmos y movimientos secos, como si alguien intentase vestirse con su cuerpo hasta que finalmente pudo alzarse entre sonidos sordos de piel desgarrándose y huesos cediendo ante la fuerza que iba recobrando poco a poco. Aguantó la respiración y cerró los ojos, ocultándose en las sombras. De ese modo, tal vez, ese segundo visitante indeseado no reparase en su presencia y simplemente se marchase... Y pareció funcionar.

 

Empezó a considerar que no tenía posibilidades de huida, aún con la lanza en la mano. En el hipotético caso de que pudiera escapar y vencer a uno de esos seres, con dos de ellos sus posibilidades de sobrevivir se reducían a la mitad, sin considerar su merma física por el hambre y las heridas mal curadas de la pelea. Que era lo más irónico de aquello, acabar ahí, encerrado y sin poder hacer nada... Por una estúpida pelea de taberna en el peor momento y en el peor lugar, que no recordaba ni cómo empezó pero que concluyó con mobiliario dañado, alboroto sobreactuado y dos detenidos por alteración del orden. Rael cayó inconsciente fruto del alcohol y del golpe que le habían dado en la sien. Y pensar que en tan solo un par de días iba a acudir a la oficina de reclutamiento para empezar a sacarle provecho y beneficio a su insignificante vida. Sonrió por no llorar ante el sentido del humor del destino.

 

El elfo reanimado emitió un rugido y se abalanzó torpemente escaleras arriba, como si hubiese vislumbrado una presa, cuando un destello iluminó el carmesí del alba, y trajo consigo la brillantez, la calidez. La libertad. El reanimado cayó a peso muerto escaleras abajo, y el estridente ruido de las placas golepando la piedra llamó la atención del otro, que por primera vez en tres días, dejó de mirar al cautivo para alejarse y centrarse en otro objetivo, corriendo la misma suerte que su compañero.

 

Después, se hizo el silencio. Permaneció a la espera de que sucediera algo y aun que tan solo fueron un puñado de segundos, se le antojaron una maldita eternidad.

 

De la puerta emergió una figura cubierta por una oscura túnica. Anonadado y presa de los delirios de la fiebre y el hambre, la contempló como si fuera lo más hermoso que había visto su la vida.

 

La sangre salía a borbotones de su brazo y no tenía cómo pararla. Su vista se nubló hasta que toda figura se convirtió en un amalgama de luces y sombras danzantes. La elfa rebuscó en el cadáver del guardia, dando con las llaves y así pudo abrir la puerta de la celda.

 

Cuando por fin salió apoyándose en ella, miró al cielo, sintiendo por fin el sol en su piel.

 

-Soy definitivamente el peor héroe de Quel'Thalas...-Acertó a decir con sórdida gracia hacia sí mismo.

-La Luz te sonríe. Siéntete dichoso. Si no hubieses gritado como un loco jamás hubiera podido encontrarte. ¿Cómo te llamas?-El cielo esta encapotado y había empezado a llover. Las cenizas se mezclaban con el barro y los restos de quienes se quedaron intentando defender la ciudad. Era un panorama terrorífico. Y más allá, al norte, se vislumbraba el fuego, el caos. La guerra. Pero él ya había llegado a su límite, no era su destino pelear en aquella campaña. Se aferró a la lanza del guardia para poder caminar mejor, sintiéndose un poco mejor en su compañía mientras era dirigido con el resto de refugiados. Fuera la esperaban dos soldados custodiando la puerta y aun que se ocuparon de ayudarle a caminar, sólo tenía ojos para ella, ese heraldo, ese ángel.

-...Ra-rael.

-Yo me llamo Anahel Solestival.

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La guerra había concluido de la peor forma, pero incluso en los escombros puede volver a brotar la esperanza. Rael permaneció con ella, ayudándola en todo propósito altruista donde participaba. Fue ella quien le mostró el sendero de la Luz y quien le inspiró a continuar, con la certeza de que encontraría su camino en un futuro no muy lejano.

Él no provenía de una familia protagonista de grandes hitos, realmente, nunca llegó a conocerles, pues perecieron cuando él era muy joven. Tuvo la dicha de ser acogido como aprendiz de un soldado que peleó contra los trolls en su día, cuando este le vio enfrentarse a unos matones del orfanato palo en mano, protegiendo a la víctima de sus abusos. Tal vez fue su afán por proteger a los débiles, o tal vez esa temeridad descerebrada que muchos confundirían con el valor cuando entre todos ellos, lo tiraron al suelo y lo dejaron delirante, pero lo importante fue que en él vio algo, fuera lo que fuera. Con aquel oficial aprendió a combatir y a tener un fin que perseguir. Sin embargo no volvió a verle tras la invasión. Y Anahel no permaneció mucho tiempo en Quel'Thalas tras el regreso de aquellos que habían huido, pues el nuevo rumbo que tomaba su amada nación no casaba con sus principios y valores.

Con el paso de los años, en su ausencia, su Luz se iría apagando, no por no ser digno de ella si no porque el pensamiento recurrente de acudir a ella en sus pensamientos se iría perdiendo hasta quedar como último recurso.

Años más tarde, tuvo la segunda oportunidad que necesitaba para redimirse. Quel'Thalas fue atacada de nuevo desde su mismo corazón, plagando las costas de la sagrada isla de Quel'Danas de demonios. Ahí tuvo claro que las grandes contiendas no tenían un significado romántico, ni eran limpias. Tan solo catástrofes tornadas en genocidios. Los demonios no solo poseían un poder indescriptible, algunos de ellos tenían la fuerza de una docena de elfos. Clavó su lanza en su pecho, y este, sin inmutarse, la partió con su enorme mano. Desenfundó entonces su espada, un arma con la que no peleaba con tanta soltura, pero al menos no quedaba desarmado. La lluvia caía solemne, como si guardase la memoria de un ser querido. El sol ya no brillaba, las nubes lo habían envenenado con su aire infesto, traído desde los confines del vacío abisal por un ejército indescriptible. Hacía frío. Y ya no podía sentir su cuerpo. La sangre se mezclaba con el barro, cubriendo su pelo y tiñendo sus ropas. Había sido una pelea interminable contra aquel demonio, que había concluido de la peor forma. El hedor de los cadáveres mutilados a su alrededor tan sólo le recordaba que seguía ahí, seguía vivo, atrapado bajo un gigantesco demonio que, antes de perecer se había cobrado la vida de sus compañeros, de otros cuatro principiantes que se habían arrojado a batallar por la isla sin pensárselo, y sin alternativa posible.

Ensimismado y moribundo, contemplaba el reflejo empañado de su ya mellada espada, que se había quebrado poco antes de que su cuerpo también lo hiciera. La escena cobraba un aire todavía más terrorífico plasmado en el frío acero. Alargó el brazo, donde sabía que reposaba él, intentando inútilmente tomar su mano. Aquel elfo, que había sido su hermano de armas desde que entró en funciones había sido el primero en perecer. En sus últimos momentos Rael le había jurado que devolvería su cadáver a sus familiares. Pero no podía moverse más allá de lo que le permitieron sus últimas fuerzas.

Sus pupilas se contrajeron cuando una intensa luz comenzó a emerger del corazón de la Meseta, proveniente de la Fuente del Sol. Las calles de la irreconocible Quel'Danas desaparecieron en el furor, después, Reedan, siendo ese, su cuerpo tendido sobre el húmedo suelo como un despojo supurante como último recuerdo. Y después, él se perdió en la luz tras proferir un desgarrador rugido surgido de entre las cenizas y la devastación...

Para volver a levantarse.

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Editado por Psique
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