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Kristof

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Una figura raquítica se arrastraba a través de su propia sangre en una habitación en penumbras. Solo un puñado de velas y el vestigio de un poderoso hechizo iluminaban la escena y permitían ver que aquella figura no era otra cosa más que un muchacho de no más de quince años. Ante la parpadeante  oscuridad, podía apreciarse como todo el costado izquierdo del joven estaba en carne viva y desprendía un vapor carmesí, producto de su sangre evaporada.

Con todas sus fuerzas intentaba alcanzar una tarima desde la cual otras dos figuras lo observaban. Uno de ellos, su maestro, el piromante que le había enseñado durante los últimos años y que tan solo segundos atrás había arrojado su mejor sortilegio contra él, solo lo miraba con desprecio. La segunda figura, su padre, quien había dado la orden, lo hacía con repugnancia.

- P… Pa… dre… - La voz del niño sonaba ronca y áspera. La sangre le resbalaba a través de los labios mientras estiraba su mano sana, intentando alcanzar por cualquier método posible a quien se encontraba sobre aquellos peldaños.  

Sus ojos suplicantes se clavaban en la figura de su progenitor. Pero a cambio solo recibió un duro y desalmado pistón y la severa, fría e inflexible respuesta del noble señor de aquellas tierras, a quien solía llamar padre - No oses llamarme así. No eres mi hijo, escoria.  

- ¿Acabo con él? – Las palabras del mago bastaron para silenciar el débil, casi mudo, grito que emitía el muchacho. Parecía no recordar que hasta hacía unos minutos había sido su alumno.

- No, no quiero basura en la casa. Llevadlo al bosque y dejad que los lobos se encarguen de el.  – La orden del baronet no se hizo esperar. 

Kristof, como se llamaba el muchacho, escucho unos pasos detrás de el. Segundos después dos enormes manos lo sujetaron por las axilas y los brazos y lo levantaron sin mostrar piedad alguna por sus heridas. El muchacho quiso cogerse de la túnica de su padre, desesperado, quiso gritar que la muerte de su madre no había sido su culpa, pero un firme puñetazo en la boca del estómago lo dejo inconsciente.

Despertar fue la peor agonía que pudo haber sufrido hasta aquel día. Las pesadillas que los atormentaban hasta entonces se convirtieron en un lejano y encomiable edén cuando comenzó a sentir como su carne golpeaba una y otra vez contra una áspera madera.  La garganta obstruida con sangre reseca y el dolor del golpe en el estómago no eran nada comparadas con el fuego que sentía en todo su cuerpo. Supo que estaba tumbado sobre una carreta debido al traqueteo que hacía que cada pocos segundo un montón de pajillas se clavaran en su cuerpo desprovisto de piel como su fuesen agujas.

Antes de que pudiera darse cuenta, Kristof volvió a ser alzado por los dos matones y arrojado sobre la tierra. Todo su cuerpo se resintió por el golpe, pero el muchacho solo pensaba en huir de allí. Una patada en la espalda lo hizo caer de bruces. Kristof lo intento una vez más, pero su fuerzas ya ínfimas no alcanzaron esa vez. Supo que se acercaba el final y cerró los ojos. Oyó las voces de sus captores discutiendo entre ellos, pero poco podía comprender de lo que hablaban.

- El señor dijo que se lo dejemos a los lobos, Pero quiero divertirme. Hace tiempo que no corto a nad… - La frase se quedo sin un final.       

Un año después, Kristof seguía sin saber que había ocurrido en aquel momento.  De esa noche solo le quedaban breves recuerdos y el relato que su nuevo maestro, y en aquella ocasión su salvador, le había confiado a medias.

El joven se había recuperado de sus heridas físicas, pero jamás volvería a ser el mismo, nada sería igual que antes. Odio era todo lo que podía sentir. Un profundo odio que se había asentado en lo más profundo de su ser, en aquella parte más oscura que vive dentro de cada hombre, y no parecía probable que fuese a salir de allí.

Había sido un joven vivaz, ágil, vigoroso; Había demostrado que cuanto se proponía era capaz de aprenderlo ya que tenía una inteligencia sutil y una curiosidad desbordante. Empero entonces, lisiado por el dolor, andaba con paso vacilante, y escondiendo la cara, cuyo lado izquierdo dañado por las quemaduras hasta que sano por completo. Al principio las palabras se trababan en su lengua, su reacción era lenta y las manos le temblaban, carentes de la destreza de antes. Y, aunque de a poco se fue recuperando, tardó un tiempo en volver a moverse con la soltura de un joven de su edad.

Kristof había pasado largos meses bajo el cuidado de aquel extraño sujeto que usaba extrañas artes. Heréticas, sabía el joven, pero aquello no le importaba tanto cuando pensaba que era por ellas por las que había logrado recuperarse por completo. Se había convertido en su aprendiz y poco a poco comenzaba a dominar aquellas prácticas. Motivado por un deseo de venganza contra su padre y sus sirvientes, fue que se enfrasco en aquel sombrío estudio. Dejando atrás, oculto tras un grueso velo, su tiempo como aprendiz de piromante.

Pero Kristof apenas comenzaba a arañar la superficie de aquellos conocimientos cuando su deseo era sumergirse en ellos, aprenderlos, dominarlos y volverse alguien imparable. Su maestro le ocultaba cosas. Sin embargo al joven no se le escaba este detalle y sabía que había mucho más detrás de las simples enseñanzas que su tutor le brindaba cada vez más a regañadientes y las migajas con las que alimentaba su curiosidad.

Con la certeza de que encontraría un sitio donde hallar respuestas, Kristof decidió alejarse un tiempo de su maestro y emprender un viaje al sitio más oscuro que conocía. Allí esperaba encontrar las raíces de aquel poder y saciar su hambre con él.  La curiosidad había vuelto a subida, pero de una forma más grotesca. Más tarde, podría regresar a ejercer su venganza, ahora el objetivo era uno solo: Bosque del Ocaso.

Editado por ILUSDN

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