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Archibald

Archibald (Muerto/Destruído)

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  • Nombre
Archibald
  • Raza
No-muerto
  • Sexo
Hombre
  • Edad
Desconocido
  • Lugar de Nacimiento
Desconocido
  • Ocupación
Guardia de la Muerte
  • Ficha
Voz

Desconocido es la palabra que me viene a la mente. Miedo es el sentimiento que sentí. Terror es lo que me hizo paralizarme ante aquel manto de oscuridad que se abalanzaba contra nosotros. Hace mucho tiempo, un gran número de seres no-vivientes se abalanzaron contra nosotros, tanto de noche y de día, sin tregua alguna, acabaron con todos nosotros incluido a mí.

No recuerdo más de aquel momento, solo sé que portaba mi heráldica de armas en el pecho. Un búho volando. Nunca imagine como podía tener tan heráldica tan débil como este animal pero luego comprendí que significaba el Guardián de la Noche. Lo único que recuerdo es la razón de mi heráldica y como fui ascendido a la no-muerte. Mi pasado no lo recuerdo, solo había una carta en mi bolsillo de una despedida de una mujer y unos niños, queme la carta y no solo eso, me dirigí a mi hogar, destruyendo a todo vivo que había en él. Quizá fuera mi familia pero no tenía sentimiento, no me venía el remordimiento. Nada. No era yo, quien me manejaba era otra persona. No tenía voluntad a mis decisiones, era como un ser superior me manejara como un títere. Me sentía como mi mente era violada por un poder superior. Lo siguiente que recuerdo es como combatía contra humanos, lo que era yo anteriormente. Me clavaban la espada dentro de mí y sonreía. No sentía dolor. Apreté el cuello de aquel soldado y le mordí la mejilla.

Me mantenía rígido y estático, sin poder moverme cuando se acercaba aquel caballero de la muerte, tenía una espada fría y con un emblema de una cabra esquelética. El señor de aquellas huestes no-muertas. Solo obedecíamos, no teníamos opinión, ni voluntad, no éramos nada. Peones del Ajedrez.

El tiempo pasaba, las aldeas ardían y veía como engrosaban nuestras filas en cada hombre, mujer y niño que caía. Abría los armarios, sacaba a los niños y simplemente les hacía daño, mucho daño. Un daño que ni yo mismo imaginaba que podía hacer. Cada vez sentía gusto el dañar a los vivos, sentía como recorría en mí un poder de control sobre la vida y la muerte de ese ser que estaba delante de mí. Sentía como podía tomar mis propias decisiones. Al fin tenía mi propia voluntad pero esta voluntad tenía una responsabilidad. El control de aquel Caballero de la Muerte sobre nosotros, se había roto. Somos libres pero desorganizados hasta que llego ella. Poco a poco llegamos a organizarnos, poco a poco los poblados se levantaba con sus emblemas de su rostro sobre ella. Nos puso un fin, un objetivo a cumplir, una organización y la fuerza oscura que debíamos de pertenecer. Ella al mando, nos iba a llevar a la Gloria. Solo requería algo sobre nosotros: Lealtad.

Por mi parte necesitaba tiempo para pensar. Día tras día, noche tras noche. No dormíamos, no comíamos, sentíamos como la carne se despegaba de nosotros, se iba despidiendo de nuestro ser. Seres pequeños aparecía en nuestras pútridas carnes, nos devoraba y es nuestro enemigo de cada día. Sentía un vacío por dentro. No sabía qué hacer, podía tomar mis propias decisiones pero desconocía que decisiones tomar, hasta que un par de Renegados de la Guardia de la Muerte me encontraron. Me llevaron hasta los calabozos, me interrogaron, creían que pertenecía algún grupo rebelde en contra de la Reina pero por mi parte, no tenía intención de ir contra la Reina. Debía de mostrarle mi lealtad a la Reina, me llevaron a combatir contra unos humanos de Lordaeron, unos del cual se hacían llamar Escarlatas. Cogí mi espada bastarda, la empuñe y fui con ellos. Balancee mi espada, de un lado a otro, choque acero con acero hasta que aproveche para embestir a uno de ellos y arrancarle la oreja. Un estilo de combate del cual era sucio ¿Honor? En la vida está sobrevalorado. Lo que hay que entender es el Poder, la Gloria y la Victoria. Sorprendí aquellos soldados de la Guardia de la Muerte, me obligaron a enrolarme y así fue.

La organización del ejército estaba bien montado. Su estructura, la jerarquía, todo. Pero vi algunos inútiles y holgazanes entre ellos, hacía falta alguien útil que sirviera a la Alma en Pena con fervor, poder, liderazgo y orgullo. Me consideraba que tenía tales cualidades pero solo quedaba demostrar y que los ojos de la Alma en Pena se pusieran en mí. Solamente el tiempo, las hazañas, las proezas y mi inteligencia podía mostrar a ella.

Ya había tomado mi decisión. Ya sabía que debía de hacer. Mi Reina necesitaba mi valía y tenía que demostrarlo. Oficialmente me encontraba dentro de la Nueva Orden, solo quedaba cumplir mis obligaciones y órdenes. Todos los vivos debían de ascender a la no-muerte, debían de convertirse en la Nueva Orden. Por las buenas o por las malas. Todos iban a conocer la valía de nuestra Orden y a la Alma en Pena.

Nuestras obligaciones nos tomaba tiempo pero tiempo es lo que nos sobra en la no-muerte, teníamos que limpiar las tierras de la putrefacción del Azote y de los vivos. Las patrullas estaba a la orden del día, alguna pequeña batalla contra gnolls no-muertos y otros seres de las cercanías.  Era este momento cuando nuestra Reina decidió expandirse, difundir la no-muerte a los vivos, darles nuestra bendición y convertir en una tierra de la Nueva Orden. Tras este tiempo en la Guardia de la Muerte, conocí la razón de nuestra vida por la Alma en Pena, sin ella no hubiera sido posible esto, sin ella no hubiera sido posible nuestra organización y darnos un propósito a tener para avanzar. Ahora entendí todo, entendí lo que debíamos de hacer y tocaba expandirse. El avance fue mortal, destrucción y caos, máquinas de guerra de la Nueva Orden y nuevos especímenes para hacer frente a quienes obstaculizan nuestra fuerza. Era la hora de hacer que todos pertenezcan a nuestra Nueva Orden, nuestro deber como Renegado y por la voluntad de nuestra Reina. La diferencia es que ahora tomamos decisiones por y para nuestra Nueva Orden: Era la Hora de los Renegados.

 

Editado por Archibald

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