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ElCapitan

Vannas (Desaparecido)

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Nombre: Vannas

Raza: Quel'dorei

Sexo: Hombre

Edad: 150 años

Altura: 1'80 metros

Peso: 70 kilos

Lugar de Nacimiento: Quel'thalas

Ocupación: Aprendiz de la Academia de Artes Arcanas

Clase: Mago

Escuela predilecta: Transmutación

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Apariencia física: A primera vista es un elfo como cualquier otro. De rasgos finos y sin ninguna cicatriz a la vista. Es delgado y de aspecto enclenque. De larga y azulada melena. Acostumbra a viajar con humildes pero útiles sedas. Aunque cuando huele el peligro es bastante fiel a su vieja armadura de cuero.

Psicología: Es de corazón noble y compasivo. Aborrece las matanzas y busca siempre una alternativa diplomática. Aunque sabe que a veces no hay otra salida. Es muy meticuloso con sus amistades, aunque agradece una buena charla con cualquier desconocido que se cruce en su camino. Es bastante observador, y le gusta analizar las situaciones antes de tomar una decisión importante. Su pragmatismo a veces puede resultar cruel, aunque intenta disimularlo a menudo.

 

 

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Vannas nace en Quel'thales, cerca del año menos ciento veintiuno antes de la apertura del Portal Oscuro. Crece siendo un niño corriente y moliente entre los suyos. De padres mercaderes, y fieles servidores del Alto Reino. Pero con unos antepasados con cierta afinidad natural a la magia.

Pero no es hasta su adolescencia cuando empieza a experimentar con la magia y a sentir curiosidad por esos lazos de sangre. Al descubrirlo, sus padres se esfuerzan en costear su ingreso en la Academia, creyendo egoístamente que podrían utilizarlo para por fin darle a su estirpe el reconocimiento que se merecía.

Desde entonces la dureza de su instrucción no hace más que aumentar cada año. Crece siendo un niño explotado. Obligado a entender la infinidad de secretos que esconde la magia. Forzado a avivar la llama de unos predecesores tiempo ha olvidados. Sus padres jamás lo consiguieron. Pero lo intentaron. Y esa ansia les hizo cruzar una fina línea que nunca debieron sobrepasar.

En realidad, Vannas nunca recibió el cariño de sus padres. Aunque sí el de sus hermanos. Pero todo dio un giro con la llegada de las primeras legiones de cadáveres que asolaron la ciudad. Para su suerte, él estaba lejos aquel día. Cerca del observatorio. Pero el resto de su familia no compartió la misma suerte, y fue aniquilada por la marea de muertos. O al menos así lo creyó Vannas.

Aquel día fue la última vez que contempló su hogar. No tuvo más remedio que huir junto a otro grupo de supervivientes. Al sur, o a donde la guerra no les matase. Pasó varios años viajando de un sitio a otro, hasta que por fin pudo asentarse en Theramore. Allí empezó a ganarse el pan como escribano de un burgués de bajo renombre. Olvidado poco a poco sus orígenes.

Pero la vida allí se volvía cada vez más cruel y monótona. El hombre que se suponía que le pagaba el sueldo era un putañero y un trepa. Así que, tras un pequeño accidente que terminó en desgracia, Vannas hizo su petate y se embarcó al Este. Con la esperanza de encontrar por fin su verdadero lugar en el mundo.

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Nombre: Tobías McEnroe
Ocupación: Boticario de Villadorada
Nivel de confianza: Nulo (10/100)
Descripción: Anciano boticario que ha dedicado gran parte de su vida a la elaboración de pociones con remedios curativos. Ejerce, además, como galeno local.

 

   
   

 

[Imagen: big-black-divider-hi.png]

 

Índice de Progresos:

1.- Llegada a los Reinos del Este
2.- La Capital
3.- Índigo & Ocre
4.- Tobías McEnroe
5.- Runas de Hielo
6.- Mandrágula
7.- La Academia
8.- Un niño sin padre
9.- Luto

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- ¡Despierta, culo fino! - Gritó uno de los marineros. - Estamos llegando.

Vannas dió un respingo, aún aturdido. Había sido un viaje muy largo, y desde luego no estaba acostumbrado a travesías tan largas en barco. Se mareaba a menudo. Y se hizo amigo de la baranda de estribor muy rápido. Casi todos los desayunos los vomitaba, y los rudos marineros que le acompañaban, se reían y soltaban bromas. A ninguno le importaba que estuviese delante. Él, de hecho, prefirió dejarlo pasar. No le importaba. O sí. Pero cualquiera se reiría de alguien que se pone verde con dos vaivenes.

Cuando por fin pudo ponerse en pie y aferrarse a uno de los cabos, contempló con entusiasmo la gloriosa visión que esos maleducados y malolientes marineros le habían ofrecido. Al son del graznido de las gaviotas, los enormes edificios de la capital humana se erguían en el este. Jamás había pisado esas tierras, y su mente no pudo evitar imaginar infinidad de posibilidades. En cierto modo le recordó a su hogar, pero el hedor a sudor y a vómito le hacían volver a la realidad muy rápido.

- ¡Al fin en casa! - Gritaban algunos.

Uno de los marineros, el contramaestre, se acercó a Vannas con una podrida y amarillenta sonrisa en la cara. Era calvo, y la genética le había maldecido con una barba irregular y tan tiesa como el alambre. Era el que tenía las uñas más sucias. Y eso ya es decir.

- Y dime, mi enigmático amigo. - Dijo. Apoyándose en la baranda. Mirando al elfo. - ¿Qué planes tienes en esta buena tierra?

- Tal vez encontrar un oficio. - Respondió Vannas. - O... alguna posibilidad. No lo sé. Todo esto es nuevo para mi.

- Te veo muy verde. - Siguió el contramaestre. Y acto seguido soltó una carcajada. - Vas a necesitar algo más que esa cara bonita para conseguir algo en la ciudad.

- Me las apañaré. - Vannas desvió la mirada hacia el puerto. Y sonrió una pizca. - Sí. Me las apañaré.

 

Desde luego, no les mencionó nada de su antigua vida en Theramore. Ni se le ocurrió contarles el incidente mágico con su antiguo jefe. Aunque todo ese secretismo le costó casi todos los ahorros que tenía. Pero no importaba. Estaba seguro de que esa ciudad tenía mucho que ofrecerle.

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Ese viaje en barco le había dejado tieso. En el más estricto sentido de la palabra. Apenas conservaba un puñado de cobres en los bolsillos, así que lo primero que debía hacer antes de cualquier otra cosa era encontrar un oficio. Cuando llegó a Villadorada, le recomendaron una modesta posada ubicada en el barrio pobre de la villa. La llamaban La Capital, y por lo que le dijeron, se acercaba mucho a sus posibilidades.

Pensó que allí podría conocer a alguien que ofreciese trabajo. Al fin y al cabo las posadas son un ir y venir constante de personas de todo tipo. De encontrar algo, sería allí. Estaba seguro. Y no estaba del todo equivocado, en realidad.

Cuando atravesó el umbral de aquella posada se dio cuenta de que todo lo que le habían dicho era cierto. Era un antro humilde. Quizá demasiado. Fuera, encontró a un par de vagabundos rapiñando en la basura. Y calle abajo vio a otro par de hombres intentando atrapar una rata.

El ambiente, a pesar de todo, le sorprendió. El dueño no tuvo ningún reparo en dirigirse a él de forma afable. Pero el semblante del elfo se arrugó cuando le ofreció una habitación compartida por cuatro cobres la noche. Al principio, pensó en negarse en rotundo. Y es lo que habría hecho en otras circunstancias. Pero en aquel momento eran las que eran, y apenas barajaba un par de posibilidades.

El dueño le aseguró que sus cosas estarían seguras, pero aún así no podía evitar sentir cierta intranquilidad por sus bártulos. Que aunque no fuesen nada del otro mundo, eran sus cosas al fin y al cabo. Aceptó esa habitación. Y cuando entró en ella el olor a cerrado y a humanidad le hizo arrugar la nariz. Ordenó un poco sus cosas como pudo, y bajó a la barra para tomar su merecido descanso tras el viaje. Y por supuesto, a ver cómo estaba el ambiente esa noche. Que era lo que en realidad más le interesaba.

Para su sorpresa, entrando casi en la media noche, pudo escuchar desde su silla una interesante conversación. Un elfo y un enano charlaban sobre magia. Algo inaudito en las tierras donde tantos años había malgastado Vannas. El elfo le sorprendió. Parecía bastante ducho en las lides de la magia arcana. Conocía sus reglas, y la teoría básica que a todos los aprendices les obligan a aprender y sobre todo a comprender. Pensó varias veces en unirse a la conversación, pero lo creyó imprudente. Al menos en ese momento.

A la mañana siguiente tuvo una oportunidad más cordial. Vannas apenas había pegado ojo, receloso de que le pudiesen quitar sus cosas, y pese a los ronquidos de sus nuevos compañeros de cámara. El elfo al que escuchó la noche anterior se hacía llamar -Odriel-. Y como Vannas, era también un aprendiz de mago. Pudo charlar con él de forma más cercana. Le explicó que el precio por aprender en la institución de magia era bastante caro. Y que estaba al alcance de muy pocos. Pero que la propia Academia ofrecía ayudas a cambio de trabajos básicos. Eso le alivió, aunque sin lugar a dudas tendría que encontrar otro sustento.
Siendo sinceros, a Vannas le sorprendió gratamente la presencia de un igual en esa posada tan modesta. Incluso acordaron hacer un ejercicio de magia en su próximo encuentro.

Al menos, tras conocer a su futuro compañero, Vannas dejó de sentirse tan cohibido en ese lugar.

 

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Las calles de la villa gozaban de una tranquilidad absoluta. Salvo por el pequeño grupo de rapaces que le adelantaron a zancadas. Les siguió con la mirada hasta perderlos en uno de los cruces, y cuando alzó la mirada, la vio. El enorme torreón de la Academia de Ciencias y Artes Arcanas de Villadorada. Supo distinguirla por las descripciones que Odriel le había proporcionado. Aunque cualquier mente despierta lo habría intuido con un simple vistazo. Hacía apenas un par de horas que había enviado a ese mensajero solicitando su ingreso, pero creyó conveniente pasearse por las callas para terminar de ubicarla del todo. Y de paso, conocer un poco mejor la villa que le había acogido.

Fue al volver de su paseo, cuando se topó con un variopinto grupo en mitad de la plaza central. Charlaban entre ellos. Parecían oriundos de la zona, así que pensó que tal vez alguno de ellos sabría indicarle cómo llegar a la biblioteca de Odriel. Para su sorpresa, el elfo estaba entre ellos. Junto a dos hombres más. Y dos mujeres; una elfa y una joven humana. Estaban debatiendo sobre la actual situación de los bosques. Vannas ya había oído los rumores de la guerra desde Theramore, pero no sabía que había sido tan cruel. Podía imaginarlo. Al fin y al cabo, vivió en sus propias carnes la caída de su ciudad natal. Pero seguía pareciéndole extraño que un grupo de gnolls hubiese causado tantos estragos.

En cualquier caso, y tras un cruce leve de palabras que incluyeron algunas presentaciones, gran parte del grupo se dirigió a la biblioteca. Guiados por Odriel.

Cuando vio todos aquellos tomos no pudo evitar esbozar una sonrisa muy nimia. Hacía tiempo que no veía tantos libros juntos. La mayoría de sus compañeros de viaje en el barco eran iletrados y francamente idiotas. Y fueron varios meses de viaje. Le sorprendió especialmente la sección a la que el propio Odriel había tachado como su preferida. La sección de tomos arcanos.

Cuando repasó los títulos dio con un par que le resultaban familiares. Sobre todo los relacionados con la transmutación. Pensó varias veces en pedirle prestado alguno, pero dónde quedarían sus modales abusando de esa confianza tan temprano. En lugar de eso se calló, y le prometió que cuando tuviese los cuartos necesarios volvería para agenciarse con alguno. Sus años como escribano habían oxidado sus habilidades, y todos esos tomos eran para principiantes. Seguro que podría sacarles provecho, pero aún era demasiado pronto.

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Entrada_cuarta.png

 

Hasta ahora no se había dado cuenta de la infinidad de posibilidades que esa villa podía ofrecerle. Por desgracia, Vannas nunca fue un cazador diestro. Ni siquiera sabía distinguir rastros, y mucho menos seguirlos. El estómago le empezaba a rugir, así que necesitaba una alternativa urgente mientras aguardaba la respuesta de la Academia. Para su fortuna, en la villa había mucha gente necesitada dispuesta a pagar un sueldo por unos cuantos trabajos fáciles. Y mucho más después de la guerra. Por suerte aún conservaba un buen oído, y gracias a ello pudo contactar con un viejo boticario de la villa.

Al parecer era un hombre que había perdido gran parte de sus suministros de la tienda en la guerra, cuando los soldados Imperiales cerraron las puertas de la muralla. Y ahora trataba de recuperar todo lo perdido contratando a espadas de alquiler. Ya que él se veía incapaz. Era viejo y enclenque, y su maestría con la espada brillaba por su ausencia. Se hacía llamar Tobías McEnroe. Y fue el primero en ofrecerle un trabajo a Vannas.

Le comentó que tenía mucho trabajo que ofrecer. Que todos ellos los pagaría de buena gana si se realizaban bien. Pero también le advirtió que algunos significaban explorar el bosque y arriesgarse a perder la vida en él. Algunas plantas que necesitaba solo se encontraban en los lindes, y todo el mundo sabía que salir solo era peligroso. Vannas, sin embargo, no rehusó. Sabía que de necesitar ayuda la podría conseguir. Un par de manos más bastarían. Quizá más. El botín no sería el mismo, pero de momento apreciaba más su vida. Además, su estadía en Theramore le había enseñado que tener amigos siempre es una buena opción. Ganarse la amistad de ese boticario podría venirle bien en un futuro, así que le pidió que le hiciese una lista con todo lo que necesitaba.

Ahora era solo cuestión de tiempo. Sus largas jornadas entre tinta y papel habían atrofiado un poco su mente, pero debía espabilar. O de lo contrario, acabaría rebuscando en la inmundicia como un indigente.

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Prometía ser un agradable paseo por la villa. A Vannas le estaban viniendo bastante bien. Poco a poco empezaba a familiarizarse un poco más con sus calles y sus gentes. Aunque seguía sintiéndose un completo extraño en esas tierras. Tras una larga y fructífera charla con Tobías, salió a despejar un poco su mente. Le habían recomendado visitar la capilla de la villa. No es que Vannas fuese un paradigma de la fe, pero tampoco perdía nada visitándola.

Las calles estaban bastante transitadas. Fuera, en el patio, algunos iniciados golpeaban muñecos de madera. Mientras que dentro se realizaba la misa de media tarde. Vannas se quedó observando una estatua plantada en la entrada de la capilla. Por mucho que se esforzaba, no conseguía distinguir quién era. Pero por suerte, tras la aparición de Lady Lisandra pudo empezar a barajar un par de opciones más. Ambos elfos charlaron un poco. Ahí. Frente a la capilla. Y cuando iban a retomar el paseo, se les unió a la conversación Odriel y un humano de gran tamaño al que solían llamar Asmodeo. Le habían hablado de él, aunque las cosas que había escuchado de ese hombre no eran precisamente buenas. Pero a Vannas le pareció un humano corriente y moliente. Quizá demasiado atento de lo que se puede esperar de un gigante. Más tarde se dio cuenta de que no tenía muchas luces. Al menos sus conocimientos sobre magia eran bastante nulos. Pero tampoco le dio mucha importancia. Al fin y al cabo no todo el mundo nace sabiendo. Y ese hombre parecía tener orígenes bastante humildes.

No fue hasta que Odriel comentó el tema del accidente mágico en la tienda de reparaciones, cuando el grupo volvió a emprender la marcha. Al parecer alguien o algo había sido lo suficientemente estúpido o imprudente como para colocar unas runas trampa en el sótano de una tienda. Y eso se había cobrado con víctimas. Según el capataz, varios de sus empleados salieron con algunos miembros congelados por la explosión. El grupo tuvo a bien investigar el asunto. Si había explotado una vez, podría explotar una segunda. Pero Vannas creyó más prudente ir a visitar a los heridos a la enfermería. Sus conocimientos sobre runas eran más bien vagos e imprecisos, así que poco podía hacer. Charlaría con Odriel más tarde. Ese asunto le interesaba, pero de momento solo podían tirar de cabos muy sueltos.

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Había conseguido que Tobías confiase lo suficientemente en él como para encomendarle una tarea más complicada. Hasta ahora solo había hecho de recadero por la villa. Y en alguna ocasión le había ayudado escribiendo los nombres que solía poner en las etiquetas de sus remedios. Pero ahora lo que necesitaba el anciano boticario era una planta que solía crecer en las faldas de la montaña. Según él, poseía unas propiedades sedantes que ninguna otra planta le podía ofrecer. Le era indispensable para ejercer su oficio, así que confió en que Vannas la traería.

Le advirtió, además, que salir solo al bosque no era sensato. Le sugirió que buscase un compañero que le protegiese la espalda. Y así lo hizo.

Se topó con un hombre en una de las posadas de la villa. Por las armas que pendían de su cinto intuyó que se trataba de un mercenario o un soldado. Se hacía llamar Logan. Y como Vannas había intuido, era un hombre que alquilaba su espada por dinero. Aunque lo que más le sorprendió de él fueron sus conocimientos. Conocía la mandrágula. Y los efectos que producía. Hasta ahora solo había conocido a mercenarios iletrados. Pero Logan le sorprendió gratamente. Sería un compañero perfecto para el encargo.

Tras la charla se pusieron en marcha. El camino hasta la entrada este se hizo más amenao con la conversación que tuvieron. Luego se desviaron hacia el norte, y veinte minutos después llegaron a la falda de la montaña. Prometía ser un encargo fácil. Al menos el bosque estaba bastante tranquilo, y con un poco de suerte ni siquiera tendrían que desenvainar. Al principio la búsqueda de la mandrágula se hizo eterna. No había por ninguna parte. Pero finalmente Logan dio con un manojo bastante grande. Vannas estaba seguro de que con eso sobraba, e iban a volver ya a la villa, cuando de pronto escucharon el gruñido de una criatura en la espesura.

Logan se interpuso entre el gutural sonido y el elfo. Desenvainó, y ambos dirigieron la mirada al origen de los gruñidos. De pronto, una grotesca figura se posó en la cima de una roca. Una bestia parecida a un lobo. Pero sin serlo. De sus fauces colgaba una repugnante mezcla entre saliva y vómito. Sus ojos estaban inyectados en sangre. Su pelaje parecía marchito. Una de sus patas ni siquiera era suya, en su lugar, tenía incrustada la de otro animal. Ni siquiera tenía rabo. Tenía una extraña protuberancia cuyo tejido era el del propio músculo. Ambos se quedaron petrificados al ver semejante bestia. Pero cuando vieron sus movimientos ambos sintieron lástima. Eran torpes y vagos. A la criatura le costaba moverse por sí misma. Pero de súbito, empezó a correr hacia Logan. Por suerte fue lo suficientemente ágil como para esquivarlo. Y lo suficientemente diestro como para herirle. Cuando consiguieron abatirle, observaron la extraña marca que tenía la criatura en la frente. Se la habían hecho con un cuchillo. Y se asemejaba mucho a un círculo de transmutación.

Sin duda lo que quiera que fuese esa criatura estaba sufriendo. Pero lo que más le empezó a rondar la mente a Vannas, fue quién pudo haber hecho semejante engendro.

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Vannas temía que la carta no hubiese llegado bien. El mensajero al que le dejó la solicitud no le transmitía buenas vibraciones. Pero sus preocupaciones desaparecieron cuando al segundo día recibió la respuesta. Le citaron después del ocaso, y su sorpresa fue aún más grande cuando se topó con Odriel. Al parecer Elmisa los había citado ahí a los dos. A la misma hora.

La mujer que les dio la bienvenida era una anciana que rozaría los cincuenta inviernos. De semblante arrugado y y gesto afable. Con una cabellera albina por la edad y un don innato para la palabra. Lo que Vannas más temía era el problema del pago de las cuotas, pero por suerte Elmisa le explicó que en lugar de eso, podría realizar trabajos para con la Academia. Y no solo eso, también tendría completa libertad en sus instalaciones. La Capital le había acogido de buena gana, pero Vannas no dudó ni un instante en trasladarse a la torre de aprendices. Al menos allí estaría más cerca de sus quehaceres. Al fin y al cabo, esa iba a ser su vida a partir de ahora. Y cuanto más a mano tuviera todo, mejor.

Las cosas le iban mejor de lo que él mismo esperaba. En muy poco tiempo había hecho mucho más de lo que hizo en Theramore. Incluso sus nuevos conocidos eran mejor que la chusma de allí. Y algunos prometían ser buenas amistades en el futuro. No se podía quejar. Pero seguía dándole vueltas al asunto del lobo en el bosque. Eso era lo único que le quitaba el sueño a veces. Y para colmo, Odriel se marchaba en pocos días. De investigar el asunto, su mente despierta le habría servido de bastante, pero tampoco planeaba quedarse de brazos cruzados.

Al menos ahora tendría un abanico más amplio de posibilidades. Y sobre todo unos maestros a la altura.

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Por mucho que buscaba en los tomos, no encontraba nada relacionado con ese tipo de transmutación. Para su fortuna, antes de su marcha Odriel le había dado una pista bastante sensata; La alquimia. Combinada con ella, tal vez sí que sería posible un sortilegio capaz de transmutar ambas masas. Nunca había visto una aberración de ese tipo. Le produjo hasta lástima. Pero eso no le detuvo cuando se puso a investigar sobre el asunto. Esa noche la pasó en vela. Aunque no era la primera vez, su mente empezaba a pasarle factura. Y sus teorías cada vez tenían menos sentido.

Caminar era lo único que le despejaba la cabeza, así que fue en uno de estos paseos donde volvió a encontrarse con Lisandra. Tras una breve charla Vannas pensó que sería buena idea comentarle el asunto. Al fin y al cabo iban a ser compañeros en la Academia, y qué mejor colega de investigación que otra aprendiz. A ella también pareció interesarle el asunto. Y como Odriel, fue igual de perspicaz al sugerir que podría tratarse de algún tipo de transmutación arcana.

La única forma que tenían de tirar de algún cabo era el cadáver de la criatura. Tras sopesarlo un par de veces decidieron que sería buena idea examinarlo a fondo. Pese a que a Vannas no le hacía ninguna gracia volver a ver ese engendro, sabía que no había otra manera. Y que de haber alguna pista, por mínima que fuera, estaría allí.

Se encaminaron pues hacia dónde Vannas vio por última vez a la criatura. Pero lo único que encontraron fueron sus tripas. El engendro parecía haber reventado por dentro, y donde antes había un lobo, ahora solo había un gran charco de sangre reseca y tripas medio descompuestas. Ambos palidecieron al ver semejante carnicería, y estuvieron a punto de perder la esperanza cuando de pronto los matojos se empezaron a mover. Vannas sabía que era peligroso volver, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. Por fortuna, no era más que un rapaz de diez años escondido en los arbustos. Que tras cierta reticencia decidió salir de su escondrijo. El niño les contó que su padre le había obligado a esconderse ahí hasta que volviese. Que no debía salir de su escondrijo hasta que su padre hubiese despistado del todo al “hombre malo”. Les explicó que vieron a un sospechoso hombre acercarse a la criatura, pero no dio más detalles.

Lisandra, en un gesto de buena fe, le dijo al muchacho que buscarían a su padre. Y así lo hicieron. Guiados por el mocoso, atravesaron el bosque hasta llegar a la orilla del lago. Allí yacía el cuerpo inerte del padre, con un soberano mordisco en el cuello. El niño, como era de esperar, rompió a llorar. E hicieron falta unos cuantos minutos para convencerle de que debían volver a la villa. Los guardias se encargarían de trasladar el cadáver a la villa para su entierro. Pero era imposible que un lobo corriente hubiese matado a ese hombre. Según el muchacho, su padre era un excelente cazador, y es bien sabido que los lobos nunca atacan a los humanos por placer. Sin duda había algo detrás. Y Vannas temía que fuese el mismo hombre que había creado a ese ser.

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Dos días no fueron suficientes para dejar que el muchacho y su madre llorasen la pérdida, pero el tiempo apremiaba y Vannas no quería perder el tiempo más de lo que ya lo había hecho. El niño era la única pista que tenían de momento, y si quería averiguar algo más, tendría que hablar con él. O con su madre. Nunca se le habían dado bien los niños. Pero por suerte el rostro amable de Lady Lisandra podría ayudar a la investigación. Sin Odriel, ellos dos eran los únicos que sabían el verdadero origen de esas bestias que merodeaban el bosque. Y de ellos dependía encontrar la respuesta a todos esos enigmas.

 

Vannas, en un muy acertado criterio, decidió ir a interrogar a los galenos que habían examinado el cuerpo del hombre antes de enterrarlo. Al niño no le habría podido sacar nada. O habría sido demasiado cruel con él en esos momentos de luto. Lisandra, por su lado, fue a la casa del cazador a hablar con el rapaz y su madre. Aunque más tarde se uniría a ella el iniciado del Alba Argenta de nombre Aleister.

 

Acordaron reunirse en la Academia cuando terminasen para compartir todo lo que habían conseguido averiguar. Aunque por desgracia no fue demasiada la información que pudieron obtener. Al parecer, el niño afirmó haber visto al causante de todo el embrollo. Lo describió como un hombre embutido en una toga gris y bastón. A la joven elfa le dijo que de alguna forma, ese hombre hizo explotar a la aberración que Logan y Vannas encontraron en los bosques. Y que al verlo, su padre optó por despistar al mago para que su hijo pudiese escapar. Vannas, en cambio, descubrió que la dentellada que había matado al cazador era un mordisco común. De un lobo corriente y moliente. Pero sin duda algo se les estaba escapando de las manos. Bastó una simple dentellada para matarlo. El resto del cuerpo estaba intacto. Por lo que ambos descartaron inmediatamente que la manada hubiese atacado al hombre para alimentarse. De haber sido así, habrían encontrado el cuerpo descuartizado. Divagaron un poco sobre posibles teorías, pero terminaron acordando volver al lago para examinar con detalle el escenario. Vannas no estaba muy seguro de hallar algo allí, pero la verdad es que tenía muy pocas opciones. Y esa era la más lógica. Esa, o esperar a que el hombre de toga gris volviese a actuar.

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