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Commander

Royce "Roy" Reinhart

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  • Nombre: Royce Reinhart
  • Alias/Apodo: Roy
  • Raza: Humano
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 36
  • Altura: 1'80
  • Peso: 75
  • Lugar de Nacimiento: Kul Tiras
  • Ocupación: Contrabandista
  • Historia completa

 

 

Descripción física:


Alto, delgado, ambidextro para ciertas cosas (generalmente zurdo), de complexión atlética y erguida. Por la estructura de su cuerpo podría ser capaz de desarrollar un físico fornido, pero la falta abundante de alimento o un arduo entrenamiento le han mantenido alejado por el momento de tal aspecto.  Pelo castaño oscuro, desaliñado y con mechones canosos cortado irregularmente, al estilo de la gente de costa (piratas, comúnmente). Ojos verdes con una larga cicatriz en el derecho fruto de un accidente naval. Barba de una semana en torno a una sonrisa sorprendentemente cuidada.

Acostumbra a llevar ropa típica de arrabal, un cuchillo en la bota, chaqueta de bucanero de la que sobresalen dos pistolas de chispa, faltriqueras de cuero sobre dos cinturones de distinto tamaño, y un pequeño medallón al cuello.

 

Descripción psíquica:

 

Despreocupado, osado, valiente cuando la fortuna llama. Es un hombre abocado a menudo al fracaso aunque mantiene los arrestos de enfrentar la derrota siempre que esta llegue, incluso cuando es consciente de las consecuencias. El que su vida fuera un continuo perder y saborear el polvo o la sangre le ha llevado a acostumbrarse a una vida exenta de comodidades, cosa que le ha hecho perder el miedo o los reparos de realizar actos de dudosa moral. Los modales y la cortesía son algo poco comunes en él, aunque no inexistentes, así como cierta nobleza que por alguna razón permanece viva muy en el fondo de él.

A pesar de que termine a sabiendas en situaciones adversas, es hombre de sabia cobardía, que consiste en salvar el pellejo ante todo o guardarse de acabar muy mal parado. Le apasionan las aventuras, la libertad, de la cual se jacta; o cualquier tipo de emoción fuerte que suponga algo con que divertirse. Comer hasta reventar, beber que nunca falte, y disfrutar de cada placer que la vida le permita. El oro y la plata son para gastarlos, nunca acumula demasiada fortuna pues bien sabe que el dinero vuela. También a veces es tan desprendido que siente una reverente caridad por aquellos que no tienen nada, especialmente hacia los niños.

Es algo torpe con la mayoría de destrezas en el uso de un arma, valiéndose mucho más de su ingenio para sortear las dificultades. O se le ha dado siempre mal, o nunca nadie ha tenido la paciencia de enseñarle debidamente. Cosa que no compensa con el hecho de ser a menudo el primero en iniciar una pelea, aunque no permanezca en pie por mucho tiempo.

Es fácil de provocar si se le encuentra, aunque por lo general ignora las burlas o las amenazas, pero nunca olvida ni perdona cuando le han herido de verdad. Pero por otra parte, es cariñoso y leal con quien le muestra afecto, hasta el punto de dejar a un lado su propia seguridad con tal de salvar a un ser querido. Y solo aquellos que ostentan su más sincera amistad, podrían lograr lo que más vulnerable lo hace: la traición y el abandono, pues para alguien que fue huérfano a una edad tan temprana no existe nada peor, por mucho que trate de esconderlo.

 

Historia

Spoiler

 

¿Que quién soy yo? Bueno, si tanto te interesa, te lo diré. Total dentro de poco acabaré muerto… Tendré que ir al comienzo de todo.

El primer recuerdo que tengo es de mi tierra, Kul Tiras. Mi padre era un punto en el horizonte de altamar, y yo sujetaba la mano de mi madre mientras contemplábamos la última vez que le veríamos. Ella lloraba, y yo... yo no entendía nada. Creo que había llorado también, pero él nos había abandonado así que ya daba igual.

Tras volver a casa las cosas no fueron a mejor. Creo que tenía unos… diez o doce años como mucho, el caso es que mi madre enfermó de disentería y no tardó en morir también. Típica historia de huérfano pensarás, pues sí… Creí que ahí acabarían los problemas, que al menos podría conservar la casa si yo mismo trabajaba para mantenerla. Pero no. Aguanté poco menos de un mes y me echaron a la calle, no era suficiente lo que ganaba haciendo recados a los tenderos ni en las cocinas de una posada. Igualmente nadie pagaba bien a un simple crío, era inevitable. El poco trabajo que me permitían hacer no duró mucho por la escasez que provocaba la guerra, así que terminé mendigando de un lado a otro. Sin trabajo en ninguna parte y que el orfanato no se hacía cargo de mí porque ya era demasiado mayor. Que tal vez lo fuera, pero a esa edad ya era alto para un niño, por lo tanto me tenía que joder igualmente. No sé cuánto duró aquello, unos años tal vez. Me tuve que ganar la vida robando aunque al principio no se me diera bien. Pero eh, aprendí, todo por sobrevivir.

No fueron pocas las veces que vi una celda como esta, incluso más oscuras y húmedas. Esa parte es la peor ¿sabes?, el frío del ambiente te termina destrozando. Da igual en qué agujero acabes, mientras esté seco estará bien. Siempre y cuando soportes la sed… Por cierto, una de esas veces, la tercera o cuarta vez que me encerraron por ratero, conocí a un tipo que me dio un buen consejo: “los dientes son de las pocas cosas realmente valiosas que alguien posee, y hablan mucho del tipo de persona que eres; más te vale cuidarlos porque no duran siempre”. Y cuando después de eso ves a un hombre papando trozos de pan duro durante horas… pues le crees. Es como si un calvo sospecha de las entradas que tengas en el pelo.

En fin, creo que era el año cinco o seis por ahí, y cuando pensé que la vida me sonreía por fin, el destino me guardaba una sorpresa. Resulta que me apareció la oportunidad de un buen trabajo, uno de verdad, como grumete en un barco de transporte militar. Pensé que tenía que ser una broma, pero puestos a comer basura y dormir en las calles de un puerto… pues por lo menos en un barco supuse que saldría de todo aquello y tendría asegurado un plato de comida, además de un techo. No lo dudé. Maldita la hora, porque como ya habrás imaginado íbamos directos a la segunda guerra contra la maldita Horda. Ya me puedes imaginar, vomitando por babor y disparando a estribor contra las naves de aquellas bestias. ¿Qué tendría yo? ¿Quince, dieciséis…?

En verdad tengo buenos recuerdos de aquellos locos tiempos, aprendí mucho y pude hacerme un hombre. Pero mira, se acabó la guerra y se acabó la suerte. Todo el mundo alegre sí, ¿pero qué me quedaba a mí? ¿Volver a Kul Tiras donde no tenía nada? Nah… En lugar de eso decidí venir aquí, a Ventormenta, a trabajar durante la reconstrucción en los astilleros. Moviendo y picando escombros, cargando madera y demás, arreglando algún bote... Esas cosas, pero no fue sino para más mierda porque nos iban a joder bien a todos. Si, si… Lo sé, a eso mismo iba a llegar: Los cerdos de la clase alta. Nosotros a partirnos la espalda dando el cayo y ni las gracias. Te juro que cuando vuelvo a recordar la de tiempo que pasé partiendo piedras con un martillo, me da la sensación de que me viene un dolor por la espalda…

Pues nada, sin dinero y sin trabajo otra vez. No obstante me propuse que no iba a volver a las calles, en absoluto. ¡Ni a picar más piedra en la vida! No. En lugar de eso me dediqué a lo otro que sabía hacer: librar de la pesada carga monetaria y material a las nobles gentes de la patria. Estaba harto, pero sabía que no iba a ser una solución a corto plazo, así que tuve que ir pensando en algo para el futuro. Únicamente sabía hacer dos cosas en especial, robar y navegar. Entonces cogí prestado un esquife… no te rías, déjame acabar… y empecé a pasar mercancías para tu gente. Los Defias siempre habéis pagado bien cuando se trata de la causa, y aunque no puedo decir que me comprometa con ella… la puedo entender perfectamente.

Así pues, esa ha sido mi vida hasta ahora, básicamente. ¿Ah, qué cómo terminé aquí? Bueno, esa es otra historia. Un poco larga, pero dado que no tenemos nada que hacer… Igualmente trataré de ser breve.

Verás, hace unas semanas me topé con un pez gordo del ejército de marina. Mis socios me habían dado el soplo de que tenía un mapa el cual guiaba hacia un botín de guerra, oculto en alguna parte, y debía hacerme con él antes de que el tipo se hiciera a la mar para buscarlo.

Como tengo algunos amigos en el puerto logré conocerle, bebimos como comadrejas y le acompañé a la habitación donde se hospedaba. Si, era consciente de que estaba corriendo un riesgo enorme, sabiendo que me habían visto con él. El caso es que en cuanto pude registré su habitación, pero no. El tipo lo llevaba… ¿te imaginas dónde?

¡Por supuesto que no! ¿Quién iba a ser tan marrano? ¡Bajo el parche, so animal! El tipo es tuerto, y tenía el mapa embutido en la cuenca del ojo. ¡No me preguntes cómo! Simplemente lo saqué y me lo llevé. Y luego lo escondí. Pero no creas que llegué muy lejos, porque fueron directamente a por mí a la mañana siguiente. Y aquí estoy.

Lo sé, me precipité totalmente. Solo espero que mis camaradas se acuerden de mí, pero no quedan sino unos pocos días para la horca. Empiezo a creer que me vayan a dejar “colgado”.

Supongo que este es el fin, dudo que esos granujas se la jueguen para sacarme de este lugar. Conociéndoles, no se van a arriesgar. Pero al menos me ha alegrado poder hablar con alguien, hacer las paces conmigo mismo… Me gustaría decir que sería un honor morir al lado de un amigo, aunque fuera en la horca, pero si te soy sincero… creo que prefiero decidir yo mismo cuándo y cómo morir. Por eso me he esforzado en esconder esto, hasta ahora. No, no es un simple champiñón reseco.

Deséame suerte, porque después de esto te veré en el infierno.

 

 

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I.

Con la boca seca, torcida y embarrada por las horas bajo tierra, que parecieron eternas, aquel cadáver que parecía retornó de entre los muertos para asombro de los que allí se encontraban. Aquellos testigos le observaron, delgado y enfermizo, cubierto por la suciedad y la tierra además de una cabellera espesa de porquería en compañía de una barba de meses, igual de sucia. Sus ojos perdidos fijaron la atención en un pequeño odre de agua, que fue presa de sus manos raudas buscando refrescar su desamparado gaznate. Entonces para sus adentros sonrió, pese a que el cansancio le sometía cruelmente, pues el plan había tenido éxito: Era libre.

Su socio Olson discutía con aquel tipo al que parecía haber convencido de ayudarle, a falta de un par de manos y ojos necesarios para aquella tarea, aunque fue una conversación larga y tediosa, llegando al punto de poner en duda si toda la estratagema se había puesto en riesgo. De hecho así era, pues en los caminos por los que estos dos sinvergüenzas, Olson y el recién "revivido" Roy, el hecho de toparse con gente honrada no solía ser una ventaja. Afortunadamente, esta vez supieron interpretar bien su papel.

Olson se llevó a su camarada tan pronto vio la excusa para desaparecer al fin entre la noche. Dejaron atrás el cementerio y a cien metros volvieron a donde éste había dejado el caballo, que aunque no era corcel, sería suficiente montura para llevar a los dos rufianes de regreso a lo que ellos pudieran considerar hogar. Y qué mejor lecho y compañía que la que se encuentra en los locales más mugrientos y atestados de mala saña. Que ya sería vicio, pero allí entre ratas y comadrejas de todos los tamaños nadaba aquel pececillo llamado Royce Reinhart. Hubiera querido él que fuera la tasca habitual del puerto de Ventormenta, pero recorrer tal distancia durante la noche no iba a ser posible. Al menos en su estado. En lugar de ello, el burdel de Elwynn sería opción ideal para pasar lo que quedaba hasta la mañana siguiente. Y mientras tanto, dada la delgadez que llevaba, Roy se dedicaría únicamente a comer. Malpensados sí, pecadores... también.

Cuando hubo recuperado energías y el sueño se le había quitado, apenas faltaba una hora para el amanecer y ambos socios se miraron el uno a otro con sendas y satisfechas sonrisas en el rostro.

—¿Y cómo has pensado pagar todo esto, canalla?  la voz de Roy terminó con el silencio.

Bueno, esperaba que tú me ayudaras con eso—dijo Olson, ampliando su sonrisa. Sin embargo, su compañero le devolvió una repentina cara de poker—. ¿Qué?

—¿Tú eres tonto?—Roy le miró con incredulidad, pensando si le estaban tomando el pelo.

—¿Qué dices? Ahora estas forrado, no se a qué viene tanta preocu-

—Olson... Piensa, ¿a razón de qué terminé en la cárcel?—preguntó Roy, reuniendo paciencia.

—Porque le birlamos el mapa al capitán Harvey, y...

—Sí, y escondí el mapa. Ahora es mío, pero no deja de ser un trozo de cuero ¿verdad?—la mirada de Roy se mantuvo sobre el rostro de Olson a medida que éste iba reflexionando.

—¡MIERDA!

 

II.

Tras un alboroto matutino, en el día que siguió después -al inicio de su recién recuperada vida- no hubo de lo que preocuparse. Situaciones como aquella habían vivido incontables veces, y no por menos se las habían arreglado para salir airosos, aunque esta vez Roy tuvo que convencer a su camarada de pagar el precio fuera como fuere. No era su estilo, pero los primeros pasos habían de darse sobre terreno seguro, y esta vez le tocó a Olson trabajar en el burdel. ¿Cómo? Ni le importaba, ya fuera limpiando, cocinando o entregando su vergüenza a las más impúdicas tareas.

Roy no tenía culpa de las malas cuentas del otro, pero un favor no compensa meter la pata, y él no iba a tragar con más problemas. Le tocaba a Olson esta vez. Mientras vagaba distraído en sus pensamientos Roy reparó en lo mal que sonaban esas dos frases una tras la otra. La idea le provocó una risotada que le sacó de su ensimismamiento, y cuando se dio cuenta había caminado hasta los límites orientales de Villadorada. Los estragos de las últimas batallas eran abundantes y recientes, y él hasta ese momento no había sido consciente de lo que la amenaza de los gnolls estaba suponiendo para la región.

Tras husmear un poco entre los escombros dio cuenta del par de hombres allí apostados, probablemente en función de centinelas. Parecían mantener una vaga charla, y Roy se vio inevitablemente atraído por la curiosidad y la posibilidad de gorronear algo de comida gratis. La charla no fue extensa, lo justo para que le diera tiempo a entrar en calor y secarse un poco de la lluvia que iba y venia a ratos, pero de ella sacó algo de mucho interés.

Bien parecía ser que, dada la expulsión del anterior intendente, el ejercito carecía de alguien que se ocupara de las atenciones que los almacenes militares requerían, especialmente en tiempos de guerra. Los ojos de Roy fueron iluminándose cada vez que uno de los montaraces mencionaba palabras como: material perdido, armas extraviadas, reorganizar inventario. Gracias a que ya de por sí se podía caer la baba a causa del hambre, de no ser un hombre astuto y sabido, la apariencia de hiena acechando un suculento banquete se le habría reflejado en el rostro.

Afortunadamente se marchó de allí haciendo buenas migas, con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro, un corazón batiente de emoción, y un bolsillo dispuesto a llenarse.
 

III.

Roy se despertó una mañana, que era la del día posterior, sin recordar cómo ni cuándo había acabado en una habitación que no era la suya. Tuvo la tentación de llevarse algo, pero le retuvo la consciencia de no pillarse los dedos en el intento. Simplemente se marchó de allí con la resaca propia de un hombre que pasó buena noche el día anterior. Necesitaba un lugar tranquilo donde el bullicio habitual del pueblo no le martilleara las sienes, por lo que, guiado por inspiración divina, acabó yendo hacia la iglesia más cercana a dormir la mona. 

Se echó sobre de un banco y dejó que el silencio lo envolviera, seguido de la ensoñación que producía el alcohol que aún quedaba recorriendo sus venas. Pensó en la mar y el impacto del viento húmedo y salado sobre el rostro, seguido de una travesía en buena compañía sobre la cubierta de un barco. Desde ella podía observarse la vastedad del océano, y dejar lejos cualquier preocupación. Cualquier problema.

Abrió los ojos de golpe, como si hubiese espabilado de repente. Se sentó y puse orden en sus pensamientos, con un extraño sentimiento de inquietud recordando que estaba en mitad de Elwynn. ¿Echaba de menos algo o era simplemente el recuerdo de todo lo que aún le quedaba por hacer? Observó al diminuto sacerdote que rezaba a su lado y pensó: "Vale, demasiado alcohol..."

No demoró mucho tiempo en el sacralizado suelo, marchándose por la puerta antes de que empezase a humear si la Luz supiera la de pecados que mantenía sin confesar. Esto le arrancó otra risilla a Roy, tapando los rayos del sol cuando salió al exterior, y mientras andaba rumbo al cuartel local se puso a meditar sobre las decisiones que estaba por tomar.

 

 

 

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