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Manuk

Kartogg Bladehound

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  • Nombre: Kartogg Bladehound
  • Raza: Orco
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 30
  • Altura: 2.05
  • Peso: 124
  • Lugar de Nacimiento: Draenor
  • Ocupación: Herrero/Guerrero
  • Historia completa

 

Descripción física:

De porte y movimientos algo toscos, figura magra y postura algo encorvada, sombría e intimidante. Su rostro avispado lleva el porte de unos cuantos años mal vividos encima. Su mirada incisiva no conoce cortesía, esbozando la marca del escepticismo, la desconfianza y un atisbo de paranoia. Las renegridas greñas recorren el anverso de su cabeza hasta recaer a sus espaldas y hombros, y una descuidada sombra de barba recorre su mandíbula oscureciendo su contorno. Rara vez denota emociones fuertes salvo el desdén y la frustración, su expresión neutral pareciera rozar los límites entre el enfado y la solemnidad. Su vozarrón potente rara vez suele levantar, prefiriendo los tonos bajos y oscuros que hace resonar entre dientes. Sus ojos parecen algo esclarecidos por la enfermedad que lo aqueja, dañando lentamente su vista.

 

 

Descripción psíquica:

Sombrío, osco y malhumorado pero suele mantenerse para sí mismo. Cínico y nihilista; presta poca atención a la justificación de sus actos, guiándose puramente por sus instintos y su propia brújula moral, algo desviada. Honra su pasado como Frostwolf a pesar de verse en un perpetuo estado de desencanto para con el mundo, y así el honor y el respeto por las tradiciones aún ocupan un lugar de relevancia en su parecer. Imponente, juicioso, grave y severo; tras su hastío nihilista se oculta el alma de un moralista implacable, capaz de actuar con igual convencimiento tanto por convicción como por instinto, sin mostrar ningún tipo de piedad ante aquellos que se muestran indignos, desviados o simplemente como enemigos u obstáculos, así también posee una profunda contracara sensible y atormentada, atrapada en un doloroso pasado recurrente.

Disfruta de una buena pelea y sabe apreciar a un contrincante digno, siempre ofreciendo la oportunidad de un combate justo y aceptando la derrota con humildad ante lo innegable de los hechos. La batalla no lo asusta en lo más mínimo, mas teme que la enfermedad que lentamente va consumiendo su visión lo deje inválido o cobre su vida sin haber dejado una marca en el mundo.
 

 

 

 

Historia

 

Cuando tenía seis años, creía que el mundo se terminaba más allá de los nevados desfiladeros. Que todo había sido arrasado por la guerra y solo mi clan había tenido la sabiduría como para escuchar a los ancestros, salvándose de la catástrofe. Cuando tuve diez años, creía que honor significaba nunca rehusar una pelea, y si eran más mejor. A los quince, ella derrumbó la primera de mis creencias; la segunda tomaría más tiempo desarraigar.

Quien hubiese visto un cuerpo más perfecto, una voluntad más fuerte y un vigor semejante, todos ellos evidentes desde el primer vistazo... Aún lo recuerdo, venía sobre los hombros de uno de los cazadores de la aldea, subiendo la ladera de la montaña hacia la aldea. Aún en aquel terrible momento, abatida como estaba, se veía inquebrantable, dispuesta a caminar por su propia cuenta aunque las piernas no le respondiesen. El jefe la recibió y yo por supuesto corrí detrás para escabullirme y oír la conversación. Makhra, la sobreviviente, la forastera, la vagabunda. Entre nosotros encontró un hogar y un lugar en el mundo, aquel hogar que la guerra le había negado. Nunca conoció clan ni familia, y solo la suerte de cachorro herido la llevó hasta nuestros brazos, a través de los nevados de Alterac. 

Desde nuestro primer momento nos unimos como dos tallos desviados, entrelazándose en busca de un soporte. Bajo el amparo de la noche recorrimos los valles y los picos, escabulliéndonos a espaldas de los vigías para atestiguar la belleza de la que era mi tierra, y que tanto quería que fuese suya también. Quería con tantas ansias que fuese una de los nuestros, para que jamás se fuese de mi lado. Cometí con mis osadías errores estúpidos, algunos más graves que otros, pero también conocí la gloria y la dicha de vivirla junto a los míos. 


Un atardecer de cacería, aún lo recuerdo claro como el día, como si hubiese sido ayer... La nevada enterraba nuestras pisadas antes de que diésemos el siguiente paso, y tuve que alzar en hombros a mi huargo para que la nieve no lo cubriera por entero. La manada que habíamos estado persiguiendo había desparecido tras la ventisca y apenas logramos encontrar refugio en una gruta húmeda y oscura, al pie de un enorme muro de nieve que más se asemejaba a una enorme bestia blanquecina y durmiente que a una montaña. El viento rugía a la entrada de la caverna y frustró todo intento de encender una fogata. La helada de aquella noche fue lo más terrible que sentí... El viento abrasaba como el aliento de un dragón sobre la piel. La nieve se acumulaba en la entrada de la gruta, amenazando con enterrarnos en vida, y si no conseguíamos encender el fuego la muerte vendría a por nosotros antes que el calor del amanecer. Mientras yo intentaba desesperado encender la poca leña que nos quedaba, Makhra observaba la pared a oscuras con la mirada extraviada, fuera de sí. Al intentar despertarla de su estupor, vi en sus ojos lo que había visto en los sabios de la tribu. Esa paz, esa serenidad que ni el más sabio de los mortales puede conjurar; solo los espíritus, cuando comparten algo de su vigor con aquellos a quienes eligen, son capaces de tal fortalecer así al espíritu frente a la calamidad. Aquella noche, la andrajosa exiliada sin hogar, oyó el llamado de los más altos, para convertirse en Makhra la visionaria, taumaturga de los ancestros.

Los espíritus del fuego nos confirieron su favor para sobrevivir aquella noche, y en aquel momento supe que había sido testigo de algo único, algo que si valía la pena luchar y morir para protegerlo, algo que me hacía sentir orgulloso de formar parte. Al regresar al poblado, los ancianos no tardaron en enterarse de lo ocurrido y apartaron a Makhra de mí, para guiarla en el camino de los espíritus junto al hijo del jefe y otros jóvenes espiritualistas que de repente parecían salir de debajo de las piedras. Por mi parte, sabía bien en aquel momento que era lo propio que estuviese con los suyos, pero eso no impidió que me metiese en unos cuantos problemas más intentando ganarme su favor y atención. Al mismo tiempo, ciertos rastreros que no vieron nada de valor en ella comenzaron a mostrar otras actitudes en cuanto se enteraron de su don. Tuve que repartir unos cuantos golpes, pero los mantuve a raya y con los años aprendieron a dejarnos en paz.

Errabunda como fue siempre su naturaleza, Makhra fue una de las primeras en dar el paso al frente cuando el hijo de Durotan comenzó a buscar apoyo para su causa libertadora. Yo estaba dispuesto también, y no solo por ella; si aquel visionario orco estaba dispuesto a abrir un camino hacia más allá de las montañas, yo estaría dispuesto a seguirlo. Los primeros años de gloria que siguieron a aquellos días hoy parecen los más lejanos de mi vida, pero a la vez siempre cercanos y vívidos en la memoria. La causa de Thrall y Makhra se convirtió en la mía, y a ellos consagré mi hacha y mi vida para poder vivir los frutos de nuestro arduo esfuerzo.

Ni siquiera cuando los humanos me arrojaron desbaratado a pudrirme en un calabozo cruzó por mi mente la idea del abandono. Ya la habían abandonado una vez; no habría soportado ser quien lo hiciese por vez segunda. Ni aún cuando los cuerpos hedían y los cielos se resquebrajaban en aullidos de fuego llegué a pensar mal de ella. A veces me pregunto si es posible reparar tantos años de errores...


Años después, aquel condenado, rastrero extraño aparecería en nuestro tranquilo hogar en Durotar, haciéndose pasar por aliado, como un amigo más. Cuando dijo conocer a Makhra de su antiguo clan, vi los ojos de mi mujer cobrar un brillo que jamás había visto. Creí que había encontrado un hogar con nosotros... Conmigo. Creí que todo lo que le di había sido suficiente, pero no fue así. Cuando la dejé ir, sabía que regresaría cambiada, distinta, pero estaba convencido de que volveríamos a vernos, aún así. Por años, seguí aferrándome a esa patética ilusión, esperando aunque fuera un último adiós de su parte. Luego, nada.

Tuve que abandonar la granja de cerdos que una vez tuvimos, y encontrar trabajo como herrero en la ciudad. Largos años viví amargado, trabajando día y noche para evitar estar solo con los fantasmas del pasado. Durante todo este tiempo he estado acumulando ese resentimiento, moldeándolo a mi gusto como una coraza, como un escudo que bloqueaba toda mi visión, dando la espalda al sanguinario campo de batalla de la vida. Ya tuve suficiente de eso; me he regodeado de mi cobardía por demasiado tiempo. Es tiempo de darle una nueva forma, convertir el odio que me apresó en el arma capaz de ejecutar mi venganza contra el mundo, y traer el cambio que Makhra siempre quiso...

Editado por Manuk
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