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ElCapitan

Brandon (Desaparecido)

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Un hombre más bajo que alto. De metro setenta y cinco. Claro parecido con su melliza, Madlyn. Pelo castaño. Cortado a navaja y grasiento la mayoría de las ocasiones. Hace años que no se afeita. Así que puede presumir de una barba bastante frondosa y dejada.

Tiene alguna que otra cicatriz esculpida en el cuerpo. Pero las sabe cubrir bien con los andrajos que suele llevar encima.

Siempre va con su ballesta al hombro y la espada herrumbrosa colgando del cinturón.

 

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Es bromista. Le gusta beber, cantar y compartir cama con buenas muchachas. Es amigo de la ironía. Hay muy pocas cosas que se toma en serio, y siempre mira más por su propio pellejo que por el de los demás. Aunque hayan sido sus compañías las que lo han forzado a ello.

Ha visto cosas que preferiría no haber visto. Y por ese motivo suele dormir bastante poco. Bajo toda esa coraza de payaso empedernido, oculta con mucha maña al hombre destrozado que es en realidad. Cuya vida ha estado siempre marcada por errores y horribles acciones.

 

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  • ¿Seguro que no llevas nada más encima? - Preguntó Garret. Apoyado en su mandoble. - No es sensato mentirme, anciano.

 
  • Ya os lo he dado todo. - Respondió el hombre. Con un deje de miedo en sus palabras. - Dejadnos ir, por favor…

 
  • ¿Y eso…? - Garret se acercó al anciano al ver algo que le llamó la atención. Supo reconocer la esmeralda que pendía de su cuello cuando la palpó. Sonrió. - Vaya… ¿Y esto, viejo?

 
  • Solo es un símbolo sagrado. Por favor, os suplico que no os lo llevéis. - El hombre tragó saliva. Poco podía hacer, en realidad.

 
  • Un hombre de fe ¿Eh? - Garret le arrancó el medallón del cuello. Y se lo lanzó a uno de sus hombres. - ¿Y qué hay de las dos preciosidades que te acompañan? ¿Ocultan algo también?

 
  • No les hagáis daño, por favor. - El anciano osó agarrar de la camisa a Garret. Suplicante. - Haced conmigo lo que queráis, pero no les hagáis daño.

 

Garret alzó una ceja cuando el hombre le tocó. Y no pudo hacer otra cosa que asestarle un soberano golpe en el hocico. Haciéndole caer al suelo con la nariz rota y sollozando de dolor. Luego le escupió. Y desvió la mirada a las dos mujeres. Una rondaría los treinta. La otra no alcanzaría los ocho todavía. La pobre chiquilla se ocultaba tras las faldas de su madre, muerta de pavor. La madre, en cambio, debía aparentar cierta dignidad. Aunque estaba pálida. Y tenía los ojos cristalinos.

Quedarían apenas un par de horas de luz. El camino estaba abandonado, salvo por los cuatro hombres y esa desdichada familia que por desgracia había caído en las zarpas de esos carroñeros. El asno que tiraba del carro estaba inquieto. No dejaba de rebuznar y moverse.

 
  • Tú. - Garret señaló a la mujer. - Venga. Quítate toda la ropa.

 
  • No tienen nada más, Garret. - Uno de los hombre miró a su cabecilla. Interrumpiéndolo. Mientras apuntaba al hombre con su ballesta. - Dejemos ir a estos pobres desgraciados.

 
  • ¿Cómo? - Garret se llevó una mano a la oreja. Teatralmente. - Me parece que no te he escuchado bien, hijo ¿Qué dices?

 
  • Solo digo que es inútil. - Brandon se acercó a Garret. Bajando la ballesta para poder hablarle en un tono más bajo. - Venga, dejémosles aquí tirados y larguémonos ¿Eh? Tendremos más suerte la próxima vez.

 
  • Cierra el pico y haz lo que te digo, muchacho. - Respondió Garret. Desafiando a Brandon con la mirada. - Ahora que nos han visto la cara y has cometido el error de decir mi nombre, no tenemos alternativa.

 

Brandon frunció un poco el ceño, pero apenas le dió tiempo a pronunciar nada. Cuando lo intentó, Garret ya estaba atravesando el cráneo del anciano con su mandoble. Lo hizo tan brutalmente que los sesos y la sangre salpicaron sus botas. La mujer lanzó un grito de horror, y la chiquilla no pudo hacer otra cosa más que cubrirse con la falda de su madre. Cuando terminó de ensañarse con el hombre, alzó la mirada hacia las mujeres. Con una tétrica sonrisa en el rostro. En realidad, planeaba matarlas de todos modos. No sin antes divertirse primero.

 
  • No lo hagas, Garret. - Brandon trató de cogerle de la pechera. Mientras le negaba con la cabeza. Para frenarle. - Otra vez no.

 
  • Quítame las manos de encima, chico. - Garret volvió a fulminar a Brandon con la mirada. - O compartirás destino con el sacerdote.

 

Brandon le mantuvo la mirada un par de segundos. Y luego miró a sus otros dos compañeros. No. No se pondrían de su parte. No con un regalo tan suculento como lo eran esas dos mujeres. No tuvo más remedio que ceder, como llevaba haciendo desde que Garret se hizo con el poder.

 

Esa noche, los gritos se hicieron más insoportables que las veces anteriores. No era la primera vez que ocurría. Pero para él sí que sería la última.

 
 
 

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Anduvo tanto tiempo que terminó perdiendo la noción del tiempo. Lo único que sabía era que había sacado un par de leguas de ventaja a Garret y sus hombres. Y era lo único que necesitaba saber.

 

Por suerte no era la primera vez que se perdía en los bosques. De pequeño solía ir de caza con sus hermanos y su padre, aunque nunca se alejaban demasiado del Risco. Había tenido la suerte de aprender a despellejar y destripar alimañas, y a interpretar y seguir sus rastros. También sabía filtrar agua, y hacer un buen fuego para pasar las noches de invierno. Aunque no lo habría aprendido de no ser por su padre, Lorren. Durante un tiempo le amó. A él y a su familia, pero cuando le obligaron a vestir el hábito y lo enviaron a la Abadía de  Lordaeron todo cambió. Nunca fue un Bolster digno de su apellido. Era un libertino, y se pasó la vida buscando problemas. A menudo amanecía en las porquerizas, hasta el cuello de mierda y barro. Borracho, y con el blasón de su casa pintado en la frente. Era una vergüenza para su querido padre, así que cuando tuvo la oportunidad, se deshizo de él. Creyendo inútilmente que encontraría un camino lleno de Luz.

 

Terminó escapándose de allí a los dieciséis. Y desde entonces fue dando tumbos de un lugar a otro, mezclándose con compañías de dudosa moral y peores metas. Se hizo amigo de las putas, de asesinos y de violadores. Con el único fin de sobrevivir. Y compartir camino con alguien más que él mismo. Tal vez no fueran las mejores. No lo eran en absoluto. Pero eso le mantuvo vivo unos cuantos años más.

 

Nunca le gustaron sus compañías. Cuando hacían algo que no le gustaba, simplemente miraba hacia otro lado. Cerraba la boca, y obedecía. Terminó convenciéndose a sí mismo de que pese a lo horrible que fuese, ese era su lugar. Un despojo entre despojos. Era la vida que le había tocado vivir, y era demasiado cobarde para arriesgar su vida por un par de inocentes a los que no conocía de nada. Eso terminó pudriéndole por dentro. Tuvo que lidiar con pesadillas y remordimientos durante toda su vida, pero aprendió a sobrellevarlo. O al menos a aparentarlo.

 

En cualquier caso, terminó estallando tras el incidente de esas dos mujeres. Y tras varias semanas deambulando por los bosques, terminó encontrando Villadorada. Para su suerte, o para su desgracia, cerrarían las puertas dos días después.

 

Lo que no sabía, era que allí se reencontraría con unos cuantos fantasmas del pasado.

Editado por ElCapitan
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