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Redia Yelmocaso - Hija del Invierno

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Redia Yelmocaso

 

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  • Nombre: Redia Yelmocaso
  • Raza: Elfa de la Noche
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 146 años.
  • Altura: 2,27m
  • Peso: 138 Kg
  • Lugar de Nacimiento: Cuna del Invierno
  • Ocupación: Druida de la Zarpa

 

  • Indice
    • Eventos masteados
    • Eventos asistidos

 

  • Misivas

 

 

 

 

 

 

 

 

Descripción Física

Como la montaña donde nació, Redia destaca por encima de sus hermanas e incluso de muchos de sus hermanos, no solo por su altura si no por su envergadura.

Su espalda, ancha remata en dos hombros de piel tensada alrededor de una musculatura considerablemente desarrollada, no nacido del esfuerzo deliberado si no de una vida en los bosques nevados y una herencia pasada de su padre, un semigigante entre los elfos de la noche, que se rumorea descendía de una osa y un elfo lo suficiente valiente para tomarla como esposa. Tanto por grande, como por peludo.

Su anchura toma un cariz femenino pero no deja de ser notable, una apariencia y tamaño totalmente intimidante que contrasta con una expresión afable, tranquila y muchas veces hasta perezosa, de movimientos lentos , pero no medidos como acechante sable de la noche, si no desapasionados. 

De aquella que ha aprendido a buscar lo más vital en la vida y olvidarse de las preocupaciones mundanas.

Su rostro refleja su juventud, rajada esta por los tatuajes de aquella que ya ha llegado a la adultez en su gente y ha pasado los ritos apropiados, considerándose capaz para entrar en su siguiente etapa.

Sus ojos plateados se ven ocultos bajo unas espesas cejas oscuras, con un cabello de un profundo color negro, normalmente recogido en coletas de media melena asalvajada. 

 

 

Descripción Psicológica

 

 

Redia y la familia Yelmocaso son elfos humildes. Jamás de su linaje ha venido una gran sacerdotisa, un afamado archidruida o un artesano particularmente notable. 

Han sido, durante milenios, simples cazadores de las regiones más altas del sagrado monte Hyjal. Y eso se refleja en el carácter de Redia. Tranquila, comedida, lenta en reaccionar, se toma las cosas con una naturalidad  y parsimonía que contrasta con su juventud: Su lentitud en el actuar no procede de la contemplativa reflexión que ataca a muchos elfos milenarios si no de aquella que ha vivido toda su vida con la calma chicha. 

Esto puede exasperar a elfos más activos, o que dan más importancia a los sucesos del presente. Pero Redia ha aprendido que incluso los elfos milenarios no son si no bebés recién nacidos en comparación a la antigüedad de las raices de las montañas. ¿Por qué entonces dejar que los problemas del presente nos atosiguen?

Eso no significa que llegado el momento no sea capaz de entrar en acción: Cuidado de aquel que se gane su furia genuina o ha desatar toda su capacidad para la violencia.

Suele tener un sentido del humor agradable que combinado con su humildad hace difícil que reaccione de manera hostil ante sus hermanos y hermanas, incluso ante los más impertinentes.

Sigue una filosofía muy simple: No puede controlar aquello que le ocurre, solo el como permite que esto el afecte a ella.

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Historia

 

Las cumbres más altas del monte Hyjal se conocen como Cuna del Invierno. No son realmente la parte más alta del monte hyjal, pues en la cumbre de este es donde reside el Nordrassil, cuya influencia mágica y natural hace que estas sean un paraiso natural en cualquier momento del año.

Este poder natural no se extiende a las cimas de menos altitud, que están perpetuamente cubiertas por espesas capas de nieve fruto de las bajas temperaturas y los fuertes vientos que azotan constantemente sus claros y sus bosques de árboles alpinos. 

En estas tierras es donde se crió Redia, y donde los Yelmocaso han habitado durante milenios. Los Kaldorei de estas regiones suelen ser conocidos por ser algo huraños, o al menos esa perspectiva suelen tener de ellos el grueso de la población elfa, que habitaba los bosques sagrados de los elfos en las lomas más bajas del monte Hyjal. 

Una perspectiva muy injusta, pues pocos elfos de la noche más hospitalarios existen: Uno sabe que en las altas montañas, los refugios seguros escasean, y negarle tu fuego a un viajero puede ser una sentencia de muerte. Donde esta joven elfa se crió no se podía usar siquiera el término de aldea.

Eran apenas tres guaridas o casas, construidas en cuevas naturales y separadas unas de otras en familias emparentadas que no coincidían demasiado, prefiriendo guardarse para lo suyo, fuera de alguna celebración o festividad donde se reunían para compartir junto al fuego bebidas de bayas fermentadas y grandes salmones, salvajes y pescados en los ríos cuando estos se descongelaban en verano. 

Y sin embargo la elfa nunca sintió que le faltase de nada. Podía pasar perfectamente un lustro o década entre que un viajero u otro cruzase su umbral y se resguardase en la morada de su familia , de varios días a semanas, según los pasos montañosos hubiesen quedado sepultados bajo la nieve. En estos tiempos es que su familia recibía noticias del exterior, intercambiaban relatos o a veces hacían algún que otro trueque si algo que llevaban estos viajeros les captaba su atención.

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Tal vez otra elfa más curiosa se habría sentido limitada por una vida sencilla en las montañas. Pero Redia nunca tuvo esas inquietudes. Disfrutaba de correr por las colinas nevadas, de explorar sus bosques, de nadar en sus lagos de agua helada tras quebrantar las capas de hielo que los cubrían, y de la soledad e inmensidad de los valles nevados. 

 

Por eso cuando los valles nevados se derritieron bajo el fuego demoníaco, nadie pudo avisarlos. Nunca olvidaría ese día.

Se encontraba dormitando sobre su roca favorita, en una de las lomas más altas del valle donde vivía cuando observó extrañas nubes de humo en la lejanía. Lo que parecía humo alzándose al cielo pronto se mostró como enjambres lejanos de extrañas criaturas que nunca había llegado a ver antes , sin poder discernirlas fruto de la distancia, siquiera con sus ojos de elfa. Pronto en la lejanía observo no una marea: Una avalancha completa , más gente de la que jamás había visto junta en diez mil de las vidas que había llevado hasta ahora. 

Estos no llegaron a su valle, claro, en la lejanía continuaron ascendiendo por los pasos montañosos que llevaban hacia la cima del Monte Hyjal.

Pero hubo varios puntos oscuros que moviendose con velocidad se desviaron de la fuerza principal. Se dispersaban por el valle, y corrían como si temiesen los latigazos de sus amos. 

Y varios de ellos se dirigían hacia su hogar. 

 

El descenso de la loma de la montaña fue uno frenético, con el corazón a punto de estallarle en el pecho. Cada latido era un tambor que golpeaba sus tímpanos. ¿Que estaba ocurriendo, que eran esas criaturas? ¿Eran elfos? No, no podían serlo. No sabia porqué pero algo en su corazón le decía que un gran peligro se acercaba a sus tierras, un instinto natural, salvaje, que nunca le había fallado en todos sus años previos de vida.

Llegó a su hogar pasada una media hora. Para su sorpresa, esas criaturas habían sido más rápidas que ella. Para su sorpresa y horror. 

Sobre la nieve estaban dispersados huesos quebrados, pero pequeños, como si perteneciesen a algun tipo de joven o niño. También vio criaturas de piel rojiza, cuadrúpedas, que habían sido descuartizadas.

Frente a su hogar encontró a su padre. Este, sentado, jadeaba y gruñía con resoplidos mientras la madre de Redia atendia a sus heridas. A su lado descansaba su enorme arco de caza, astillado tras haberlo usado para aplastar a las criaturas que les habían atacado. 

Redia realizó muchas preguntas pero no llegó a recibir respuesta ninguna, pues sus padres, y tampoco sus vecinos y parientes sabían que eran estas criaturas cuya sangre quemaba la nieve y ardia con fuego propio. Pero no se quedarían en su hogar a esperar a que viniesen más.

Marcharon a las montañas. Durante días en ellas esperaron, sobreviviendo de la naturaleza hasta que algo les dejó a todos sin aliento.

De manera repentina, una sensación de vacío hizo presa de todos ellos: Un miedo terrible invadió sus mentes y corazones, como si uno hubiese estado toda su vida en el lecho materno, y de golpe hubiese sido arrojado de este, perdiendo una calidez en sus espíritus que nunca jamás recuperarían.

 

Tardarían semanas en comprender que pasó. Nordrassil había sido atacado. Su inmortalidad había sido el sacrificio a pagar para salvar el mundo, así como las vidas de decenas de miles de elfos y otras criaturas de tierras lejanas, así como los espiritus de muchos de sus antepasados.

Redia regresó a su hogar, su padre herido se acabó recuperando de sus heridas, pero algo cambió en ella: Ese vacío en su corazón no había dejado de crecer. Las montañas nevadas ya no le transmitían seguridad, si no una sensación de ahogo, de vivir aislada y ajena a un mundo grande, terrible. 

Había perdido una inocencia pura y hermosa. Había terminado su infancia.

Cuando marchó de su hogar, con las bendiciones de sus progenitores , su rostro hasta entonces inmaculado lucía ya los tatuajes de aquella que se siente preparada para afrontar y ser considerada en la adultez.

Sus pasos la llevaron a las cimas altas, a los claros lunares donde los druidas se reunían. Allí aprendió sobre lo que había ocurrido, sobre los demonios y sobre sus vasallos, sobre las fuerzas oscuras del mundo. Y tras que las barreras que habían separado a su pueblo durante milenios fuesen derribadas, comenzaría a caminar la senda natural, convencida en dejar una marca en el mundo, y evitar que una oscuridad como la que observó desde aquella montaña volviese a amenazar a su pueblo.

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