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Matthew Eidenwall

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  • Nombre: Matthew Eidenwall
  • Raza: Humano
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 27
  • Altura: 1,85 m
  • Lugar de Nacimiento: Hacienda Eidenwall, Lordaeron
  • Ocupación: Ex soldado de Lordaeron, desocupado.
  • Historia completa

 

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Descripción física:

Una contextura entrenada y abdominales marcados por los años de servicio son acompañados por una postura firme propio de aquel que lleva la disciplina enseñada en el ejercito. Su rostro no suele ser uno de aquellos que nunca puedes olvidar. Sin embargo, ciertos rasgos lo hacen destacar, como una barbilla ligeramente afilada, siendo la terminación de unas mejillas hundidas que suelen marcarse mas cuando sonríe. Sus ojos de un marrón claro son parte de una mirada normalmente severa, al menos en terminos profesionales, pero calida y amigable en otro entorno. Su cabello de castaño claro se alarga hasta la terminación del cuello, dejando algunos mechones caer por sobre su frente.
Pueden notarse algunas costumbres en su fisico, como una gesticulación involuntaria que acompaña a su voz y a sus explicaciones. Suele ir con sus caracteristicas telas azules, de lo que antaño pudo haber sido un noble, y en otros ambitos su armadura lustrada que alguna vez portó en defensa de su nación, aunque ahora es solo un emblema y una forma de defenderse contra los peligros de una nueva vida sin los lujos y protecciones de la estancia en Lordaeron.

 

 

Descripción psíquica:

A diferencia de la acérrima disciplina que su padre intentó inculcar en él, Matthew no terminó siendo aquel tipo de soldado que acata toda orden sin miramientos y obedece a su oficial sin importar de que se trate. No, Matthew es aquel tipo de soldado que, con unas ideas formadas a traves de la experiencia y los sucesos en su vida profesional, ha formado una ideologia de cuestionar a sus superiores cuando deben ser cuestionados, y hasta poner ciertas reglas ante el cumplimiento de las ordenes. Así, es como decidió que su espada nunca obedecería la orden de matar a un inocente, que no sería guiado por las ambiciones personales de los oficiales, y que no soportaría las injusticias tanto hacía los soldados como a los demas. Por otra parte, se trata de una persona aún joven con ideales y sueños de inocencia propios de aquel que no ha desistido ante el mundo por su corrupción.  Aquel que buscaría la luz hasta en la persona mas oscura, pues aún cree en la bondad de las personas y no ha sido decepcionado por sus acciones. Algunos lo tomarían como mera inocencia de un niño, otros como sueños utópicos dignos de alguien que pierde el tiempo con vanas esperanzas en el mundo.

 

 

 

Historia

 

¿Si te preguntaran cuál es tu mejor recuerdo de la infancia, qué contestarías? Algunas son sencillas, como paseos o algún evento en especial, pero se trata de aquel momento en el que no necesitabas nada más en la vida ni aspirabas a nada más que permanecer de esa forma por el resto de los años. Bueno... A mí me bastaba con un día en la hacienda, donde mis ojos solo se enfocaban en las nubes que iban y venían, aunque la mayoría permanecían, dotando el azul de un esponjoso blanco que llena el ambiente de tranquilidad, y aquel viento lo suficientemente fuerte para mover mis cabellos pero no como para molestarme, y mi espalda era agasajada con aquella sensación que el roce de la hierba causa en la piel. Mi madre preparaba su tradicional limonada para los días calurosos, donde mi padre se echaba en su silla, fuera de la casa para poder apreciar la vista y aclarar las ideas, pero sin alejarse de la sombra que producía nuestro hogar. Sus años de comandar tropas habían pasado y remplazaba la adrenalina de la batalla con la calma y tranquilidad que ofrecían nuestras tierras. Unas tierras ganadas por el sudor de aquel que ahora podía permitirse descansar... Tales pensamientos me hacían sentirme incomodo, como si en realidad no perteneciera a mi hogar pues nunca me he esforzado por obtenerlo. Pero normalmente unas palabras de mi padre bastaban para calmar mis dudas. Puedo recordar aquellas frases célebres como si su voz aún permaneciera repitiéndose en mi cabeza. "Todo lo que he conseguido, hijo, será tuyo algún día. Pero las casas pueden derrumbarse, y las tierras pueden ser arrebatadas. Lo importante es que te construyas como persona, y que lo que verdaderamente vale la pena ganar con esfuerzo es la convicción y tus propios ideales." Nunca pude entender totalmente el significado de esas palabras hasta mi presente, luego de todo lo sucedido. Si puedo decir que nunca se borraron ni por un momento de mi mente, y que hice de tal consejo una de mis ideologías más arraigadas, sino la principal. Me gustaría decir que ese pensamiento podría describirme en estos momentos, aunque estoy demasiado lejos de la meta como para cantar victoria.

No conocí el verdadero esfuerzo hasta que se me permitió unirme al ejército. Lo anterior, solo había sido una vida de entrenamiento y enseñanza, pero nada comparado con la práctica.  No había mayor gloria, honrar a mi padre, servir a mi reino y proteger a mi pueblo. ¿Qué más podría querer un, a fin de cuentas, soldado? Porque aquella definición nació junto conmigo, porque algunos lo llaman destino, pero todos nacemos con nuestro futuro decidido, y suelo pensar que todos los pasos que damos en este gran escenario de la vida no es más que un gran guión que ya ha sido escrito, pero impredecible tanto para sus espectadores como para sus actores, porque un gran director nos hace seguir el guión sin siquiera conocerlo. Mi armadura lucía blanca y brillante como aquellas nubes que tanto admiraba de pequeño. El filo de la espada resaltaba y desplegaba un brillo especial que podría cegar al guerrero más poderoso de todos los continentes y mundos. En aquel momento en el que pude apoyar mi mano sobre la empuñadura, levantar el mentón y mantener la espalda firme sacando pecho con orgullo, sentía que nada podía detenerme. Que equivocado  puede estar un joven lleno de inocencia y poca experiencia.

Los años pasaron rápidos y sin demasiadas emociones dentro del ejército. Se trataba de un periodo donde un soldado como uno podría disfrutar de cierta tranquilidad, aunque nunca se podía alejar la mano demasiado de la empuñadura. Aun así, puedo admitir con seguridad que es lo que logró formarme verdaderamente como una persona adulta, medianamente responsable y con cierta idea de cómo funciona de verdad el mundo. Nunca faltó el oficial que, por haberle mirado un segundo de más, te juraba odio eterno y que tu estadía con la armadura sea un infierno. Porque esas cosas pasan en cualquier ámbito profesional, pero aquí en especial, se trataba de un lugar donde los castigos físicos se juntaban con los psicológicos, donde no recomendaría a nadie que sea o demasiado débil o demasiado colérico estar. La arbitrariedad es algo que, irónicamente, está más presente aquí que en otros lugares. Pero esas cosas simplemente pasan. Puedo decir por experiencia propia que nada es suficientemente severo para hacer que te rindas, no si tienes convicción. Es lo que pregonaré hasta mi muerte.

Los sucesos que ocurrieron entre el ejército y lo verdaderamente importante no eran realmente destacables, más que decir que fue mi formación profesional y personal, donde pude ver realidades que despertaron en mi ideas y pensamientos que no conocía su existencia. Pero lo que me ha marcado de por vida, empezó como un día cualquiera en la hacienda. Los pájaros cantaban, no tenían razones para dejar de hacerlo. Mis padres se habían despertado temprano y cada uno continuaba con la rutina que por los años se había desarrollado hasta casi perfeccionarla. Yo, por mi parte, de forma diligente me desperté de un sobresalto y comencé a prepararme para marchar, como prácticamente todos los días, a mi trabajo. El cual, para bien o para mal, ya se había hecho una rutina y algo cotidiano, aunque no faltaban las emociones de vez en cuando. Pude notar cierta intranquilidad cuando llegué al cuartel. Soldados se movían de aquí para allá, algunos hablaban nerviosos y comentaban con preocupación. Sinceramente, nunca me acerque demasiado a los rumores, por lo que desconocía lo que ocurría. Algo había escuchado, sobre muertos que se levantaban en algunas aldeas lejanas, pero poco podían importarme los cuentos de fantasía... O no. La intranquilidad era contagiosa, y más si tu rutina era destruida como en aquel día.

En un momento, estaba desconcertado en mi pequeño escenario en el mundo, y en el otro, recibí una orden de marchar. Me había extrañado, nunca había sido tan clara ni tan directa como si se tratara de una guerra. Y las únicas batallas que había peleado eran contra las mismas bestias molestas de siempre. Bandidos, gnolls o cualquier otro bicho raro que comenzaba a volverse un problema. Pero esto parecía serio, y se demostraba en la expresión de cada uno de los presentes, hasta de los oficiales. Nos llevaron como si se tratase de un campo de batalla, nos movíamos como un batallón, pero lo extraño era, que no se trataba de ningún simulacro y a nuestros alrededores se podían ver tropas movilizándose por igual. A medida que avanzábamos en el campo, el bosque se volvía más denso, el aire parecía asfixiarnos y la tierra que pisábamos era como una putrefacción, tierra muerta y hasta me atrevería a decir, con mis pocos conocimientos, corrupta. De pronto, como si se tratara de una emboscada organizada, asquerosas criaturas saltaron sobre nosotros. Sus rostros putrefactos parecían colgar de una manera muerta e involuntaria, sus cuerpos eran parecidos a un humano, pero se trataba de cadáveres, horrores que asquearían hasta al más valiente. Sin embargo, parecían portar garras y demasiado afiladas... Quizás después de todo debería haber hecho caso a la fantasía. Para resumir, eran lo que alguna vez fue humano, pero ahora era el recipiente para una criatura despiadada que tomó su lugar luego de su muerte, y usa su carne podrida y sus inservibles órganos para atacar a lo que alguna vez fue su raza... Si. No estábamos en la mejor de las situaciones.

Por fortuna, yo no me encontraba a los costados, sino en el medio de la formación. Por esto, no fui de los primeros en caer, puesto que sus garras cayeron despiadadas contra los primeros a los lados, desgarrando y clavándose, despedazando en su camino. No eran demasiados, por lo que los que sobrevivimos pudimos recuperar la cordura y comenzar a pelear. Nuestras espadas parecían destrozar su cuerpo muerto y casi esquelético sin demasiados problemas, pero eran rápidos, y letales. Lo que alguna vez fue sangre humana volaba por los aires, tiñendo nuestras blancas y brillantes armaduras del más cruel color y un olor vomitivo. En nuestras espadas quedaban colgando sus tendones muertos, sus músculos y tiras de carne. Pero no dejaban de aparecer de detrás de los árboles, nuestros soldados, por más valientes y habilidosos que eran, seguían cayendo, y sus cuerpos servían de cena para aquellas repugnantes criaturas. Al final... Dejaron de venir. Sus cuerpos volvieron a su estado de muerte anterior, sus almas descansaron en paz mientras... Las de mis compañeros serían atormentados por ser su última visión aquel insulto a la vida humana. Solo un cuerpo se mantenía en pie, solo un soldado y su armadura ya no tan brillante podía continuar la lucha, con su espada en mano, jadeando y a punto de soltar sus lágrimas, porque era un joven demasiado inocente, y poco había visto de la vida como para no ser afectado por esto, no sé cómo pude mantener mi cordura, pero fue una dura enseñanza de lo que podía aguantar. Los cuerpos de los que hasta llego a considerar sus amigos, todos tendidos en el suelo, algunos más intactos, y otros solo pasaron a ser un revoltijo de órganos, sangre y carne desparramados por el lugar. Ellos no se las vieron mejores, pero que podía importarles las perdidas, si de todas formas ya habían muerto hace rato. Con las pocas fuerzas que me quedaban, me dirigí a un paso cansado hasta la hacienda, que no muy lejos quedaba, por fortuna o maldición. El humo no me había parecido una buena señal, pero mis ojos necesitaban confirmar lo que pudieron vislumbrar una vez había alcanzado la suficiente cercanía. Solo ruinas humeantes, solo fuego y destrucción, solo tierra muerta y putrefacta. No podía creerlo, no podía permitir que aquellos recuerdos de verdes praderas y esponjosas nubes se borraran para siempre. Tuve que acercarme y confirmar por mí mismo... Aunque fue más horrible de lo que esperaba.

No tuvieron paz alguna. Fueron destrozados, sus cuerpos deformados y su sangre desparramada por la tierra que con esfuerzo habían ganado, y la casa que todo lo había significado para ellos y su joven niño. Ya no era un niño... Ahora, solo era un hombre, mirando los cuerpos de sus padres muertos. Las lágrimas no pudieron contenerse. Como un movimiento involuntario, salieron sin hacerse esperar y un grito desgarrador me hizo caer al suelo, golpeándolo repetidamente hasta dejarme los puños sangrando, y hacerme perder toda esperanza de que todo volviera  a ser como antes. El cielo solo era rojo, y mis ojos que se levantaron para ver aquellas nubes blancas solo veían destrucción.

Una carreta pasaba por la hacienda, y la suerte, o mejor dicho el destino, que aún tenía demasiados planes para mí, hizo que aquel señor que la manejaba me viera y despertara de mi desesperación. "¡Eh, chico! ¡No puedes quedarte ahí, esas bestias te destrozaran, es mejor irnos pero ya de este condenado lugar!" Parpadeé varias veces, hasta caer en cuentas de la realidad. No tardé en volver a levantarme e ir hacía la carreta. Aquel señor me explicó lo que sucedió, y por la velocidad que llevábamos y la pequeña tranquilidad que habían logrado los enfrentamientos y la clara derrota pudimos irnos de lo que alguna vez, llamé mi tierra. Luego de varios viajes, y de pagar ciertos pasajes con lo que tenía de mis pagas, pudimos llegar a Ventormenta, donde fuimos recibidos como tantos otros refugiados.

Los años pasaron, tuve que adaptarme a una nueva vida y aceptar las perdidas, pero nunca olvidarlas. Pequeños trabajos, de fuerza, de por aquí y por allá me permitieron vivir una vida humilde, sin lujo alguno, y con dificultades para tener el pan todos los días. Finalmente, esto era el destino. Cruel, despiadado, sin explicaciones... Esto era el gran escenario que fuimos designados a vivir. Este era mi guión, aunque no supiera su continuación, esto era lo que nos tocaba seguir. Pero sin importar en que parte del planeta esté, aquellas convicciones no las abandonaré jamás, nunca se borrarán de mi mente las palabras de mi padre. Ahora... Toca ver lo que la vida depara, y que tiene preparado para este joven inexperto, que alguna vez pudo jactarse de ser soldado, pero que ahora, debería buscarse la vida como cualquier otro. Pronto, descubrí mis deseos, pronto, descubriré mis metas, y algún día, cumpliré mis ambiciones. Pero siempre mantendré la mano cerca de la empuñadura.

Editado por siumat
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