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Galas

Desiderata Deimos - Si Vis Pacem

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  • 𝔑𝔬𝔪𝔟𝔯𝔢: Desiderata Deimos
  • ℜ𝔞𝔷𝔞: Humana
  • 𝔖𝔢𝔵𝔬: Eclesiástico.
  • 𝔈𝔡𝔞𝔡: 32 años.
  • 𝔄𝔩𝔱𝔲𝔯𝔞: 1,67m
  • 𝔓𝔢𝔰𝔬: 53 Kg
  • 𝔏𝔲𝔤𝔞𝔯 𝔡𝔢 𝔫𝔞𝔠𝔦𝔪𝔦𝔢𝔫𝔱𝔬: Dalaran
  • 𝔒𝔠𝔲𝔭𝔞𝔠𝔦ó𝔫:  Agente Inquisitorial

 

 

  • 𝔐í𝔰𝔦𝔳𝔞𝔰

 

 

 

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Una mujer que ha dejado atrás todo rastro de juventud y ha entrado en una edad adulta que refleja una vida llena de peligros. 

Una figura que podría perderse a la vista de cualquiera por lo poco destacable que resulta. Mujer esbelta, de ligero caminar. Sus pómulos se alzan y marcan un rostro ojeroso y con permanente apariencia de cansancio profundo. 

Sus ojos son de un color marrón amarillento, que bajo la luz del sol a veces parecen miel, y encuadernan junto a una larga melena castaña recogida en una trenza su cara libre de marcas, manchas o cicatrices. 

 

 

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Desiderata es una mujer tranquila, devota, obediente y servicial. Criada entre las espiras violetas de Dalaran ha renegado de los excesos de los magos para optar por una vida de privación religiosa. 

De su infancia lo poco que ha permeado en ella son el desprecio por la frivolidad de los magos, especialmente su abuso de poderes que desafían las leyes físicas para realizar las tareas más mundanas, en vez de ayudar a aquellos que más sufren y lo necesitan. 

Es agradable en su trato y de difícil enfadar, educada y comedida en todo cuanto hace, vive y siente. Por una sola excepción.

Dentro del pecho de esta hija de la Luz arde un fuego constante ante las situaciones de injusticia: La de aquellos que abrazan la oscuridad siendo mostrados la Luz, la de aquellos que abusan del débil siendo ellos fuertes, y de los que teniéndolo todo no lo usan para nada, salvo para regodearse como cerdos en una piara. 

Cuando cumple sus deberes lo hace con la mayor de las voluntades y la menor de las dudas: Es consciente de su propia ignorancia y por ello confía en ejecutar las órdenes de aquellos más capaces de ella.

Editado por Galas

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Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
la Luz Sagrada te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, santa Luz, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso la Luz Sagrada te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

 

Los cánticos en honor al Emperador de todos los Humanos, Anduin Wrynn I, aun resonaban en su cabeza y causaban un cosquilleo en su nuca cuando deslizándose bajo su humilde hábito entre los oscuros pasillos de la catedral, la mujer llegó a dar con una figura altiva que se le plantó delante. Embutido en una toga blanca con cinchas oscuras, la mujer agacho la cabeza en sumisión genuina y sincera.

-Acudo al llamado pues he sido convocada, mi señor. 

La respuesta fue un gesto leve con la mano izquierda. Los dedos eran largos, y nudosos, como ramas de árbol retorcido. La figura del Inquisidor era imponente solo en su silueta. De casi dos metros, apenas tenia carne para llenar unos huesos tan estirados. Un carácter sombrío le era adjudicado. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. 

Atormentado por el aura que desprendía, el hombre no era si no un viejo sacerdote que siempre había estado más cómodo entre libros y estudios , y su apariencia más digna de una gárgola en fachada de catedral no era si no eso, una apariencia que guardaba un corazón puro y virtuoso.

La reunión fue breve. Una lectura de textos sagrados, una lección sobre la cual reflexionar, y un encargo que ejecutar. Con la misma sumisión por la cual entro a través de la portilla ahora salía, cabizbaja, pues se sabía inferior. 

Como no sentirse sobrecogida al caminar entre piedras de granito alzadas hacia más de mil años, por los primeros hombres, en este, el reino más antiguo de la humanidad.

 

El sol estaba aun alto en el cielo cuando salió de la Catedral de Stromgarde, pero estaba desangrándose en el firmamento cuando llegó a su destino.

 

*************

Ha llegado el verano,
¡Canta fuerte, Cuco!
La semilla crece y el prado florece
Y la madera brota de nuevo,
¡Canta, Cuco!

La oveja bala tras el cordero
La vaca muge tras el ternero.
El toro se agita, el ciervo se tira pedos,
¡Canta alegre, cuco!
Cuco, cuco, bien cantas, cuco;
Nunca te detengas ahora,

Canta cuco ahora. Canta, Cuco.
Canta Cuco. ¡Canta cuco ahora!

 

La cacofonía de los borrachos dolía al oído, aunque todos los parroquianos presentes en la posada estuviesen demasiado alcoholizados como para sentirlo. Por la contra, la mayoría se habían unido al son popular, agitando sus cuencos de vino tinto tan popular en los alrededores de la capital. 

Todos salvo una figura, claro está. Retirandose la capucha, la mujer no tardó en dirigirse hacia el posadero. Un viejo conocido, aunque no de ella. Un par de gestos y un intercambio de cobrizas le ganó acceso a una sala discreta, un cuarto más pequeño que el resto, en la planta superior. La figura que aguardaba en su interior la miró varios segundos.

Esperaba otra cosa. - Dijo con un tono burlesco.

Puedes seguir esperando, entonces. 

No. Dame el pago, y yo te daré lo mío. No quiero saber nada más de esta cosa, solo me ha traído desgracias.

Con la prontitud de aquel que no ve el momento de acabar con una situación desagradable, enseño una caja de madera gruesa. Esquinas reforzadas de hierro forjado y clavado, con un grueso candado. Se la dejó sobre la mesita, y la mujer la inspeccionó en silencio varios segundos.

- Ábrela.

-¿Estas loca mujer? ¡Y si maldice, o algo peor, me convierte en un ganso!

- Ábrela, o me iré por donde he venido.

Con gruñidos y maldiciones el hombre abrió el candado y se apartó de la caja, dejando a la mujer en solitario para que esta saciase su curiosidad. Una comprobación rutinaria, desde luego, pero necesaria. No sería el primero que había intentado ganarse unas monedas ofreciendo paja como grano.

Abrió la caja para observar su interior. Vacía. O eso aparentaba. Entre las sombras, en su esquina, observó un objeto particular. Parecía un hueso raído y desgastado. Pero un ojo mínimamente atento podía percatarse de que no se trataba solamente de eso.

Era el doble de grueso que el de un humano normal, y acababa en una larga uña retorcida. Y aunque ella no tuviese la capacidad, el regusto bilioso en su paladar al recibir de lleno los efluvios del interior de la caja rápidamente le dijo que se trataba de algo genuino. 

La cerró con velocidad y echó la llave.

- Eso... llévatelo. En mal día desenterré esa cosa de mi granja... que la Iglesia se ocupe, que para eso cobrais diezmo... - Respondió zalamero el hombrecillo, con un nerviosismo leve en su voz y las mejillas coloradas. Había estado bebiendo mientras esperaba la llegada de Desiderata.

- Lord Tempus está dispuesto a obviar el hecho de que intentases vender este dedo de brujo orco en el mercado negro... siempre y cuando le entregues, o informes, de cualquier otro artefacto similar que encuentres en tu granja, o en las granjas vecinas.

La altiveza del hombrecillo desapareció tan rápido como pálidos quedaron sus mofletes. La mujer no dijo mentira, pero él no esperaba que la Inquisición tuviese esa información. Agachando la cabeza aseveró cinco veces que eso haría, desde luego.

 

La mujer no estaba del todo segura, pero no tenia más que hacer ahí.

 

Con el canto de los borrachos tras de si, abandonó la posada del cruce de caminos, y retomó la marcha, de regreso a Stromgarde.

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