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Manuk

Everett Caulfield

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Nombre: Everett Caulfield

Raza: Humano

Sexo: Hombre

Edad: 26

Lugar de Nacimiento: Villadorada

Ocupación: Médico, quirurgo y fisiólogo

 

Descripción física:

No destaca demasiado según su constitución y tamaño, con su fisonomía más bien lánguida corregida por una buena postura muy deliberada. Suele llevar su rojizo cabello corto, acompañado de una barba enmarañada y algo descuidada. Su rostro anguloso y afilado denota casi constantes ojeras por falta de sueño, y sus ojos tienen el hábito de escudriñar atentamente todo lo que cruza su mirar, siempre perceptivos y analíticos. Su rango de expresiones oscila entre los extremos de la indiferencia y neutralidad y las emociones fuertes, siendo el enfado una de las más suscitadas; suele fruncir el ceño y extraviar la mirada, como constantemente preocupado por algo. Sus manos suelen temblar levemente en estado de quietud, sin saber exactamente donde posicionarse; sin embargo los temblores pueden cesar a voluntad cuando la situación lo amerita.

 

 

Descripción psíquica:

Diligente, perseverante y trabajador, de carácter precavido y recatado. Posee grandes capacidades de observación, que son su mejor herramienta como médico. Siente un gran respeto por la vida humana y toma muy en serio su oficio, y a pesar de su mente analítica y racional siempre tiene presente el fin último que es el bienestar de la gente. Gentil y acérrimo defensor de los suyos, a veces en extremo y rozando la condescendencia. Algo excéntrico y acomplejado, trata siempre que los líos de su mente no afecten la claridad de su pensamiento y su labor. De su naturaleza sensible y moralista surge muchas veces la capacidad de ser la voz de la conciencia en los momentos más caóticos, lo cual se origina más por una apasionada vocación protectora que por algún respeto por las leyes o las normas establecidas.

 

 

Historia:

 

Nacido en el seno de una influyente familia burguesa de la ciudad de Ventormenta. Su padre comerciaba en especias de ultramar; un hombre callado y observador, que sabía cómo y cuándo interceder para mantener todo bajo su control en todo momento. Su madre fue concertista y compositora de música, perteneciendo a un importante linaje aristocrático que fue forzada a abandonar al contraer matrimonio. Durante la mayor parte de su infancia, tuvo en Vincent, su hermano mellizo, su único amigo y mejor compañía. Él era extrovertido y lanzado, descarado y despierto, a diferencia de Everett quien iba siempre detrás, granjeando los beneficios tanto como las reprimendas. 

Fueron felices años los que transcurrieron para ambos jóvenes en Villadorada, robando manzanas y huyendo de los tutores y las comadronas. Vincent, quien siempre había demostrado talento para meterse y salir de problemas, demostró desde joven una pasión por proteger al débil y al indefenso y pronto se hizo con la meta de convertirse en un gran soldado. Su padre, siempre cauto y alejado de toda noción de excesivo altruismo, hizo todo lo posible por evitarlo, forzándolo a marcharse del hogar tan pronto como tuvo edad para enrolarse al ejército. Everett, sin deseos de tomar parte en contra de nadie, fue un testigo pasivo de la separación, y sería el principal contacto entre la familia y el hijo exiliado con su correspondencia. Pasaron los años y Everett se vio aprendiendo el oficio de su padre, para dominar el arte de administrar e invertir el dinero. Pasaba los días supervisando a los trabajadores y haciendo inventarios. Vincent, por su parte, se alejó cada vez más de la familia, viajando de guerra en guerra por todo el continente. 


 

Una noche de invierno sin luna, en la penumbra de los callejones portuarios, Everett se vio cumpliendo una vieja promesa. Se abrió paso por entre los burdeles y los jolgorios hasta una taberna al final de la callejuela, tenuemente iluminada por una única farola a la entrada. Al pasar rebuscó los alrededores con la mirada y dio con su hermano, sentado en una mesa esquinada. Habían pasado tantos años... Ambos habían tomado caminos completamente distintos y el ajetreo de sus vidas los había absorbido y distanciado el uno del otro; su correspondencia se había tornado cada vez más ocasional y escueta, y lo último que Everett había oído de su hermano fue su heroica participación en la campaña de Alterac. Se reconocieron de inmediato a pesar de los años.

Los horrores de la guerra sin duda habían cambiado a Vincent, pero se le veía sin embargo feliz por el reencuentro. Se abrazaron con firmeza y tomaron asiento. Las rondas de cerveza prosiguieron indiscriminadamente, fluyendo con la conversación de ambos hermanos que se extendió por largo rato rememorando viejos tiempos más felices. Volver a verlo después de tanto tiempo significaba todo para Everett en aquellos tiempos grises en los que no podía evitar sentirse perdido. Vincent siempre sabía exactamente qué decir y hacer, y siempre había sido su guía. Eventualmente el jolgorio se sobrepuso a la tranquilidad con un poco de ayuda del alcohol; la música y los cánticos de taberna se apoderaron del ambiente y al final de la noche, los dos hermanos se vieron las caras totalmente desaforados por la cerveza, de vuelta en su mesa. Vincent juntó los brazos y dejó caer su cabeza contra la mesa, demasiado ebrio para mantenerse erguido. Everett rió a carcajadas e hizo lo que pudo para ponerse de pie y acercarse a su hermano, tratando de despertarlo; lo sacudió con fuerza sin obtener respuesta alguna. Luego posó su mano sobre su cuello y el frío hizo que se alejara de un sobresalto, horrorizado. Juntó coraje para hacerlo nuevamente y tomar el pulso de su hermano. Estaba muerto... 

 

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Las campanadas de la catedral lo despertaron empapado en su propio sudor; la tarde caía en la soleada Ventormenta, enrojeciendo los tejados del distrito de los comerciantes, visibles desde la ventana del altillo donde el joven estudiante observaba frenéticamente en todas direcciones afianzándose a la realidad, oculto bajo montañas de libros y manuscritos a medio escribir. Un sueño distinto, esta vez. Llevaba tiempo siendo presa de aquellas pesadillas en las que era testigo de la muerte de su hermano de mil maneras distintas; quizás el hecho de nunca haber conocido la verdadera haya tenido algo que ver. Vincent había servido con gran heroismo en Alterac, según sus superiores, entregando su vida para hacer frente a los traidores de la humanidad. Su cuerpo jamás fue encontrado por lo cual el único legado de su vida quedaba en manos de Everett, quien tenía en su posesión un viejo reloj de bolsillo que una vez le perteneció a Vincent. El pensar en él de repente inspiró en Everett un deseo de observarlo como siempre solía hacer, por lo que estiró su brazo hacia la mesa de noche y tomó el reloj en su mano, observándolo meditabundo y aún algo adormecido.

Aquel fatídico día en el que el oficial visitó su morada con las malas noticias, algo cambió en Everett de manera irreversible. Abandonó el negocio familiar y juró seguir el ejemplo de su hermano, para que nadie más tuviese que perder la vida mientras él pudiese evitarlo; y si no podía protegerlos, los salvaría. Se avocó al estudio de la medicina instruyéndose como quirurgo bajo la tutela de prominentes educadores. Juró jamás volver a dejarse llevar por el dinero y las ambiciones que su padre instigó siempre en él y dejó en manos de su progenitor la administración del negocio. 

Destacó en la práctica como cirujano y demostró gran tesón y aptitud para el estudio teórico, memorizando tomos y tomos de los grandes maestros de la anatomía y la fisiología. Recorrió el mundo cultivándose con los conocimientos de otros pueblos y actualmente continúa haciéndolo, residiendo en Ventormenta con ocasionales viajes a Dun Morogh y Kul Tiras. 

Se levantó de la cama y se alistó para salir a la calle. Necesitaba caminar para despejar la mente. Hacía tiempo que aquella voz en el fondo de su cabeza le hacía ruido; el tiempo para el estudio se había cumplido, necesitaba pasar a la acción si quería lograr un cambio de verdad. Solo necesitaba los medios para lograrlo...

Editado por Manuk
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Nuevo día, nuevo trabajo

 

Esta mañana llegó la respuesta del ejército. El golpear del cartero a la puerta me despertó. Mientras tomaba el desayuno me dispuse a abrir el sobre y leer el contenido. Algo acerca de la hora pactada parecía hacer algo de ruido en mi mente, y sentí la extraña pulsión de echarle un vistazo al reloj de Vincent (No es como si fuese la primera vez). Al ver la hora, pude comprobar que efectivamente disponía de menos de una hora para comparecer frente al capitán en el cuartel. Otra vez la inoperancia del servicio postal, mi peor enemigo... Me vestí a la velocidad del viento dando sorbos al te y emergí de mi hogar hacia el destacamento. Los párpados me pesaban al momento en el que recordé que había olvidado lavarme la cara; debía de parecer un energúmeno o un borracho. La noche anterior se había extendido en una intensa investigación, un último esfuerzo por descifrar aquel maldito manuscrito, pero como siempre fue infructífero. Aquel símbolo aún permanecía grabado a fuego en mi mente, asomándose por donde quiera que observase como un elusivo espejismo. Asumiendo un simple delirio del sueño como es frecuente en mí, me froté con fuerza los ojos y traté de distraerme. Ya no había tiempo para volver a casa y arreglarme un poco, así que me limité a apurar el paso. 

Llegué al cuartel un minuto pasada la hora, mas para mi grata sorpresa el capitán se encontraba atendiendo otra cita. Por esta vez, la impuntualidad no me molestó mucho, no sé bien porqué. Aguardé unos minutos fuera hasta que pude pasar. El capitán se me antojó como un hombre sensato, simple y directo más o menos como yo, por lo cual creo que nos llevaremos bien. La Luz sabrá lo importante que es para mí el no tener a alguien constantemente tocándome las gónadas mientras trabajo, excusando la expresión. Charlamos por unos momentos y luego me escoltó hacia el exterior, donde pude encontrarme con los colegas: Santiago, un joven batidor de físico esmirriado, cabello largo y sonrisa fácil, buen amigo de Elegost, explorador melenudo (Presumo un patrón, pero estoy hipotetizando) e igualmente dicharachero y vivaz; Melissa, otra joven exploradora de cabellos oscuros y buena disposición quien tuvo la amabilidad de mostrarme todo el lugar, y Jack, recluta de infantería bastante resuelto y algo abrasivo, pero amigable. En fin, un grupo heterogéneo y vivaz que me hizo ver por unos momentos un fin a la soledad a la que venía acostumbrado. 

Cantando canciones se nos fue la noche y tras estrenar el uniforme (Con el cual me tomé unas cuantas libertades, ya que el capitán no está viendo esto) salimos a hacer acto de presencia en la ciudad y atrapar unos cuantos maleantes. Por supuesto que lo segundo no sucedió, muy para mi pesar, pero tuve la oportunidad de ponerme al tanto sobre la situación del reino y la guerra contra los gnolls, empapándome de todo el conocimiento prohibido para los civiles. Tras de eso regresamos al cuartel y pude ponerme al tanto de la (Pobre) situación del pabellón médico. La falta de suministros es alarmante, mas en el camino de ahí hasta los barracones se me ocurrieron por lo menos dos posibles soluciones, las cuales comentaré al capitán a la brevedad. De ser posible, espero contar con el equipo necesario antes de que los gnolls se dispongan a alzar el asedio sobre la villa.

 

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Una colecta popular

 

Día tres de mi participación de la guerra. La situación no parece mejorar desde la caída del campamento y los gnolls acechan a la vuelta de cada esquina, marchando rampantes por los bosques sin nadie que se les oponga. Mientras tanto, nos atrincheramos en la ciudad y aguardamos lo peor. La infantería va de un lado al otro reforzando las defensas, y los altos cargos asinan a quien pueda encordar un arco a una constante guardia en las murallas, atentos a cualquier movimiento de las salvajes hienas. Los oficiales no dan abasto y se quedan difónicos de tanto gritar órdenes, mientras en el pabellón médico... Haciamos el quinto inventario del día.

El ocio me carcomía por dentro, y no pude contener las ganas de hacer algo al respecto hasta que mi mente me proveyó de una salida en forma de una idea muy tentadora. Le presenté al alba al capitán mi propuesta y al ver el visto bueno me encaminé hacia la plaza con un par de reclutas para armar el puesto de donaciones. Si la capital no enviaría los suministros, los conseguiría yo mismo. Pero más importante quizás, la colecta me serviría de excusa para interactuar un poco con la gente y mejorar un poco las pobres relaciones (Alguien tenía que hacerlo) entre el pueblo y el ejército; y más importante aún, me serviría para hacer algo. La Luz sabrá que me vuelvo loco ante la inutilidad.

Hasta hora el asunto va marchando sobre ruedas. Las donaciones son más que suficientes, y hasta ahora he conseguido reclutar un poco de ayuda de por aquí y por allá para seguir ampliando el proyecto. Si todo sale bien, para cuando las indecisas bestias se dignen a atacar, por lo menos el cuerpo médico estará bien preparado para hacerles frente.

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