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Bastián

Lautaro Tótem Siniestro

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unknown.pngLautaro Tótem Siniestro

Nombre del Personaje 
Lautaro o Leftraru en Taur-ahe

Raza
Tauren

Sexo
Hombre

Edad
42

Altura
2,62 metros

Peso
3 quintales

Lugar de Nacimiento
Noreste de la Sierra Espolón

Ocupación
Druidismo/Alquimia

Descripción Física

Con runas y símbolos tradicionales de su tribu tintadas con pintura blanca sobre un pelaje negro como el carbón, decoran un cuerpo estoico, alto, de espalda ancha, que sin embargo permanece por debajo de la media comparado con otros tauren, siendo de musculatura que no abulta, marcando los anchos huesos de su raza, y dueño de manos callosas, con tres dedos largos y de uña gruesa, que lima como garras. Su melena crece de color azabache, lacia y oscura, cayendo desde la espalda hasta las ojos, tapando una mirada de ojos claros, celestes, hundidos sobre un rostro bovino, de ceño taimado y hocico alargado, rematado por una barba trenzada, que aún le queda por crecer. En la cabeza, sobre sus orejas despiertas y juguetonas, dos cuernos crecen a cada lado, retorciéndose entre si, de tonalidades café oscuro.

Descripción Psíquica

Criado como Tótem Siniestro, heredero de sus creencias supremacistas y sus modos, no tiene problemas sin embargo para relacionarse con razas inferiores, al revés, cree que bien guiadas pueden servir a los fines de su tribu. Dueño de una sempiterna calma, no se deja llevar por la rabia y prefiere tomar decisiones con la cabeza fría, siendo capaz de retractarse con tal de evitar un mal peor, puede que lo tachen de cobarde o sumiso pero él se considera astuto. Por esta razón la serpiente se ha vuelto su animal favorito, ve en su naturaleza ladina, como suele ser representada, una suerte de astucia y agilidad mental sobre otros que admira.

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Historia

La cálida luz de la hoguera iluminaba el campamento tauren, un conjunto de tiendas fabricadas con piel, madera y hueso, no serían más de cinco pero eran del tamaño justo para que varios tauren durmieran en ellas, instaladas en un boquete entre los angulosos riscos del espolón. El joven shu’halo estaba de rodillas más allá de donde iluminaba el fuego, observando la oscuridad de la noche en silencio. Parecía perdido, sin embargo a nadie le extrañaba encontrarlo de esta manera, contemplativo o meditando, desde que era un cachorro había sido esa su naturaleza y fue por esta razón que fue entregado por sus padres al cuidado de la anciana de la tribu, no fue su camino el de ser cazador o valiente pues había hallado su lugar en la tribu como curandero, instruido por la bruja en hierbas, alquimia y magia natural, sin embargo esta última no podía compararse al druidismo tan extendido entre los elfos nocturnos que vivían en los bosques septentrionales, entre los Tótem Siniestro eran raros aquellos tauren que conocieran tal cosa, tratándose de algo más cultivado entre tribus extranjeras. Lo que sabía hacer era reunir cierta energía vital para mantener saludables las cosechas y aliviar malestares, como se le fue enseñado.

Pero no era suficiente. Desde joven se percibía cierta ambición en él, no estaba conforme con el estado actual de la tribu y quería contribuir a un cambio. Frunció el ceño y cerró los ojos, entonando un cántico tradicional para concentrarse, llevó una mano hacia adelante, cuyos tres largos dedos se movían tejiendo débiles hilos de magia verdosa hacia una triste hierba frente a él. El hierbajo que crecía lánguido se irguió revitalizado por la magia del curandero, recuperando algo de su color y energía. El tauren, sin embargo, parecía frustrado con este resultado, echando aire caliente por su nariz a cada tanto. Era alguien paciente como todo individuo de su raza, sabía mantener la cabeza fría pero cuando una idea se le metía era imposible para él abandonarla. Había oído de druidas capaces de mover a la naturaleza a voluntad, capaces de curar lo incurable y otros milagros, con el poder de levantar a la Madre Tierra contra sus enemigos. No sabía si tales cosas eran ciertas o no, pero deseaba descifrarlo y redescubrir el druidismo como lo hicieron otras tribus. Cada atardecer se presentaban ante él guerreros, cazadores y otros con heridas muchas veces mortales provocadas por centauro, jabaespin, arpia o incluso otros shu’halo con los que luchaban por los terrenos ancestrales que les pertenecían por derecho, o esa era historia que le habían contado. No era ingenuo como para creer enteramente en lo que relataban los viejos de la tribu, sospechaba una verdad a medias, pero aunque no fuera esto completamente cierto, creía fervientemente en los tótem siniestro y sus modos como para aceptar que ellos debían ser amos de la sierra.

Finalmente una sombra parecía interrumpirlo, levantándose con un quejido para darse la vuelta y ver la figura de la anciana en sus espaldas, su cabello azabache había perdido el brillo con los años, ahora caía deslustrado, ceniciento, con una crin recogida en trenzas alrededor del cuello, como si de un collar se tratase, con plumas y huesos por ornamenta. Intercambiaron miradas en silencio, un viejo hábito. La bruja anciana pareció adivinar las intenciones del joven adulto, desde que fue entregado a ella como cachorro había calmado sus inquietudes a punta de regaños y quejas pero ahora era diferente, este había completado el rito de la adultez y era libre de continuar con la Senda que le aguardaba. “Muchos no lo entenderán.” Dijo ella. Sabía por qué lo decía, abandonar a la tribu, a la familia, significaba un gran coste, lo tacharían de cobarde o paria, otros quizá comprendan el motivo de su partida. Los kaldorei compartieron los secretos de la naturaleza a los tauren, y otras tribus habían comenzado a instruir nuevos druidas, este conocimiento estaba extendido en tierras vecinas, lejos de su hogar, la Sierra Espolón. Entendían mejor la magia que movía a la naturaleza y esta era la fuerza que buscaba. Como Tótem Siniestro, tenía un vínculo distinto con la Madre Tierra y los modos de su tribu fueron enquistados en él a fuego lento, pero haría cuanto pudiera para comprender al resto de clanes tauren, inclusive puede que llegue el día en que estos acepten su verdadero lugar como raza, pero aún no están listos para ese momento. “Haz lo que debas hacer, Leftraru. Pero no olvides tu sangre”advirtió, arisca como era propio de ella, la anciana que lo había críado le dio la espalda y se retiró con un encorvado andar de regreso a la tienda central, la más grande y apartada, con una hoguera sola para ella y los caudillos. Lautaro permaneció en la sombra, reflexionando las escuetas palabras de la mujer tauren, hasta que finalmente se atrevió a dar el primer paso hacia el abismo, perdiéndose en la oscuridad de la noche bajo la pálida luz de Mu’sha, el ojo lunar.

Editado por Bastián
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