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Zora

Diana Birdwhistle

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Marksman

 

Nombre Diana Birdwhistle Raza Humana
Sexo Mujer Edad 24 años
Altura 1,62 Peso 50 Kg
Lugar de Nacimiento Lordaeron Ocupación Recluta de la Cruzada Escarlata

 

Descripción Física

Es una mujer de estatura media y tan delgada que las costillas pueden contarse a simple vista. Su piel blanca luce un tenue bronceado que resalta el azul de sus ojos. Su rostro es redondo como la luna, su nariz respingada y sus labios carnosos le otorgan una belleza equilibrada y modesta. Siempre lleva su melena pelirroja recogida en colas de caballos o en moños de modo que su rostro queda visible. Sus manos están marcadas por las cicatrices producidas por las mordidas de los canes y cortes mal dados a la carne. 

 

Descripción Psicológica

Es una mujer demasiado madura para su edad, pragmática y decidida. Siente que tiene la obligación de resistir y cargar las penas de su familia sobre sus hombros. Aunque sienta miedo, siempre procura mostrarse valiente. Se siente muy orgullosa de si misma, a veces hasta sobreestima sus propias habilidades. Disfruta de la compañía de los animales, especialmente de los canes y las aves.

 

Historia

Spoiler

 

En mis memorias quedan perdidos aquellos días en los que vivía en paz con mi familia. La granja en la que vivíamos era un lugar sucio, olía a animales y a sus desechos. Aunque la humilde casa era pequeña y precaria, estaba cargado de un cálido amor familiar. La granja perteneció a la familia de mi madre por muchos años y lo heredo cuando al final quedo como única hija, a todos sus hermanos los perdió por causas diversas. Ella contrajo matrimonio con un hombre originario de Gilneas, que abandono su patria en busca de nuevas oportunidades para el. El no era un granjero, más bien se dedicaba a la cría de animales y a la caza. Con su llegada, la granja perdió su función como campo de cultivo y paso a convertirse en un criadero. De igual manera, siempre nos referimos así a nuestro viejo hogar: “La Granja”.

 

Soy la hija mayor, de tres niñas, para felicidad de mi madre; y para la desgracia de él. No es que mi padre nos odie, simplemente el soñaba con tener al menos un hijo varón. Pero como el hombre terco que era, nos trato a todas como si fuésemos niños. Si lucíamos algún vestido de lino o el cabello finamente peinado era por la sola insistencia de mi madre, el resto del tiempo vestíamos pantalones y jubones de cuero con el cabello sujeto en una coleta desenfada. Cuando fui lo suficientemente mayor para tener conciencia, y la capacidad suficiente para no apuñalarme accidentalmente, me llevo a mi primera cacería. Así nos educo a cada una de nostras.

 

Nuestra vida solo se resumía a dedicarnos a cuidar, criar y entrenar grandes mastines para los cazadores. Con el tiempo añadió diversas aves cantoras, pues el descubrió lo mucho que nos gustaba a todas oír los pájaros cantar. Pero esos animales no le resultaban interesante, el quería criar aves para la caza, así un día llego con una pequeña ave de rapiña con el cual se iniciaría en ese arte de adiestrar aves.

 

Posiblemente así debió de ser mi vida hasta que fuese una anciana que ya no pudiera valerse por si misma. Sin embargo, la apacible vida que llevábamos se vio alterado por la llegada de nuestros vecinos del norte. Un grupo de gente irrumpió en la granja en mitad de la noche, tenían un aspecto agotado, aterrado y lucían diversas heridas. Causo mucha impresión a mis padres, pero no dudaron en apartar los muebles para hacerles un espacio para que cada uno pudiera descansar. Pero ellos no podían calmarse, mucho menos relajarse. Balbuceaban aterrados las historias de como perdieron su hogar. Relatos de muertos andantes, salvajes y caníbales. Se oía como historia de locos, solo que sus miradas dejaban claros que estaban cuerdos y eso espantaba mucho más. Como mi padre confiaba en uno de esos hombres, decidió ir a revisar las cercanías. Nuestros refugiados suplicaban que no lo hiciera, le advirtieron que no fuera. El, terco como siempre, tomo a uno de los perros y marcho.

 

Pasó un par de días sin que tuviéramos noticias de el. Oí a mi hermana menor gritando de emoción porque lo vio regresando, pero su alegría se desvaneció al notar la forma que el corría. Entro a la casa gritando que nuestros vecinos tenían razón y que esos muertos no estaban muy lejos. Solo era cuestión de tiempo para que nos cayeran encima. Nos ordeno a todos recoger solo lo más esencial, lo que pudiéramos cargar en manos y marchar. Note que el tenía manchas de sangre en su ropa y claro, note la ausencia del perro. Con fardos, ropas de viaje puesta y los animales a nuestros lados abandonamos la granja para ya nunca más volver.

 

En cuestión de días llegamos a un poblado al sur para refugiarnos, no eramos los únicos que habíamos huido de los muertos. Había confusión e intentábamos decidir que hacer. La vaga seguridad que obtuvimos ahí se desvaneció en pocos días, porque finalmente una hueste de muertos atacaron el poblado. Los soldados del lugar hicieron cuanto pudieron, quienes tenían un arma en manos procuraron ayudar a las defensas. Mi padre vio que nuestras muertes eran segura si permanecíamos en el poblado, por lo que nos insistió en huir nuevamente. Los muertos daban caza a quienes huían. Padre nos forzó a seguir corriendo, el se quedo atrás para ganar más tiempo para nosotros junto con la mayoría de nuestros canes. Lo vimos atacar con su arco en manos y descargaba su carcaj a velocidad preocupante. Logramos huir pero a el nunca ni a nuestros compañeros.

 

El camino fue largo, tortuoso. Sufrimos día y noche en nuestra huida al sur. Pero finalmente llegamos a Ventormenta donde fuimos recibidos junto a otros refugiados. Apenas sí teníamos que comer, pero teníamos unos pocos cachorros que necesitaban alimentarse con urgencia, pues eran el único sustento con el que podríamos rehacer nuestra vida. Abandonamos la ciudad para asentarnos en Villadorada. Allí, las únicas ofertas de trabajo que recibíamos era para los burdeles, algo que mis hermanas y yo nos rehusábamos sin dudar. En cambio, nuestra desconsolada madre, destrozada por nuestras perdidas y por el hambre, lo consideraba. Sobra decir que se lo prohibíamos. Todo el peso de conseguir sustento caía sobre mis hombros como la mayor. Los pocos trabajos que conseguía no eran suficiente, la verdad, me dedicaba más a mendigar que otra cosa.

 

Un día que no conseguía alimento, me senté desesperada en el suelo a lamentarme. Lloraba por todo lo malo que había sucedido, estañaba a mi padre y me sentía como un gran fracaso. En eso me encontro un miembro de los escarlatas. Conmovido por mi aspecto y movido por la lastima se acerco para ofrecerme un poco de consuelo, así como una modesta ayuda. Fue el inicio de una humilde amistad. Siempre que me sentía sin fuerzas acudía a el, y gustosamente me brindaba su ayuda. Claro, su ayuda no llegaba gratis. Aprovechaba cada encuentro para predicarme sobre la luz y la misión de la cruzada. Hasta que finalmente un día me convenció para que solicitara mi unión.

 

La idea de que yo me pusiera su tabardo extrañaba bastante a mi familia, alguna de mis hermanas quería protestar. Las protestas cesaron cuando les prometí que el dinero que yo recibiera lo usaríamos para rehacer nuestras vidas. Estaba segura de que era lo único honrado a lo que podía dedicarme para mejorar nuestra precaria situación. Hasta el último momento no revele a nadie la segunda decisión que había tomado al unirme a la cruzada, y es que me había ofrecido para ir al norte. Dentro de mí rugía las ansias de cazar a esos muertos. Difícilmente podría exterminar a todos los muertos vivientes de la plaga, pero quería tener el placer de matar a varios.

 

Todas ellas lloraron mi partida, yo me mantuve fuerte durante nuestra despedida. Además de una ultima mirada, de ellas solo me lleve a uno de nuestros cachorros para que fuese mi compañero.

 

 

 

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