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Griflet Kenhew

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  • Nombre: Griflet Kenhew
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 20
  • Altura: 175cm
  • Peso: 70
  • Lugar de Nacimiento: Paramos de Poniente
  • Ocupación: Sirviente de la luz.
  • Historia completa

Descripción física

Humano de tamaño medio de complexión atlética y musculosa gracias a haber trabajado en el campo durante toda su vida. Posee un tono de piel moreno debido a las circunstancias climáticas de Páramos de Poniente. Las facciones de su rostro están algo más envejecidas de las que tendría una persona propia de su edad tras tanto trabajar y a causa de ello puede aparentar ser más mayor de lo que en realidad es.

Desde muy joven siempre ha dejado su cabello pelirrojo largo y libre sin llevarlo recogido de ninguna forma. Al contrario que su melena que apenas parece cuidada ni arreglada, lleva una barba cerrada bastante trabajada para tratarse un campesino. Sus ojos de color avellana hacen que junto al resto de sus rostro, pese a estar levemente asilvestrado, den la sensación al resto de personas que se trata de un ser sin maldad alguna.

 

Descripción psíquica

Griflet es una persona de carácter llano, amable y simpático. Siempre le ha gustado ayudar a todo aquél que lo necesitase sin pedir nada a cambio ya que sentía la necesidad de ayudar a quien no pudiera valerse por sí mismo. Por todo esto le encanta conocer gente nueva.

A muy temprana edad caló en él la sagrada fe de la luz al acudir junto a su madre a la capilla de la Colina del Centinela a rezar y jugar con los otros niños que iban a pasar sus ratos libres cerca de ella bajo la atenta mirada de la milicia del lugar que protegía a los habitantes del saqueo de la hermandad Defias.

Suele pasarlo mal cuando viaja a poblaciones más grandes que donde él vivía, ya que no puede evitar sentirse como alguien inferior al resto de los habitantes por ser un simple campesino.

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Era la época de la cosecha y pese al pobre estado de las tierras de labranza de Páramos de Poniente la luz había querido otorgar a los habitantes de aquella región tan maltratada durante tantos largos años una abundante cosecha a modo de compensación a sus penurias.

Debido a esta situación, una pequeña flota de carros contratados por los comerciantes más pudientes del pueblo habían planeado viajar desde la colina del centinela hasta las prósperas tierras de Elwynn, en el corazón del Imperio humano, para vender sus productos frescos y así obtener una considerable cantidad de monedas de plata con las que poder invertir en la región y así intentar mejorar un poco la situación en la que llevaban inmersos desde tanto tiempo.

Entre tanto carro yendo y viniendo por los caminos tan bien protegidos por la brigada de la región para evitar que ninguno de ellos fuera asaltado por algún miembro de la hermandad Defias, uno de ellos se encontraba parado a las puertas de una pequeña granja donde un joven muchacho que cargaba un pequeño petate a su espalda estaba parado frente a  la puerta del edificio conversando con una señora bastante más mayor que sujetaba con ambas manos lo que parecía ser un arma envuelta por trozos de cuero ajado y desgastado.

 - No puedo aceptarla madre, es lo poco que le queda de padre en vida. No podría dormir por las noches pensando que la he arrebatado uno de los pocos recuerdos que conserva de él. – Refunfuñó en un tono triste Griflet a su madre, parado frente a la puerta de su casa mientras su viejo tío Edmund no podía evitar contemplar la escena sentado en su carro a la espera de que el muchacho subiera junto a él para poder partir.

A tu padre le hubiera gustado que la llevases contigo cuando te marchases de aquí. Además… no necesito una vieja espada para recordar a tu padre, le llevo en el corazón y sabes que siempre que voy a la iglesia rezo por su alma. – Respondió su madre tratando de aguantar las lágrimas, en parte porque era verdad que la apenaba desprenderse de la espada de su difunto marido y en parte porque la resultaba bastante duro ver marchar a su hijo para que este hiciese su propia vida.

Con el corazón entristecido, el joven aceptó el presente que le estaba otorgando su madre y tras despedirse de ella con un fuerte y largo abrazo subió a la parte posterior del carro junto a su tío y comenzaron a moverse una vez espolearon levemente a los caballos que tiraban del vehículo hasta que abandonaron la Colina del Centinela y se adentraron en los caminos de la región.

 

***************

 

La luz parecía proteger cada metro que recorría aquel humilde carro repleto de productos agrícolas listos para el comercio, ya que ninguna bestia o bandido había intentado asaltarles durante todo el tiempo que estuvieron marchando por los peligrosos caminos de Poniente. Poco a poco el sol se iba escondiendo tras las montañas y el carro estaba llegando en ese preciso instante al puente que conectaba con Elwynn y que indicaba que estaban llegando a la mitad del camino que les separaba de Villadorada.

Al contrario que muchos de los otros carros que habían partido hacia el corazón del Imperio humano, el carro en el que viajaba Griflet era mucho más pequeño y antiguo y tan solo necesitaba de un caballo para ser impulsado.

El carro era propiedad de Edmund, un humano de alrededor de sesenta años al que le faltaba una pierna y siempre solía llevar como camisa un antiguo y roído jirón militar del reino de Ventormenta. El anciano en realidad no llevaba la misma sangre que el joven que le acompañaba ni de la madre que se había quedado en la granja, era el mejor amigo del padre del muchacho y este se comprometió a cuidar de su hijo cuando murió al final de la Primera Guerra. Por suerte o por desgracia esto no le costó demasiado llevarlo a cabo ya que debido a perder una de sus piernas se vio obligado a retirarse del ejército y se estableció en Paramos de Poniente una vez todo el reino fue reconstruido tras la invasión de los orcos.

¿Sabes que yo conocí a tu padre desde que era un mozo imberbe? Fue un gran amigo y compañero de batalla muchacho, debes sentirte orgulloso por lo que hizo por el reino de Ventormenta antes de que fuera el Imperio que ahora conocemos. -  Comentaba con tono jovial y amable Edmund, ya que llevaban unas cuantas horas de viaje desde que salieron del pueblo y apenas habían hablado él y Griflet un par de palabras en todo el trayecto que habían recorrido.

Lo sé tío Edmund, lo sé. No hacías más que contarme esas historias cuando tenía doce años… y te lo agradezco. Gracias por contarme como era mi padre. – Respondió el joven con un tono que intentaba ser amable y jovial. Desde que habían abandonado la granja no había parado de darle vueltas a la cabeza si era una buena idea dejar sola a su madre para seguir su sueño de visitar la abadía de Villanorte para tratar de seguir con sus estudios sobre la sagrada luz.

Escucha muchacho. Sé que tienes dudas, sé que son las mismas dudas que tuvimos tu padre y yo cuando nos alistamos siendo unos niñatos al ejército para defender nuestros hogares. Nosotros también dejamos a nuestras familias atrás… e incluso las perdimos cuando los pieles verdes arrasaron el reino. No debes tener miedo por vivir tu vida y perseguir tus sueños. – Volvió a responder Edmund. – Desde muy joven demostraste ser una persona bastante sensitiva a la luz pese a ser un humilde muchacho que se dedicaba a cuidar junto a su madre la granja familiar, el Imperio te necesita. Si fuiste capaz de obtener algunos dones de la luz yendo a una pequeña iglesia de un poblucho de mala muerte imagina lo que podrás aprender en el mismísimo centro del Imperio. –

Tras un rato de conversación el carro paró a un lado del camino empedrado de Elwynn un breve instante. Edmund estaba cansado y le cambió el sitio al joven que le acompañaba para que este tomase las riendas hasta llegar a Villadorada y así el poder echarse una pequeña cabezadita.

 

***************

 

El sol volvió a salir. Gracias a la luz el carro logró atravesar los bosques de Elwynn sin sufrir ningún tipo de percance y tanto Edmund como Griflet habían llegado sanos y salvos a Villadorada con los primeros rayos de luz de la mañana.

Griflet no podía evitar sentir dentro de sí sentimientos encontrados. Por una parte estaba fascinado por la inmensidad de aquella villa y la diversidad de gentes y razas que allí vivían en aparente armonía bajo la protección del ejército y la iglesia, pero por otra no podía evitar sentirse muy pequeño y vulgar al ser un humilde granjero de un pueblo de las regiones más exteriores y que por ello quizás nunca se fijaran en él a la hora de querer entrar en la mano de Plata.

Ten chico, has ayudado bien a este pobre cojo. – Dijo Edmund apoyando una mano de forma cordial en el hombro del muchacho mientras que con la otra sostenía una pequeña bolsa con algunas monedas.

No puedo aceptarlo tío, es lo mínimo que podía hacer por ti tras haberme traido contigo para que llegase a estas tierras. – Replíco Griflet.

Con tal de evitar una pequeña y por otra parte innecesaria discusión, Griflet aceptó las monedas ya que en el fondo sabía que las iba a necesitar para encontrar algún lugar donde poder dormir mientras trataba de entrar en la mano de Plata. A media tarde, el viejo Edmund volvió a subirse en su carro para volver a la granja y Griflet se quedó completamente solo en medio de aquél lugar que apenas conocía.

Ahora dependía de sí mismo y de su determinación para tratar de lograr todo aquello que deseaba: Unirse a la mano de plata para ayudar al indefenso y predicar las bondades de la luz.

Con la luz de su parte nada podía salir mal.

Editado por doppler

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