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Featherstorm

Alayratiel Aureaster "Melodías elusivas"

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Documento Identificatorio del Alto Hogar

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Nombre
Alayratiel Alaris Mérianor Amarantis Sur'Alessia

Lugar de Nacimiento
Torreón del Molino, Sauceleste

Apellido
Bosphorian (nacida Aureaster.Viuda)

Padres
Lord Kérys Aureaster y Lady Vysalia Árbol Dorado

Edad
114

Altura
1 metro y 56 centímetros

Peso
49 kilos

Ocupación
Artista Errante

Roles participados

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Roles narrados

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Editado por Featherstorm
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Apariencia física y vestimenta

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Joven mujer de escasa estatura, alcanzando el 1,58, pero de porte digno, andar elegante y pasos danzarines. Su cabello plateado cae ondulado en bucles hasta su espalda alta, con un único mechón dorado, su marca de belleza personal a un lado de su rostro.

Pálida, su piel clara suele ser problemática para el sol, por lo que suele protegerse del sol. De nariz fina y respingona, rostro ovalado y grandes ojos almendrados, cubiertos de espesas pestañas plateadas. Unos labios pequeños y rosados descansan sobre un fino mentón y un blanco cuello.

De apariencia delicada y delgada. Posee unas amplias caderas y muslos, trabajadas por el andar por su hogar montañoso, mas no es ninguna atleta. De manos finas y algo ásperas por el constante rasgar de las cuerdas del laúd. Sus brazos son delgados, pero no escuálidos.

Viste sencillamente. En ciudad gusta de lucir vestidos o faldas, con algo de abrigo debajo para los cambios bruscos de temperatura, chalecos y camisas, y si el frío se torna mas intenso, un chal para mantener sus hombros y espalda protegidos. A veces una simple cinta en la cabeza como único adorno para apartar el cabello de su rosto. Botas, casi siempre, una vestimenta que combina con todo y resiste el camino y sus inclemencias. Y la hace ver un poco mas alta.

En el camino, prefiere ropas con más capas para sacárselas segun lo necesite. Una túnica corta, un poncho de piel semirigido con capucha, pantalones y camisa. Guantes por si lo requiere. A su cinturón, infaltabale, un odre de agua y su fina espada. Y por su puesto, su laúd en su estuche a su espalda.

 

Personalidad

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De naturaleza apacible y serena, Alay es una elfa usualmente imperturbable. A simple vista se presenta de forma elegante y ceremoniosa, haciendo uso de su alta educación thalassiana. Sin embargo es claro que aun posee una gran alegría y un corazón abierto. Solo que una arraigada melancolía la cubre, dificil quizás de vislumbrar cuando uno la ve tocando eufóricas melodías con una sonrisa en los labios y la mirada gacha.

Dificil es expresar todo lo que siente, todo lo que ha vivido. Por eso deja que la musica y las historias lo hagan por ella. Como pequeños fragmentos de una aventura por fascículos. Intenta acercar su corazón a los que la rodean, sean humanos, elfos o enanos. Su voluntad es hacerse entender, y llegar también a comprender a los demás, por lo que ha aprendido a no dejarse silenciar. Y a ser sincera ante todo, con ella misma.

Los pueblos ajenos le causan una gran fascinación, y espera algun dia aprender de todos ellos. A diferencia de muchos hermanos y hermanas antiguamente, siempre quiso conocer el mundo y por eso esta fase de su vida es una gran aventura para ella. Una que aun esta escribiendo. Una donde haciendo uso de la empatía y el entendimiento que posee tratará de dilucidar las razas y gentes que pueblan el ancho continente. 
A simple vista, uno no esperaría arranques de emoción o ira en esta mujer que parece que cada movimiento fuese parte de una gran danza coreografiada. Pero solo dale la paciencia, confianza y espacio que necesita y un sinfín de emociones comenzarán a florece aquí y allá.

Historia

¿Qué clase de historia narraré para ti hoy? Quizás una de los Caballeros de Strom, parangones de justicia y valor
¿O tal vez prefieres una de magos y misterios arcanos, de catacumbas viejas y libros polvorientos?

¿No? ¿Qué te cuente una mía? Mmh…déjame pensar

¿Por dónde empezar a contar la historia de algo tan antiguo como un elfo? ¿Empieza la historia de un árbol cuando es semilla, o se remonta a cuando su predecesor nació?

¿Debería empezar desde antes? Cuando pusieron sus pies en los bosques del norte y supieron que su viaje había terminado ¿O quizás cuando alzaron las primeras torres y cúpulas violetas de Dalaran?

¿O por lo más reciente, cuando el Príncipe Maldito cambió el verde del bosque por el gris y clavó su espada en el Corazón del Sol?

Quizás esas cosas no importan y los elfos nos preocupamos tanto por el contexto de todo que olvidamos que las historias, buenas o malas, son universales. Y no siempre necesitas entenderlo todo, para comprender lo que vive alguien más. Solo escuchar.

Y para ser una raza que tiene orejas tan portentosas como las nuestras, es curiosa nuestra falta de voluntad para oír. Aprendimos eso demasiado tarde.

No empezaré esta historia, por lo tanto, con detalles que no creo que quieras escuchar realmente. De nada sirve describir pálidos empedrados, rutilantes fuentes y calles y avenidas áureas. Ni bazares mágicos o fiestas hasta altas horas de la noche llenas de seda y perfume.

 

I. La idea del Sur

Nuestra historia comienza entre los espesos bosques y las pequeñas aldeas. Donde los elfos vivían vidas menos elegantes, pero no menos mágicas. Donde el vino toma el color del atardecer. Donde las copas de los arboles se mecen en un arrullo tan dulce como las fresas que se deshacen en tus labios.

Alay, como todos sus hermanos y hermanas, fue recibida con gran anticipación por la familia Aureaster. Todos se juntaron en el salón principal, de pisos de madera oscura y grandes ventanales, para ver a Lady Vysalia entrar y presentarla. Pero ella entró sola.

Y es que Alayratiel había nacido con una frágil salud. No tenía la firmeza de su madre, una antigua sacerdotisa ordenada, ni la fuerza de su padre, un aún firme guardia forestal. Y por lo tanto, no creció igual que sus hermanos.

Tan diminuta, tan frágil. Todos hicieron su deber cuidarla en sus primeros años. Preciados como son los niños para los elfos, nadie quería quitarle el ojo un segundo.

Cuando creció apenas salía de la casa sola. Y no se iba lejos. Otras noches en las que se sentía particularmente débil, su madre le cantaba mientras imponía la Luz sobre ella, llenándola de calma. Pero también de una extraña melancolía. El suave dolor del que se resigna a ciertas cosas.

Tuvo que rogar a sus hermanos que le permitieran ir a los Festivales que se daban en Sauceleste, la aldea cercana, y aún así fue difícil convencerlos. Pero que gratos eran los recuerdos. Que doloroso era el regresar a casa. No paraba un segundo de hablar de las luces, la música, la comida y los bailarines. Como si sus hermanos no hubiesen estado allí con ella. Complacientes, asentían y sonreían.

Su infancia se pasó así. Entre galenos, permisos y ruegos.

“Tu espíritu aventurero es el de un Aureaster”-le dijo un día Kérys, su padre, mientras afilaba su pesada lanza- “Pero tu cuerpo no, mi luciérnaga. Deberás ser paciente con el, y esperar a que alcance a tu espíritu”

Y entonces lo fue. Y si hubiera vivido una infancia igual que la de sus hermanos, jamás habría descubierto lo que descubrió.

El Torreón del Molino era un lugar antiguo. Un viejo salón rural, convertido en casona para alojar generación tras generación de Aureasters; expandiéndose con los años y los intereses de sus habitantes. Un viejo salón de tiro por allá, un establo de dracohalcones por el otro lado. Todo bajo los parsimoniosos giros de las viejas aspas de un molino, que como vigilante silencioso miraba hacia más allá de las fronteras, hacia los lejanos reinos mortales.

Y ya que ese mundo por el que Alay sentía curiosidad le estaba vedado por ahora, decidió que exploraría todo lo que el Torreón podía ofrecerle. Y se decidió a encontrar cada espacio y conquistarlo.

Se trepó hasta los techos buscando viejas flechas clavadas por un muy mal tirador.

Entró a silenciosos cuartos cerrados de familiares que hace mucho no venían, perdiéndose entre vestidos pasados de moda y cuadernos apolillados

Abrió arcones de cuero gastados. Y allí encontró algo que le cambiaría su vida. Un diario de viajes. Era de la época en la que su madre había viajado en comitiva al sur, a los reinos de los hombres y enanos. Y allí, en el asentamiento en las montañas de Quel’Danil, se conocieron. Su padre estaba sirviendo como centinela

El viejo cuaderno contaba historias de cacerías de lechúcicos; encuentros con enanos montando sus poderosos grifos; escaramuzas de trols y más adelante, un viaje a Stromgarde, Dalaran y Ventormenta. De regreso a Lordaeron se  tomaron de la mano y prometieron que una vez volvieran al reino comenzarían su cortejo.

Era una simple bitácora. Pero en algunas notas podía captar y casi sentir la emoción de Vysalia por cada nuevo encuentro. Su fascinación por los castillos y fortalezas humanas. Por las forjas enanas y su ingeniería tan peculiar. Por la nieva y las hojas caídas.

Una noche antes de dormir, soprendió a su madre.

-¡Quiero ver los tanques de los enanos! ¡Quiero ver las montañas nevadas! ¡Quiero ver el mar!
La única respuesta de sus padres, fue darles el cuaderno de su padre, para que leyera las experiencias de ambos. Quizás no podían darle el mar, tanques y montañas. Pero podían darle un vistazo.

  

Algunos elfos en su niñez entran en su fase de unicornios, dracohalcones, zancudos. Pero Alay saltó directamente a su fascinación con el mundo. Le compraron un mapa que abarcaba casi todo su cuarto, donde con doradas chinchetas marcaba los lugares a los que iría.

Cuando comenzó su educación en el sagrario local, no paraba de hablarle a sus nuevos “amigos” las palabras en enánico que estaba aprendiendo. O decía que quería recibir su pulsera para demostrar que era una adulta, como los humanos.

El colmo fue cuando llamaron a sus padres, cuando Alay ya estaba entrando en la adolescencia

La recientemente nombrada directora, Cressida Caire’lune los sentó a ambos padres y les mostro lo que su hija había hecho en el taller de artes...un casco de diseño Stromgardiano de papel maché. Su padre rió y su madre escondió su cara entre sus manos.

 

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II. La doncella y el diplomático

Pero todo eso quedó atrás cuando la guerra irrumpió en su vida. En un abrir y cerrar de ojos, el Torreón ardía. La gente corría. Y su madre y su padre le soltaron la mano para no volver a apretarla nunca más.

Sola, fue enviada a la capital bajo el cuidado de una tía, Lady Marssene Árbol Dorado.

Fue extraño para la joven Alay ir a la capital. También había soñado visitarla, pero en sus sueños, lo hacía como una exploradora famosa. Como una viajera avezada.

El hogar de Lady Marssene en nada se parecía a la digna, pero simple casona de campo. Esta era una mansión élfica. De grandes puertas doradas, cientos de sirvientes autómatas y otro puñado de sirvientes elfos. Donde había tantos cuartos que no se sabía hasta donde llegaban. E invitados y fiestas cada noche.

Marssene no era una mujer cruel. Pero sí era vana. Adoraba a Alay como quien adora un hermoso florero; un brillante candelabro; o un bonito y suave perro faldero. Y se aseguró que su querida sobrina, fuese instruida en lo necesario para no hacerla pasar vergüenza entre los demás nobles.

Pronto se le asignó clases y profesores adecuados en todo lo que no sabía. Se eligió que instrumentos aprendería. Se le enseñó a vestirse. A cantar. A hacer arreglos florales. A modular su tono. Etiqueta y cortesías. A bailar.

Y muerta y enterrada en su mente quedaron todas las fantasías de viajes, exploración y aventuras.

Cuando los elfos llegan a otra cierta edad,comienzan a pensar que serán.

“Seré un forestal. Amo el arco y me gusta pasar tiempo fuera” dicen algunos

“La magia es lo mío. Seré un magister e iniciaré mi propia academia” dicen otros

“Quiero algo distinto. Seré un sanador”

“Lo mio es lo místico y marcial. Ya estoy entrenando para entrar a la orden de los Rompehechizos”

Esas eran las charlas que oía Alay al salir de sus clases en el Sagrario Oeste…pero solo asentía y alentaba a sus compañeros. Ella sabía que no era apta para muchas cosas. Y menos aún, Marssene no le permitiría elegir tales caminos. Ella estaba destinada a ser una esposa noble. Si tenía suerte, podría seguir evadiendo el elegir un esposo, pero eventualmente el deber la alcanzaría. Un hombre con un buen apellido. Darle hijos. Tocar el arpa para él. Quizás en sus hijos encontraría consuelo y alegría. SI su salud le permitía ser feliz con ellos suficiente tiempo.

Estaba perdida en sus ideas cuando regresó a casa. Abatida en su melancolía como casi todos los días. ¿Cómo podía sentirse tan triste en una ciudad tan esplendorosa? ¿Cómo es que estando en el lugar mas bello sobre la tierra podía sentirse tan abatida? ¿Cómo en un mar de gente un elfo puede sentirse solo?

Casi en automático oyó a su tía mencionarle al muchacho con el que se vería hoy. Un tal Avandier Bosphorian. Un elfo de exquisitos gustos. Que adoraba las artes y un sinfín mas de cosas que Alayratiel fingió oír.

Se puso sus mejores ropas y tomó el carruaje que la llevaría a la Casa de Ópera. En el palco aguardo y sintió un ligero toque en su espalda. Como bien sabia le dedicó una reverencia, cortés.

Avandier era un hombre de rojizo cabello y piel pálida. Y con una inusual y corta, pero pulcra barba. La función de aquella noche, una serie de poemas musicales sobre la fundación de Dalaran había sido compuesto por él. Sin duda, una cita para mostrar su capacidad y alcance.

-¿Un hombre de artes?
-Así es. ¿No son las artes la forma más pura de magia? ¿No elevan nuestras almas y movilizan nuestros sentidos a un punto donde hacen que nuestro cuerpo actúe por si mismo? Llantos, sonrisas. Hasta un ligero balanceo o golpes de pies o dedos.

Alay recordaría aquellas palabras por el resto de su vida. La música comenzó y no tuvo tiempo de responderle. Aunque sí fue contundente con su crítica a su “poema musical” quizás con la esperanza de que lo espantaría. De que aquel hombre se marcharía como el resto, ante una presa evidentemente reticiente. Pero solo lo convenció más de pedir otra tarde con ella.

-Soy uno de los inversores principales en el Sagrario Oeste ¿sabes? Tus profesores tienen una excelente opinión de ti. Creen que eres muy aplicada. Aunque algo…mecánica. Me contaron bastante de ti-le confesó en otro momento-¿Por qué no te unes a mi y exploras tu verdadero potencial?

Alay quedo perpleja. Realmente no supo que responder

-Alayratiel. Tienes todos los caminos disponibles. Ese es mi regalo para ti. Te doy la oportunidad de elegir. Quizás te sientas inclinada a desconfiar. Y no te culpo. No tienes razones para pensar lo contrario. Pero veo en ti alguien similar a mi. Complaciendo durante toda mi juventud a un padre que me crió para que fuera una extensión de sus sueños y ambiciones.. Y cuando murió jugando sus juegos de nobles quedé sin rumbo ¿Qué debía hacer con todo lo que aprendí? ¿Con todo lo que tenía? Así que abracé todo lo que pudiera hacer. Soy un fomentador de las artes, las ciencias. Y estudié culturas e idiomas y espero pronto iniciar un viaje diplomático. Y quiero que cuando lo haga, vengas conmigo, como mi esposa.

 

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III. Memorias de armonías

En un salón excavado en la montaña, con espiralados pilares y cristales luminosos, una sacerdote daba un calmado discurso

-Muchos hemos llegado aquí con miedo. Sobrevivido a otros seres queridos y pasado frío, dolor y muerte. Otros no lo han logrado y aun los recordamos. Otros dieron su vida en los primeros años. Dando todo porque vivamos un día más. Y por eso honramos a todos ellos aquí. Sus nombres, imborrables en nuestros corazones.

El sacerdote dio pie a que Alay comenzara a tocar un himno en su laúd, como acostumbraba en cada ceremonia. Una melodía calmada y solemne, que luego rompía en un arpegio doloroso y brillante, lleno de anhelo. Lleno de esperanza. Una melodía que sobrevivía. Todos se levantaban luego, pero Alay se quedaba allí, rememorando, meditando. Rasgando sin ton ni son su laúd.

Aun le sabía a poco el tiempo que había estado con Avandier. Cuando se casaron vivieron en una bella casa a las afueras. Con un estudio para las composiciones que hacían juntos y por separado. En su primer aniversario le presentó un hermoso laúd que cuidaba con mimo y llevaba a todos lados con ella. Cantaba en cada celebración, para el bochorno de las fiestas en las que coincidia con Lady Marssene.

Pronto entendió que su larga vida podía ser un regalo. Uno maravilloso. Donde tenía tiempo. El mas precioso de los regalos. Con él de su lado, podía hacer todo. Ser todo lo que quisiera. Y aprender y experimentar cuanto quisiera.

Avandier confiaba en ella asuntos importantes y era su confidente y su secretaria. Le recordaba personas importantes con quien encontrarse y a preparaba regalos adecuados para sus encuentros.

Eran felices, aún en su extraño arreglo.

Y cuando la guerra los encontró fuera de su reino, movió cielo y tierra para mantenerla a salvo. No dejó que la pena o el miedo la invadieran. Fue su escudo. Fue todo lo que un esposo debía ser. Y se aseguró de que llegaran a Quel’danil en una pieza.

Pero la carencia de la Fuente del Sol los afecto a ambos de forma diferente. Alay se aferró a su música y cada nota y cada solo eran una plegaria a la esperanza y al mañana. Avandier se notaba cada día más débil. Luchando como podía con aquel enemigo implacable e invisible.

Y un día, sentado en el regazo de Alay, cerró sus ojos para no abrirlos más. Sonriendo, afiebrado, pero feliz de que lo ultimo que oyese fuese a su leal compañera. El rasguido del laúd, alzándolo hacia un lugar donde descansaría, pero donde Alay no podría volver a abrazarlo ni sentir su calor.

Alayratiel lloró amargas lágrimas. Sola, sin quien fuera su último pedacito de hogar y familiaridad, cualquiera podría haberse sentado a dejar que el tiempo corriera. Que las lagrimas se secaran y que las estaciones cambiaran.

Pero ella no lo haría. Su gente aún la necesitaba. Aún estaba aquí.

Regresó en sí, con su laúd callado ahora. Iría a la taberna a tocar y alegrar el ambiente un rato.

Mientras tocaba vio a un novicio coquetando con una forestal, bebiendo amistosamente. Y algo regresó a ella. Los diarios de sus padres. Su mapa en su cuarto cubierto de chinchetas doradas. Avandier tomándola de la mano para mostrarle su lugar favorito en Dalaran.

El mundo estaba allá afuera aún. Si ella tenía el valor de caminarlo. Y si sus pies se cansaban, descansaría. Si la lluvia o granizo atronaban, se refugiaría. Y si el viento silbaba, esa sería la melodía para su camino

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