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Alherya

Keldara Lunarcana

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  • Nombre: Keldara Lunarcana
  • Raza: Kaldorei
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 397
  • Lugar de Nacimiento: Eldre'thalas
  • Ocupación: Buscadora de reliquias mágicas
Spoiler

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Descripción física:
De tez plateada y felinos ojos de brillo blanquecino, goza de gran altura al llegar a los dos metros. Sus níveos cabellos suelen descender por su espalda hasta sus caderas o portarlos en un elegante semirrecogido, siempre decorados por hilos de plata o algún adorno. Su rostro en forma de corazón se ve decorado por unos filos y alguna cadena que cae sobre su frente, pendiendo de ella ornamentos lunares.
Su cuerpo esbelto denota haber sido entrenado, aunque no en demasía. Sus músculos no se perciben marcados en exceso pero sí trabajados, procurando no perder lo que ella considera la belleza de la figura femenina. Suele ataviarse con las mejores prendas de las que pueda disponer, procurando que estilicen las formas de su silueta.

Descripción psíquica:
Orgullosa, vanidosa y arrogante tal vez sean las tres palabras que mejor describan a esta mujer altonata. Enamorada de las artes arcanas y adoradora tanto de Elune como de la que una vez reinara sobre su pueblo, Azshara, gracias a las historias sobre ella. Gusta de manipular a la gente a su alrededor, siempre con una máscara de amabilidad que no siempre sabe llevar. Desprecia a las demás razas, considerándolas inferiores, pero aceptará su ayuda si ve que no le queda otra. Desea obtener un mayor poder y más conocimientos, por lo que siempre ve en los demás como meras herramientas.
Aunque paciente, tiene un fuerte temperamento y le cuesta olvidar las afrentas. Le gusta mantener un orden en todo y cuidar su imagen en exceso, irritándole que alguien no lo aprecie o le toque sus cosas.

Historia

Spoiler

 

El nacimiento de la familia Lunarcana se remonta a antes del ascenso de la Reina Azshara al trono, habiendo mantenido el apellido en medida de lo posible con el paso de las eras. Muchos de ellos fueron arcanistas, entre ellos su abuelo, ninguno con el suficiente poder como para que su nombre se hiciera oír entre sus congéneres.
Keldara nació varios milenios después de la caída de la reina que tanto amaban sus antepasados, quienes durante la Guerra de los Ancestros la siguieron fervientemente, aliándose con los miembros de la Legión Ardiente que cruzaban el portal que los ayudantes de Azshara habían creado para dejar pasar a los sirvientes de Sargeras. Su alumbramiento tuvo lugar entre los muros de la ciudad de Eldre’thalas hace casi cuatro siglos. La pareja de padres primerizos rebosaban de felicidad al ver que se trataba de una niña, considerándolo un buen augurio. La inculcaron en la fe de Elune, pero la mujer que una vez reinó en el imperio kaldorei permanecía una figura de gran importancia y siempre estaba presente en sus enseñanzas. Su abuelo materno, Tanavar, había vivido durante siglos en la esplendorosa Zin-Azshari en la cual conocería a la que sería su compañera de por vida. Cuando fue llamado a la Academía de Nar’thalas, en la región de Azsuna, la pareja se instaló y él continuó sus estudios de lo arcano en el lugar. A día de hoy aún conserva algunos de sus anotaciones de aquellos días, anotaciones que pasó a su nieta cuando vio en ella el poder de lo arcano. La joven creció maravillada ante las historias que su abuelo le contaba sobre Zin-Azshari, Surarmar, Eldarath o Kel’theril, habiendo viajado durante siglos por el inmenso imperio kaldorei en busca de conocimiento. Dormía cada noche pensando en cómo sería volver a vivir en una época tan esplendorosa y gloriosa como lo fue cuando la Reina Azshara gobernaba a su pueblo. Aquello caló hondo en Keldara. Parecía un cuento de hadas, una idea etérea de la que se había enamorado.

La joven altonata se centró en sus estudios mágicos. Tanavar le había enseñado la teoría y a distinguir los diferentes tipos de magia. Se aseguró de recordarle lo peligrosa que podía ser la magia, pero también su utilidad. Lo que menos se esperaba era que su vínculo se separase de la evocación, la especialización predominante entre los miembros de su familia, y se afianzara con los misterios de la adivinación. Keldara mostraba ser paciente aun cuando los resultados que deseaba no parecían llegar, aunque un fuerte temperamento comenzó a aflorar. Las historias de Tanavar habían creado en ella la idea de que los altonato estaban predestinados a gobernar Azeroth por encima de las razas inferiores. No eran más que meros objetos esperando a ser utilizados, sin tan siquiera saber que en lo más profundo de su ser anhelaban ser siervos, incluidos los kaldorei. Sólo necesitaban un pequeño empujón, que alguien les quitara la venda de los ojos. Una persona con poder y conocimientos podía lograr empezar a encaminarlos por su sendero natural. El solo pensamiento de que los suyos recibieran por fin el trato que les correspondía por derecho de nacimiento la embriagaba. Cuando se miraba al espejo, se imaginaba con los atuendos que se decía que portaba Azshara. Era una imagen muy bella. No obstante, para conseguir poder y conocimientos necesitaba salir de aquellos muros, de aquel lugar que para ella simbolizaba que los altonato estaban destinados a soportar grandes males para superarlos, haciéndose más fuertes.
Keldara comenzó a entrenar su cuerpo además de sus habilidades mágicas. No sabía lo que el futuro le depararía, pero sabía que debía abandonar su hogar para conseguir cuanto deseaba. No podía confiar únicamente en sus poderes, debía ir más allá. Sus padres desaprobaban la idea, nacidos ambos tras el Hendimiento que separó el mundo en varios continentes cuando el Pozo de la Eternidad implosionó. Con el paso de los años sus músculos ganaron fuerza. Su cuerpo ponía en evidencia las horas de trabajo que le dedicaba, pero nunca en exceso. No quería que su cuerpo se deformara con demasiado entrenamiento. Aunque jamás le había interesado hombre alguno y consideraba las relaciones como una distracción, únicamente una fuente de placer carnal que poco interés despertaba en ella, le gustaba ser deseada y que las miradas se posaran en ella. Aunque su entrenamiento se centraba en el uso de una espada ligera, su padre la ayudó a aprender a usar su bastón para defenderse también o para atacar si era necesario. Tallado en madera robusta de un color oscuro con vetas casi negras, Keldara decidió poner una gema de color aguamarina en su extremo superior. Con él ayudaba a canalizar las energías a su alrededor para conjurar sus hechizos de la forma más óptima posible.

Cuando su pueblo partió hacia Darnassus para ser readmitidos entre su sociedad, la mujer lo hizo a desgana. Sentía que se rebajaban al unirse a ellos. No tenían conocimientos mágicos y para colmo llevaban milenios rechazando tales artes, castigándolas incluso. Era un insulto acudir a ellos como si buscaran cobijo atemorizados en una noche tormentosa en lugar de mostrarles. No obstante, era la mejor forma de conocer el mundo fuera de los muros de Eldre’thalas, de obtener más información de la que allí tenían. Se sorprendió al oír que sus congéneres formaban parte de una alianza con otras razas inferiores y aprendió lo mejor que pudo la lengua común, creyendo que tal vez podría serle útil si iba a viajar y recorrer Azeroth.

Durante una de las tardes en la capital kaldorei, sentada en uno de los bancos de la ciudad frente a las aguas que recorrían la misma, oyó conversar a dos hombres sobre unos rumores. Por su indumentaria sin duda se trataba de altonato, aunque no reconocía sus rostros si los había visto antes en Eldre’thalas. En las tierras conocidas como Tanaris alguien parecía haber dado con la localización de un artefacto mágico. Tal objeto iba a ser llevado a la Reina Azshara como obsequio, pero el grupo que lo portaba había caído. Según Tanavar, a la reina le gustaba todo tipo de obsequios que sus leales súbditos le presentaban, pero los que más llamaban su atención eran aquellos que poseían algún tipo de poder. Si alguien había creído que aquella reliquia podía ser del interés de Azshara, sin duda también era del suyo. No dudó en ponerse en marcha para ver de qué se trataba y si podía hacerse con él tras preguntar más sobre aquellos rumores. Debía saber en qué parte se sospechaba que estaba, pero tampoco parecer interesada en exceso. No quería competidores, pero si los había se encargaría de ello, de alguna forma u otra.

 

 

Editado por Alherya
Añadida imagen del personaje.

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