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Fehu

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  1. Fehu

    Fredrik de Torre Vieja

    Atributos 7 Físico 7 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 28 Puntos de vida 18 Mana 6 Iniciativa 9 Ataque CC (Hacha de mano) 9 Ataque CC (Hacha de guerra) >9 Defensa Habilidades Físico 2 Atletismo 2 Hacha de mano 2 Hacha de guerra Destreza 2 Cabalgar 1 Escalar 2 Defensa 1 Nadar Inteligencia 2 Supervivencia/Cazar 1 Tradición/Historia Percepción 1 Advertir/Notar 1 Bailar 2 Etiqueta
  2. Fehu

    Fredrik de Torre Vieja

    Nombre: Fredrik Raza: Humano Sexo: Hombre Edad: 24 Altura: 1.83 Peso: 80 Lugar de Nacimiento: Norte de Arathi Ocupación: Caballero andante falso Historia completa Descripción física: Fredrik es un joven de 24 años, alrededor de 1,80 m de altura, bien desarrollado aunque no particularmente musculoso. Su melena negra, de la que está secretamente orgulloso, suele estar atada en una coleta. Sus ojos azul grisáceos son lo que primero llama la atención de su rostro, profundos y soñadores, distraídos más bien. Lleva, por lo general, barba completa, aunque no muy tupida. Descripción psíquica: Aunque no destaca por su inteligencia innata, está mejor educado que un campesino promedio gracias a los esfuerzos de su madre y su amante. Es soñador, idealista, algo crédulo e infantil en algunos aspectos. Siente culpa por vivir una mentira como la que repite a cada persona que pasa, pero pese a eso trata de vivir de acuerdo a un código de conducta autoimpuesto por el que, el cree, moriría. Historia Del sacrificio: defender al débil El primer puñado de tierra húmeda golpeó el cajón emitiendo un sonido que a los aturdidos sentidos del niño que observaba les resultó atronador. En los ojos del pequeño no había lágrimas, el dolor estaba oculto bajo una capa de confusión e incredulidad. Apartó la mirada del grupo de vecinos que comenzaban a tapar con tierra fresca la herida en el suelo donde yacía su infancia y la dirigió a sus alrededores, casi con miedo, como si temiera que el mundo que conocía fuera a derrumbarse de un momento a otro. Pero no, todo seguía igual en aquel apartado rincón de Arathi. Un patético montón de astillas trataba de hacer las veces de un círculo de empalizadas alrededor de lo que alguna vez fue un foso y los años de mala administración habían reducido a una zanja fangosa. Detrás de todas estas defensas inútiles se alzaba, sobre un promontorio de tierra, una torre que había visto mejores épocas pero aún en pie, aun asomándose por encima de los bancos de niebla que rondaban la colina, aún vigilando una zona sin importancia estratégica o económica como venía haciéndolo desde los tiempos anteriores a la fundación del primer imperio, según la tradición local. Los alrededores no presentaban mejor aspecto, la misma desidia que se veía en el cuidado de la fortificación se dejaba notar el el puñado de casas con techos de paja a punto de hundirse con ventanas desvencijadas. Mirando aún más lejos solo se veían colinas tras colinas, todas idénticas, salvo aquellas en las que habia algun que otro árbol raquítico aferrándose a esa tierra estéril, todo bajo un cielo gris. El niño, Fredrik como lo llamaba su padre tratando de llamar su atención para iniciar el regreso al hogar, miró por última vez la tumba de su madre antes de seguirlo con la cabeza gacha. Aquella noche el sueño no pasaría por su habitación. Sus ojos rojos e inflamados por el llanto tardío estaban fijos en el techo, y su mente muy lejos de allí. Su memoria viajaba atrás y adelante repasando su corta vida, recordando momento, haciendo que nuevas lágrimas corrieran por su cara. Aun no entendía cómo una persona tan llena de vida hasta hace unos pocos días ahora yacía bajo tierra. Hasta entonces nunca se había detenido a pensar en todo lo que era para él, todo lo que daba por sentado. Se dio cuenta que extrañaba la comida que preparaba incluso cuando no había demasiado para elegir, las historias de caballeros andantes que le contaba cuando salían a recorrer el campo, incluso extrañaria las horas de estudio a las que lo sometía diariamente. Volvió a llorar recordando su cabello rubio, sus ojos azules, su sonrisa siempre rápida a aparecer, tan distinta a la gente del pueblo. Ahora que lo pensaba no recordaba de donde se supone que era, según ella no importaba. Había acompañado a su padre de vuelta de la Segunda Guerra, y lo habían tenido al poco tiempo. Nunca consiguió agradar del todo a la gente de la villa, ni siquiera en sus últimos días, mientras luchaba con la fiebre por haberse lanzado al río helado para salvar a un grupo de niños que habían caído desde el viejo y desvencijado puente. Y así había sido siempre, desviviendose para prestar su ayuda a los demás. Siempre con una sonrisa, siempre con un buen gesto, siempre agradecida de poder ayudar. Según ella, los héroes de los cuentos que le contaba a su hijo, eran héroes no por tener espadas mágicas o vencer dragones, si no por dejarlo todo por ayudar al prójimo. De nada sirve poder hacer algo si no se hace por ayudar a los demás. El poder, en cualquiera de sus formas, es una obligación para con los demás, y como toda obligación a veces obliga a anteponerlo a uno mismo. El caballero debe buscar la fuerza, pero no para él mismo. Defender al débil, esa fue la lección de su madre. De la retribución: buscar la justicia Los restos de la última nevada de la temporada estaban desapareciendo, dejando al descubierto las rocas del terreno. Entre ellas un grupo de hombres se escondía. Mal vestidos, ojerosos, con los huesos tan sobresalidos que parecían un reflejo de la tierra en la que se encontraban. Había sido un invierno duro y el reciente ataque de un grupo de bandidos no los ayudaba a recuperarse. En la desesperación incluso el animal más pasivo puede inclinarse a la violencia, y cuando un hombre es presionado más allá de los límites puede embargarlo un ansia de venganza que sólo sacia la sangre. Por eso cuando el señor de Torre Vieja buscó voluntarios para llevar a los asaltantes a la justicia casi todos los hombres que aún podían blandir un garrote se sumaron. Allí estaba Fredrik con el hacha tanto le había costado conseguir del herrero y con la que había estado entrenando desde que muriera su madre hace… ¿Cuanto? ¿Dos, tres años? No importaba demasiado. Su mente vagaba nerviosa posándose una y otra vez en el recuerdo de su padre, postrado en la cama con el estómago atravesado por un cuchillo, luchando por su vida en la casa. Sacudió la cabeza y trató de concentrarse, pero los temblores que recorrían su cuerpo le recordaban el miedo que sentía hacia el inminente combate. Una vez más se vio recordando a su padre, más lejos en el tiempo ahora. Un hombre alto y fornido de cabello negro y ojos grises. Su brazo izquierdo, mutilado a la altura del codo era un recordatorio permanente de la brutalidad de la Segunda Guerra y lo que, según él, había impedido que continuara su carrera en el ejército y lo había obligado a volver a su pueblo natal. Hubiera seguido así largo tiempo, recordando su carácter reservado, sus ocasionales bromas tontas y las historias que contaba de sus viajes de no ser por el movimiento a su alrededor. El sol había caído y su gente avanzaba. Había llegado la hora de la retribución. El campamento apestaba. Nunca había imaginado que un campo de batalla oliera tan mal tan pronto. El “campo de batalla” era en realidad un pequeño terreno donde los bandidos habían acampado. No eran un grupo muy numeroso y no esperaban que unos perros hambrientos como a los que habían pateado hace poco devolvieran el golpe. Todo acabó muy rápido y todo fue muy confuso. Los gritos, los llantos, las siluetas a la luz de las hogueras matando y muriendo, los hombres del señor tratando de poner orden para capturar a los maleantes vivos siendo prácticamente arrollados por una turba que decidió hacer lo que ellos consideraban justicia en ese lugar, en ese momento. Él mismo se recordaría en pesadillas rematando personas en el suelo mientras pedían piedad. No sabía si lo había hecho en realidad aunque las gotas de sangre que marcaban surcos en su cara y su pecho hablaban por sí mismas. Se sentó en un rincón de suelo donde la tierra no se había vuelto fango aún y vómito mientras sus vecinos recuperaron sus pertenencias. El sentimiento de culpa que lo estuvo abrumando durante todo el viaje de vuelta al poblado lo tenía confundido. Habían ganado, los bandidos que habían robado y matado a tantos de sus vecinos se habían llevado su merecido y aun asi tenia un mal presentimiento. La clase de sensación que tiene un niño cuando rompe algo y no quiere enfrentar a su padre. Las órdenes del señor eran llevarlos a la justicia, cierto, pero iban a ser colgados de todas maneras, así que ¿Qué importaba? Mucho, aparentemente, pero no por lo que pensara un noble, que de todas formas no podría castigar al pueblo entero por dejarse llevar, si no por lo que pensara su padre. Sabía perfectamente que él no hubiera aprobado esa carnicería, ni siquiera en tales circunstancias. Era un hombre recto. Demasiado tal vez, y eso hacía que se le estrujara el estómago con la idea de volver a verlo. En esos pensamientos estaba inmerso cuando entró a su casa, pero todo se detuvo al ver el rostro de la herborista de la aldea. Corrió a la habitación de su padre con un nudo en la garganta, justo a tiempo para agarrar su mano y pasar los últimos minutos que le quedaban escuchando su voz entrecortada. Hay cosas superiores a uno mismo. El camino a recorrer no debe estar centrado en hacer lo que se quiere si no lo que se debe. El caballero debe buscar la sabiduría para actuar de la manera correcta. Buscar la justicia, esa fue la lección de su padre. De la lucha armada y otras lides: ser valiente Poco después de la muerte de su padre, Fredrik decidió abandonar la aldea que lo había visto crecer y en donde ya no le quedaba nadie. Apenas un adolescente con una barba incipiente, un hacha, lo que pudiera cargar y un sueño que ardía como una llama alimentado por los cuentos con los que había crecido de pequeño y un carácter romántico y crédulo. No pasó mucho tiempo antes de encontrarse casi muerto de hambre y cansancio, y ese hubiera sido su fin de no haberse topado con el grupo más variopinto que había conocido hasta ese momento. Por el camino bajaban un joven enano de corta barba rojiza, una hermosa joven rubia que montaba a lomos de una exquisita yegua blanca y un humano de cabello entrecano embutido en armadura pesada y a lomos de un corcel de guerra. A los ojos del moribundo muchacho eran un espectáculo avasallador. Se identificaron como un grupo de aventureros, buscadores de fortuna, deshacedores de entuertos, y le ofrecieron unirse a ellos. Obviamente acepto. Rápidamente hizo buenas migas con todos ellos, sobre todo con el enano, Cort Jarrarota. El motivo de ese nombre, autoimpuesto por cierto, derivó de la causa por la que estaba vagando en los caminos. La historia era tan simple como trágica, durante una de sus frecuentes borracheras había matado a su hermano con una jarra de cerveza y había huido, luego de un tiempo como fugitivo decidio que debia encontrar la manera de enmendar su culpa antes de volver a su hogar. Aun seguia buscando, y mientras tanto ayudaba a Fredrik con el entrenamiento. Poco a poco cort se fue convirtiendo en su mejor amigo, lo cual no era muy difícil teniendo en cuenta que en Torre Vieja casi no había gente de su edad con la que tratar durante su niñez. Cort se la pasaba inventando historias sobre aventuras que nunca pasaron, cantando canciones enanas y riendo todo lo alto que podía, sin embargo Fredrik lo había descubierto varias veces mirando en dirección a Khaz Modan con un rostro tan serio que casi parecía otra persona. Con el tiempo llegó a conocer en profundidad la culpa que corroía al joven enano por dentro, dividido entre su amor a la vida y la idea de que mientras más tiempo pasaba sin cumplir su condena más vergüenza traía a su familia. Una mañana que parecía tan normal como cualquier otra se rompió la rutina cuando encontraron al joven enano empacando en silencio. Nadie dijo nada, aunque en sus rostros se leía que todos sabían lo que sucedía. Los ojos de Cort estaban más brillantes que de costumbre, decididos, fríos… y casi aliviados. Todos sabían que la culpa y el miedo que cargaba sobre sus hombros se habían disipado y al fin estaba listo para volver a su hogar y enfrentar cara a cara su pasado. Un abrazo, un apretón de manos y nada más. Las palabras sobraban. Es imposible no tener miedo. Vive en nuestra mente, agazapado como un animal salvaje y aparece para hacernos huir. Es natural. Y ningún miedo es más natural que el miedo a la muerte. La única manera de vencer al miedo a la muerte es enfrentarlo, y la única manera de enfrentarlo es teniendo algo por lo que morir. Ser valiente, esa fue la lección de su amigo. De la nobleza y sus formas: ser cortés La joven que los acompañaba, el ser mas hermoso que Fredrik había contemplado jamás, era la hija menor de una familia noble de las afueras de Ventormenta. Caprichosa y juguetona, había abandonado su casa huyendo de un matrimonio concertado con un joven que tuvo la desgracia de no caerle particularmente bien. Vagabundeando despreocupadamente se topó con el viejo caballero y desde entonces viajaban juntos. Niniel, como se llamaba la jovencita, no perdía oportunidad alguna para hacer sufrir a Fredrik, que perdía la cabeza por ella. Desde peticiones absurdas a otras directamente imposibles eran el pan de cada día a cambio de pasar un momento con ella por las tardes. Tardes en las que era educado por ella, casi como si fuera un reto convertir un sucio campesino en alguien decente. Con la partida de Cort un extraño silencio se fue apoderando del grupo, la falta del siempre alegre enano fue convirtiendo al grupo en uno más serio y el paso del tiempo limó las asperezas entre los jóvenes hasta convertirse en un buen par de maestra y alumno sobre cuestiones nobiliarias y de etiqueta. Las tardes de lecciones se convirtieron casi sin darse cuenta en noches enteras de conversaciones en donde la juventud de ambos tenía mucho que ver. Pero todo tiene un final. El anochecer sorprendió a Fredrik aun mirando las puertas de ventormenta, esperando verla volver, riéndose de él por creer que se iría de verdad. Las horas pasaron y por el camino no transitaba nadie, agacho la cabeza y volvió con su maestro. Su maestro, quien había arreglado que Niniel se quedara estudiando en la academia de Ventormenta temiendo que la relación que tenían los jóvenes amantes fuera perjudicial para ambos. Lanzó una última mirada atrás y continuó su camino. Lo que diferencia a un caballero de un mercenario no es su equipo, ni su entrenamiento, ni su sangre. Lo que los diferencia son sus acciones, su actitud hacia los demás. Desde los nobles que protegen al pueblo hasta el campesino que ara la tierra, todos merecen respeto. Ser cortés, esa fue la lección de su amante. De la palabra dada y su importancia: ser leal El estruendo del metal contra el metal resonaba ensordecedoramente. Los gritos de dolor y las quejas de los moribundos llenaban el aire. El olor a sangre, a muerte se mezclaba con aquellos propios del pantano. Fredrik jadeaba, herido y desesperado, tratando de llegar hasta el inerte cuerpo de su maestro. Sir Roderick había sido uno de los primeros en entrar en combate, adelantándose solo para darle tiempo al resto de los escoltas de la caravana de suministros. Maldecía entre dientes el momento que se habían encontrado con esa gente, un grupo de reabastecimiento para Nethergarde. Como se dirigian hacia el mismo lugar a encontrarse con un amigo del viejo caballero, este les ofreció acompañarlos y ayudarlos en cualquier cosa que pudiera pasar. Los problemas no se hicieron esperar, al poco tiempo de estar avanzando por el pantano cayeron en una emboscada tendida por los orcos, muchos menos que ellos pero con el factor sorpresa de su lado. De pronto se vio cara a cara con un bruto gigantesco y solo atino a levantar su escudo dándose ya por perdido, cuando sonó un cuerno que llamaba a retirarse a los atacantes. Aparentemente consideraban que ya habían hecho daño suficiente con un solo ataque. Olvidando todo lo demás se dirigió corriendo hacia su maestro. Sir Roderick había sido casi un padre para él en esos tres años que llevaban viajan. Severo, seco y disciplinado, si, pero bondadoso con aquellos jóvenes que el destino había puesto a su cuidado. El viejo decía ser un caballero, nacido en Gran Hamlet que decidió dejar todos sus bienes y recorrer el mundo. Jamás lo dijo, pero Fredrik estaba seguro que lo alentaba el mismo espíritu idealista y romántico nacido de la literatura que a él. Durante todo ese tiempo se había dedicado a cuidarlos, a enseñarles todo lo que habían querido aprender, los había mantenido alejados del ahora peligroso norte donde habitaban monstruos de pesadilla. Siempre lo había visto como un ejemplo a seguir, como un ser casi divino. Y ahora estaba allí tendido. El rostro pálido debajo del casco, su coraza hendida manchada de lodo y sangre, su voz antes atronadora ahora era apenas un silbido débil, interrumpida por toses sanguinolentas. Tarde por la noche, cuando ya había terminado de enterrarlo lo más apropiadamente que pudo, volvió a ponerse en camino. Al menos había podido despedirse de él, había podido decirle lo mucho que lo admiraba con lágrimas en los ojos, y había podido recibir su última misión. Seguiría hasta Nethergarde y se pondría al servicio de un conocido del caballero. Mientras recorría el camino cavilaba para sí mismo. Quería ser un caballero, pero aunque sobresaliera en combate -que no era el caso- o demostrara su valor con una hazaña impresionante -cosa que tampoco le parecía muy probable- no dejaba de ser un campesino. Siguió discutiendo consigo mismo hasta el momento en el que divisó las torres del castillo. En ese momento, para bien o para mal, tomó su decisión. Un caballero andante solo cuenta con la fuerza de su brazo, la agudez de su mente y el valor de su palabra. Y las dos primeras cosas pueden perderse con el tiempo. La palabra de un caballero es lo más valioso que tiene, porque en ella se contiene tanto su vida como la de otros. No importa si eso acarrea la muerte, la palabra debe cumplirse. Ser leal, esa fue la lección de su maestro. Una mentira y un camino Al llegar a Nethergarde buscó a Shed Brown, el amigo de su maestro, y se presentó ante él como sir Fredrik de Torre Vieja. Trató de mantenerse lo más impasible que era capaz mientras era examinado por el veterano, pero por suerte no estaba interesado en el linaje de las personas a su cargo, y lo que le contó del viejo Roderick le bastó para confiar en él. Con un suspiro de alivio, Fredrik se unió al grupo de soldados que mandaba como refuerzo de la fortaleza. Los que siguieron fueron años duros para el falso caballero. El ambiente de camaradería al que se había acostumbrado con su anterior grupo no existia aqui. La mayoría eran mercenarios curtidos, poco interesados en otra cosa que no fuera recibir su paga o conseguir un buen botín en el campo de batalla. No llegaba a acostumbrarse a las caras o a formar lazos con ninguno, ya fuera porque morían en las frecuentes escaramuzas contra la Horda en aquel devastado lugar o porque se iban una vez conseguido el salario que les correspondía. Durante las solitarias noches añoraba los tiempos pasados y se lamentaba de haber terminado en un sitio tan desolado, estéril, inmutable. Los días se sucedían sin cambio alguno hasta que finalmente aconteció algo para lo que ningún entrenamiento o batalla anterior lo hubiera podido preparar. Del Portal Oscuro, aquel imponente recordatorio de las guerras que habían envuelto a los reinos humanos, comenzaron a brotar seres demoníacos, como vomitados de las mismísimas fauces del infierno. Las luchas contra la Horda se vieron momentáneamente detenidas mientras esos imparables seres avanzaban sembrando la muerte y el miedo a su paso. Y la muerte es lo que casi consigue de ellos. Las heridas recibidas en combate sanaban lentamente, aunque sanaban, que ya era más de lo que muchos podían decir. El líder de su grupo, Shed, la última persona que lo retenía en aquel lugar había caído en combate. Su dinero se le escapaba de las manos como si fuera agua y aun no podía combatir para ganar más. Día a día veía aventureros que pasaban por allí para atravesar aquel portal y perderse en la exploración de un mundo nuevo y, segun decian, condenado. Apenas pudo moverse nuevamente, montó su caballo y se marchó de allí, para nada interesado en ese lugar que no le habia traido mas que decepciones. El equipo que tantos años de sacrificio le había costado tuvo que cambiarlo por otro, menos ornamentado y de peor calidad para poder costearse las necesidades básicas. Y así, casi tan pobre como cuando empezó su viaje, pero más viejo, retomó su camino al norte. Paso por Ventormenta, con la esperanza de volver a ver a Niniel, pero solo descubrió que había partido con un grupo de magos hacia un lugar que no quisieron revelarle. Su siguiente destino fue Khaz Modan, para buscar a Cort. El viaje casi le cuesta la vida una vez más, llegando al territorio enano a pie luego de perder su caballo en las Tierras Inhóspitas. En Forjaz le dijeron que su viejo amigo había cumplido con su condena y se había marchado a Terrallende. El ruido de la taberna de Kharanos lo envolvía, aliviando un poco, solo un poco, la soledad que sentía. La cerveza enana no le sabía a nada mientras cavilaba en su siguiente paso. Se había acostumbrado tanto a que alguien le marcara el siguiente paso que se sentía perdido, como un niño en un mundo de adultos. En los cuentos un caballero siempre tenía algo que hacer, nunca pasa hambre, las penurias solo eran obstáculos en su camino hacia una meta definida, pero ahora la incertidumbre lo estaba torturando. Apretó los puños y el espíritu terco del joven campesino que había sido volvio a él, apuró la jarra y salió de la taberna. Sería un caballero, algún día no tendría que mentir sobre ello. Hasta entonces solo importaba el camino que tenía ante sus pies.
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