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Showing content with the highest reputation on 11/12/18 en todas las áreas

  1. 3 points
    Dawguard arde En plena noche llegaron a Richerbury los supervivientes de la aldea vecina que había sido asaltada y quemada, los temores del pueblo ante otro ataque gnoll se hizo presente y muchos preparaban sus posesiones para abandonar el pueblo si no fuera por la llegada de la Guardia Imperial que pidió calma ante los sucesos ocurridos. Los supervivientes han declarado que estos ataques no han sido orquestados por gnolls, si no por bandidos, y se investiga el paradero de los supervivientes que han sido secuestrados por esta calaña. Se hace saber que hay una recompensa por cualquier información presentada ante la Guardia, mientras las autoridades de la Sagrada Luz se dispone a distribuir pertrechos como mantas y comida. ------------------------------------- Dos sesiones de 5 horas, gracias a los asistentes por haber venido ¡Nos vemos a la próxima! @Archibald como sam: Sigilo - Advertir/Notar - pistola de chispa - supervivencia- rastrear- desarmado- reflejos- escalada @Nathan como Bianca: Advertir/notar - reflejos - supervivencia - esencia vital - supervivencia - escalar - Espada Pesada (1M)- atletismo- rastrear -Llegan refuerzos imperiales a la zona para acabar con los bandidos de la zona y sin las aldeas vecinas de Stohl y Dawguard, el crecimiento de Richerbury parece haberse visto acelerado-
  2. 1 point
    Nombre del Personaje John Sullivan Bristol Raza Humano Sexo Hombre Edad 32 Altura 1,82m Peso 85kg Lugar de Nacimiento Southfarroth, Gilneas Ocupación Superviviente del Gueto Descripción Física John Sullivan Bristol es un hombre fornido con marcadas arrugas de preocupación en un rostro que debería aparentar más juventud. Tiene ojos color miel, al igual que el cabello y la barba que cubre su rostro. En su estado huarguen crece en altura unos cuantos centímetros y su cuerpo se ve cubierto de una capa de pelaje pardo, no tiene mayores diferencias características con respecto al resto de huarguens. Descripción Psíquica Hombre de actitud tranquila con súbitos ataques de irritación. Tiene particular facilidad para el dialogo y empatizar con quienes le rodean, pero tras la muerte de su familia su humor no siempre le lleva a realizar las acciones que cree correctas y termina dejándose llevar por las circunstancias. Historia ¿Hace cuanto estaba en aquel estado? El tiempo había ayudado a sobrellevar las incomodidades iniciales y ahora había perdido la noción de lo que le rodeaba. No estaba seguro, pero… ¿Acaso importaba? La sangre humana empapando sus papilas con la mera calidez que conserva al morir sabía mejor de lo que nunca hubiera imaginado. Antes, mucho antes, existían cosas que importaban. Había una mujer, una hija. pero todo eso quedó atrás en el pasado. Ahora solo importaba el viento y la sensación del pasto y la tierra bajo sus garras y el olor de la presa. Todas intentaban huir cuando lo oía acercarse, pero aquellos hombres no se perturbaron con su presencia.Los caballos si; fueron más listos ya que podían olerlo y se encabritaron, intentando luchar contra la tensión en las riendas que les impedía alejarse a todo galope de allí. Los jinetes eran hombres de refinadas vestiduras y pomposas armaduras sobre ellas, tres de ellos portaban ballestas de madera de tejo y el tercero, el cual intentaba obligar a que su caballo le rodease, llevaba una lanza larga y una red. De haber estado consciente, habría reconocido al hijo de su señor entre aquellos jinetes, pero por aquel instante solo le empujaban una sed de sangre y una ira irrefrenables. El combate no duró demasiado. Aunque había logrado derribar a uno de los caballos, probablemente hiriendolo de forma tal que luego tendrían que sacrificarlo, las saetas de las ballestas zumbaron encima suyo al instante. Un segundo después aquella pesada red le cayó encima y descubrió que sus extremos ganaban peso gracias a unas esferas metálicas. Con la flecha atravesada entre la musculatura y aquel manojo de sogas enrolladas más y más encima suyo, la bestia comenzó a perder sus energías. Se debatió una y otra vez, pero poco pudo hacer cuando aquellos sujetos engancharon la red a sus caballos y comenzaron a arrastrarlo con sogas, como si se tratase de una pestilente carga. Despertó días después, enfermizo y delirante por una fiebre causada por la infección en la herida del hombro. No le hizo falta que le dijeran que se debía a ello. Notaba como el hombro inflamado era dos veces del tamaño que debía tener y la punzada ante cada mínimo movimiento le advertían de que no era una herida superficial. Aun así, se levantó de aquel cuchitril en el que estaba postrado y de forma tambaleante y errática recorrió la habitación. Alguien había colocado unos trapos sucios alrededor de su herida, como si de una suerte de venda se tratase. Ese alguien era una anciana. La mujer, sentada en un vieja reposera, le observaba con una mirada relajada y profunda. Aquella anciana fue quien le puso al corriente de su situación, una que no parecía mejorar desde que el poblado donde vivía hacía invadido por aquellas desagradables bestias peludas. Más John Sullivan Bristol, antiguo encargado de las perreras en la vieja localidad de Southfarroth, ya no podía odiarlas por completo sin que eso significase odiarse a sí mismo. En tan solo un parpadeo había perdido aquello a lo que más amaba, su esposa, su hija y su hogar. Al intentar recordar las pasadas semanas solo le llegaban recuerdos difusos y sin sentido, imágenes plagadas de un intenso color carmesí. Más temprano que tarde supo que su situación actual no era ni por asomo agradable. Había sido arrojado a aquel miserable barrio asolado por pestes y hambruna, con las calles repletas de bandidos y malhechores a los que no podía recriminarles nada, ya que cada uno de ellos buscaba sobrevivir a su manera. Determinados días de la semana se veía obligado a hacer interminables colas para recibir aquel brebaje nauseabundo que le mantenía cuerdo. Aunque imaginar las atrocidades que había cometido durante el tiempo que permaneció en estado salvaje, Sullivan comenzó a familiarizarse con su forma huarguen, la primera vez, convirtiéndose en aquella bestia de manera inconsciente, pero poco a poco descubriendo que podía controlar sus actos gracias a la pócima. La mujer que le había ayudado resultó ser un hábil cocinera de sopas y, aunque poco había en los alrededores para echarse al buche, Sullivan siempre intentaba arreglárselas para llevarle algunas provisiones, ya que la abuela apenas podía moverse de su humilde y destartalada morada. Fue durante una de aquellas visitas durante las que descubrió, al llegar, que la puerta ya estaba abierta. Algo confundido, ya que la mujer rara vez recibía a otros invitados y era poco probable que hubiese salido y olvidado echar cerrojo a la puerta, se acercó hasta el umbral desde donde oyó unas voces desconocidas. John Sullivan Bristol era un hombre tranquilo, de modales aceptables por encima de la media de aquel barrio, pero aquel día, al ver a los dos sujetos intentando aprovecharse de la incapacidad de la anciana para poder robarle sus pertenencias, Sullivan estalló. Moviéndose con la brutalidad de la bestia que llevaba en su interior, avanzó sobre los dos sujetos y sin pensárselo demasiado destrozó una silla contra la espalda del primero. Antes de que su compañero pudiese reaccionar, Sullivan ya había arrancado de cuajo una de las patas de la silla y la enarbolaba como una suerte de garrote con el que golpeó una y otra vez a los invasores. Minutos más tarde rodaban los tres calle abajo y lo que en un principio había comenzado como una refriega principalmente compuesta por golpes y puñetazos derivó en un enzarzado enfrentamiento de garras y colmillos. Cuando todo terminó, Sullivan había vuelto, lleno de heridas, al destartalado catre para recibir una vez más los cuidados de la anciana. Mientras observaba el techo desvencijado del hogar, Sullivan comenzó a meditar sobre su situación. Sus esperanzas de salir de allí eran nulas y aunque lo lograse no tenía a donde volver. El solo hecho de pensar en su libertad le traía el recuerdo de todo lo que había perdido. No era vida aquello que le aguardaba allí dentro, pero… Al menos podría ayudar a aquellos que lo necesitaban.
  3. 1 point
    La Sombra Invernal Ha llegado el invierno en el Bosque de Elwynn, los hogares se van llenando de capas de nieve en sus tejados, los jornaleros van a dentro a refugiarse entorno a la chimenea y los animales salvajes se vuelven más agresivos ante la hambruna. El último invierno que se le recuerda caúso un gran revuelo, pues ante la hambruna y la frénetica situación por parte de los gnolls casi ocuparon la buena ciudad de Villadorada. Muchos pueblos se han quedado en ruinas por aquello, uno de ellos fue Skolh, aquella aldea estuvo en ruinas pero solo unos pocos llegaron a ocuparla para reconstruirla, aún así no eran los suficientes para volver a lo antaño fue. Solo fueron dos hogares que llegaron a ser usadas por algunos supervivientes de aquellos malos tiempos. Aunque no duraron demasiado. Llego aquel cazador con algunas liebres colgado en su cinturon. Cargado de ropa para soportar aquel viento frío que entraba por alguna parte hasta alcanzar su piel, erizandolo y dando hincapie a darse prisa a refugiarse, si no quería perder algun dedo por incapacidad de moverlo. A lo lejos veía los faroles que aún conservaban, además de estar encendidas con una vela. Se acercaba a paso ligero, alcanzo la casa más pequeña y tenía la puerta abierta, no habia nada. Extrañado, fue a ver a las chicas de la casa más grande. A través de la ventana veía una vela encendida pero nada más, rodeo hasta la entrada y se metio a dentro. Una vez dentro, vio sangre pero provenía de cochinillos, estaban muertos, las moscas ya empezaban a rodear los cuerpos de estos pobres animales indefensos. Una horquilla estaba clavado en uno de ellos. El cazador con la cara descompuesta y con espanto, decidio marcharse de allí pero cada vez el frío apretaba más. Alcanzó la casa pequeña y se quedo allí, cobijado por la chimenea y con la entrada cerrada. No sabía que habia pasado pero habian desaparecido cinco personas, como si de una sombra se los hubiera llevado a todos, sin rastro, ni ruído. No era obra de animales salvajes, sospechaba de algo más. Aquel candelabro situado encima de la mesa, estaba agotando la cera, gota tras gota deslizaba hasta el caliz de cobre. Ese hombre tapado hasta los dientes tenia su arco y sus flechas preparada por si volvian, aquella noche no durmio, cualquier sombra que pasaba por la ventana, a caúsa de su imaginación o de los copos de nieves, no le iba a dejar dormir aquella noche. Iba a ser una noche en vela.
  4. 1 point
    El frió arrecia en esta época del año, es normal que la gente se cobije al calor de las hogueras y trate de resguardarse en sus hogares pero cada vez llegan mas rumores de las aldeas mas alejadas de la gloriosa Villadorada, hay un par mas de denuncias de gente que desaparece con la helada y se busca el paradero de los mismos. La guardia no pierde el tiempo y esta lista para mandar a sus guardianes para aclarar este embrollo. ----------------------------- Dos roles de cuatro horas @Archibald Sam: Sigilo, avistar, supervivencia, atletismo, reflejos Jasón: Inscripción, Runa de Vigía Incansable, Runa del descanso ininterrumpido
  5. 1 point
    Historia ¿Mi historia? Mi historia no podía ser más irrelevante, muy parecida a la de otras tantas mujeres gilneanas cuyos huesos acabaron sirviendo de abono para los hongos en los húmedos bosques, sin que nadie las recuerde. Pero asumo que me obligarás a contarla para poder pasar. ¿Verdad? De acuerdo, de acuerdo, procedamos entonces. Iré por partes, intentemos estructurarla para que sea más fácil de entender, pero ya auguro que aquí no leerás de grandes epicidades, de habilidades extraordinarias, o de hazañas de guerra, todo ello convenientemente olvidado justo antes del punto final de mi relato. No, mi historia empieza con una madre desangrándose como una mala puerca cuando me dio a luz, enterrada antes de que su hija pudiese ser siquiera bautizada. Eso dejó a un padre solitario a cargo de una hija, al menos tuvo suerte, y solo tenía que ocuparse de una boca. Pero la vida en las cordilleras del sur, en la península de Gilneas, no es tan sencilla. A mi padre apenas lo ví hasta que cumplí los siete años. Él vivía en el bosque, en una cabaña, y cazaba en los bosques de la ciudad pagando los impuestos pertinentes. No podía estar cuidando de una recién nacida , así que me crié junto a otros tantos muchachos , en comunidad, junto a las matronas de una aldea cercana llamada Brehmen. No recuerdo mucho de esa época, salvo que solíamos corretear por las calles embarradas, tirar piedras a los gatos, y hacer carreras sobre los gorrinos antes de que el ganadero, un anciano de muy mala uva nos cogiese y nos zurriagase las posaderas con su palo como si fuésemos uno de sus cerdos. En cuanto cumplí los siete años mi padre vino a recogerme. No es que no me visitase antes, solía venir un par de veces por semana, pero ahí fue cuando me llevó a vivir con él en la choza del bosque. Al principio estaba muy triste, dejé mi vida y mis amigos atrás, pero al final me acostumbré, pues solía regresar una o dos veces a la semana a la aldea a por enseres o para vender lo que íbamos cazando. Claramente al principio no hacia nada más que corretear detrás de él por los bosques, poner trampas de mala manera e intentar aprender lo que pudiese, fue ya con doce años aproximadamente, pues si he de serte sincera no recuerdo cuando nací, que empecé a tener fuerza suficiente para usar un arco. O eso quería pensar yo, verás, siempre he sido bastante debilucha, y me pasé más tiempo enferma que sana, aunque a mi padre nunca le dejó de sorprender que siempre sobreviviese a todas esas enfermedades, pero claro, pasaron factura, tengo entendido que un niño tiene que comer bien y estar calentito para desarrollarse como debe, pero bueno. ¿Qué soy, una señorita de ciudad? En resumen. La vida era dura, simple, jodida, vamos. Pero tampoco era la gran cosa, no podía quejarme, poca gente al menos que yo conociese vivía mucho mejor que yo, así que, ya ves tú. Lucecita Lucecita déjame como estoy. Por desgracia la Santa Luz no parecía con ganas de dejarnos como estábamos y entonces pues que te voy a contar, empezó la guerra civil. Por suerte en las regiones del Sur no es que llegase mucho conflicto, al menos no que yo me enterase, y nuestra vida siguió más o menos normal, lo único que cambió fue que algunos chavales jóvenes y amigos míos marcharon al norte, a buscarse los cuartos en la guerra para dejar de ser granjeros, panaderos o recogeboñigas. No volvió ninguno, no se si porque murieron o porque encontraron ya pareja allá al norte y se quedaron a vivir. Me gusta pensar que fue lo segundo. Pero eso no fue el problema. Por aquella época yo ya llevaba sangrando un par de años asi que ya me iba tocando hacer algo útil y empezar a parir la siguiente generación, que cada año los inviernos eran más duros y hacían falta más manos que poner a trabajar, así que mi padre con premura y mucho avispamiento arregló un matrimonio junto a su hermano, y sin más que unas tres o cuatro citas, para al menos hacer el paripé de un cortejo, pues me casé con mi primo. No es que yo fuese un bellezón, pero la verdad es que el mamón parecía una zarigüella que había aprendido a caminar, menudos morros que se gastaba, y vaya dientes pequeñitos y afilados. Que poco le gustaba que le llevase casi dos cabezas, pero bueno, he de decir que una vez empecé a conocerle, pues bueno, tampoco estaba tan mal. ¿Sabes? No es que nos casásemos por amor ni nada de eso, pero ya que nos íbamos a pasar toda la vida juntos, pues mira, al menos intentar llevarnos bien. Nos mudamos a una cabaña allí en el bosque, algo lejos de donde nuestros padres, y nos ganamos la vida pues como siempre habíamos hecho, cazando pequeños animales, con trampas y esas cosas. El único problema es que eso de poner a caminar a la siguiente generación pues era un tanto difícil. Ya os he dicho que mi salud era como era, y digamos que su longaniza parecía de esas baratas que tienen más serrín dentro que carne, así que fue bastante complicado. Tampoco es que ninguno de los dos estuviésemos compelidos a intentarlo muy a menudo, el hambre ,el frío y el trabajo quitaban mucho tiempo. Al menos, y esto lo descubrimos unos meses tras habernos ido ya a vivir solos, cerca de donde nos habíamos asentado resulta que había una choza de... eh... Brujas de la Cosecha, sí. Gente bastante siniestras, de hecho más de una vez me dijeron que yo me parecía a una, siempre tan descuidada y uraña, pero yo me reía, menudos palurdos, como iba a ser yo una de esas Brujas. Alguna que otra vez les llevamos pieles o carne y nos dieron algún potingue, y sinceramente, rara vez me encontraba tan bien como cuando me bebía sus pócimas, así que por mi parte me alegraba de su presencia ahí. No tanto mi marido, que siempre se santiguaba y se pasaba el día quejándose y diciendo que algún día se vendrían por la noche a nuestra casa a sacrificarnos y beberse nuestra sangre, pero yo le decía que a él ni muerto en mitad del bosque los animales se le acercarían pa' comérselo. Ay que equivocada estaba. Fue hará unos cuatro años , no voy a olvidarme. ¡Alegría, alegría! Al final el renacuajo había encontrado el camino por la ciénaga y se estaba convirtiendo en rana. Y voy a serte sincera, se sentía bien. Hasta parecía que tenia más salud, empecé a coger algo de carne, y oye, hasta el ánimo de mi marido había cambiado, que servicial, parecía todo un caballero de ciudad, reconozco que en esa época hasta le veía con otros ojos, y bueno, digamos que en nuestra casita la temperatura solía estar más alta. Pero ah. Las cosas buenas no están destinadas a durar, eso es algo que mi padre me enseñó bien, la vida es una carrera de fondo, los tiempos felices son los pequeños descansos que nos da, pero escasean. Fue una noche, yo ya tenía una buena barriga, lo cual probablemente me hiciese aparentar un palo con una uva pegada, pero oye, yo me veía estupendísima. Mi marido se había ido a cazar, pero no volvió. Ni esa noche, ni la siguiente, ni la siguiente. Volvió al tercer día, más limpio venia, y con ropa nueva. Y yo. "¿Pero oye y eso, pero de donde vienes?" y él que no, con evasivas, preguntando por mi, cambiando de tema. Aunque se le veía muy nervioso. Pero bueno, yo me alegraba de que hubiese vuelto porque ya me estaba temiendo que se hubiese despeñao por un barranco o que se hubiese encontrado a un Ettin y se lo hubiese zampado, que ya era invierno, y bajaban de las montañas heladas a buscar comida a los bosques. Pero no, no era nada de eso. Ya por aquel entonces venían rumores del norte, y no de tan al norte, y la verdad es que desde hacía unas dos semanas que habíamos empezado a escuchar unos gritos en la noche, en el bosque, como perros pero más graves y fuertes. A mi no me sonaban a nada que hubiese escuchado nunca, en el pueblo dijeron que eran una clase de animal muy peligroso, pero bueno. Teníamos más bien poco sentido y pensamos que con repartir antorchas alrededor de la cabaña no se acercarían. Relativamente hablando pues teníamos razón. No iban a entrar animales de fuera. Pero eso no significaba que el peligro no se metiese dentro. Lo recuerdo perfectamente, fue al segundo día de haber aparecido, ya el anterior se había pasado más tiempo en el bosque que en la cabaña, pero estaba muy loco, recuerdo que como estaba ya alto torpe se me cayó una sartén mientras hacía la comida y se puso como una fiera, incluso me levantó la mano, cosa que no había hecho nunca. No me golpeó claro, porque sabía que si lo hacía le iba la otra sarten a la cara, pero que se fue corriendo pidiendo perdón. Ay, pero al segundo día. Estaba yo cenando tranquila cuando de golpe entra, ni abrió la puerta, se tiró contra ella. Estaba gritando, con las manos en la cara, y yo claro me levanté con la cuchara de la sopa en la mano, asustada. Intenté acercarme a él para ayudarle pero solo me empujó, diciéndome que me fuese, que corriese, que estaba mal, que me iba a hacer daño. Y yo claro, pues en esos momentos una no reacciona y estuve ahí más tiempo del que debí, pensando en ayudarle. Cosa de la que nunca dejaré de arrepentirme. Mi marido estaba ahí, y un momento después, ya no. Vi como empezó a retorcerse y a gritar, vi como se rompía su ropa, como se le salían los huesos de la espalda, y no vi más porque en ese momento algo hizo crack en mi cabeza y tuve la suficiente inteligencia para echar a correr. Corrí, corrí, corrí por el bosque, tropecé, apenas veía por donde iba porque no paraba de llorar y las ramas me golpeaban la cara. Lo peor es que lo escuchaba. Escuchaba eses ruidos que había escuchado durante semanas, pero mucho más cerca. Escuchaba la madera crujir bajo sus garras, escuchaba su respiración, pesada. Mi corazón latía, tanto que pensé que me iba a explotar, y por una vez sentí lo que debían de sentir los conejos cuando iba detrás suya, con el arco. Pero que iba a hacer yo, con mi vestido, ya roto, embarrado, corriendo, llorando. Pues al final pasó lo que tenía que pasar, tropecé y apenas siquiera llegue a ver como se me tiraba encima la bestia que antes fue mi marido. Rode por el suelo, y sentí un dolor enorme, más del que había sentido nunca, pero en ese momento no identifiqué lo que era. Escuché un disparo creo, pero la verdad es que no recuerdo muy bien lo que pasó en ese momento, yo solo me levanté y seguí corriendo, y mi marido dejó de perseguirme. No se si suerte, instinto, u alguno de los espíritus de los que tanto hablan, pero corrí y corrí, sin saber a donde me llevaban mis pasos. Cuando no pude correr, caminé, y cuando no, gatee. Ya se me habían pasado las fuerzas del miedo, y ya hacía unos minutos que me retorcía de dolor, y no era yo la única, con la mano en mi vientre hinchado, que sangraba a mares, el malnacido de mi marido, ay, qué había hecho. Llegué a ver como se me acercaba una figura envuelta en plumas y pieles, pero tras eso perdí la consciencia. Las brujas me salvaron la vida esa noche. Por desgracia, solo pudieron salvar una. Tras eso estuve varias semanas allí. La verdad es que en ese momento solo me quería morir, y por poco lo consigo, pero si yo era terca, mi curandera aun más, y no dejó que se me llevasen los malos pensamientos. Ella me hablaba, me contaba sus cuentos y sus historias, yo ni le hacía caso, pero mientras me concentraba en ignorarla reconozco que no pensaba en lo que me acababa de pasar. Al final conseguí recuperarme, aunque el último regalo de mi marido lo llevaría siempre conmigo en el vientre, el cual se había quedado plano. Horriblemente plano. Me fui de la cabaña de la Bruja, pero realmente no me alejé mucho durante demasiado tiempo. ¿Qué iba a hacer? No iba a caerme muerta, pero sinceramente, la idea de volver a los bosques no me atraía mucho, pero no sabía hacer otra cosa. O bueno, sí. Verás, la guerra, los monstruos estos, huargen... muchos años de desgracia, pero sobre todo de muerte. ¿Y sabes que ventaja tienen los muertos? Que no necesitan nada. Sí, lo se. Que sacrilegio, pero mira. Una tiene que vivir de algo, y la caza había prácticamente desaparecido, así que... empecé a viajar. Cometí el error de novata de esperar a que acabase una de esas batallas campales que tenían los... rebeldes contra los que no eran rebeldes, para luego acercarme a robar botas y cosas así de los soldados, pero claro, no fui la única que pensaba tal cosa, y por poco no salgo viva de ahí. Así que cambié de idea, y me fui a por otros objetivos más sencillos. Los muertos que ya estaban enterrados y santiguados. Reconozco que las primeras veces lloré, lloré mucho, y vomité. Pero cuando empezaba a ver más dinero del que había visto en mi vida, y hasta comprarme ropa buena, pues bueno. Algo ayudó. Aunque si he de serte sincera, tratar con los muertos te cambia. Aun no lo se bien, pero lo se. Pero con el tiempo la verdad, es que volví al sur. Había aprendido a hacer unas cuantas cosas más, pero lo que me seguía llamando eran los bosques. Ahora hay guerra, dicen. Bueno, más sufrimiento, no es nada nuevo. Al menos dicen que los soldados de más allá del mar tienen botas de buena suela.
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