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Psique

Amelia Thatum

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  • Nombre del Personaje
    Amelia Thatum
  • Raza
    Renegado
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    35
  • Altura
    1.75
  • Peso
    57
  • Lugar de Nacimiento
    Algún lugar de Lordaeron
  • Ocupación
    Mortacechadora
  • Descripción Física

    Descripción Física

    Es relativamente fácil intuir, al menos, dónde falleció. Las energías nigromanticas que la alzaron han mantenido "latentes" los restos de corales y lapas marinas, que continúan adheridos en su cuerpo. Aunque por comodidad y practicidad la mayoría fueron retiradas, en el perfil diestro de su cara, cuya mejilla yace ausente, emergen dos hileras de placas de coral, dejando su mandíbula perpetuamente abierta aunque esto no la incapacite para que su voz espectral se pronuncie. Tiene los ojos de un color azul tan pálido que casi parecen blancos. Melena oscura, larga y figura esbelta.

  • Descripción Psíquica

    Descripción Psíquica

    Disciplinada, atenta y silenciosa. Es una persona que en vida sentía que tenía mucho que demostrar, y eso se ha mantenido tras su muerte. Fiel al Nuevo Orden, fanática de la ley y la disciplina.

 

Historia

Yo no morí en la guerra.

 

Mi cuerpo se mecía como las olas hasta que la pleamar me devolvió al océano del que me sacó.

Nadie vino a buscarme.

 

Recuerdo el tirón de la gravedad, el golpe seco de la roca contra mi cuerpo, y luego, el dolor lamido por la espuma del mar.

Vino tinto espumoso, del que nace al norte.

En mi norte.

 

Posiblemente esta sea la pregunta más personal que le puedas formular a uno de los nuestros. Las tragedias se mascan en cada respuesta, se degusta su morbo contra el paladar. Nos hace sentir ese cosquilleo. Pero lo que eleva su trascendencia en una ultimísima nota que prevalece en el regusto, es el momento exacto.

 

Todos morimos al final.

Nos diferencia el cómo, nuestra máscara personal a través de la cual vivimos nuestros últimos momentos.

 

Yo no recuerdo quién me mató.

Pero recuerdo ese azul. Esa luz al otro lado de la superficie.

El cosquilleo de las aguas abriéndose ante mi, casi virginales y al mismo tiempo, maternales.

 

Ese azul fue lo último que vi.

Y fue lo primero que alcancé a ver cuando mis ojos se abrieron inexplicablemente.

 

Azul mi piel. Azul mi destino. Azul mi alumbramiento.

Nunca una escalada fue tan costosa.

Nunca tomar aire fue tan doliente.

 

Una parte de mi ansiaba volver ahí abajo, otra, me empujaba hacia la playa.

La Luz sabe que el tacto de las arenas jamás fue tan áspero.

Un pez fuera del agua.

 

Un dolor que no sentía, una oscuridad que no veía, un pulso inexistente.

 

¿A dónde ir?

 

Dejé que mis pasos inconscientes me llevasen de memoria, mecánicos, y allí encontré el muelle.

Mis ropas mojadas y desgastadas como un guijarro me recordaron lo que fui.

Pero no lo añoraba.

Una despedida dulce en el puerto, un gentil adiós rasgando un ápice de dicha, buscando que el recuerdo no duela.

 

Y una mano se posa sobre mi hombro, tira, me vira.

Qué feo es el oro cuando conoces los entresijos del zafiro.

Baja el arma al ver que no le ataco.

Me pregunta mi nombre, el cual digo por reflejo.

 

Amelia Thatun.

Hija del timonel del Griscristal.

Marinera de la flota de Lordaeron.

 

Se reagrupan.

 

Ambar mis ojos, azul mi bandera, ahora no rey, sino reina.

Qué está pasando, me pregunto, cuando erro cojeante hacia el edificio ruinoso.

Qué fantasía me relatan.

Son muchas las herramientas que reposan junto a la mesa. Por qué tantas.

 

Me siento como una roca, y él, el percebeiro, rasgando de mi superficie aquello que aún palpita.

El momento más grotesco fue cuando alcancé a verme en un espejo.

¿Esa… soy yo?

 

No veo el azul de mi padre en mis ojos. Veo luces amarillas de un faro en la más insondable ausencia, negra.

No puedo gesticular. No siento la boca, pero no puedo cerrarla, como un sabueso mordiendo un madero grueso. En su lugar, roca, no, tal vez… Hueso. Coral.

 

Bocalizo sin mover la boca, oigo mi voz.

Veo sin ojos.

Pero no hay dolor en ello.

 

Pero todo este proceso forma parte de la reeducación.

Nos perdemos en la oscuridad para que nos guíen a través de ella.

Y encontremos así nuestro lugar en el nuevo orden que rige el mundo desolado que ahora poblamos.

 

El siguiente paso es autodescubrirse.

Todo cuanto te rodea pasa a ser un plano subjetivo. La realidad es estrictamente lo que ocurre dentro de tus muros.

 

Eres diferente.

Entiendes que no sólo perdiste las constantes y la vida que llevabas.

Una parte de ti murió con eso.

 

Yo ya no siento pesar o aprensión al ver una herida.

El tormento ajeno me es indistinto.

Cómo si no cuando siquiera recuerdo el mío.

A qué sabía la bilis, a qué huele la sangre.

 

Nadie encaja el cambio al primer trago, ni al segundo.

No se espera que lo hagas.

 

Piensa ahora, ¿en qué has de aferrarte cuando la realidad parece el cuento, y el cuento, una pesadilla?

A ese recuerdo. Al de tu muerte.

Un ancla que te indica dónde comenzó el camino, para encontrar el norte.

 

Los recuerdos de una vida se desgantan. Los rostros se difuminan, las voces desaparecen.

Pero si alguna vez te preguntas qué nos mantiene, es ese momento.

El que lo olvida, se pierde.

 

Yo no recuerdo quién me mató.

Pero recuerdo ese azul. Esa luz al otro lado de la superficie.

El cosquilleo de las aguas abriéndose ante mi, casi virginales y al mismo tiempo, maternales.

 

Un color que lo significa todo.

 

Cuando pude andar lo suficiente como para encontrarme, me detuve.

El siguiente paso es el más fácil. Eliges o eligen por tí.

 

Nadie espera nada de ti, por lo que es fácil cumplir.

Si no tienes fuerza, elegirás el puñal, si no conoces el acero pero sí los libros, aprenderás.

Escoria sin separar.

 

En cuanto a mi, mi paz pareció ser mejor que mi pulso.

Mi silencio entendido como interés.

Me vistieron con cuero, me dieron una ballesta y un virote y dijeron: apunta.

Te das cuenta de que sin un corazón que te enturbie, tu mente está en calma.

 

Les gusto.

 

Dime a cuantos conoces cuya muerte y alumbramiento haya sido dulce.

Y te enumeraré las cosas que nos hacen iguales, y cual en soledad, nos distingue.

 

Todos morimos al final.

Y tú, también tendrás ese momento para perderte y encontrarte.

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