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Psique

Xargos Shel'daren

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  • Nombre del Personaje
    Xargos Shel'daren
  • Raza
    Elfo de la Noche
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    1237
  • Altura
    2.23
  • Peso
    120
  • Lugar de Nacimiento
    Costa Oscura
  • Ocupación
    Druida
  • Descripción Física

    Alta estatura, espalda ancha y porte regio y orgulloso. Siempre erguido y contemplativo, de ojos ambarinos que miran fijos y crueles como lo haría un águila, de expresión poco variable. Nariz aguileña y rasgos marcados de mandíbula fuerte y tabique ancho, cejas amplias y empesas que añaden un tono perlado en contraste con su piel lilacea. Su melena cae plata y desordenada por su espalda hasta la cintura. Cuerpo atlético, esbelto y ágil.

    No suele llevar adornos en sus ropas, las cuales se basan esencialmente en un faldón de cuero dispuesto sobre sus pantalones, un cinturón del mismo material que cubre su abdomen por entero y una capa de pelo oscuro coronada por una densa capa de plumas en la parte superior que cae sobre el lado zurdo de su cuerpo.

  • Descripción Psíquica

    Entender su carácter implica entender el de un milano, orgulloso y henchido de confianza en si mismo, frío y calculador, pues esa es la naturaleza del águila. Su porte acompasa un carácter decoroso y ordenado, tan sencillo como inalterable. No se pierde en profundas deliberaciones pues entiende que el orden de las cosas tiene un por qué y un para qué inalterable. Entiende el ciclo de la vida como una rueda que gira entorno a la vida y la muerte, y no toma una especial consideración por aquellos que deben perecer de acuerdo a ello, ya sea por ser presas o por herejes. No tiene el carácter afable y noble de un halcón, al águila no le importa el medio, no se preocupa por brindarle compasión alguna a quien siente la llave que le ciñe a sus garras porque al fin y al cabo, quien se toma la osadía de provocar su ira perturbando el equilibrio ya ha sido condenado. Y a pesar de la crueldad más banal, no resulta alguien fácil de provocar. Ignora por completo a aquellos que atentan contra su persona a través de calificativos o gestos despectivos, el orgullo es demasiado grande y añejo como para dejarse herir con facilidad. No es agresivo, no es temerario, y del mismo modo que en sus ojos se manifiesta la crudeza más animal, también lo hace la inteligencia más elevada como vestigio de su raza, a la cual sirve y obedece sin miramientos mientras sus acciones estén predestinadas a seguir el orden natural impuesto incluso antes de que las razas inteligentes comenzasen su andanza por Azeroth. No admite con facilidad sus propios errores, pero no pierde el tiempo en sentirse culpable por ellos. Se arroja a aprender de manera independiente, a tomar nota para no volver a fallar.

 

Historia

Era un recuerdo agradable. Sentir la tierra húmeda bajo sus pies, la brisa que corría en un suave paseo hacia las profundidades de la tierra y las cálidas palabras de su maestro, una vez sus familiares habían quedado atrás. Aquel último transepto era un camino contemplativo, uno junto al otro, con aires casi ceremoniales. Recordaba como el cuero de su faldón acariciaba el suelo en el avance, y como las palabras fluinan en boca de Shordien, perdiendo su forma, ganando un gran significado. Era joven. Su corazón latía con inquietud ante ese momento que se hacía tan esperado como tortuoso, interminable. El pasillo escavado en la tierra dejaba entrever las raíces de los árboles, que sobre ellos crecían fuertes. Al final de aquel camino se encontraba una pequeña cueva alumbrada por la luz natural que se filtraba desde el techo. Olía a bosque, a naturaleza. Y allí, la sensación que flotaba en el aire colmaba su alma de tranquilidad y cobijo. Ningún lugar era como aquel, tan familiar y tan extraño.

El habitáculo estaba dispuesto para él, casi parecía que llevase su nombre impreso en el lecho del centro de la sala. Su maestro puso ambas manos sobre sus hombros y le dedicó unas última palabras acompañadas de una intensa mirada de águila, tan fija que casi diría que dolía pero al mismo tiempo, trasmitía una inusitada confianza y determinación.

-Siente su voz, nota su pulso... Y ve.

Si algo había aprendido de su mentor, es que cuando hablaba no debía atender a la forma de sus palabras, si no al significado que celosamente ocultaba tras ellas en un juego a veces desesperante. Xargos frunció los labios e inclinó la cabeza con solemnidad. Aquello era una despedida, hasta dentro de más tiempo del que creería que había transcurrido cuando llegase al final de esa etapa.

Se tendió sobre el lecho lentamente, dejando que las hojas y la tierra se adaptasen a su cuerpo. Shando permaneció junto a él unos largos minutos que se antojaban horas hasta que finalmente, el lazo estaba naciendo en su adepto. Se aventuró de regreso al túnel y le dejó a solas.

Xargos cerró los ojos, acompasando su respiración, plácida y calmada. Notaba como su corazón latía inquieto y como sus ojos se deslizaban bajo sus párpados con impaciencia. Pero finalmente, pudo establecer el vínculo. Hundió sus dedos en la tierra y dejó atrás el pulso de su corazón para escuchar el de la tierra. Se desprendió de la sensibilidad de su piel y empezó a traspirar a través de la tierra que poco a poco iba ganando calidez a través de la que su cuerpo imprimía sobre ella, volviéndose uno. Una parte de un todo.

Se quitó la venda de los ojos, dejó atrás esa oscuridad insondable... Y la luz volvió a él, mientras sentía que su espíritu había arribado a tierra firme justo antes de echar a volar.

 

"[...]No sabría explicar qué se siente, cómo se ve ese mundo. Unos ojos pueden abrirse con el tiempo,

pero solo los druidas saben como abrir el espíritu y llegar a ver realmente lo que les rodea."

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Caminó hasta el final del túmulo y la luz llegó a cegarle, tintada de un verdor tan exacerbado, tan natural que era en todos los aspectos ilógico. Deambuló por aquellos bosques, aprendió de ello y pudo de verdad sentirse parte de él. Unas pocas horas se tornaban siglos, y a la inversa. Había tanta riqueza en ese mundo, tal era el detalle de cada rama, cada hoja, cada arbusto o fruto que a veces olvidaba que aquel reino siempre fue, pero nunca sería.

Tiempo después coincidió con su Shando que, como él, también se había arrojado en brazos del sueño. Aquella despedida no era con su maestro, si no consigo mismo, y al final lo comprendió. Pero el espíritu soberbio del águila empuja a dejar libres a sus crías, a dejar que por si mismas observen el mundo y aprendan, antes de comenzar a guiarles en aquello que pudiera escapar del ensayo y del error. Aquello era una firma en su alma, un pedazo de su espíritu que le fue trasmitido, de maestro a aprendiz. Ver no era mirar, percibir no era sentir. Y en aquel mundo, no podía morar, si no coexistir.

Escuchaba con atención las doctrinas de su Shando, tan abstractas en cuanto a forma, tan concisas en cuanto a significado. Poco a poco, pudo ir más allá, dejar atrás las palabras para entender lo que había tras ellas.

La brisa mecía sus cabellos mientras contemplaba el vuelo de un milano real en soledad, en el borde del bosque de cara a una llanura, un océano interminable de hierba alta. Sus pies no tocaban el suelo, acomodado sobre un saliente, y sus ojos se perdían en aquellas alas, esos quiebros osados y planeos plácidos. En soledad, aquel ave de plumaje cobrizo coronado por el plateado destellaba bajo la luz del sol haciendo gala de una individualidad tan absoluta como temible. Dueño absoluto del cielo. No sentía su piel, sentía el viento entre sus plumas; tampoco la quietud de la roca, si no el dinamismo del viento; no veía desde abajo a ras del suelo, si no desde arriba en pleno vuelo.

Y entonces, un quiebro, y jugó con las corrientes de aire.

Un ascenso.

Un batir de alas.

Y una caída en picado.

Cerró los ojos dejando que las corrientes azotasen su cuerpo, que la gravedad tuviera la ilusión de que podía atraparle. Su corazón latía fuerte, en soledad, pero al mismo tiempo acompasado con el suyo. Rápido. Implacable. Decidido. Confiado. Sus alas no fallarían, trascendencia de su propia alma.

Y cuando el suelo casi pudo darle alcance, abrió las alas...

Y cayó.

 

 

Se contrajo, abrazándose a si mismo. La sensación de alerta era tan intensa, tan abstracta que casi pudo sentir el dolor de caer desde mil metros de altura. Como su cuerpo débil y mortificado sentía el peso de la gravedad, de mil lesiones. Cerró los ojos y abrazó sus piernas. No quería despertar. No cuando casi...

Su cuerpo entumecido sufría el mordisco del abandono durante el paso de tantos siglos. Bien sabía que cuando llegara su despertar, no podría reconocerse si viera su propio reflejo. Su espíritu había crecido, se había desarrollado, pero no lo hizo del mismo modo su cuerpo. Las ramas de los árboles habían crecido y lo habían rodeado, mas, no buscando sustento, si no como si lo envolvieran a modo de crisálida, una envoltura irregular, el abrazo de una afanada madre que protegía a su vástago de cualquier cosa que pudiera despertarle. Notó la fría caricia húmeda de sus lágrimas justo cuando estas empezaron a apartarse. Sus pupilas se contrajeron, el olor era insoportable... Algo cargaba el viento, un mensaje.

Guerra.

Doliente es cuando un sueño plácido se torna pesadilla. Irónico es cuando la pesadilla llega tras el despertar.

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Relegó los recuerdos del horror en lo más profundo de su mente, aquel suceso que trastocaría por entero la sensación de invulnerabilidad tan absoluta. Sus gentes masacradas, su árbol consumido. Sus vidas arrojadas a la mortalidad. Y eso era lo que se sentía. Aquel vacío, aquella inestabilidad era lo que arrojaba a las consciencias mortales a aferrarse a la vida, cuando sabían a ciencia cierta que algún día terminaría, esquivas de la muerte, escurridizas y cobardes. Guardianes de un ciclo insondable, habían permanecido ajenos a ello sin embargo, mas, no a partir de entonces.

¿Qué siente el depredador cuando se ve obligado a derramar veneno en vez de sangre? ¿A cazar para no ser cazado y consumido? ¿A darlo todo por un destino incierto, acorralado, malherido? Aquellos ojos resplandecían con la malicia más negra que pudiera albergar este mundo o cualquier otro conocido. No había equilibrio en sus acciones, si no un extremismo devastador. Destruir o ser destruidos, a pesar de que esto último casi parecía imposible.

Y cuando el incendio que arrasa, cuando ya no hay verde, solo muerte, llega la lluvia que limpia el bosque y hace crecer la vida de nuevo.

Los años pasaron tras aquello, las brutales cicatrices que restaron de las ponzoñosas armas de la Legión curtían su piel como el cuero basto y desgarbado, dejando impresas sobre ella el peso de aquellos terribles recuerdos. Pero la piel sana, y las plumas vuelven a crecer. Un ala rota puede recuperarse, pero nada comparado con las secuelas en la mente.

Aquel acontecimiento, se llevó a su Shando. Y juraría que pudo sentir como su vida se restaba a la vitalidad de este mundo. Bajó la cabeza y sus alas se tornaron negras y pesadas, un águila con plumas de cuervo, perdido en el recuerdo y restos que deja tras de si la muerte, cual carroña. Pero como en todo cuanto hacía su Shando, trascendía más allá de lo que a simple vista parece. Fue entonces cuando entendió ese ciclo, esa rueda que gira eterna e irrefrenable. Vida y muerte, muerte y vida. Su espíritu no le abandonó nunca, como tampoco lo hicieron aquellos que perecieron en tan aciago momento. Siempre vigilantes, siempre eternos.

Contempló el atardecer sobre las costas de Auberdine, fijo, desafiante.

Ya había encontrado sus alas, las bases del significado indiscutible del equilibrio.

Solo quedaba emprender el vuelo.

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Eventos asistidos

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- Una madre perdida

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Habilidades usadas: Fauna, Sigilo, Buscar, Advertir/Notar, Forma Voladora, llamada natural, comunión astral. 

- Pequeños seres molestos

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Advertir/Notar, Buscar, Reflejos, Llamada natural, Forma voladora, Tortura

- Corazón del Bosque

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Forma voladora

 

 

Eventos mastereados

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