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SwordsMaster

Teorías olvidadas en un granero...

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> Esto va puesto en bucle <

 

"Si uno se adentra lo suficiente en los bosques de cada territorio humano, y analiza cada pequeña y grande granja o comunidad agrícola humana, eventualmente encontraría que uno de cada cinco granjeros oculta algo tan intrigante como perturbador de alguna índole en sus tierras."
 -Cabo Frederich von Talos, III Compañía de la XV Legión, Stromgarde

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Ese era el caso de Hernesto. Hernesto era un ermitaño entrado hace ya varios años en la década de los 40, en soledad dentro de los profundos bosques de Trabalomas, viviendo pacíficamente de ordeñar sus vacas, cosechar sus calabazas y rezar todas las noches a la Luz. En su granero guardaba a sus dos vacas, Elsie y Ordenya, pero si uno viese el granero desde fuera y luego desde dentro pronto tendría la extraña sensación de que algo no encajaba. El granero parecía más largo por fuera que por dentro... Y lo era.
Al fondo, oculto tras el heno y guardado tras tres candados de pesado hierro y varias trancas, se encontraba una segunda puerta. Una puerta que llevaba al corazón... Del agujero de conejo.


Pero quizás sería mejor comenzar, por el comienzo. Hernesto había vivido hasta hacía tres años junto a su mujer y su pequeño hijo en su cabaña, pero en una noche de tormenta simplemente habían... Desaparecido. Él había quedado para contar la historia, más su familia jamás regresaría, y desde entonces trabajaría solo en la granja. Pero jamás se quedaría cruzado de brazos, pues en los tres años que siguieron se dedicó a reunir toda la información que pudo sobre la noche en la que su esposa y su hijo habían desaparecido. Revelaría el misterio.
Compró libros. Compró información. Compró mapas. Pagó a investigadores, sobornó soldados, ¡sobornó hasta un par de clérigos!. Tres años resultaba ser un tiempo larga y daba para crear historias muy variopintas a alguien con una misión a espaldas. Su voluntad jamás cedió.
Pero su existencia lo hizo.

Hacía ya una semana, su amigo Pablo llegó, la carreta cargada de heno para sus vacas. Era de sus pocos compradores, y uno muy fiel, jamás dejaba pasar hambre a Elsie y Ordenya. El viejo Hernesto las cuidaba como a sus hijas propias. Pero, para extrañeza de Pablo, Hernesto no respondió aquel día. Golpeó la puerta de su casa, pero nadie respondió. Y, como de verdad necesitaba el dinero y era aún temprano en la mañana, decidió esperar.
Y esperó.
Y esperó.
Y cuando se dio cuenta, sus tripas rugían y el medio día ya había pasado. "Quizás el viejo Hernesto se durmió", pensó. Hacía ya horas que había visto una de las ventanas de la cabaña abierta, y por tanto decidió entrar para despertar a Hernesto. Pero Hernesto no iba a despertar.
Cuando Pablo llegó a su habitación...
Cuando lo hizo...
Deseó no haberlo hecho.
Su amigo se encontraba colgado con una soga alrededor del cuello, pero había algo que le heló aún más la sangre a Pablo. Tenía conocimientos de medicina, incluso había estudiado en Stromgarde un par de años, pero al final la vida pacífica del mercader fue lo suyo. Aquello que le heló la sangre... Es que Hernesto no podía llevar más que una media hora desde que se había colgado, y él... Había estado ya al menos seis horas allí, esperando. Un temblor involuntario recorrió el cuerpo de Pablo y el primer instinto que sintió fue aquel de correr, irse lejos de allí, más no lo hizo. Sus ojos fueron a parar debajo del cuerpo de Hernesto, que permanecía suspendido en el aire. Debajo había un frasco de tinta derramada, un papel a medio teñir de azul oscuro por la tinta derramada y un pesado juego de llaves. Tomó el juego de llaves y el papel con las manos temblorosas. No se llegaba a leer la mitad, pero pudo distinguir algo sobre el granero. Y allí se dirigió.

Al abrir las puertas del granero una pestilencia enorme fue lo que sintió. Elsie y Ordenya permanecían muertas, con sus extremidades dobladas de formas imposibles, y parecían llevar varios días así. La Luz se había llevado tres buenas almas aquella semana. Durante un rato revisó el granero, buscando algún cofre oculto en donde encajar las llaves, pero lo que encontró fue algo incluso más grande. Detrás del heno, tres sólidos candados de hierro y varias trancas, que con ayuda del juego de llaves fue abriendo. Y cuando esas puertas se abrieron...

> ¡Ábreme! <

Las cuatro paredes permanecían empapeladas, llenas de notas, flechas, rayas, líneas, dibujos, periódicos, recortes, apuntes, carteles de se busca, canciones... Era la habitación de una mente increíble, pero muy, muy febril. Más a Pablo le intrigaba... ¿Qué había pasado con su amigo? ¿Qué era esto? ¿Qué había ocurrido? Y así, sin ningún apuro y ningún lugar al que ir, comenzó a investigar.

 

La "Gacela susurrante"
Tu periódico trabalómico de confianza

*Varias partes están tachadas o llenas de símbolos incomprensibles, más una parte parecía intacta y encerrada en un círculo*

En este sexto mes del año se oyen rumores de la mítica criatura "Nariz grande" habiendo reaparecido en el norte de Trabalomas.
¿Acaso algún valiente héroe le dará caza?


*"Sexto mes" y "Nariz Grande" permanecen fuertemente subrayados*

En otras noticias menores, se han reportado familias desaparecidas que se sospecha podrían haber sido renegados
La lista de familias afectadas incluye a...

 

*Lo que sigue es una no muy larga lista de apellidos, donde se subraya el de la familia de Hernesto.*

 

No muy lejos Pablo pudo ver un mapa, donde se marcaban varios puntos donde se había avistado a "Nariz grande" y la localización de las familias con desapariciones, incluida su propia granja. Ningún punto parecía estar muy lejos del otro, y había un punto marcado en el mapa, un centro a todos los puntos triangulado de forma improvisada.
Desvió la vista, y a su derecha centró su vista en una nota escrita como si estuviesen apuñalando el papel con la pluma.

 

Tres vivíamos en esta casa
¿Has oído de las tablillas del fin del mundo? Año 33. Año, treinta y tres
Tres, y tres y tres y tres y tres y tres. Los desaparecidos, siempre dos, siempre dos, pero siempre tres habitantes, siempre tres, siempre tres, uno queda, uno cuenta la historia. Uno, de los tres que quedaban. Una tercera parte. Una tercera parte de los treinta y tres años que tenemos, once años.
Once años tenía mi pequeño. 

 

Pablo continuó paseando la mirada por la pared, muchas notas, muchos trozos de libros o periódicos arrancados. Se detuvo en un dibujo. "Nariz Grande, lo HE VISTO, LO HE VISTO".
Por desgracia, Hernesto no era un gran dibujante. Una figura humanoide, con una nariz desproporcionada y... ¿Maldad en sus ojos? Eso decía un apunte a su lado. El pobre Hernesto parecía haber perdido la cordura.

 

Tres son las virtudes de la Luz.
Tres son los grandes continentes.
Tres, y tres, treinta y tres años tenemos.

Encontré una nota. Tirada en el bosque. "Orden 33", decía. Es una broma de mal gusto.
Tendré que tomar la honda y matar al bromista.

 

 

Pablo observó otro mapa. Parecía tener trazos, con direcciones. Como si siguiera el trayecto de alguien. Por ventormenta salía una flecha, se detenía en Stromgarde. Desde Stromgarde, por tierra a Costasur, desde Costasur a la muralla de Thoradin, que permanecía encerrada, con un apunte al lado: "La bruja entregada". Más abajo, otro apunte como si hubiesen apuñalado el papel. "¿Por qué?"
 

La bruja. Quemada por estar relacionada con dos nigromantes. Debo investigar quienes eran
Por qué son importantes.
La bruja, dos nigromantes. Tres. Tres son los continentes, tres las virtudes de la Luz, treinta y tres años nos quedan.
En Ventormenta. Nigromantes, de Ventormenta. Ventormenta. 11 letras. 11 letras, tres, tres tres, 11 y tres, treinta y tres.
¿Por qué? ¿Quién?
Te encontraré hijo. Encontraré a quien te tomó de mis brazos. Pagará. te tendré de nuevo. De nuevo seremos tres.

 

A Pablo se le había escamado ya la piel. Si Hernesto había perdido la cabeza antes de morir, también estaba consiguiendo que la perdiera él. ¿Qué era todo esto? ¿Por qué parecía... Tener siquiera sentido? ¡Si era una locura! No iba a creerlo. Se dio la vuelta para retirarse pero... No. No pasaría nada por leer un poco más...

Otro mapa. Comenzaba en un signo de exclamación en las costas, un círculo abarcando toda un área posible al norte de Costasur. Luego la flecha indicaba a Costasur. De allí iba y volvía varias veces, y luego acababa en una torre.

 

Tres virtudes, Tres continentes, Tres herejes. Y tres fueron nuestras amenazas.
Rebeldes.
Arañas.
Bandidos.
Dos se fueron. Una permaneció, se volvió más fuerte, como yo. Dos se van, siempre dos se van, uno queda, uno fuerte. Uno sobrevive. Es el patrón. Su patrón.
El patrón que nos fuerza a vivir. Con su voluntad. Se extiende, corrupta y nauseabunda, refleja su historia en nosotros sin saberlo. Nadie lo ve. Pero yo lo veo.
Daré contigo, Nariz Grande. Estoy cerca. Te sigo los pasos. Te sigo de cerca.

 

Para ese momento, Pablo ya estaba completamente inmerso en la lectura. Comenzaba a moverse por entre los apuntes, las flechas y las indicaciones de Hernesto como si las comprendiese, como si él mismo las hubiese escrito. Entendía el patrón. Lo veía. Estaba allí. ¿Qué se le escapaba a Hernesto?

 

He comprado a un sargento al fin. Salió caro. Valió la pena. Acceso limitado a los registros.
Tres los heraldos imperiales del final que acompañaron a Nariz Grande.
Uno, muerto hace dos años.
Dos, muerto hace un año.
Tres, muerto hace una semana.
En tres años. Tres muertos. Conozco tus trucos, Nariz Grande.
Sé tu nombre.
No te nombraré.
No lo mereces.
Descifraré tu secreto. El mundo debe saber
Más 7 letras tu nombre. 5 tu apellido. 12. Cuatro soldados. Tres, tres, tres, tres.
¿Cuánto lo has planeado, Pequeño Nariz Grande?

 

La última flecha en los mapas indicaba a Caer Darrow. Luego bajaba... Hacia Trabalomas... Pasaba cerca de la cabaña de Hernesto, y allí acababa el rastro. La tinta de esa flecha aún estaba fresca...

 

 

 

El aire fresco hacía bien a Pablo. El granero de Hernesto ardía a sus espaldas, y había improvisado una pira en donde estaba dando un último funeral a su viejo amigo.
A fin de cuentas, no quería dejar cuerpos para los renegados.
Inhaló profundamente. Había sido una experiencia intensa, más sabía que todo eso eran delirios de un loco. Alguien que había perdido la cabeza, incapaz de aceptar que su esposa y su hijo desaparecieran, seguramente por culpa de los renegados.
Volvió a subirse a su carro. Jaló las riendas de su yegua y comenzó a alejarse. Observó detrás, a su carro, para asegurarse de que aún llevaba su mercancía, tapada por la lona. Suspiró aliviado, y volvió la vista al frente.




Pablo nunca volvió a ser visto.

 

 

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