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Psique

Recuerdo para una vieja conocida

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De Vigilia a Pico Nidal, y de allí, a las Tierras del Interior, a un par de jornadas, donde los nobles recuerdan entre bosques, buscan, aquello que les hizo grandes para volverse a alzar de nuevo. Una carta lacrada, sin remitente ni procedencia. Personal, informal. Innadecuada pero necesaria, llega a las manos de Valya durante la mañana veraniega.

 

Te recuerdo, Valya. Quiero que sepas que en mi mente aún rondas junto con todo lo demás. Intenté saber de tu destino hace mucho, aunque las circunstancias no me hayan invitado a hacer uso alguno de la palabra escrita para con quien fuera, te mereces unas pocas lineas y mis mas aférrimos saludos.

Valya, el camino ha sido una penitencia supurante de dolor y sufrimiento.

Recuerdo los ojos vidriosos con los que me mirabas, buscando esperanza y audacia, cuando las nubes ensombrecían los prados de Arathi y acechaban en las sombras los miedos como terribles consejeros. Recuerdo la necesidad de tu alma de encontrar paz, pero sobre todo, un perdón, mientras tu cuerpo temblada, vulnerable y expuesto, despojado de toda integridad mientras tu nobleza intentaba cumplir unas espectativas que te habías impuesto cumplir. Había algo en tu presencia que en mi propia alma no vi, vestida con el mayor de los orgullosos y la necedad más desesperada por, sí, no acabar como tu. Esta carta puede ser tomada como muchas cosas, como tú desees hacerlo, y ninguna será equivocada y puesta a juicio, pero antes de continuar, quiero que sepas que no te culpo. No te culpo por huir. No te culpo por no dejarte quebrantar por el apocalipsis de aquel día negro, y en el fuero de mi alma, que ante todo es individual y sensible, admito que te prefiero viva y a salvo que muerta y vestida con falsos honores, pues se con certeza que tu mente se habría roto mucho antes de expirar tu último aliento.

Sé que una muerte así no te habría dado paz.

Te quiero latente, libre, pues la golondrina siempre vuelve al hogar, donde anidan los suyos, y no por ello ha de ser menospreciada.

Esta carta es un ensayo a la buena voluntad, a la que insistimos en tener incluso cuando ya ni podemos sangrar. Es el deseo de una vieja conocida por saber que, estés donde estés, no te has perdido.

Yo sí lo hice.

Me perdí en la oscuridad más obstinada, en el abismo más atróz. Me estirpé del pecho los colores que me hacían ser quien soy, y siento que la herida es demasiado grande como para poder continuar mi vida, por años que pasen, como antes lo hacía.

Hoy siento que mi cuerpo tiembla, vulnerable y expuesto, despojado de toda integridad mientras mi nobleza intenta cumplir unas espectativas que me he impuesto cumplir.

Hoy, entiendo a aquella elfa.

Hoy entiendo lo que es haberlo perdido todo.

Pero de todo derrumbe se extrae una enseñanza, por fría que sea. No hay camino que no nos enseñe dónde está el límite de nuestra alma, aun cuando la sentimos más extensa que los muros del cuerpo que la contienen, o más menuda que un susurro al oido.

Pese a todo, se que tengo un papel que cumplir, frente a los muros de Caer Darrow. Pero mi guerra no se gana con acero o con Luz, se gana con penitencia y la entrega personal y tierna de una madre.

Pero es duro el sentir que toda la estabilidad de tu mundo depende de una... Posibilidad. La posibilidad de que sí, tal vez, la Luz me quiera aquí por algo, no por simple aleatoreidad.

La guerra es inminente, y sospecho que esta será mi última partida. No quería irme sin decirte, que de tu recuerdo, aprendí que la vida no acaba cuando uno muere, sino cuando pierde quién es.

Quisiera traerte Luz, quisiera traerte fuerza, la que no me digné en el pasado a inspirarte, convencerte de que vires sobre tus pasos y rectifiques, cueste lo que cueste, pues al final, llega el día en que simplemente es demasiado tarde. Te lo dice alguien que conoce de cerca lo que es vivir con brevedad, pero con pasión. Te lo dice alguien que no vivirá el medio siglo, y no por ello vivirá menos.

Quisiera que estés donde estés y hagas lo que hagas, no te hayas perdido.

Y si mañana he de caer, quiero que sepas que cuando escuche tu nombre, no pensaré en una desertora.

Pensaré en la lluvia que limpia el bosque quemado.

Pensaré en que, mientras se viva, todo es posible.

 

Gabrielle.

@Galas

 

 

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Nadie puede entenderlo. Nadie que no haya experimentado lo que es escuchar los gritos proferidos por labios que antaño profesaron risas. Nadie que no haya sentido el ruido de la carne al ser despegada del hueso por uña carcomida. Nadie que no haya escuchado el temor primario que profesa uno mientras es arrastrado a unas fauces pútridas, antes de que estas se cierren cual cruel guillotina, pero más lenta, más dolorosa.

Nadie que no sepa lo que ocurre cuando un torso es arrancado de su mitad inferior. Nadie que no conozca el olor de la muerte: Sangre, hez, podredumbre. Nadie que no se haya bañado en las culebras negras que emana una barriga al ser su piel rota cual ansioso niño abriendo el empaquetado de un preciado regalo.

Es fácil para aquel que no lo ha experimentado juzgar a aquellos que sí.

Es aun más fácil para aquellos que lo han experimentado y benditos con un espíritu inquebrantable han salido victoriosos frente a la oscuridad. Aquellos elegidos, espíritus fuertes, ante cuya presencia los más débiles se doblegan.

No muchos recuerdan sin embargo, no muchos tienen consideración, tiempo, para pensar en aquellos que carecen de esa fuerza.

Todos desean ser los fuertes, los heroes de su historia.

Pero por cada heroe que lo consigue, hay alguien que lo ha intentado y ha fracasado.

Aquellos con suerte en su fracaso, se levantan, más sabios, para intentarlo nuevamente.

Pero existen otros, muchos otros, cuya caída es definitiva. Sus huesos, sus voluntades y sus almas, fragmentadas, no llegan jamás a reponerse.

Carcasas vacías, viven sin vivir y mueren por despecho cuando su tiempo les llega.

 

Muchos ven en esas sombras en vida un reflejo oscuro de su posible destino, y como tales, evitan siquiera mirarlas, pues temen ver sus propias debilidades reflejadas en ellas. Pasan caminando por su lado, y más atención les generaría una roca en su camino que esa figura, ese harapo arrugado.

 

*******

- Habré de partir con mi esposa durante la semana próxima para ocuparnos de atender a varios hermanos algo lejos - El elfo pelirrojo observaba la figura femenina alzada ante él, en el marco de la puerta de su hogar - Más te esperaré para la siguiente, Valya. No olvides continuar con tus ejercicios.

- Sí, Lord Halcón. He estado realizando las tareas dichas... pero... si se va una semana... - La elfa, enjuta en unas ropas simples de algodón y vista gacha titubeó en un tono débil que no tardó en interpretar aquel elfo, probablemente el que más la conociese a estas alturas de todo el refugio.

- No te preocupes, Valya. Si notas como la sombra vuelve a surgir y eres incapaz de controlarla, toma un vial del remedio que te ha dado mi esposa, y recurre a mis ejercicios de control. Eso debería evitar otro episodio - El veterano curador élfico no pudo si no reflejar en su rostro un gesto empático y tranquilizador, que tuvo el resultado deseado en la figura de la elfa - Ah, por cierto, esta mañana ha llegado esta misiva para ti mientras estabamos en medio de la meditación. No tiene remitente alguno, curioso. 

 

Valya recogió el sobre antes de despedirse de Lord Halcón. No pudo evitar alzar el ceño, curiosa, antes de embutirlo de nuevo bajo su sempiterna capucha. No era extraño ver a elfos encapuchados moverse por el refugio, y tampoco era raro verlos marcados por las cicatrices y las mutilaciones de las guerras pasadas, más sin su capucha la forestal de cabellos caoba no se sentía si no desnuda. Era esa cobertura de colores verdosos y primaverales lo que mantenía a raya las sombras que buscaban penetrar constantemente en la parte baja de su mente.

Los pasos de la Quel'dorei la condujeron hacia las partes más norteñas de la población, más allá de los campos nivelados donde crecen los viñedos tan apreciados por los elfos del valle, a las sombras de las lejanas montañas, con las frescas aguas del gran río descendiendo hacia el gran lago alrededor del cual se construyó el refugio forestal de los altos elfos. El último en el mundo.

No era una zona muy transitada, aunque en las épocas veraniegas actuales, la vendimia estaba en pleno apogeo, así que era común ver a elfos, adultos y niños, recorriendo los campos, trabajando con esmero , con sus propias manos, como hacía mucho habían olvidado los elfos del antiguo reino. Humildes sí, pero orgullosos del fruto de su propio esfuerzo y sudor.

Más Valya no acudió allí a pisar las uvas en las grandes barricas, a compartir risas y chanzas. Siguió, dejando atrás los campos, hasta adentrarse en el pequeño bosquecillo de árboles enjutos de ramas bajas y hojas como agujas, que daba paso a la raíz de las grandes montañas. Un par de horas de caminata separaban el refugio de Athaleya de Quel'danil, más ella así lo prefería.

Su hogar era poco más que una plataforma construida en las ramas medias de un árbol particularmente alto, protegida de lluvia y viento por una estructura rudimentaria pero resistente, que había aprendido a hacer tanto de niña, como en sus años en el cuerpo de Forestales del Alto Reino. Ascendió por la cuerda dispuesta para tal fin tras haberla hecho descender activando el mecanismo semi oculto para ello, y entre pieles mal cosidas de liebre montesa, se dejó caer, tras clavar en la pared las ardillas que había cazado camino a su hogar. Serían buena cena. 

Una vez libre de su equipo, pudo comenzar el ritual para desprenderse de sus ropajes. De ojos cerrados, y respiración regulada con esfuerzo, comenzando por los pies, y rematando por la parte más difícil, la cabeza. 

El ruido de los enganches de acero al ser destensados, el siseo del cuero contra el cuero, la tensión en su piel de la ropa ceñida al ser retirada, como dagas cada uno de los pequeños gestos buscaba cortar de cuajo el hilo de su temple.

Pero logró hacerlo, como llevaba haciéndolo meses. Cada día, un poco más fácil, un poco más sencillo.

 

Fue entonces que pudo abrir la misiva. Sus grandes ojos de fulgor cerúleo recorrieron con presteza cual halcón rapaz las lineas, devorando su contenido sin comprender inicialmente, más cuando las letras dejaron paso al recuerdo de las mismas, y un nombre resonó con un eco antiguo en su mente, notó un leve ardor cálido en la parte más baja de su cuello, bajo su propio pelo.

Un leve fuego que hacía mucho que no sentía.

 

Sujetando la misiva con ambas manos , la dobló con meticulosidad y cuidado, reposandola entonces sobre su vientre, bajo dedos entrelazados. Recostada sobre el manto de pieles, se permitió cerrar los ojos, para recordar y ver otros, tan profundos que observarlos fijamente causaba un vuelco al estomago al espíritu feble.  Y permitió que sus labios, cortados por el frío montés, se torciesen en una leve mueca que a estas alturas, le resultaba extraña: Una sonrisa. 

 

 

Editado por Galas
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